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La
Triple Alianza contra los países del Plata
Por José Luis Muñoz Azpiri (h)
Guerra del Paraguay. La Triple Alianza contra los países del Plata
Leonardo Castagnino
Ediciones Fabro, Buenos Aires, 2011, 555 páginas
Don Arturo Jauretche, con su socarronería habitual, solía decir que en las
mañanas en que se encontraba algo dubitativo, leía “La Nación” para hacer
exactamente lo contrario a las propuestas del diario. A mí me sucede algo
similar con los personajes históricos y políticos de antaño y hogaño: Basta que
determinados sectores los estigmaticen con determinados calificativos, tales
como “déspota”, “tirano”, “sanguinario”, “dictador” etc., para que
inmediatamente les tome simpatía o, al menos, curiosidad. No hace mucho, en
1971, en uno de los boletines de la Academia Nacional de la Historia, el
bisnieto del general Paz, admirador confeso de Mitre y autor de un libro y
varios artículos sobre la guerra del Paraguay, escribió:
“Se ha escrito mucho sobre los “antecedentes” de nuestra guerra con el Paraguay.
Se han buscado causas imponderables y remotas; se ha estudiado un largo proceso
que tendría su origen en la Colonia y que habría hecho crisis en 1865; se ha
vinculado ese conflicto bélico con el sentimiento autonómico del pueblo
paraguayo, ya exteriorizado cuando la expedición del general Belgrano en 1810.
Algunos investigadores, menos propensos a interpretaciones de largo alcance, han
visto en el conflicto bélico entre Paraguay y la Argentina una consecuencia
natural de la intromisión de Mitre en las cuestiones internas uruguayas, y de la
astuta diplomacia de Itamaraty, que nos arrastró a la guerra para procurarse un
aliado en la que ya sostenía contra el país mediterráneo. El autor de estas
líneas viene sosteniendo una explicación más simple. Nuestra guerra con el
Paraguay fue desencadenada por la formación mental de un hombre, cuya soberbia,
altanería, orgullo y vanidad, lo llevaron inexorablemente a ese desenlace. Tal
era el Mariscal Francisco Solano López. Su simple título militar, en un país de
paz, trabajador, dócil y feliz, desentonaba, notoriamente, con las sencillas
costumbres de su pueblo, y chocaba, desde luego, con la sensibilidad de las
repúblicas del Plata”.
Ni el Paraguay fue “dócil” desde su nacimiento, ni los países hispanoamericanos
fueron de “paz” tras declararse independientes. Esta ha sido la versión
imperante desde Mitre hasta hoy sobre la contienda que enlutó cuatro naciones,
supuestamente desencadenada por un megalómano enajenado que, al igual que el
“tirano de Buenos Aires” aislaron a sus países del resto del mundo o se
permitieron enfrentarlo. No en vano, el Restaurador de las Leyes había
obsequiado su sable a Solano López en reconocimiento a su viril defensa de la
soberanía, así como él también había recibido el del Libertador por idénticos
motivos. Este nuevo aporte de Leonardo Castagnino, que se suma a su “Juan Manuel
de Rosas. Sombras y verdades” junto a sus cotidianos aportes desde la “Gaceta
Federal”, constituye un mesurado y riguroso análisis sobre las causas y
consecuencias de esta tragedia americana.
Tras la caída de Rosas y la consolidación unitaria en nuestro país, los
gobiernos de la Argentina y Brasil se acercaron y decidieron la manera de regir
conjuntamente los destinos de la zona. Ambos mantuvieron excelentes relaciones
con las principales potencias europeas y siguieron una política económica que
ofreciera las máximas libertades a las mercaderías y los capitales ingleses y
franceses.
Uruguay, objeto de feroces disputas durante la época de Rosas, fue pacificándose
bajo la influencia de sus dos grandes vecinos y de Inglaterra y de Francia.
Venancio Flores, caudillo colorado sucesor de rivera, llegó a un acuerdo en 1855
con el general Oribe y los blancos, en el sentido que el gobierno lo tomara,
alternativamente, cualquiera de los dos partidos, y que la selección de
mandatarios fuera aceptable para ambos. Conforme a esos principios, se escogió
primero a Gabriel Pereira, blanco moderado, y luego a Bernardino Berro, amigo de
los colorados. Ambos fueron aceptables y aceptados. Pero en 1864 fue elegido
presidente de la República el representante del Partido Blanco, Anastasio
Aguirre, Venancio Flores no pudo entenderse con Aguirre, lo desconoció, y se
alzó en armas con los Colorados el mismo año.
