La
voluntad y los emergentes: Los herederos de Kirchner
Por Nerio Neirotti, sociólogo,
nneirotti@gmail.com
El gran valor de la JP fue su capacidad de movilización y representación. Fue
producto de un crecimiento silvestre de miles de pequeñas JP que fueron
sembradas al boleo por una tempestad imparable resultante de años de resistencia
peronista. Sólo después vinieron las orgas y la orga mayor (Montoneros, que
unificó a la mayoría de las que tenían origen peronista), constituyéndose en
conductora del vendaval. Y luego los errores, la dilapidación de semejante
capital político, adjudicables no sólo ni tanto a su conducción (porque se trató
de un movimiento colectivo) sino a una cultura política voluntarista que también
era hija de aquel país que pasó de la epopeya a la tragedia. Tragedia que se
empezó a avizorar con la masacre de Ezeiza, pero esto… sería tema de otra
reflexión y debate colectivo que insumirá horas más horas de discusión y de
teclado.
También fue un gran valor el lugar que se le dio a la “trascendencia”. Se
luchaba por dejar una Patria nueva, con un socialismo cuyas formas no eran
claras (debía ser propio, creativo, nacional, y había que inventarlo, no
copiarlo) pero basado en convicciones de alto voltaje. La “familia peronista”
(la de la casa propia, el asadito del domingo, las vacaciones pagas, la
cobertura de salud y el acceso a la educación gratuita en todos sus niveles
–incluso el universitario-; no la familia de filiación peronista sino el tipo de
familia argentina de aquellos años, de clase trabajadora y media, con sus
proyectos y anhelos, toda una institución generada por el peronismo) ahora
participaría del poder y de la propiedad de los medios de producción bajo formas
estatales, cooperativas, de autogestión y de cogestión (perdón, y nunca nadie
dijo que la casa dejaría de ser propia ni que dejaría de existir la propiedad
privada). Se tenía la convicción de que había derecho a ello y de que se contaba
con la fuerza para lograrlo (y nadie pensaba que sólo se trataba de
“distribuir”, sino que había que poner en marcha un nuevo modelo productivo que
superara el tradicional estilo parasitario y rentístico).
Y para luchar por una Patria nueva también había que hacer un hombre nuevo (sí,
suena a cristianuchi y guevarista), por eso se empezaba por dar testimonio de
vida, compartiendo, viviendo la vida pero modestamente, dándole tiempo y
recursos a la causa, discutiendo las propias acciones y las de los demás. La
política, luego tan denostada por el “proceso” (no era raro escuchar a los
carceleros en la época de la dictadura decir: ¿cuánto tiempo hace que vos te
metiste en “la política”?) y por el vuelo neoliberal de los ’90, era el eje de
vida, que inundaba todos los análisis, incluyendo los proyectos de vida, el
consumo, la familia y el sexo (suena a demasiado, ¿no?). Sí, suena a mucho, pero
qué bueno que miles de jóvenes estuvieran atentos a no caer en “liberaladas”
(tal como se llamaba a los excesos de individualismo) sobre todo si se compara
con el hedonismo actualmente reinante, la falta de proyectos (no sólo colectivos
sino también individuales) y la falta de solidaridad que se mama en los medios
hegemónicos.
Néstor Kirchner, hijo del aquella época, sin caer en el voluntarismo trajo de
nuevo la voluntad (para tomar el término del acertadísimo título de la colección
de Eduardo Anguita y Martín Caparrós) imprimiéndole a su proyecto de gobierno un
giro inusitado. Nadie creía que el Estado, devenido en coto de las
corporaciones, en agente dócil (gordo y flácido, como criticaban los propios
neoliberales) pudiera volver a gobernar incluyendo la regulación del mercado,
haciéndole frente en la negociación de la deuda externa a los poderes
internacionales, revirtiendo todas las defecciones que se habían producido en la
política de derechos humanos, subordinando a las Fuerzas Armadas al poder
constitucional para recuperar su rol sanmartiniano, poniendo freno a la soberbia
de la cúpula eclesiástica que se siente con derecho a condenar lo que llama el
“odio” sin haber tenido la misma firmeza para reclamar justicia y verdad (y sin
haber hecho jamás la autocrítica de su complicidad con la dictadura que incluso
el Ejército hizo bajo la conducción del Tte. Gral. Balza) y parando la avidez de
ganancias de grandes productores agropecuarios, acostumbrados a atemorizar a
presidentes (sólo a los constitucionales) con sus silbidos anuales en el predio
de la Sociedad Rural en Palermo (por no mencionar otros recursos menos
melódicos).
