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Escuela
y Familia
Por Gabriel Brener *
Familia y Escuela. Podríamos decir que nacieron juntas, al menos hay un
tipo de familia y un tipo de escuela que solemos asociar rápidamente.
Por un lado, aquello que llamamos familia nuclear, (padre
proveedor/jefe, madre cuidadora de hijos y menesteres domésticos y los
pequeños, mejor siempre “parejita”, uno con el camioncito y ella con su
muñeca). Por otro lado, la escuela, pero más precisamente aquella que
identificamos como parte de un sistema educativo, quizás es el más claro
ejemplo de institución moderna al mismo tiempo que constructora de
modernidad. Me refiero a la escuela como artífice de los Estados
Nacionales atravesada por las coordenadas del capitalismo taylofordista
como matriz de su organización del tiempo, espacio y quehaceres de la
instrucción masiva.
También podríamos decir que hay una noción de infancia que es cómplice
de esa relación fundacional entre familia y escuela, concibiendo al niño
como un ser en miniatura, inacabado, que debe sujetarse y completarse.
Es probable que al hacer referencia al pacto entre familia y escuela, se
ponga de relieve una necesidad inaugural de hacerse cargo del control y
disciplinamiento de los mas bajitos, y que esta haya sido piedra angular
de este matrimonio por conveniencia.
Podríamos sugerir que se trata de una relación más por necesidad que por
convicción, signada por diversos modos de encuentros y desencuentros.
Una alianza que persistió durante buena parte del siglo XX en la que
cada cual se hacía cargo de su puerta para adentro y la otra parte
permanecía relativamente tranquila con la sensación de continuidad de
algo de lo propio en lo ajeno.
Los desencuentros entre escuela y familia no pueden desligarse de una
serie de transformaciones económicas, sociales y culturales que han
modificado sustancialmente nuestra sociedad. Cambios en las formas de
vivir en familia, en las pluralidad de familias (monoparentales,
ensambladas, de parejas homosexuales, etc.) pero especialmente cambios
en el reconocimiento social de estas mutaciones.
La expansión y masificación de la escuela, en especial en la secundaria,
contribuye a la aceleración y amplificación de diversos tipos de
desencuentros. Expresa una paradoja que debemos resolver. Una escuela
diseñada para una elite colisiona con otra que pretende incluir a todos
los alumnos en edad de asistir, con el respaldo de una ley nacional de
educación, la escuela como derecho social y la inclusión escolar como
política Estado.
Un edificio, unos contenidos, unos profesores, y toda una cultura
escolar en torno a un ideal de alumno que muchas veces no es el que
ingresa por la puerta de las escuelas del siglo XXI, sino el que
permanece en la cabeza (en los deseos, en los cálculos) de mucho
adultos.
Hay una concepción clasemediera que persiste en el sentido común
escolar, como lo deseable, lo esperable y patrón de medida excluyente.
Invisibilizando, postergando, a veces estigmatizando otras
manifestaciones culturales, en especial aquellas ligadas a los sectores
populares.
Vale decir que hace un buen rato, o unas décadas que algo en esta
relación se ha puesto muy difícil. Familia y escuela se necesitan
mutuamente, pero se desconfían con la misma intensidad que se precisan.
Pongámoslo en palabras de algunos docentes…. La familia no nos apoya, Si
ellos no ayudan nosotros no podemos, sin una familia bien constituida no
se puede, con estos pibes no se puede, etc.… Es decir que, desde la
escuela se pide (ruega) apoyo de los padres, pero cuando estos
participan aparece una inmediata sensación de invasión. Cuando no están
quisiéramos que nos acompañen y cuando están, no se estarán metiendo
mucho?
Hagamos un ejercicio mental. Saquemos dos fotos, frente a una
calificación negativa de un chico o un problema con las normas. Una en
la década del 60 del siglo pasado y otra más actual:
• Si te lo puso tu maestro tendrá sus razones, y luego las penitencias,
castigos y reprimendas!!
• Quien es y donde está ese tipo que lo voy a buscar!!
Es interesante destacar una cuestión, un punto de inflexión en esta
relación. En los meses posteriores a la crisis que vivimos en 2001, la
escuela fue de los muy pocos espacios públicos que permaneció de puertas
abiertas a la sociedad. Y en esta exposición, frente a tantos malestares
y padecimientos de la sociedad fue, en muchas ocasiones, depositaria de
enojos o agresiones que no eran para la escuela, pero allí estaba la
escuela atendiendo cara a cara y no con contestador telefónico que solo
permite marcar 1 si es para esto y 2 si es para lo otro, ampliando la
furia de quien escucha que luego explota en cualquier lado.
La asimetría entre adultos y alumnos, que antes era un punto de partida
indiscutible, casi religioso, del orden de lo inalterable, nos revela
que se trataba de una autoridad que se autorizaba en la fuerza del
mandato, de tinte autoritario y paternalista. La relación entre familias
y escuela también parecía funcionar en torno a esta lógica. El asunto
era que una (en especial la familia) se adaptara a los requerimientos de
la otra (la escuela). Me parece que en vez de pretender un acuerdo o
pacto para salir del paso, o lamentarse por su mayor o menor eficacia lo
que puede ser valioso es dar cuenta de los contenidos de esta relación,
de algunas claves para pensarla en las condiciones de esta época: El
desafío pasaría por sostener la asimetría como condición fundante entre
generaciones, asimetría que hay que dotar de sentido, que no hay que
suponer como hecha de antemano, que hay que construir acorde a los
diversos contextos. Asimetría que en vez de ajustarse a un mandato
inalterable se sostenga en la idea de una responsabilidad adulta que
garantice (en el sentido de “hacerse garante”) las mejores condiciones
de transmisión y cuidado hacia las nuevas generaciones.
Quizás se trate de una escuela que se anime a democratizar sus
representaciones sobre “la familia”, haciéndole lugar a la pluralidad de
formas de vivir en familia, así como a las manifestaciones sociales,
religiosas, culturales que cada alumno/a trae consigo. Un lugar más
autentico que la notificación de la firma, que inaugure nuevas formas
para dialogar y compartir, para aprender mutuamente, que no es otra cosa
que un gesto de reconocimiento sincero y de sentida bienvenida hacia los
niños y adolescentes que habitan las escuelas.
Quizás se trate de una familia que apueste e interpele a la escuela como
el primer ámbito público institucional en el que sus hijos puedan
aprender los medios de orientación necesarios para acceder a una
ciudadanía activa y democrática, un espacio de encuentro con los otros
parecidos y los otros diferentes, los de más acá y los de más allá.
El desafío es construir una relación más fluida y auténtica entre
familias y escuelas, cada cual con sus ámbitos de autoridad, pero con
más confianza, con acuerdos sujetos a revisión cada tanto, una escuela
que acompañe a la familia y viceversa. Que la mira esté puesta en la
enseñanza y el cuidado de chicos y chicas, asunto que siempre, debe
estar por encima de todo.
Quizás quien mejor ponga letra sea el tan querido Mario Benedetti cuando
sugiere en primera persona del plural
“Hagamos un trato,
compañera usted sabe
puede contar conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
(…) hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
usted sabe que puede
contar conmigo.
Columna de Educación del miércoles 23 de Marzo de 2011, en el programa
Uno nunca sabe, por las mañanas de la Radio AM 750. Buenos Aires.
Argentina.
* Gabriel Brener es Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y
Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Capacitador y asesor de
docentes y directivos de escuelas. Ex director de colegio secundario.
Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs
As.