Más hacia el oeste, Paraguay se encontraba bajo el mando de Francisco Solano
López, hijo del presidente anterior, Carlos Antonio López. La historia de la
nación paraguaya desde la época colonial había sido violenta y peculiar, dando a
ese país rasgos especiales que lo diferencian de sus vecinos. Los indios
guaraníes, de apreciable adelanto cultural autóctono, de origen Caribe y que
habían llegado a las nacientes del plata buscando la “Tierra sin Mal”, han
dejado hasta hoy profunda huella en el carácter nacional paraguayo. En el siglo
XVIII, Paraguay fue el escenario de importantes movimientos comuneros, de
reivindicaciones democráticas expresivas del sentir de las capas medias y las
masas populares. Hemos dicho en alguna oportunidad que: “Poco o nada tuvieron
que ver con nosotros las guillotinas de la revolución francesa o las pelucas
empolvadas de los señores de Virginia. Treinta y nueve años antes de aparecer en
Francia el “Contrato Social” de Rousseau, hubo el levantamiento de los comuneros
del Paraguay”. Por otra parte, en ese mismo siglo se desarrollo en el Paraguay
el extraordinario ensayo social de las Misiones jesuíticas: casi un Reino de
Dios sobre la Tierra, donde la economía y la organización social, aseguraban a
cada quien el bienestar, la seguridad total y el desenvolvimiento de la
personalidad dentro del marco de las doctrina cristianas y la paternal
supervisión de los sacerdotes de la Compañía de Jesús. El “Imperio Jesuítico” –
al decir de Lugones – dejó profundas huellas en la economía, política y
tradición paraguayas. Como un singular producto de esta tradición, jamás logró
consolidarse en el Paraguay una fuerte clase latifundista. El gobierno del
Doctor Francia ahondó esta tendencia, creando una clase de pequeños productores
y, apoyados en ella, un poderoso ejército. El aislamiento del Paraguay no era
resultado de la misantropía del doctor Francia, según afirman frívolamente
algunos eruditos, sino la expresión histórica de la disgregación nacional
sobreviniente a la lucha de independencia de España en el Río de la Plata.
Idéntico destino corrieron también Uruguay y Bolivia. Ya en las primeras páginas
de la obra, Castagnino destaca las torpezas y la prepotencia de la Junta de Mayo
con la altiva nación guaraní, germen de lo que resultaría en su separación
definitiva de la Confederación.
Paraguay se había independizado de la dominación española en 1814, bajo la
jefatura fundamental de Gaspar Rodríguez de Francia, quién posteriormete se
convirtió en el dictador absoluto del país, permaneciendo en el poder hasta
1840. Inmortalizado por Roa Bastos en “Yo, el Supremo”, Rodríguez de Francia
sumaba al Paraguay a los fenómenos mitológicos que según Alejo Carpentier, están
muy lejos de agotarse en nuestra América. “Después de la afanosa búsqueda de El
Dorado – destaca juan Carlos Cardinali -, del cerro del Potosí, de las fantasías
rivadavianas sobre los yacimientos de Famatina, el esoterismo paraguayo
desvelaba a los aventureros del Viejo Mundo”. El Paraguay se había aislado
durante treinta años, aún así, cerrado hacia el exterior, no dejó de exportar
tabaco, frutos, maderas y yerba mate. En la década del treinta se empezó a
exportar algodón, que tendría una trascendencia futura por el interés de los
mercados ingleses. Como no efectuaba importaciones, su balanza comercial se
acrecentaba años tras año. Un territorio autosuficiente y sin pobreza iba a
quedar a la muerte de su jefe Rodríguez de Francia. Lo que no tenía era libertad
política, pero tampoco esclavos como el Imperio del Brasil, ni enviaba
expediciones punitivas para someter al interior, como en la Argentina.
