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“Se va en paz, cumplió con lo que debía hacer”
(02/01/11)
Los restos de Sabato,
que falleció el sábado, fueron inhumados ayer. “Aun a través de sus errores,
siempre se jugó por lo que pensaba, por más que estuviera equivocado. Después,
incluso, pedía perdón”, dijo Elvira, su última compañera.
Por Silvina Friera
El otoño caía triste, silbando su réquiem, el mediodía en que los familiares,
amigos íntimos y un puñado de lectoras “infiltradas” en el Jardín de Paz, en
Pilar, despidieron a Ernesto Sabato. Imborrables, delante de los ojos, como una
llamarada de melancolía, flameaban por el aire algunas hojitas amarillas, tan
frágiles en su rauda peregrinación hacia el césped. Una bandera argentina
envolvía el féretro del escritor. Mario, su hijo; Elvira González Fraga, su
última compañera, acompañada por sus dos hijos y su hermano, el economista
Javier González Fraga; Julia Constenla, biógrafa del escritor; Mario “Pacho”
O’Donnell, el ex fiscal del Juicio a las Juntas Militares, Julio César Strassera;
y el presidente del Instituto de Cultura de la provincia de Buenos Aires, Juan
Carlos D’Amico, entre otros, caminaban, despacio, como si intentaran aplazar el
final. El autor de Sobre héroes y tumbas alguna vez recordó que durante su
infancia no se podían expresar los sentimientos. Y mucho menos llorar. No era de
hombres la ternura. “Acá están tres de las personas que más he querido en mi
vida: mi hermano adorado (por Jorge), mi madre (por Matilde) y ahora está él
–dijo Mario, surfeando por la emoción, como podía–. Se va en paz, cumplió con lo
que tenía que hacer.” “Si es cierto que puede estar en alguna parte oyendo
–agregó el hijo–, le quiero decir: ‘Vos, papá; vos, mamá; vos, Jorgito, quédense
tranquilos. Yo me hago cargo.” Ni una palabra más. El resto fue silencio.
La ceremonia fue breve. “Ernesto tenía un gran don de gente para la gente
sencilla y una actitud difícil hacia el mundo intelectual”, recordó Elvira, su
última compañera. En los últimos cuatro años que no pudo salir de su casa de
Santos Lugares, Sabato fue resignando pequeños gustos que jamás imaginó que
abandonaría, excepto por la enfermedad. “No podía estar sin tomar vino, y sin
embargo fue aceptando comer una comida triturada, mínima. Yo le daba vino cuando
nadie veía, pero no era algo que él podía tomar.” Elvira –Elvirita, como la
llamaba el escritor– estaba extenuada. Pero entera. “Ernesto nos deja una
fidelidad a una manera de ser. En este mundo se nos ha ido el zapping un poco
también al espíritu; vivimos en actitud de zapping, en actitud fragmentada
–planteó–. Si deja algo es que, aun a través de sus errores, siempre se jugó por
lo que pensaba, por más que estuviera equivocado. Después, incluso, pedía
perdón.”
El paño de la memoria podría desplegarse aun más si no fuera por el cansancio.
“Cuando la Argentina estuvo mal, Ernesto escuchaba el noticiero llorando. A
veces caía en grandes depresiones. Cuando se agarraba una gran depresión, se
cruzaba de brazos como si ahí se fuera a morir. Yo ya no sabía qué decirle para
que se alegrara. Entonces me iba a la cocina y llamaba a la cárcel de Ezeiza, a
Cristina, una chica que estaba presa. Al rato volvía y le decía:’ Ernesto,
Ernesto, está Cristina desde la cárcel de Ezeiza’. ‘No puedo atender a nadie’,
me contestaba. ‘Pero mirá que la dejan hablar una vez por semana, así que... por
favor, fijate lo que hacés’.”
