Armenia:
El exterminio de una nación
Por
Roberto Bardini
De 1895 a 1896 por órdenes del último sultán del Imperio Otomano, Abdul Hamid II,
se masacran 300.000 armenios cristianos. En 1909, la rebelión de los Jóvenes
Turcos –movimiento de universitarios y militares– derroca al genocida, pero lo
que sigue es un ensayo de lo que después se conocerá como “solución final”.
El 24 de abril de 1915, durante la Primera Guerra Mundial, 600 líderes e
intelectuales de la comunidad armenia en Estambul son arrestados y asesinados.
Se les acusa de colaborar con el Imperio Ruso, enfrentado a Turquía. A partir de
entonces, en un período de cinco años, un millón y medio de armenios es
aniquilado sistemáticamente.
El 15 de septiembre de ese año, el ministro del Interior, Talaat Pachá, envía un
telegrama a la Prefectura de la ciudad de Alepo –al norte de Siria, entonces
parte del Imperio Otomano– con una directiva: “El gobierno ha decidido
exterminar totalmente a los armenios habitantes en Turquía. Sin miramientos por
las mujeres, los niños y los inválidos, por trágicos que pueden ser los medios
de exterminio, sin escuchar los sentimientos de la conciencia, se debe poner fin
a sus existencias”.
El 6 octubre, menos de un mes después , lord James Bryce, político y jurista,
comparece en la Cámara de los Comunes de Gran Bretaña y declara:
“La totalidad de la población armenia, en cada ciudad y en cada aldea, fue
arrojada fuera de sus casas. Los individuos eran lanzados a la calle; algunos
hombres fueron reducidos a prisión, y allí se les dio muerte, después de
someterlos a tortura en algunos casos; a los demás hombres, con las mujeres, se
les hizo marchar fuera de las poblaciones. A cierta distancia de éstas se los
separaba. Los hombres eran conducidos a algún lugar en la montaña, en donde los
soldados o las tribus kurdas, llamadas a colaborar en la obra de exterminio, les
daban muerte a balazos o a bayoneta”.
Entre 1915 y 1923, cien mil armenios emigran hacia Irak, Siria y Líbano.
Alrededor de 200.000 –sobre todo mujeres y niños– son islamizados por la fuerza.
Mil quinientos templos cristianos son destruidos. El poeta Avedik Isahagian
(1875-1957) escribe: “Nacer armenio es una desgracia y vivir como armenio es
heroísmo”.
En su momento, las víctimas sólo cuentan con las voces solidarias de los
franceses Anatole France y Jean Jaurés, quienes intentan llamar la atención ante
la indiferencia mundial.
“Desde los tiempos de Temerlán, la historia no ha vuelto a registrar un crimen
tan horrendo y llevado a cabo en tan gran escala”, sostiene el historiador
británico Arnold Toynbee, quien colabora con lord Bryce en la redacción del
libro Las Atrocidades en Armenia: El Exterminio de una Nación, editado en 1916,
que fue traducido y publicado en Buenos Aires ese mismo año. Cuando Toynbee
escribe esas palabras, aún no se han ejecutado las masacres de judíos en la
Segunda Guerra Mundial ni las matanzas ordenadas por José Stalin en la Unión
Soviética.
Henry Morgenthau, embajador de Estados Unidos en Turquía, redacta un informe que
posteriormente es editado en su autobiografía, publicada en 1918, como el
capítulo El Asesinato de una Nación. Narra el sufrimiento de mujeres y niños
famélicos, deportados a pie a través del desierto rumbo a Irak o Siria, y
describe torturas, linchamientos y violaciones. “Las grandes matanzas del pasado
parecen insignificantes cuando se comparan con los sufrimientos de la raza
armenia en 1915”, señala el diplomático.
Uruguay fue el primer país que, en 1965, reconoció el genocidio armenio. La
subcomisión de derechos humanos de la ONU lo hizo recién el 29 de agosto de
1985, seguida por el Parlamento Europeo el 18 de junio de 1987. Israel, después
de décadas de negarse sistemáticamente a mencionar el tema, en 1994 aceptó
informalmente que los armenios fueron “víctimas de matanzas”.
Turquía niega hasta hoy el término “genocidio”. El gobierno reconoce que
perdieron la vida entre 250.000 y medio millón de armenios, pero insiste en que
fue “represión contra una minoría culpable de colaborar con el enemigo ruso en
la Primera Guerra Mundial”.
A Hollywood, cuyos productores se han enriquecido produciendo bodrios
desgarradores sobre campos de concentración, nunca le interesó el tema.
Bambú Press