Al asumir Carlos Antonio López, continúa la política proteccionista de su
predecesor. “Hombre culto y conocedor de los adelantos técnicos – dice Leonardo
Castagnino – desarrolla al Paraguay con mano firme. Nacionaliza las plantaciones
de yerba mate y la producción de madera prohibiendo a los extranjeros la
adquisición de tierras “. Nótese, en comparación el grave problema que vivimos
en la actualidad con el problema de la extranjerización de la tierra. Bastó que
un diputado propusiera un proyecto de reglamentación de la venta de tierras en
zonas estratégicas, para que, ¡Oh, casualidad!, el diario “La Nación” pusiera el
grito en el cielo. Castagnino continúa señalando que López: “Erige una fundición
en Ibucuy de donde saldrán las armas para el ejército y los implementos
agrícolas para labrar la tierra. Funda un arsenal y astillero en asunción (1855)
de donde salen los barcos que necesita para la flota fluvial y de ultramar.
Construye ferrocarriles, telégrafos, fábricas de pólvora, azufre, papel y
tinturas. Hay en el Paraguay más de 430 escuelas y prácticamente no hay
analfabetos. Los estudiantes destacados van a perfeccionarse a Europa para
volver y servir a su patria. Paraguay no adhiere al libre comercio inglés ni
toma empréstitos extranjeros que lo endeuden. Basa su economía en la exportación
de productos con su propia flota y realizados por una clase trabajadora que se
siente dueña. Paraguay era un país independiente, y su desarrollo no podía ser
bien visto ni por sus vecinos ni por Gran Bretaña, mientras Brasil basaba su
economía en la mano de obra esclava, y el mitrismo sometía al interior argentino
arrojando a sus gauchos a los fortines, Tratados de `vagos y mal entertenidos´.
Paraguay era un mal ejemplo, un escándalo”
La principal amenaza para los intereses nacionales paraguayos la constituía la
política brasileña, orientada como la madre patria, a la más estrecha
colaboración con los ingleses. Así como éstos últimos buscaban una forma de
penetrar económicamente en Paraguay y conseguir la libre navegación en sus aguas
fluviales, el Brasil perseguía el objetivo de engrandecer su territorio a
expensas de los paraguayos. ¿Y la Argentina, o mejor dicho Mitre?. El libre
comercio: “Cuando nuestros guerreros vuelvan de su larga y gloriosa campaña a
recibir la merecida ovación que el pueblo les consagre podrá el comercio ver
inscrito en sus banderas los grandes principios que los Apóstoles del libre
cambio han proclamado para mayor felicidad de los hombres” ¡Que alegría! decía
Jauretche – para los gauchos inválidos, ésta de haber peleado para los
comerciantes de Manchester y Liverpool.
En el año 1864 Brasil apela a lo que nuestro autor define como “la diplomacia
del marinero herido”. pretextando maltrato de Aguirre a sus connacionales la
corte Imperial resuelve dar su total apoyo a los Colorados uruguayos y a su jefe
venancio Flores. Antes de terminar el año, Brasil reconoció a Flores como
legítimo gobernante del Uruguay y abrió operaciones de guerra contra Aguirre y
los blancos. El Brasil invadió el Uruguay y sobrevino la tragedia de Paysandú.
La tradición nacional ha recogido en lo humildes versos del payador Gabino
Ezeiza la ráfaga de indignación que agitó a nuestros pueblos cuando la ciudad de
Paysandú, sin fortificaciones, fue bombardeada durante un mes por la escuadra
brasileña.
“Heroica Paysandú ¡yo te saludo!...” La ciudad fue reducida a escombros, era la
primera vez que en Hispanoamérica se bombardeaba una ciudad abierta. Sus
esforzados defensores, cual espartanos en las Termópilas, no transigieron.
Rodeados por 10.000 hombres de las tropas brasileñas, lucharon hasta la
extenuación. Mientras tanto, la “neutralidad” de Mitre abastecía a la escuadra
imperial. En Paysandú, peleaba un joven federal argentino que más tarde sería
senador de la provincia de Buenos Aires y compositor poético: José Hernández.