Y el hueso duro de roer, la depresión de Sabato, se ablandaba. La estrategia de
Elvira daba resultados. “El se levantaba, ni podía hablar, pero le daba ánimo. Y
de paso se llenaba él de ánimo.”
Como si el viento alentara el galope de las evocaciones íntimas, Constenla
repasó, una vez más, cómo lo conoció, allá por 1949, cuando era una joven de 20
años que se había deslumbrado con El túnel. Buscó el teléfono en la guía y lo
llamó. Sabato le propuso que lo fuera a ver a Santos Lugares. Su biografía,
Ernesto Sabato. Un hombre (Sudamericana), se reeditará en estos días con un
nuevo prólogo. “Sabato estaba yéndose desde hace mucho tiempo. El dijo una
frase, hace ocho años, con la que termino mi libro: ‘He dicho todo lo que tenía
que decir, he escrito todo lo que tenía que escribir. Es hora de que me llame al
silencio’.” Hay un último recuerdo dentro del silencio. “Todos los sábados
íbamos a almorzar a su casa, con una de sus nueras, con Lidia, la viuda de
Jorgito. Ya era penoso porque tenía la sensación de que a veces me conectaba y a
veces no. El me decía ‘Chiquita, Chiquita’, me palmeaba, sospecho que tratando
de reconocerme. Para los recuerdos lejanos se orientaba bastante bien. Le hablé
de su madre y de José, su hermano, el que se había ido con el circo”, comentó la
biógrafa.
“Yo quería ser José –le dijo–. Yo quería irme con el circo.”
Como estaba muy embalado y Constenla creía que podía capitalizar ese envión de
entusiasmo, continuó. “Qué cosa, tu madre: once varones, once pares de
calzoncillos y una sola hija mujer.” Sabato se sobresaltó y le dijo: “Mamá no
tuvo una hija mujer”. La lucidez todavía pulseaba en su agitado interior. “Claro
que no tuvo –le confirmó Constenla–, pero ella siempre pensó que Matilde era su
hija mujer.” “¿Quién es Matilde?”, le preguntó Sabato, completamente
desconcertado.
El olvido, que cavaba lentamente su fosa, había suprimido de la memoria del
autor de Sobre héroes y tumbas a Matilde, su primera mujer, la madre de sus
hijos. “Fue una larga y penosa despedida”, concluyó su biógrafa.
La generosidad. Pacho O’Donnell apoyaba su paraguas mientras subrayaba los
gestos que Sabato tuvo con él. “Yo volví precozmente de mi exilio en 1980. Un
año después presentó mi libro, El tigrecito de Mompracen. El hecho de que lo
presentara fue muy importante para mí. Además de un reconocimiento a mi
literatura, fue una cobertura, porque la cosa todavía estaba muy pesada.” La
generación de O’Donnell estuvo muy influida, según reconoció el escritor, por
Sobre héroes y tumbas. “Así como Hernández encontró la forma y el fondo del
gaucho, Sabato encontró el fondo y la forma del porteño medio, sus
respiraciones, sus neurosis, sus dificultades.” La muerte –agregó– tiene que
poner en marcha un “mayor” reconocimiento de su literatura. “Sabato fue uno de
los primeros que hizo públicas sus críticas al stalinismo, mucho antes que
Octavio Paz o de Bernard-Henri Lévy; pero con eso se ganó la antipatía de
sectores amplios de la izquierda; antipatía que sigue hasta hoy, cuando no dejan
de reprocharle su almuerzo con Videla hasta extremos insólitos.”
–Pero ese almuerzo es reprochable.
–Sí, es un error; él mismo me dijo que había sido un error. Pero era fácil
cometer errores en esos tiempos. Si no aceptaba una invitación de Videla, lo más
probable era que tuviera que irse. Esa fue la explicación que dio (René)
Favaloro, a quien nunca le reprocharon el hecho de que también almorzó con
Videla.
