Más Estado para combatir la inflación

Por Arturo H. Trinelli *

Un argumento frecuente de la oposición para criticar el modelo económico actual, y a la vez unificar posiciones que en otros aspectos aparecen dispersas, es el de la inflación. No pasan semanas en que el compendio opositor, liderado por los medios monopólicos, deja de mencionar el tema inflacionario como una de las grandes preocupaciones de cara a las próximas elecciones. De hecho, esta semana, en su edición del lunes, la Editorial de Clarín sostuvo que el Gobierno incurre en “maniobras de distracción” para abordar el problema inflacionario, entre las cuales citó argumentos de la Presidenta al sostener que no hay inflación sino “dispersión y distorsión de precios”. La referencia, se presume, aludía al discurso del 14 de febrero pasado, cuando Cristina Fernández encabezó el acto para oficializar anuncios de acuerdos para el desarrollo de mercados concentradores regionales.

Quizás, un abordaje menos parcial de esas declaraciones debiera haber incluido algunas partes de su discurso, donde la Presidenta emitió conceptos interesantes para analizar.
En primer lugar, habló sobre las expectativas inflacionarias. Sostuvo que ellas están siempre “determinadas por lo que se denominan insumos básicos de la economía y la denominada demanda inelástica”, compuesta por aquellas cosas que la gente no se puede permitir no tenerlas, los insumos básicos, que son las causantes de dichas expectativas inflacionarias. Por otro lado, en otro pasaje de su discurso se refirió a la política de subsidios, argumentando que el aumento de tarifas restringiría el consumo fundamentalmente de sectores populares que gastan lo poco que tienen en bienes de la canasta básica, a propósito del reclamo que sectores de la oposición vienen haciendo en contra de lo que consideran el “descontrolado” gasto público del Gobierno. Finalmente, entre otras cosas, se refirió a los formadores de precios. Allí pidió responsabilidad a los empresarios y puntualmente aludió a las grandes comercializadoras, que en algunos casos compran la totalidad de la producción de alimentos a los productores y por ende tienen enorme influencia en la formación de precios.

Por lo tanto, del análisis de su largo discurso se desprende que el Gobierno tiene en claro, sino la solución, al menos uno de los grandes aspectos del problema: que la inflación es un proceso demasiado complejo que no se resuelve con criterios semánticos sino analizando un gran dilema estructural de la economía argentina, esto es, la alta concentración de la oferta en determinados rubros. Algunos indicadores de que el Gobierno ha tomado cartas en el asunto han quedado claros en los últimos tiempos y desmienten su supuesta inacción ante el alza de precios. Basta recordar la convocatoria al Acuerdo Social Tripartito, que empezó bien y luego se desdibujó, el acuerdo técnico con el FMI para la elaboración de un IPC nacional, la colaboración de un Consejo Académico interuniversitario para abordar la cuestión inflacionaria y el pedido a las consultoras privadas, so pena de apercibimientos, para que indiquen la metodología utilizada con la cual llegan a los porcentajes que siempre duplican o triplican los oficiales, altamente cuestionados.

El peligro de “la mano invisible”

Las posturas en pugna son reveladoras del posicionamiento ideológico sobre la economía, el rol del Estado, y el modelo de acumulación. Para sectores de la ortodoxia, un elemento central que explica la inflación es la presión de la demanda. En consecuencia, se llama a enfriar la economía, esto es, eliminar estímulos a la demanda (uno de los grandes ejes del modelo económico actual) que desaliente el consumo. Algunos mecanismos en ese sentido serían reducir el gasto público, limitar las negociaciones salariales y recomponer las tarifas de algunos servicios, por citar tres claves económicas planteadas por parte de la oposición al modelo económico kirchnerista. En definitiva, se trata de someter la estabilización de los precios confiando en “la mano invisible del mercado” y haciendo retroceder al Estado en su recuperación evidenciada desde el 2003.

Desde la heterodoxia, en cambio, se hace foco en la oferta, entre otras cuestiones. Y una de las claves de ese enfoque reside en reconocer aspectos de la concentración económica que, como se dijo, no suelen ser analizados a la hora de hablar de la inflación, donde abundan abordajes más efectistas que efectivos y profundos.

En este sentido, Santiago Fraschina, economista del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP), considera que analizar el contexto argentino es fundamental para evitar comparaciones forzadas con otros países que a igual tasa de crecimiento presentarían menores índices de inflación. Nuestro caso concentra- sostiene el autor en su artículo Cómo abordar el tema de la inflación publicado por Buenos Aires Económico el año pasado– una serie de procesos que combinados explican la puja distributiva sobre la cual se da el proceso inflacionario característico de nuestro país.

Esta consideración que realiza Fraschina es muy pertinente, ya que resulta habitual la exaltación permanente de los ejemplos chileno y brasileño, señalándolos como “los milagros” de la región y los modelos a imitar por crecer con bajos niveles de inflación, con el objetivo de criticar al Gobierno. Sin embargo, como señala el politólogo Matías Rohmer, tal comparación a menudo desconoce la situación que heredó el kirchnerismo antes del 2003, y que obligaría más a una revisión de errores propios antes que a una exaltación de casos ajenos. En ese sentido, Rohmer recuerda que, entre algunos de los ejemplos reveladores de la ineficacia neoliberal para lograr estándares de crecimiento económico acompañados de generación de riqueza, desde 1975 a 1995 el PBI per cápita del país no se modificó, esto es, durante 20 años la Argentina no fue capaz de impulsar un desarrollo que genere valor real en la economía.

Puja distributiva

Por lo tanto, confiar a recetas ortodoxas el manejo de la inflación representaría un peligroso retroceso en el proceso de crecimiento iniciado desde el 2003, consecuencia del permanente estímulo al consumo vía recuperación de salarios. La puja distributiva que subyace al problema inflacionario encuentra, por un lado, altos precios internacionales que orientan al productor de alimentos al mercado externo o a la venta doméstica de su producción a mayor precio para no perder rentabilidad, desplazando ciertos alimentos que agotan la oferta en detrimento del consumo interno. A eso se suma la característica señalada sobre la fuerte concentración económica en rubros puntuales. Los casos más emblemáticos son los del pan, donde sólo dos empresas (Bimbo y Fargo) concentran el 89% del mercado, la leche o el cemento, con apenas cuatro empresas (Loma Negra, Minetti, Avellaneda y Petroquímica Comodoro Rivadavia) disponiendo del 100% de la producción. De esta manera, con mercados monopolizados la discrecionalidad para fijar precios es mayor. Las empresas entonces aumentan los precios para mantener los niveles de redistribución del ingreso y poder incrementar los salarios.

Los sectores dominantes omiten estas características y explican la inflación únicamente por el continuo estímulo al consumo y a la demanda, por lo cual sugieren siempre desincentivarla.

Pero tal vez habría que concluir que, más allá de la polémica por saber a cuál de las mediciones creerle (oficial o privada), la experiencia argentina nos impone una serie de desafíos a la hora de analizar este proceso inflacionario. En primer lugar, intentar diversificar la matriz productiva del país, de manera de garantizar la soberanía alimentaria al menor costo posible. Al mismo tiempo, estimular la desconcentración económica, a fin de hacer más competitivos algunos mercados multiplicando una oferta que estimule precios más bajos. En todos estos casos, revertir la tendencia inflacionaria requiere intervención estatal para garantizar el beneficio a los trabajadores en la puja distributiva donde, a diferencia de las continuas recetas de los analistas del establishment, los sectores populares continúen siendo favorecidos por la política de inclusión actual.

* Politólogo UBA-CLICeT

Buenos Aires Económico
 

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