Estimando que la intervención brasileña constituía un casus belli, Solano López
declaró la guerra a su poderoso vecino. Para poder cumplir con su compromiso de
ayudar al gobierno de Aguirre, López pidió permiso a Bartolomé Mitre para poder
atravesar Corrientes. Mitre constestó negativamente y movilizó sus fuerzas
contra López. El 16 de abril de 1865, en un arranque de auténtican megalomanía
proclamó: “En 24 horas en los cuarteles, en tres semanas en Corrientes,en tres
meses Asunción”. La guerra tardó cinco años. De esta manera, el pequeño Paraguay
nacionalista quedó enfrentado a la poderosa alianza de Brasil con la Argentina,
a quienes se les unió Uruguay, gobernado desde febrero de 1865 por Venancio
Flores. Inglaterra y Francia brindaron su apoyo político y financiero a la
Triple Alianza y movilizaron la opinión mundial en contra del “tirano” y
“bárbaro” Francisco Solano López. No es casual que en medio de la contienda
apareciera por los esteros del Paraguay un personaje de las novelas de Kipling o
Conrad: Richard Burton.
Explorador, lingüista y espía, Richard Francis Burton (1821-1890) fue un hombre
que dominaba más de veinte idiomas -árabe, sánscrito e indostaní, entre otros- y
tradujo clásicos del erotismo árabe e hindú como Las mil y una noches y el Kama
Sutra. Un explorador que descubrió junto a John Seque las fuentes del río Nilo y
el lago Tanganica. Un experimentado espía que recorrió la India durante años,
peleó en la guerra de Crimea en 1854, visitó las ciudades prohibidas del Islam y
escribió más de 40 libros de viajes y 30 de traducciones. Despidiéndose de su
puesto de cónsul en la ciudad brasileña de Santos, el capitán Burton hizo dos
viajes al Río de la Plata, en agosto de 1868 y en abril de 1869, donde escribió
sus “Cartas desde los campos de batalla”. Burton las editó en Londres en 1870,
cuando el presidente paraguayo Francisco Solano López moría en Cerro Corá y la
Guerra de la Triple Alianza terminaba, dejando más de un millón de muertos.
Burton fue sin duda un testigo excepcional, advierte lealmente que no presenció
las grandes batallas -Curupaytí, Humaitá, Tuyutí- pero sí visitó los escenarios,
dolido por la falta de interés brindado a una de las guerras más increíbles que
se hayan peleado en este siglo. Su presencia, como la de otros agentes
británicos, es una prueba más de los intereses de Inglaterra en la zona.
La guerra comenzó por una ofensiva de los paraguayos en 1865, seguida de una
contraofensiva de los aliados. En 1866 López abrió contactos con Mitre, con el
fin de buscar las bases para una tregua y una paz eventual. El mandatario
paraguayo se encontró ante una actitud intransigente de la Triple Alianza, cuyos
integrantes en la apertura de los ríos y en la cesión de territorio. Rechazadas
las exigencias aliadas, la lucha recomenzó con inusitada ferocidad. Frente a los
numerosos y bien armados ejércitos de la Triple Alianza, Paraguay movilizó a su
pueblo y realizó una de las epopeyas defensivas más extraordinarias y heroicas
de la historia de la Humanidad. Después de quedar diezmada la población
masculina adulta, se movilizaron las mujeres y los niños y continuó la lucha. En
las últimas batallas, el mariscal López comandaba unidades de muchachos entre
los 10 y los 14 años de edad. “¡Muero con mi Patria!”, exclamó el caudillo en el
postrer momento. Hasta el fin, el pueblo paraguayo respaldó a su conductor en la
más tenaz y sacrificada de las resistencias.
Antes de la guerra, la población del Paraguay había sido de un millón de
personas aproximadamente. La mitad - 500.000 – pereció en la Guerra de la Triple
Alianza; ¡la población masculina fue reducida a 30.000! La economía del país
quedó totalmente en ruinas e Inglaterra y Francia triunfaron a través de la
conquista económica indirecta del espacio paraguayo y la liquidación de un
nacionalismo que obstaculizaba la libre penetración de las mercaderías europeas
al corazón del continente sudamericano.
