Los pequeños adultos

Por Guillermo Marín

La imagen de un chico descalzo vendiendo chucherías en un tren para sobrevivir es poco menos que desgarradora. El quiebre ético de esa situación es tan mensurable en términos de explotación de menores y de derechos vulnerados, que pareciese que 200 años de trabajo infantil en la Argentina (aunque los primeros antecedentes son anteriores a 1810, impactando sobre todo en la población esclava de entonces) no han sido suficientes para erradicarlos. Las estadísticas oficiales no lo dicen, pero se calcula que la infancia de medio millón de chicos y de chicas en el país ha sido arrebatada por algún tipo de actividad laboral, prohibida por la ley 26.390 que fija como edad mínima legal de empleo, 16 años.

No se trata de un problema aislado de un país del tercer mundo. Cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) muestran que cerca de 250 millones de niños menores de doce años alrededor del mundo trabajan para obtener un salario. Si bien en la actualidad existen nuevas leyes y regulaciones que limitan el trabajo infantil en la Argentina, un monitoreo reciente llevado a cabo en diferentes zonas del país por Periodismo Social (asociación civil que colabora con los periodistas para la inclusión de temas sociales en los medios de la Argentina), indica que la actividad laboral de menores está fuertemente vinculada, entre otros significativos factores, a la pobreza y a la falta de escolaridad. Y que también esconde una paradoja: es una de las problemáticas más expuestas en la sociedad. Está ahí, a la vista de todos, y esa visibilidad pareciera contribuir a neutralizarlo, a convertirlo en costumbre. Y agrego: acaso no haga falta más que pensar con qué frecuencia vemos en las principales calles, avenidas y rutas del país, a chicos limpiando parabrisas de automóviles, o agitando el “trapito” por unas pocas monedas. También conviene agregar a esta problemática una ultima cuestión: (y tal vez una de la más perjudiciales para los menores, dada la gran cantidad de accidentes domésticos a que se exponen) aquello que los expertos reconocen con el nombre de “trabajo invisible”: una forma de explotación que abarca el universo de disímiles tareas realizadas por chicos tanto en el hogar como en el campo. Quiérase o no, la mayoría de las megasociedades aplastan sin ver a todo lo que no está en su escala: vivimos inmersos en el mundo de lo macro, y en nuestro intento de abarcar un espacio nos volvemos insensibles. De todos modos, la pregunta conviene ser realizada: ¿por qué preocuparse por el trabajo infantil? ¿No es mucho más saludable que un menor en estado de indigencia trabaje y no delinca? Los especialistas en niñez y su relación con el mundo laboral sostienen que existen razones tanto normativas como positivas y de salud, para comprender que el trabajo infantil es inaceptable. Desde la regla, el derecho a una educación (y sólo a la enseñanza, pues se sabe que 6 de cada 10 chicos que trabajan abandonan la escuela) es un principio ético y básico insoslayable. En cuanto a las razones más pragmáticas, los mismos técnicos aluden que el trabajo infantil puede, en ciertas circunstancias, disminuir los salarios de los adultos y crear un círculo vicioso entre un oficio realizado por un menor y la desvalorización de una tarea efectuada por un adulto calificado. Otro tanto sucede con la pérdida de la salud: no sólo los daños corporales afectan a diario a los chicos que trabajan, el mal desarrollo de su psiquis “puede alterar la concepción de la realidad, en cuanto a las otras personas y al mundo”, afirma María Silva, investigadora del CONICET.

Pese a todo, la eliminación del trabajo infantil “sigue siendo un desafío de grandes dimensiones”, asegura Marisa Herrera, consultora de UNICEF Argentina. “Es responsabilidad del Estado, pero también de las familias y de la sociedad”, aclara la especialista. Si bien la asignación universal por hijo dada por el actual Gobierno dio el puntapié inicial en el marco de mejoras en las políticas públicas, la medida no es suficiente para salvaguardar el futuro de muchas generaciones. ¿Y entonces? ¿Qué podemos hacer los ciudadanos que vemos con incertidumbre el problema y su tamaña magnitud? Me contesto: no estigmatizar una problemática de un sector social puede ayudar a comprender hasta qué punto la eliminación del usufructo de la infancia es una deuda que tanto el Estado como la sociedad toda tiene pendiente con un sector emergente de la población. La aniquilación de los prejuicios es tal vez una buena opción para entender lo que le pasa a un chico que no nació en la calle; y que sólo se vale de ese contexto por necesidad, no por rebeldía. Por otra parte, los mitos no ayudan: un menor no sale de la droga ni de la delincuencia trabajando. Si pensamos que generar mano de obra barata a través de niños es un delito, tanto más entenderemos cuán grave es para un menor generarse un sustento, por ejemplo, a través de la manufactura textil o en granjas, muchas veces en condiciones de esclavitud, o incluso, llegando a ser parte de una red de explotación sexual comercial. Desnaturalizar el problema sigue siendo una de las tantas alternativas con la que cuenta un ciudadano que ve en un niño a un hombre del mañana.

Newsweek
http://www.elargentino.com/nota-125554-Los-pequenos-adultos.html
 

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