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Continuidades
y estrategias del neoliberalismo a 35 años del Golpe y 20 del Plan de
Convertibilidad
Por Arturo H. Trinelli
Se acaba de cumplir un nuevo aniversario del Golpe de 1976, que provocó una gran
y masiva concurrencia en Plaza de Mayo para recordar a las víctimas del
terrorismo de Estado.
Pero además el recordatorio es oportuno para analizar las consecuencias
económicas que la última dictadura militar produjo en el país, complementadas en
democracia durante el menemismo, que por estos días también evoca una de sus
fechas más emblemáticas: el 1 de abril de 1991, hace 20 años, entraba en
vigencia la Ley 23.928 de Convertibilidad, sancionada días antes en el Congreso.
Se trata, pues, de jornadas donde las efemérides económicas imponen una revisión
de lo que fue el período de mayor expansión del neoliberalismo en la Argentina,
comprendido en sus dos etapas más emblemáticas, entre 1976 y el 2001.
Un elemento común del plan económico aplicado durante ambos períodos fue el
intento por modificar el peso y el balance de poder entre sectores e intereses
económicos, locales y externos, dando paso a una economía que se diferenciaría
notablemente de su antecesora por sustitución de importaciones, impulsada por el
peronismo hasta el golpe del ’55.
La Argentina, desde fines de los ’60 y principios de los ’70, había vivido
agudos conflictos sociales y políticos que desembocaron en grandes
movilizaciones, como el “Cordobazo” de 1969, y la emergencia de grupos
radicalizados que de a poco fueron asumiendo protagonismo en la escena política
nacional. Por eso, la principal convicción de los responsables de la dictadura
de 1976, y de los sectores que la apoyaron, fue que las proscripciones políticas
eran insuficientes para eliminar alianzas populistas y sus presuntos peligros
sobre el orden social establecido. Ir más a fondo suponía tener que desmantelar
esas alianzas asentadas sobre el aparato productivo industrial. Esta
modificación, desde luego, impuso procedimientos distintos en ambas etapas, pero
la lógica y el sentido era la misma: modificar la estructura económica. Para
ello, había que resucitar la legitimidad social perdida con la dictadura con un
nuevo gobierno que, ya en democracia, diera renovado contenido e impulso a las
políticas neoliberales.
Esta modificación impulsada entre 1976 y 2001 se forjó principalmente sobre tres
principios: el rol del Estado, el modo de acumulación y la distribución de la
riqueza. Así, en torno a estas tres variables el neoliberalismo estructuró todas
y cada una de sus políticas económicas, donde por supuesto la violencia y el
terrorismo de Estado que ejerció la dictadura para implementarlas fueron las más
repudiables.
En ambas etapas, fundamentalmente durante los noventa, se sometió al aparato
estatal a un brutal endeudamiento externo e interno, y la necesidad de achicarlo
y despojarlo de cualquier control imposibilitaba volver a imaginar un Estado
activo y garante de las relaciones económicas. El designio neoliberal vinculaba
todo lo estatal a lo corrupto, ineficiente y burocrático, de manera que hacerlo
intervenir lo menos posible en los mercados resultaba fundamental. Con este
pretexto, se avanzó en las privatizaciones, el brutal endeudamiento por la falta
de control y la pérdida de soberanía sobre la explotación de los recursos
naturales, entre otros ejes de política económica con consecuencias en el
presente.
El neoliberalismo, además, fue funcional a la drástica redistribución regresiva
del ingreso y sirvió, sobretodo, para anular o limitar el accionar de
instituciones y organizaciones políticas, sociales y sindicales. Abrir la
economía, reducir el Estado y privatizar empresas públicas, achicar el poder
sindical y equiparar el capital extranjero al local eran demandas frecuentes de
lobbistas, cámaras, empresarios y escribas del establishment. El epílogo del
neoliberalismo en la Argentina es historia reciente: la crisis del 2001 fue la
consecuencia directa de la amplísima hegemonía del conjunto de intereses
dominantes desde 1976, y demostró la inconsistencia estructural de las políticas
derivadas de sus demandas, además de un carácter profundamente antinacional.
A continuación, se destacan en particular algunas de estas variables sobre las
cuales se pueden establecer continuidades en la política económica neoliberal
característica de ambas etapas.