Y a medida que “paraba”, el proyecto Kirchner iba generando políticas audaces:
vuelta del crecimiento, transferencias de ingresos a amplios sectores de la
población caídos en la exclusión, recuperación de la independencia y la dignidad
de la Corte Suprema de Justicia, rescate de los fondos de jubilaciones que
habían pasado a manos privadas, asignación universal por hijo, democratización
de los medios de comunicación de masas, etc., entre otras muchas que no se
mencionan aquí por no ser objeto de esta nota el análisis de las políticas
públicas.
Pero ¿cuál es el sujeto político colectivo que puede llevar a cabo un proyecto
como éste, apenas perfilado? Se habló al comienzo del interés por generar una
gran renovación política, que luego del primer intento de la transversalidad,
entre postergación y postergación, quedó desdibujada. Cuadros de los ’70, con
vocación transformadora, agradecidos por contar con un lugar en la fase
“arquitectónica” de la política (y no sólo en la “agonal”, la de la lucha por el
poder --para tomar la distinción clásica-- a la que le habían ofrecido todo en
sus vidas) fueron llamados para ocupar distintas posiciones en el gobierno.
Cuadros de diversos partidos de izquierda y del radicalismo convergieron en el
proyecto. También se sumaron contingentes de nuevas manifestaciones sociales,
especialmente piqueteras, y finalmente cobró forma una alianza con la CGT, que
si bien no es del todo estable, no tiene precedentes históricos de tanta
cercanía entre los hijos de los ’70 y la central obrera. Pero no se trató de la
constitución de un nuevo sujeto político identificado con el proyecto, sino de
un agregado de individuos, grupos y organizaciones sin más articulación que la
relación con el vértice del poder político. No se trata de un esquema orgánico
sino radial.
Todo esto da como resultado un conjunto de relaciones entre la vieja y la nueva
política: los desheredados de la tierra con Enrique Eskenazi y Lázaro Báez; los
intentos de transversalidad y la mano estirada hacia los barones del conurbano;
las nuevas referencias de la política con los intendentes y gobernadores que
están con Kirchner y estuvieron con Duhalde y con Menem. Los amagos varios de
actualizar el peronismo para hacer una alianza con otras expresiones políticas
dieron lugar a un aglomerado inestable constituido por los poderes políticos de
antaño y otras expresiones nuevas. No se trata de un juicio moral (y ojo que se
equivocan quienes consideran que la moral y la política están divorciadas, y si
no, que no se queden sólo con el “El príncipe” de Maquiavelo y que lean “La
educación del príncipe cristiano” de Erasmo) sino que ocurre que la política se
hace con lo que se tiene y se la enaltece con los resultados. Nadie puede
esperar, teniendo el margen de poder que en nuestro país tiene un presidente, a
constituir una fuerza política para empezar a gobernar. La ciudadanía no
perdonaría jamás el vacío, como se ha visto ya en otras oportunidades: aquí y en
cualquier lado se reclama conducción, sobre todo tratándose de una máquina tan
compleja como es el Estado y de un arte tan intenso como es el de la política.
Pero si bien no se trata de hacer un juicio moral, es menester recordar que un
proyecto nacional necesita de un sujeto político colectivo, masivo y articulado
que lo imagine, lo discuta, lo recree, le dé forma operativa y le dé sustento de
poder. La política es articulación de demandas e intereses, como plantea David
Easton, pero hay intereses que no se dejan articular, que pretenden ser el todo
y no la parte. Quitar privilegios y ventajas no es tarea de ángeles. La política
es lucha por el poder y ojo, no se trata de un invento de la izquierda, sino que
ya se planteó en la antigua Grecia –volvemos a la fase agonal-- y fue
precisamente Maquiavelo el que casi redujo toda la política a lo agonal, a la
lucha para alcanzar el poder o simplemente para mantenerlo. Es necesario el
consenso mayoritario y estratégico (es decir, no el acuerdo de un día, no el
acuerdo sobre ciertas medidas, sino el apoyo a todo un proceso) que permitirá
darle perfiles claros a un modelo de Nación justa, con democracia sustancial,
con crecimiento sostenido y con una inserción digna en el mundo. Y sólo la
organización de un conjunto de fuerzas políticas, peronistas y aliadas,
permitirá contar con la capacidad de sostener sin hesitaciones el cambio
iniciado.