A lo largo de la obra, el autor estudia la traición, la felonía y los crímenes
de los principales actores del partido liberal rioplatense que, aliado al Brasil
esclavista, llevaron a cabo un genocidio de una envergadura similar al que se
realizaría posteriormente con el pueblo armenio. La destrucción del país hermano
tuvo su origen en la política iniciada como consecuencia de la derrota argentina
de Caseros, puesta en evidencia por el autor a través de la documentación y
escritos políticos de la época del “crimen”. Para ello se remonta al método de
Taine, en cuyos relatos históricos “hablan” los protagonistas. Utilizando con
singular maestría las publicaciones realizadas por los “testigos y actores”, y a
través de una prosa ágil, Castagnino conduce al lector por los campos de batalla
y las antesalas de los poderes involucrados. En suma, una obra imprescindible
para la comprensión de nuestro definitivo proceso de consolidación continental.
Abril de 2011
Palabras de apertura
Por Diego Gutiérrez Walker *
Hace exactamente un año presentamos en el Instituto Nacional de Investigaciones
Históricas Juan Manuel de Rosas, la obra de recopilación histórica “Juan Manuel
de Rosas. Sombras y verdades” del ingeniero Leonardo Castagnino, cuya
presentación estuvo a cargo del editor de la obra, Fabián D´Antonio y el
escritor José Luis Muñoz Azpiri (h).
Hoy nos congratulamos en presentar una nueva obra de este infatigable
historiador revisionista, relacionada esta vez con la Guerra del Paraguay y la
infame triple alianza conformada contra aquella nación.
Como no podía ser de otra manera, esta obra también fue editada por Fabián
D´Antonio, osado emprendedor que ha decidido dar batalla contra la sempiterna
conspiración del silencio que el revisionismo padece en las grandes ligas
editoriales. Ha lanzado su sello editorial, Ediciones Fabro, con una
característica que tal vez la distingue de otras valientes editoriales del
pensamiento nacionalista, del campo nacional y de la historiografía
revisionista. D´Antonio ha decidido publicar, junto a la necesaria reedición de
obras de consagrados autores revisionistas como Fermín Chávez o José María Rosa,
libros de nuevos autores que de manera incipiente han empezado a incursionar en
la ardua batalla por la victoria de la vera historia nacional.
Hoy tenemos el honor de estar acompañados por Alberto Gelly Cantilo, actual
presidente del Instituto Rosas, quién será reemplazado próximamente por el
constitucionalista Alberto González Arzac. Alberto Gelly Cantilo ha apoyado
siempre desde el Instituto toda la prolífica actividad que Leonardo Castagnino
viene desarrollando hace unos años. Desde la creación de ese interesantísimo y
didáctico portal de internet “La Gazeta Federal”, hasta las diversas actividades
relacionadas con las presentaciones de sus obras escritas, Castagnino ha
encontrado siempre en Gelly Cantilo un decidido impulsor y un genuino
auspiciante.
Además de sus reconocidas capacidades para la docencia y la investigación
histórica, el Dr. Gelly Cantilo ha sabido poner de manifiesto y develar, para
desmentirlo, uno de los prejuicios que siempre ha padecido el revisionismo
histórico en general y el Instituto Rosas en particular. El Instituto Rosas, que
siempre ha sido acusado de sectario, oscurantista, reaccionario y otras lindezas
por el estilo; fue, como instituto histórico, clausurado y vuelto a abrir
innumerables veces; siempre se ha caracterizado, paradójicamente, de abrir sus
puertas, no sólo a todas las corrientes del revisionismo histórico, sino también
a muchos docentes e investigadores de otras escuelas historiográficas, así como
a permitir manifestaciones de todos los matices habidos y por haber en sus
históricas publicaciones. Y esto no lo decimos imbuídos por un afeminado canto
al pluralismo, o de una tolerancia ingenua que pone en igualdad de condiciones
proposiciones naturalmente desiguales, sino porque ese espíritu que podríamos
llamar escolástico (o dialéctico, en el sentido tradicional del término) ha
caracterizado siempre al revisionismo histórico. Siempre el revisionismo buscó
la controversia y la polémica, sea para impugnar o argumentar, para refutar o
persuadir. Así lo han sabido expresar Irazusta, Castellani, Palacio, Rosa y
tantos otros maestros de la casa.