Abaddón
el Exterminador
El autor de Sobre héroes y tumbas, un icono de la literatura argentina, fue
también un hombre vinculado con el devenir político de la Argentina y con las
contradicciones y ambigüedades de una sociedad a la que representó no sólo en la
literatura.
Por Silvina Friera
Su voz era como un “río negro”, con ese timbre cavernoso de orador sagrado. El
acento pesimista de Ernesto Sabato coronaba a esa otra voz, la del monstruoso
mundo de sus tinieblas, como decía en sus páginas, que surgía en sus novelas,
especialmente en Sobre héroes y tumbas. Autor entrañable para miles de lectores,
sin más patria o nacionalidad que el hachazo y la conmoción que significa
transitar por los universos y laberintos de El túnel o Abaddón el Exterminador,
su muerte, el sábado a la madrugada en su casa de Santos Lugares, a los 99 años,
cuando parecía que festejaría su centenario de vida, no lo exime del “juicio de
la historia”. El dolor por la pérdida de un escritor fundamental del siglo XX de
la literatura argentina no puede deslizar bajo la alfombra de la sociedad
heridas muy hondas que aún no han cicatrizado. El respeto y la admiración no
deberían traducirse automáticamente en indulgencia a las convicciones políticas
de un intelectual ambivalente y paradójico.
El “maestro”, el “genio”, el “Quijote lúgubre” de nuestras pampas, y cuantos
calificativos se multiplicaron, fue una figura compleja, polémica,
contradictoria. Almorzó con el dictador Jorge Rafael Videla, encabezó la Conadep
y prologó el Nunca más, donde formula la “teoría de los dos demonios” y equipara
el terrorismo de la guerrilla con el terrorismo de Estado. En esta trama
enrevesada reside el desafío que genera el escritor; hay que “penetrar en las
grietas para que pueda volver a filtrarse el torrente de la vida”, una frase de
Jünger que Sabato recuerda en España en los diarios de mi vejez (Seix Barral),
su último libro publicado en 2004. El escritor que nació en Rojas el 24 de junio
de 1911, que siempre fue un hombre de pueblo, que se instaló en Santos Lugares
cuando casi literalmente no había nada, cuando todo era horizonte en
construcción, escribió en ese último libro que “cuando nos hagamos responsables
del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por
encima de la fatalidad de la historia”. Se refería al lugar decisivo de la
solidaridad en un “mundo acéfalo” que excluye a los diferentes. Le avergonzaba
–admitía– que existan 250 millones de niños explotados. Pero se puede atisbar en
las entrañas de esta frase algo más que la mera coyuntura a la que aludía. Quizá
su deseo –inconfesable– era sortear esas “fatalidades” y peripecias
interminables que padeció; buscar afanosamente un hilo de Ariadna que pudiera
hacer comprensible su propio desconcierto íntimo.
Sabato fue un icono, con todo lo positivo y negativo que trasunta ocupar esa
posición en el imaginario de una sociedad. Supo articular, páginas tras páginas,
la estela del escritor torturado y sufriente que luchaba contra las tinieblas y
los fantasmas. Su conciencia parecía que nunca lo dejaba en paz. A menudo
repetía que “quemaba lo que había escrito a la mañana”. Comenzó a garabatear su
novela más emblemática, Sobre héroes y tumbas (SHT) en 1936. La primera
publicación fue en 1961, pero en el ínterin, como se recuerda en la edición
crítica publicada en la colección Archivos por la editorial Alción (2008),
coordinada por María Rosa Lojo, hubo avances y retrocesos y quemas periódicas de
manuscritos descartados. Nunca dejó de corregir y depurar ese texto capital
hasta la edición definitiva de 1991. Pero, antes de abrazar la literatura, fue
doctor en Física, trabajó en el Laboratorio Curie, en París, hasta que pegó el
portazo definitivo y dejó la ciencia en 1945. En su formación rabiosamente
anticlerical, atea, vacilante sobre la infalibilidad del materialismo
dialéctico, estaba el germen de un fuerte imán hacia lo sobrenatural. “En otras
épocas me costaba creer que un Dios bondadoso presidiera este mundo injusto y
cruel, y en cambio sí creía en la aplastante presencia del Mal, al extremo que
me hice exorcizar dos veces”, confesaba en su último libro.