Es bueno recordarlo: Hoy no se trata sólo de sostener el gobierno de la
Presidenta y asegurar un nuevo período, sino de avanzar en el cambio, de
desarrollar arquitectónicamente –es decir, de manera sistémica– el conjunto de
políticas públicas en el marco de un modelo nacional, lo cual –no lo dudemos–
generará pesadas resistencias. Un gran modelo requiere un gran sujeto político y
un gran sujeto genera un modelo de excelencia.
Aunque sin que se llegara a conformar el mentado sujeto político, Kirchner dio
muestras, sin lugar a dudas, de una gran capacidad para dirigir la melodía, la
armonía y el ritmo de su innovadora música (aunque reconozcámoslo, su armonía
era algo ríspida y tenía mucho de música dodecafónica). Revirtió situaciones
críticas como ninguno. Cual experimentado karateca, supo utilizar los golpes del
adversario para generar fuerza propia. Pero sobre todo, la melodía y el ritmo.
Elaboró el relato, emprendió la batalla cultural de la sociedad e instaló su
norte: Hacia allá vamos argentinos, esto queremos hacer. Siempre con algún
viento en contra, aclarando que no se ha venido a administrar el statu quo sino
a cambiarlo. Por eso el ritmo fue tan importante, frenético, decisor,
progresivo, contagioso y si se quiere, popularmente prepotente.
Pero hizo algo más. Lejos parecían estar las perspectivas de emergencia de un
sujeto político portador del cambio, cuando Néstor Kirchner, en un acto
paroxístico de su voluntad, provocó con su muerte un fenómeno abrumador: miles
de jóvenes (y no tan jóvenes) aparecieron por la plaza y las calles, no sólo
para despedirlo sino también para manifestar su apoyo al proyecto y al liderazgo
de la Presidenta. En esa arena se encontraron, sin haberse dado cita
previamente, aquéllos que se sienten constructores del futuro, peregrinos de la
ruta jacobea, seguidores del norte señalado que buscan ser partícipes en la
construcción cotidiana del modelo, articuladores del trabajo de la fábrica con
el proyecto político, de la actividad del aula con la utopía, del trabajo de la
tierra con la arquitectura de la Nación.
Se podrá plantear que igual podría haber ocurrido. Seguramente, como pasa con
todos los fenómenos políticos en la historia, pero de lo que no cabe duda es que
estas emergencias no se pueden producir sin la existencia de un catalizador de
fuste, y vaya si Néstor lo fue. Se podrá decir que fue un fenómeno de coyuntura,
pero lo cierto es que la deliberación se puso en marcha, los grupos se
identificaron, se reconocieron y se comprometieron. Todos se asombraron de ser
tantos y de coincidir tanto, aún en un marco de gran diversidad. Todos, o casi
todos, se dieron cita para mañana.
La historia no se repite, las experiencias no se replican, las ideas no se
trasponen y los proyectos no se copian. Se transfieren conocimientos, se
reelaboran ideas y nuevos proyectos son movilizados por nuevos sujetos
políticos. Tal vez estamos en las puertas de la constitución de una nueva
orgánica, con peronistas y aliados, con creatividad y compromiso para pensar
estratégicamente a la Nación y para darle forma y contenido al proceso
transformador. Tal vez sigan floreciendo muchas organizaciones silvestres más y
tal vez se multipliquen, como ocurrió en el pasado, los ámbitos colectivos de
deliberación, de participación popular, de gestión asociada con el Estado, de
definición de líneas estratégicas de gobierno, de toma de decisiones
consensuadas. Tal vez proliferen las escuelas de cuadros, con militantes ávidos
de conocer la realidad de nuestro país, de proponer soluciones políticas y de
instaurar –otra vez—valores trascendentes. Tal vez todo esto se articule y la
política deje de ser moneda de cambio y se transforme en fuente de compromiso.
Tal vez deje de ser una aburrida actividad corporativa y sea una usina de
alegría. Tal vez la melodía siga sonando y la voluntad crezca al ritmo de la
multitud.
3 de febrero 2011