Y ese espíritu Gelly Cantilo lo ha intentado mantener vivo. Siempre apoyó a
todas las expresiones del campo revisionista que se han acercado al instituto. A
nadie le midió el “aceite ideológico”, y su afabilidad y don de gente como
anfitrión, impulsor y patrocinador de innumerables actividades no tuvo reparos
para con nadie. De Mohammed Alí Seineldín a Horacio González, por citar dos
ejemplos conocidos, nadie tuvo ningún tipo de cortapisa para expresarse
abiertamente. Si alguien no participó en el instituto de alguna actividad fue
porque no quiso, porque no quería compartir cartel con algún “fascista”; por no
quedar pegado a algún amigo oficialista o algún conocido opositor, para no ser
considerado “populista” u “oligárquico” según el caso, etc. Sea por lo que sea,
insistimos, nadie que se haya negado a participar de alguna actividad del
instituto lo hizo por un impedimento proveniente del Dr. Gelly Cantilo. Las
omisiones, los silenciamientos y las galimatías que siempre se puedan generar o
decir 0al respecto siempre han venido de afuera del instituto, nunca de adentro.
Nos acompaña también hoy, como en aquella oportunidad de la presentación del
primer libro de Castagnino, José Luis Muñoz Azpiri (h), académico de Número del
Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”.
Muñoz Azpiri es un escritor de prolífica producción periodística. Estudioso de
la antropología nacional y americana, colaborador permanente de publicaciones de
divulgación científica en el ámbito nacional e internacional. Su último libro,
“Soledad de mis pesares”, es una contribución de inestimable valor para mantener
viva la llama del espíritu malvinero en el pueblo argentino.
Polemista de fuste, siempre está presto a desenvainar su pluma para dar batalla,
sea contra la desmalvinización cultural o contra las nuevas leyendas negras que
intentan borrar de nuestra efeméride nacional los festejos del hispánico 12 de
octubre que presidentes como Hipólito Yrigoyen o Juan Domingo Perón supieran
enaltecer en su momento.
Como lo constatarán luego, es un orador de una gran enjundia y una pasión por la
verdad histórica difícil de encontrar en estos días. Digno heredero de Ramón
Doll, nuestro querido Pepe es una especie de arlequín de la vieja “Commedia
dell´ arte”, afable y divertido juglar que con sus sarcásticos y punzantes
comentarios pone de manifiesto no sólo las falsificaciones y las quiméricas
apariencias de los que, por izquierda o por derecha, insisten en mantener
actualizadas las consignas de la vieja historia oficial, sino que también sabe
zaherir, con indiscutible afecto filial, sobre los clishés y defectos de los que
pertenecemos al campo del revisionismo histórico, sea que nos identifiquemos con
la corriente nacionalista, la izquierda nacional o el peronismo nacional,
zoológico al que a nuestro amigo dice pertenecer…y que lo ha llevado a
profundizar sus estudios antropológicos.
Si tenemos que buscar un defecto en él, debemos consignar que encontramos una
virtud, su identificación con la verdad histórica es auténtica y muchas veces su
afabilidad y su auténtica apertura de espíritu lo hacen convivir y compartir
cartel con personas que están más sujetas a utilizar el revisionismo histórico
para justificar o denostar situaciones de la coyuntura política actual; almas
supérfluas que están para rebajar las grandes verdades que el revisionismo supo
descubrir para adecuarlas a consignas publicitarias del momento que mañana
estarán tan gastadas como un diario de ayer.
No es la militancia política lo que condenamos, entiéndase bien, es el
envilecimiento de las grandes causas que la política con mayúscula debiera
hacernos buscar, y para la que la historia verdadera debiera ser una guía para
hacernos salir de este laberinto por el que no se encuentra salida ni de la mano
de los tirios ni de los troyanos.
Todas estas preocupaciones compartidas y aflicciones comunes, que a muchos de
nosotros a veces nos hace bajar la guardia y caer en el desaliento, son el
combustible que Muñoz Azpiri utiliza justamente para mantener la voz de alerta y
proclamar, pluma en mano, esas necesarias e incómodas verdades que con
frecuencia nosotros no queremos oír o leer.
