Se fue la hora de los gerontes; llegó la hora de los trabajadores

Por César González Trejo (*)

En Diciembre de 2010, publiqué un artículo bajo el título /“Recuperar renta nacional para el mercado interno”/, acerca del Proyecto de Ley del Diputado Nacional Héctor Recalde sobre la participación obrera en las ganancias empresarias.

Allí afirmé: */“No es casual que el debate sobre esa trascendente medida se encuentre desplazado en los medios de comunicación hegemónicos, por los embates judiciales y cuestionamientos de todo tipo contra la persona del secretario general de la Confederación General del Trabajo, Hugo Moyano, promotor de la iniciativa”/*.

La maniobra judicial ejercida desde Suiza, y operada con la complicidad de algunos sectores del Estado y de la mayor parte de los medios hegemónicos y casi todo el arco político opositor –de características farsescas-, no es la primera, y seguramente, tampoco será la última que deberá soportar el líder del Movimiento Obrero.

Desde el año 2003, el sostenido crecimiento económico argentino y la aplicación progresiva de políticas públicas de redistribución del ingreso, han posibilitado la reaparición protagónica en la escena pública de los trabajadores organizados.

Son muchos los avances de los trabajadores en esto últimos años. La actualización periódica de los salarios a través de la abandonada práctica de los convenios colectivos de trabajo, la realización de paritarias obrero-patronales, la recuperación de los aportes previsionales para el manejo del Estado (y que estaban en manos de la usura financiera), el otorgamiento de la asignación universal por hijo, el incremento del empleo en blanco, son algunas de las cuestiones que objetivamente han favorecido a los sectores sociales más afectados por las políticas liberales, aplicadas desde la caída del último gobierno del Gral. Juan Perón.

Como corresponde a una sociedad democrática, esto no ha ocurrido sin conflictos. Pero lo que ha resultado intolerable al conglomerado de intereses que conforman los sectores financieros externos e internos y los empresarios locales e internacionales – y que se manifiestan a través de sus empleados mediáticos y políticos vernáculos-, son los dos objetivos estratégicos impulsados por Hugo Moyano en el último año: la ya referida participación obrera en las ganancias empresarias y la decisión de recuperar espacios de representación política para dirigentes sindicales.

El espanto que estas dos iniciativas cegetistas ha generado en la estructura oligárquica argentina –diferente, por cierto, a la existente en la época de los primeros gobiernos peronistas, valga la aclaración-, es la verdadera clave de varios de los acontecimientos políticos contemporáneos y posteriores al fallecimiento de Néstor Kirchner.

La demonización de Hugo Moyano, blanco de operaciones mediáticas cotidianas, tanto con argumentos falaces como con argumentos atendibles, persigue el inocultable propósito de volver a replegar al silencio y al ostracismo, a los representantes de los trabajadores, única “corporación” genuinamente nacional y popular que queda en pie en nuestro país.

Cuando nos referimos a argumentos falaces, lo hacemos respecto a las prácticas por demás conocidas de personajes que han hecho de la denuncia hueca, fugaz e indemostrable, su negocio político constante.

¿Alguien recuerda las cajas “repletas de información” sobre la corrupción en la Argentina, importadas por Lilita Carrió de los EE.UU en connivencia con el Presidente de la Comisión de Inteligencia del Senado norteamericano? ¿Qué se hizo con esa información? ¿Existió algo más que las cajas de cartón que las embalaban, y las cámaras de TN que registraron su ingreso en el Aeropuerto de Ezeiza?

Cuando decimos argumentos atendibles, nos referimos a las justificadas sospechas que recaen sobre muchos dirigentes sindicales, convertidos en empresarios, socios y gerentes de los propios intereses que deberían equilibrar por su rol social.

También hacemos referencia a aquellas prácticas de perpetuación eterna al frente de las estructuras gremiales, impropias en cualquier organización humana que pretenda defender genuinamente los intereses de sus representados.

Pero todos esos vicios, realmente existentes en algunas organizaciones sindicales, serán revertidos por las propias bases obreras.

Quien no conoce la vida sindical en la actualidad, y sólo se entera de su existencia por la imagen construida por los grandes medios de prensa, ignora el interesantísimo proceso de integración de nuevas camadas de militantes, delegados y dirigentes gremiales, a partir de los últimos años. Es muy significativo este proceso de renovación especialmente en los sindicatos industriales y de servicios. Jóvenes de entre veinte y treinta y pico de años, integrados nuevamente a la vida laboral por el crecimiento de la actividad respectiva, agregan a la histórica defensa de los intereses laborales, la concepción juvenil de las prácticas políticas. Aires frescos circulan por las históricas sedes de los sindicatos.

La Juventud Sindical Peronista, también demonizada por la conocida presencia de uno de los hijos de Moyano a su frente, es un fenómeno dinámico, aún inexplicado y por lo tanto, menos comprendido. La cultura política mundial, y también la regional y nacional, han sufrido transformaciones tales, que han operado –a mi entender, positivamente-, sobre los nuevos sujetos que ingresan a la política.

Aunque sus padres o abuelos, en muchos casos, sigan manteniendo vínculos objetivos o emocionales con las estructuras políticas y sindicales en que ellos participan, su mirada es distinta, nueva y, en consecuencia, sus prácticas también serán diferentes.

Y este proceso, irreversible pero no sin esfuerzo, también es mérito –y es necesario reconocerlo-, de los actuales dirigentes de la CGT, que encabezados por Hugo Moyano, los alientan, aunque no entiendan completamente sus alcances y proyecciones.

Algo parecido a lo que pasa en otros ámbitos de la vida, entre padres e hijos.

El gorilismo pequeñoburgués, lleno de prejuicios antiobreros, que recogen las válidas argumentaciones de cambio, pero que aplican concretamente como acciones descalificadoras del conjunto de las organizaciones y dirigentes sindicales, históricamente han servido como “pata izquierda” del campo antinacional y antipopular.

Otro de los importantes desafíos que tiene que asumir el Movimiento Obrero –y Moyano ha dado varios gestos positivos en ese sentido-, es asumir la representación y defensa no sólo de los trabajadores incluidos en el mercado laboral, sino la de los trabajadores desocupados. No existe ninguna posibilidad que un movimiento obrero como el argentino, se convierta –como consecuencia del sistema de exclusión neoliberal-, en una “aristocracia” obrera, que defiende exclusivamente los privilegios salariales y sociales de los trabajadores incluidos, y deja a su suerte a los trabajadores excluidos. Ello puede ocurrir en países que no vivieron un “proceso civilizatorio” (al decir del antropólogo brasileño Darcy Ribeiro), como fue el peronismo.

Y aquí –le guste a quien le guste-, el movimiento obrero organizado tiene su impronta esencial y su destino, en Juan Domingo Perón y sus tres banderas aún vigentes: Soberanía Política, Independencia Económica y Justicia Social. Y un movimiento de esa naturaleza, no puede dejar “a la buena de Dios”, a millones de argentinas y argentinos que aún no se encuentran representados por las organizaciones sindicales.

Creemos, sinceramente, que a eso y por ello, se refiere Hugo Moyano, cuando define al presente y al futuro inmediato como “La Hora de los Trabajadores”.

Allí estaremos, como parte integrante de las 62 Organizaciones Peronistas, algunos de los que tuvimos el honor de defender a nuestra Patria en 1982.

(*) Combatiente en Malvinas
 

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