Los lobos y el saqueo

Por Guillermo Marín *

De acuerdo. A la fecha no hay saqueos en tierras niponas. Habría que esperar si con el correr de las horas, cuando el agua, la comida, la ropa y otros artículos de primera necesidad sean en su totalidad lamidos por la lengua verde y mortal de la radiación, la cosa cambie y para peor. Dios quiera que eso no pase. Son algo más de cien millones de bocas, de cuerpos que necesitan de todos esos medios para sobrevivir. No se trata de soltar un pensamiento apocalíptico así porque sí. No trato de echar fuego sobre el fuego. Intento rebatir ese pensamiento ramplón de algunos periodistas de los grandes medios nacionales que dicen haber vivido un tiempo junto a esa cultura y que creen conocer y comprender por demás. No dudo de que la conozcan. Dudo de que la perciban en profundidad. No escatimo las buenas intenciones de otros colegas que se encandilan con esa idea de grupo de pertenencia que se autoabastece en una especie de sociedad utópica, con un Estado como el que soñó Platón en La república, donde la empatía goza de un prestigio inagotable. En donde todo es orden y progreso rematado por inclinaciones de cabeza como símbolo de humildad y respeto. Pero ese conocimiento les impide a mis colegas ver. Mirar al hombre. Escudriñarlo en todo su patetismo no hoy, sino a través de los años, de los siglos. De juzgar su ceguera. Comprender que más allá de un azaroso tsunami que devastó miles de vidas, la energía nuclear controlada o no, es un arma letal y, con ello, mortífera para toda la humanidad. Y nada tiene de azaroso que hoy unos cuantos reactores con el más refinado uranio en sus entrañas estén por volar por los aires y con ello convertir a un país en un fastuosos microondas ¿De qué sirve tanto civismo, tanto saber cuáles son los límites ciudadanos cuando no ya Japón, sino otras potencias del primer mundo, inauguran centrales nucleares como supermercados? ¿De qué les vale a esos hombres y mujeres tan parsimoniosos ser calmos y políticamente correctos si no conciben desde el vamos que están sentados sobre una bomba de tiempo que ellos mismos fabricaron? ¿Dónde quedó el respeto por la vida? Y lo saben. Como sabrán, supongo, que haber seguido financiando alternativas a la fusión nuclear sigue siendo la mejor garantía para cuidar la propia casa. Máxime si se trata de salvaguardar el planeta donde pareciese que los japoneses no viviesen. No lo entiendo. Una de las sociedades más civilizadas del planeta y que ya probó el horror en Hiroshima y Nagasaki no escarmienta. ¿Cómo es posible que una comunidad admirada por su capacidad de previsión, no haya reparado en cuantiosas medidas de seguridad sobre esos obsoletos calderos recostados sobre un suelo crítico y proclive a los terremotos? Con todo, le contesto al periodismo prosaico: si bien sólo tres de cincuenta y cinco reactores que posee Japón a lo largo y ancho de su territorio fallaron ante el terremoto, eso no justifica nada. Eso será sólo estadística para una planilla insulsa que manipulará un esmerado ingeniero japonés. Un solo reactor que explota (piénsese en los desmanes que causó una sola central en Chernobyl; un problema que aun hoy Ucrania no logra cerrar) compromete la vida de cientos de miles de seres humanos.

Estados Unidos, China y Japón fueron, en los últimos veinte años, los tres países que más desperdicios de todo tipo han producido a lo largo de la historia de la humanidad. Lo han hecho sin importarles un cuerno el medio ambiente. Tanto los gobiernos de Japón como los de China, han hecho poco y nada en materia de ecología. Sí se han esmerado mucho por depredar a destajo ballenas, suelos, atmósfera, mares y ríos. Son, junto con otros países europeos los responsables del calentamiento global. Las últimas cumbres mundiales por el medio ambiente dan cuenta de ello. Y lo peor es que en esos mismos eventos donde se advertía sobre los graves incidentes climáticos que padecería el mundo en lo inmediato y por culpa de la mano del hombre, las potencias asiáticas se burlaron de todo y de todos. Sin saber que esos desaires son los mismos que hoy no abundan en las largas colas de los aeropuertos y estaciones de trenes con, esos sí, ciudadanos en simétricas y ordenadas filas para escapar de una caldera made in japan a punto de reventar. Me angustiaba saber que entre esos habitantes del primer mundo, había una familia de argentinos del tercer mundo que espera luz verde para echarle unos galones de nafta al automóvil y emprender una salida incierta. Hoy, por suerte, están en suelo argentino.

Pienso en todo lo anterior y me pregunto si habrá un nuevo amanecer para Japón y me asalta una frase insolente: “El hombre lobo del hombre”. Nada más actual y vivo que el pensamiento de Thomas Hobbes. En situaciones límite, la parsimonia y las buenas costumbres es pura cáscara. Cuando la sed y el hambre aprietan no hay alternativas ni atenuantes. El caos es el primer escalón del infierno. Es curioso. Japón es un país con una de las tasas más altas de suicidios del mundo. Lo extraño es que esas autoinmolaciones acaso masivas tanto de adultos como de adolescentes, responden a motivos de salud y de presión económica: dos factores que ya en la isla están haciendo los primeros estragos. Entonces me embisten otros interrogantes más impertinentes: ¿Qué lección nos está dando el pueblo japonés con su serenidad en estas horas dramáticas? ¿Con qué superficialidad estamos juzgando al hombre moderno con su feroz escalada materialista a cuesta? Tenerse a ellos mismos en esta triste jornada acaso solo les sirva para mirarse un tanto más de cerca a los ojos y cuestionarse si valió o no la pena el progreso sin coto alguno. Acaso la paciencia le sirva al pueblo japonés para golpearse con estoicismo el pecho. Pero por sobre todo, con la íntima consciencia de que si las malditas circunstancias le tienen reservada una era apocalíptica, que solo sea semejante a la que ellos mismos crearon.

* Periodista y escritor

desechosdelcielo@gmail.com

Marzo 2011
 

      Todos los libros están en Librería Santa Fe