Endeudamiento y rol del FMI
En su libro Historia económica, política y social de la Argentina, Mario
Rapoport identifica dos etapas en este período de endeudamiento bajo gobiernos
de facto. La primera se dio entre 1977 y 1979, y tuvo como protagonista al
sector público. Como había complicaciones para acceder al crédito interno, se
buscó financiamiento durante esos años a través de la banca internacional. La
idea era acumular reservas de manera de ejecutar una política de estabilización
basada en el tipo de cambio. Así, la manipulación del tipo de cambio fue un
formidable negocio para la intermediación financiera.
La segunda etapa abarcó los años 1980 y 1981 y estuvo relacionada con los
constantes desequilibrios de la balanza de pagos. Favorecidos por la apertura
comercial y el tipo de cambio, se incrementaron las importaciones, los gastos
turísticos en el exterior, y la remisión de utilidades por parte de empresas
extranjeras a sus casas matrices, en un preludio de lo que durante los noventa
sería uno de los grandes motivos de la fuga de divisas, en parte como
consecuencia de las privatizaciones. Esto hizo que el saldo de la balanza
comercial pasara de un superávit de u$s 1102 millones a un déficit de u$s 2527
millones en apenas un año. El motivo no sólo fue la precipitada avalancha de
importaciones de bienes de consumo sino, además, las erogaciones “extras” que
incluían la compra de material bélico, razón por la cual Argentina incrementó su
deuda externa en u$s 10 mil millones.
Menem recibió un país endeudado en más de u$s 60.000 millones y con pagos de
intereses atrasados por cerca de u$s 8.300 millones. El Gobierno pudo mantener
la cesación de pagos hasta que renegoció los compromisos en el Plan Brady de
1992. El plan se orientaba a la doble estrategia por preservar la buena salud
del sistema financiero norteamericano y, al mismo tiempo, reconocer a la
Argentina como ejemplo internacional para mostrar al mundo que las
transformaciones propuestas por el Consenso de Washington, sintetizadas en la
trilogía privatización-liberalización-desregulación, eran las más acertadas para
hacer frente a situaciones financieras complejas como las que vivían todos los
países endeudados. Seis años más tarde, el monto de la deuda pública en moneda
extranjera ascendía a los u$s 116.000 millones. Ese alivio inicial que deparó el
Plan Brady en realidad fue compensado con la consolidación de otras deudas del
Estado Nacional con jubilados y proveedores, y la estatización de la deuda
pendiente de las empresas públicas al momento de privatizarlas.
El paso por el Gobierno durante los diez años de gestión de Menem supuso un
incremento del 133% de la deuda externa, pasando de u$s 62.200 en 1989 a más de
u$s 144.000 millones diez años después. La Alianza no se quedó atrás en términos
de endeudamiento. Entre 1999 y 2001, la misma se incrementó a u$s 166.272, un
14% más. Parecía, por lo tanto, que resolver el problema de la deuda externa era
una constante fuga hacia adelante de parte de todos los gobiernos democráticos
desde la última dictadura militar, y que la sujeción a las recetas impuestas por
el FMI constituía una irremediable condición a la que debía someterse cualquier
administración decidida a no modificar las reglas de juego básicas de la
política económica.
Salarios y distribución de la riqueza
“El salario real ha llegado a niveles excesivamente altos en relación a la
productividad de la economía”, sostenía el Ministro José Martínez de Hoz al
momento de asumir sus funciones en 1976, resumiendo en una frase lo que sería la
propuesta y el sentido de su plan económico en relación a los salarios. El
congelamiento y control de los salarios nominales redujo la participación de los
mismos en el ingreso nacional desde el 45% de 1974 al 26% en 1983. De igual
modo, el aumento del desempleo fue uno de los motivos que generó mayores
consecuencias regresivas en la distribución del ingreso. Durante los noventa, el
20% de la población de mayores ingresos incrementó un 3,2% su participación a
costa de todo el resto.
