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Sainete
con grotescos para modernizar América Latina
Por Eduardo Pérsico
Nunca sucedió en la Argentina que los grupos del constante privilegio no
exigieran al gobierno, más aún si no les agradaba, más seguridad individual, no
entrometerse con ninguna regla jurídica protectora de sus acciones, bienes o
hacienda, y para limitar la injerencia del Estado contra la sagrada propiedad
privada reclamar absoluta libertad de expresión, - que ellos jamás pierden- y
una efectiva democracia en defensa de la salud republicana. Ese libreto es el
clásico libreto con más lo ocasional que sirva al mismo efecto; y ese mecanismo
o reflejo pavloviano de ese sector que históricamente condiciona y constriñe a
los argentinos desde nuestro origen suelen mantener todavía ‘los apellidos más
conocidos y más viejos de los segundones y aventureros españoles que vinieron a
América para salir de la miseria o huir de la ley’, escribió María Rosa Oliver
que bien lo decía por venir venía de ellos. De esa clase que juntara fortunas
haciendo el contrabando y la trata de negros cuando el comercio legal tenía
otros cauces, fueron los mismos que en convivencia con algún funcionario o
corregidor lograba el privilegio de proveer con exclusividad al resto de los
habitantes algún producto. Germen del monopolio legalizado que a sangre y fuego
hoy defienden las multinacionales en el planeta y en nuestro país de algún
manera persisten ligados al negocio agroexportador; ámbito por siempre contrario
a ser controlado con mecanismos impositivos oficiales y una equitativa
distribución de la riqueza producto de la tierra; digamos, de todos. Ese riesgo
mortal como clase de se controlados les impone sermonear continuos y aburridos
catecismos sobre la libertad de comercio, la eliminación del proteccionismo
nacional a sus producciones básicas y adherir con fervor y ya mismo los
‘beneficiosos’ tratados de libre comercio elaborados por los grupos del Poder
verdadero. Esa decisión de globalizar sus negocios sin usar armas, todavía,
obliga a ese mismo Poder a combatir a quienes pretendemos que comamos todos con
repeticiones pontificias y aburrirnos con amarillentas recetas económicas ajenas
a la dinámica histórica de nuestros días, donde el creciente cambio de actitud
de las multitudes hoy apunta a equilibrar el manejo esclavista de la economía y
eso ya les parece preocupante.
En nuestra América Latina aquello que pareciera superado permanece en la idea de
mando y la entretela de las clases dominantes que al intuir en la sociedad la
voluntad de enfrentar al colonialismo que aún somete a la región, y antes del
remedio armado y sangriento que hoy soporta el mundo árabe, el Poder opera el
arsenal comunicacional de sus medios gráficos y televisivos con sus
profesionales publicitados como patrones del mejor pensamiento a implantar en
cada país. Una función que últimamente en Argentina durara un par de semanas,
precisamente en una etapa conflictiva entre el gobierno nacional y los
habituados a fijar sus leyes donde sea. Y para esta instancia trajeron a
disertar en la Feria del Libro de Buenos Aires a Mario Vargas Llosa, premio
Nobel de literatura, un escritor devenido en fervorosa militante de una derecha
política muy activa en desactivar la más tibia intención de independencia donde
sea. El destacado escriba que siempre ha dicho amar a Buenos Aires, llegó
acompañado por Fernando Savater, filósofo español, y ambos de movida nomás
desplegaron una activa militancia contra aquello que oliera nacional y popular,
y tal por eso mismo ese perfil lo condenó a la irrelevancia entre la gente común
que ni registró los alardes del dúo que muy desencaminados, que al principio se
creyeron inquietantes. Pero la actuación de estos enaltecidos por la derecha más
tilinga de nuestro país que hoy no sólo agrupa a los nombrados más arriba, quizá
no buscó ‘desestabilizar’ a la sociedad pero sí abrir polémicas que no fueron.
Sus arengas, consejos y reprimendas que intentaron fueron definitivamente
desoídas ni bien asomó el fin de semana santa largo que como siempre últimamente
entre nosotros, motorizó a millones por sierras, playas y barrios de fin de
semana. Algo que redondeó el fracaso de la editorial promotora junto a los
diarios Clarín y La Nación en la desencaminada idea de generar una movida
políticamente crítica. Más que una falsa alarma esa pretensión quedó como otra
partida en falso del grupo, aunque Vargas y Savater siguieran discurseando
ignorancias y frases baratas: ‘Lula no sabía nada de política, solo hizo lo que
le indicara Fernando Enrique Cardozo’, ‘Milton Friedman y Kissinger no apoyaron
a Pinochet en Chile’, ‘la Argentina retrocede por no volver a lo ya conocido’,
dijo el escritor elogiando al siniestro liberalismo económico menemista de los
noventa que casi destruye íntegramente el país, ver estadísticas. Fueron
nutridas pero ya sin eco las provocaciones secundadas por Savater, filósofo
español que de insultó al peronismo con algún oscuro galimatías intraducibles,
de puro ignorante que la inmensa mayoría de los argentinos, peronistas o
antiperonistas, bien saben que ese movimiento masivo con imperfecciones pero sin
retorno liberó psicológicamente al obrero ante el patrón en la década del
cuarenta. Algo que a pesar de equívocos y pésimos manejos de muchos
sindicalistas consolidó en Argentina los derechos laborales que no muestra la
legislación de tantos países en el mundo; y muy recortados hoy en la España de
reyes, toros, títulos de marqués y otras ‘modernidades’. Y al fin resultó que
pese al embate a favor de los medios de comunicación que en la Argentina litigan
con el gobierno nacional por la apropiación de la fábrica de Papel Prensa,
empresa ilegalmente cedida por los militares en la década del setenta a los
diarios nombrados, por los servicios prestados a la dictadura más sangrienta que
soportó nuestro país.
Pero como final estos dos parlantes llegados al país en aras del retorno al
liberalismo económico absoluto en nuestra región, se ablandaron tanto que
parecieron descubrir cierto ridículo inesperado. O ignorado, digamos mejor,
porque Fernando Savater no pudo resistir en silencio la réplica de un
funcionario del gobierno nacional que le pidió no decir más estupideces, y como
afilado filósofo español el hombre desenfundó una frase inédita: ‘a palabras
necias oídos sordos’. Algo no impecable pero él lo dijo; y por el otro lado a
Mario Vargas Llosa lo iría ganando el silencio y partió sin el revuelo generado
al llegar. Y se nos ocurre verlo al irse como un tipo que sale de la primer cita
con una hermosa mujer, mascando la tristeza bronca de haber acabado afuera un
par de veces. Esas cosas, ¿no?
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
(4/2011)
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