Leonardo Castagnino, el autor de la obra que hoy presentamos, es un auténtico
militante de nuestra verdadera historia patria. Y decimos auténtico militante
porque sabemos que esa expresión también ha sido devaluada en los últimos años
por los unos y los otros. Nuestro autor milita por una causa justa que lo
trasciende, deja muchas horas diarias de su esforzado trabajo y del calor de su
hogar familiar para mantener actualizada una página de internet llamada “La
Gazeta Federal”, compendio historiográfico, literario y político de lo más
granado de la producción revisionista. Ciclópea tarea que ya se está empezando a
ver reflejada en sus obras escritas.
Castagnino ha sabido columbrar la importancia estratégica de dar la batalla por
la verdad histórica y la reivindicación de la obra de Juan Manuel de Rosas en
los campos de la difusión digital.
Cualquiera de nosotros se ha acostumbrado a utilizar una herramienta como el
correo electrónico para recibir y retransmitir textos o artículos
historiográficos o políticos. Cuando Castagnino envía una nueva nota de su
portal a 100 destinatarios, por estipular una cifra arbitraria, con que sólo el
10% de los que lo reciban hagan lo mismo y así sucesivamente, tendremos que en
menos de 48 horas ese texto que empezó hacer rodar nuestro autor se ha
multiplicado exponencialmente en su difusión. Pensemos asimismo los ingresos
diarios que una página como “La Gazeta Federal” tiene y comparémosla con la
cantidad de personas que estamos hoy aquí, para vislumbrar la importancia
estratégica que esta página tiene para la difusión y promoción del conocimiento
de nuestra historia y la obra política de los próceres del federalismo.
Si bien la modernidad arrasó con muchas sanas costumbres, gracias a Dios todavía
no ha podido extinguir al libro y su formidable e inigualable forma de
transmitir conocimientos. Por eso nos congratulamos con la idea de Leonardo
Castagnino de publicar como su segundo libro esta fantástica recopilación de
fragmentos historiográficos y literarios que retratan cruda y verazmente la
Guerra del Paraguay, con un inteligentísimo criterio de selección bibliográfica
que permitió entrelazar con una naturalidad impensada textos de diversos
historiadores, cronistas y pensadores de distintas épocas, incluso de algunos
que no se identificaron con la causa federal e hispanoamericana.
Y así como dijimos en la oportunidad de la presentación de su primer libro “Juan
Manuel de Rosas: Sombras y Verdades” que Castagnino nos proponía , como Virgilio
hiciera con el Dante en el purgatorio de la Divina Comedia, un viaje a través de
distintos autores que abordaron la vida política de don Juan Manuel; ahora
podemos decir que el autor nos propone un viaje al infierno, teniendo en cuenta
la tragedia que la crónica que presentamos trata, para que conozcamos las
furibundas recensiones que sobre esta guerra hicieran autores conocidos como
Ibarguren, Muñoz Azpiri, Rosa, Vasconcellos y otros autores paraguayos e
hispanoamericanos que desconocíamos y que descubrimos gracias a la tesonera
labor de Castagnino.
Mención especial queremos hacer de la implícita reivindicación a Atilio García
Mellid que el autor hace en esta obra, como una forma de desagravio al indigno
manto de silencio que cubre la figura de su memoria.
Si ya nos parecía odioso el silenciamiento de grandes autores como Castellani,
Nimio de Anquín, Palacio, Hugo Wast y otros porque su fidelidad a verdades
inmutables los hace acreedores de cierta censura por esa especie de tribunal de
la Inquisición Progresista que dicta las sentencias de lesa ideología, también
nos resulta inexplicable la omisión de García Mellid del procerato de cierto neo
revisionismo lavado con la asepsia de la corrección política, habida cuenta de
su antigua filiación radical y forjista, y su exilio en Montevideo después del
derrocamiento de Perón, desde donde escribiera su gran “Proceso al Liberalismo”
y su “Proceso a los falsificadores de la Historia del Paraguay”. En fin,
contradicciones que nos atrevemos a mostrar, pero que no podemos explicar debido
a que la psiquiatría es una actividad que nos es absolutamente ajena.
Valga un agradecimiento especial entonces a Castagnino, por hacer que la eximia
mano de Atilio García Mellid nos guíe por este impostergable viaje que debemos
emprender para conocer las verdaderas causas de esta trágica guerra en la cuenca
del Plata, la más virulenta e ignominiosa que nuestra región conociera en el
siglo XIX.
* Miembro del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas
Abril de 2011