En el período comprendido entre 1976 y el 2001 la Argentina experimentó fuertes
cambios en la distribución de la riqueza. Las políticas erráticas del
neoliberalismo explican este aumento de la desigualdad. La trayectoria, sin
embargo, no fue lineal. Entre mediados de los ‘70 y principios de los ‘80 la
desigualdad se incrementó fuertemente. Durante los ‘80, a pesar de la tendencia
hiperinflacionaria, la distribución del ingreso se mantuvo estable. Pero ya a
fines de esa década y hasta la crisis del 2001 los niveles de desigualdad se
incrementaron notablemente.
La estrategia en la distribución intersectorial del ingreso consistió en
transferirlo desde las actividades urbanas e industriales a las agropecuarias, a
través de una progresiva reducción de las retenciones a las exportaciones. En
realidad, esa transferencia se dio desde bienes transables internacionalmente,
como manufacturas y bienes primarios diversos, sujetos a la apertura de la
economía y la sobreevaluación cambiaria característica de ambos procesos, a
bienes no transables, como los servicios, sin competencia del exterior en el
mercado interno.
El brazo ejecutor de estas políticas fueron dos de las medidas más emblemáticas
de cada etapa: la “tablita cambiaria” y la Convertibilidad. La tablita, pensada
para contener una inflación que entre 1975 y 1976 registraba un promedio de
566%, era esencialmente un sistema de devaluaciones preanunciados para los
empresarios para que éstos supieran cómo y cuándo se iba a devaluar. Consistía
en ajustes de la paridad muy por debajo del aumento de los precios internos y,
consecuentemente, una sobreevaluación del tipo de cambio con serias
consecuencias para la producción y el empleo, pero funcionales a la especulación
financiera y la fuga de capitales.
En el mismo sentido, la Convertibilidad, también pensada para resolver el
endémico problema inflacionario que hasta entonces tenía la Argentina,
estableció un tipo de cambio fijo que restringía cualquier manipulación de
política monetaria, en la medida en que la masa de dinero circulante debía estar
respaldada por su equivalente en dólares en el Banco Central. En consecuencia,
el encarecimiento de la producción local y los costos laborales internos fue
progresivamente desmantelando el mercado de trabajo y llegó, en la crisis del
2001, a registrar un 25% de desocupación, casi un 50% de pobres y una brecha
entre los sectores de más y menos recursos sin precedentes hasta entonces.
Trabajo
Todos los gobiernos desde mediados de 1975 procuraron, con diferentes métodos,
debilitar la representación sindical y flexibilizar las condiciones de trabajo.
El ejemplo más emblemático de esta tendencia fue la Ley Nacional de Empleo
impulsada en 1991 por el menemismo, que permitió disminuir la indemnización por
despido y permitía el trabajo temporal, dando lugar a una tendencia a la
precarización laboral característica de la década y que, pese a los esfuerzos y
las mejoras, aún cuesta mucho revertir.
Las reformas laborales más significativas para el sector privado ocurrieron
después de 1991. En efecto, bajo la presión de parte del sector empresario y de
los organismos internacionales de crédito- con mayor protagonismo en el diseño
de políticas económicas en el país - el Gobierno menemista asumió la tarea de
extender las reformas estructurales al campo laboral. Las más importantes se
centraron en la reducción de las contribuciones patronales, la flexibilización
de los contratos laborales y la introducción de capital privado en el ámbito de
la seguridad social y la atención de la salud. En el mismo sentido, se tomaron
decisiones tendientes a deslegitimar la capacidad de intervención y negociación
sindical en diferentes aspectos. La política de reformas se estructuró, por un
lado, a nivel del proceso productivo, a partir de la flexibilización y reducción
de los costos laborales por la disminución de impuestos, cargas sociales y
recortes salariales. Por otro lado, a nivel político la reforma apuntó al
debilitamiento del poder sindical, con descentralización de la negociación
salarial llevándola al ámbito de la empresa - que pasó del 19% en 1991 al 87% en
1999 – y por la quita del manejo centralizado de las obras sociales de los
sindicatos. Estos datos son importantes porque entre 1993 y 1999 significaron
una transferencia anual acumulada a las empresas superior a los u$s 19 mil
millones.
Y el elemento más reciente que completó este proceso de precarización y
flexibilización fue la reforma laboral impulsada por la Alianza en el 2000, con
el escándalo de las coimas en el Senado, que fue el principio de ruptura de la
coalición gobernante.