“En la facultad estudiábamos el ‘progreso’ como el paso del mito al logos, del
mito a la razón; y nos sentíamos unos genios por haber superado el oscurantismo
antiguo y medieval –fundamentaba con ironía–. Sin los mitos, los hombres no
soportarían la experiencia de lo contingente. Quedaríamos pulverizados si no
tuviésemos un vínculo que entramara nuestra existencia. Sin narración es
imposible vivir.” Escribir fue un anhelo que se impuso lenta pero seguramente
sobre su espíritu crítico y su tendencia a la destrucción. Antes de su primera
novela, El túnel (1948) hubo otra novela, La fuente muda, que publicó
parcialmente en la revista Sur. Pero justo cuando intentaba reforzar sus
vínculos literarios con el grupo, con Victoria Ocampo y con Borges –especie de
“rival” en las sombras para el imaginario malicioso de cientos de lectores–, fue
uno de los primeros antiperonistas en repudiar la barbarie de la “revolución
libertadora”, las torturas y los fusilamientos. Esas brutalidades que no podía
ignorar se condensan en las “ásperas discrepancias políticas” que en 1956 lo
alejaron inexorablemente de Ocampo y Borges. Sabato también fue uno de los
primeros comunistas en denunciar las purgas de Stalin en la Unión Soviética.
Pertenecía a la literatura como un exiliado que sufre una “dolencia atroz e
incurable”. “La escritura ha sido para mí el medio fundamental, el más absoluto
y poderoso, que me permitió expresar el caos en que me debatía. Me permitió
liberar no sólo mis ideas sino, sobre todo, mis obsesiones más recónditas
–reflexionaba–. Lo hizo cuando la tristeza y el pesimismo habían roído de tal
modo mi espíritu que, como un estigma, quedaron para siempre enhebrados a la
trama de mi existencia.” Sabato es un tesoro problemático y muy incómodo: genera
amores y rechazos tan intensos como imposibles de conciliar. Su literatura y
parte de sus ensayos –El escritor y sus fantasmas, Hombres y engranajes o Uno y
el Universo– preservan un encanto difícil de negar, aun en aquellos que refieren
a esas primeras lecturas como un “hechizo” o “pecado” de juventud. Pero escindir
su impronta entre una “verdad nocturna” (sus ficciones) y una “verdad diurna”
(sus intervenciones públicas), como él mismo proclamaba, simplifica el problema
de su laberinto existencial y político. ¿Se puede parcelar a Sabato en esferas
puras, incontaminadas entre sí? Difícil. Aunque a menudo se haga, acaso para
dejar al margen, como una “equivocación menor”, el almuerzo con Videla y su
“teoría de los demonios”.
Cuando las pérdidas se ensañaron con sus ojos, escribir y pintar representaba un
epifánico renacer. “Las experiencias las da la vida, no los argumentos. En el
campo, en las aldeas del interior, el viejo no argumenta: él es testigo de la
vida. Su testimonio es esa vida que uno ve en él, entre sus arrugas y su andar
agachado”, subrayó cuando ya intuía que el final se aproximaba. “La palabra
testículo tiene el mismo origen que testimonio. Dicen que en la antigüedad el
hombre ponía su mano sobre sus testículos en prueba de su palabra. ¡Qué bárbaro!
–añadía con un tono zumbón–. El maestro, el testigo, el sabio, hablan de su
experiencia. Los otros, los científicos, los filósofos, hablan desde el
conocimiento. A ellos no se les exige que su vida lleve impresas, tatuadas, las
marcas de aquello que expresan.”