Además, la tasa de desocupación del 25% a fines del 2001 impuso la precarización
simbólica de aceptar condiciones de trabajo inferiores a la legislación ante el
temor de perder el empleo.
Industria y privatizaciones
A grandes rasgos, la dictadura militar tuvo un impacto notable en el
desmantelamiento industrial, que había sido consolidada durante el peronismo,
guiado por la lógica de articular una sociedad basada en un ajuste estructural
regresivo con clara hegemonía financiera. Del modelo por sustitución de
importaciones basado en la expansión fabril se pasó a un modelo financiero de
apertura económica. Esto condujo a una concentración del capital y una
extranjerización de la economía, emblemática también durante los noventa. Se
trató concretamente de cuestionar al sector manufacturero como patrón de
acumulación y redefinir el papel del Estado en la captación y asignación de los
recursos.
La ley de Inversiones Extranjeras durante la gestión de Martínez de Hoz fue el
marco jurídico para la desnacionalización del aparato productivo, otorgándole a
las empresas extranjeras los mismos derechos que a las nacionales, complementado
con una reducción de los aranceles a la exportación, que en promedio pasó del
90% al 40%. La participación del PBI industrial en el PBI total fue cada vez más
baja, hasta representar apenas un 15% en el 2001.
El corpus legal que impulsó el menemismo para complementar el desmantelamiento
industrial iniciado por la dictadura y avanzar en las políticas reclamadas por
el FMI fueron la Ley de Emergencia Económica y Reforma del Estado, que dio lugar
a las privatizaciones. La primera de ellas suspendió por 6 meses la promoción
industrial y la Ley de “Compre Nacional”, que obligaba al Estado a priorizar en
sus compras a empresas nacionales. La segunda sirvió de fundamento legal para
emprender el proceso de privatización de empresas públicas, a partir de lo cual
se autorizaba al Estado a intervenirlas, diluir sus directorios, recomponer su
administración y modificar sus formas societarias. Además, también supuso la
privatización del sistema previsional, generando un sistema excluyente y el
manejo de los recursos previsionales por parte de empresas privadas. Los
criterios siempre eran los mismos: buscar “eficiencia” en la prestación de
servicios sólo en el mercado, en desmedro de un Estado desbordado que
paulatinamente iba cediendo espacios en el manejo de las relaciones económicas y
sociales.
Conclusiones
¿Por qué el neoliberalismo sobrevivió a la dictadura, a pesar de haber
demostrado entonces las nefastas consecuencias que su plan económico había
producido en el país? Priorizar el fortalecimiento democrático fue, quizás, uno
de los motivos por los cuales el modelo neoliberal pudo reconvertirse y volver
con más fuerza durante la década del noventa, relegando a un segundo plano el
análisis y la reflexión sobre los resultados de política económica durante su
primera etapa.
Carlos Marx dijo alguna vez que la historia suele repetirse, primero como
tragedia y luego como farsa, y que lo segundo anuncia la clausura de un ciclo
histórico. En términos económicos, el menemismo pudo haber sido la farsa de la
dictadura, ¿pero habrá clausurado el ciclo histórico neoliberal en la Argentina?
El interrogante está abierto, y frente al año eleccionario se impone la
necesidad de repensar su respuesta. La farsa neoliberal no debería dejar duda en
torno a un dato revelador de su influencia: Argentina vivió, entre 1946 y 1974,
la etapa económica más expansiva hasta ese momento, con graduales niveles de
distribución del ingreso y un PBI creciendo en promedio a 4% anual, el período
de crecimiento más largo de su historia. Sin embargo, a partir de 1976, el
cambio en el régimen de acumulación, estructurado en torno a la apertura
económica, la desregulación, y la valorización financiera, condujo a un proceso
de desindustrialización, reprimarización económica, endeudamiento y
desmantelamiento del mercado interno, que implicó el absurdo de registrar en el
2001 un PBI per cápita inferior incluso al de 1974, y recién superado a partir
del 2005. Es decir, ni una mínima generación de riqueza en treinta años. Tres
décadas de estancamiento económico que el calendario de abril invita a recordar,
para que el histórico reclamo por el Nunca Más refuerce y complemente el pedido
por el más reciente- pero no menos importante- Nunca Menos.
* Politólogo UBA- CLICeT
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