El autor de Antes del fin y La resistencia murió en su patria adoptiva de Santos
Lugares. Hace un puñado de años que estaba recluido, como desterrado en su
propio terruño. Su hijo Mario reveló en una carta el gesto póstumo de su padre:
“Cuando me muera, quiero que me velen acá, para que la gente del barrio pueda
acompañarme en este viaje final. Y quiero que me recuerden como un vecino, a
veces cascarrabias, pero en el fondo un buen tipo. Es a todo lo que aspiro”.
Adiós
al “tío” Sabato
Por Silvina Friera
Las puertas del Club Defensores de Santos Lugares se abrieron a las ocho y media
de la mañana de ayer. Un domingo gris, lluvioso y ventoso, muy fresco, en
sintonía fina con el cosmos literario de Ernesto Sabato. Acá, don Ernesto jugaba
al dominó con sus amigos. En el salón del primer piso, un pequeño vallado
establecía apenas una mínima distancia de unos treinta centímetros con el cajón;
bastaba con inclinarse levemente y estirar la mano para acariciar la madera.
Tres coronas rodeaban el ataúd: la de la presidenta Cristina Fernández, la de la
Embajada de España y la de la Secretaría de Cultura de la Nación. Juan Carlos
Ozán, neuquino, hombre de montaña, que llegó el sábado a la noche, se acercó y
besó al escritor en la frente. Fue el primero en llegar. “¡Tanta gente ha
muerto! –escribió Sabato en España en los diarios de mi vejez, su último libro–.
Me he puesto a reír, claro, lo único seguro. Ni bien me descuido ya estoy
pensando en la muerte. Ya estará cerca. Miro el cuarto alrededor para ver por
cuál de las puertas entrará.” El rostro del escritor se veía sereno. En paz.
Elsa Marianelli, de la Cochería Molinari, está acostumbrada a la atmósfera de
los velorios. A los silencios, a los gemidos, a las caras contritas y a los
balbuceos de la lengua de la despedida. “Yo me llevo bien con la muerte; es
parte de la vida: así como nacemos nos vamos. No queda otra –sentenció–. La
muerte es algo que nos va a pasar a todos.” Velar al “maestro” –agregó
Marianelli– es “muy” emotivo. “El velatorio tiene tres momentos: la entrada, que
es la impotencia que te da el hecho de que lo que vos querés está ahí adentro
–señalaba hacia el ataúd–. La segunda es la distensión; todos conversan y
cuentan historias. La tercera es cuando cierran el cajón: ya está, no hay
retorno. Se acabó.”
Un joven con un libro de Sabato en la mano, El túnel, apuntó la cámara de su
teléfono celular hacia el ataúd y gatilló una foto. “Te quiero, te quiero”,
repetía en voz baja, mucho antes de que el salón se llenara y la gente
aplaudiera. Mirta Roa, la hija del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, llegó
el sábado a la noche. De tanto en tanto, abrazaba a Elvira González Fraga, la
última compañera de Sabato. “Más que amigos, eran como hermanos. En la puerta
del placard del departamento de mi papá, Ernesto recortó una foto suya, la pegó
y escribió: ‘Augusto, mi hermano’. A mi padre le decía Roita.” La tonada
melodiosa de Mirta paseaba en voz baja por los recuerdos. “Mi papá decía que el
hombre cabal tiene dos nacimientos: uno al nacer y el otro al morir. Porque
nacen a otra vida, a una vida inmortal.” Un repaso de coincidencias. Sabato y
Roa Bastos nacieron en junio, los dos murieron en abril, durante la Feria del
Libro, ambos son premios Cervantes. “Ernesto no claudicó nunca, jamás se entregó
por ambición o por poder. Se mantuvo siempre humilde, con ese sentimiento de
arraigo al pueblo, al lugar donde está. Sin olvidar su inmensa literatura, lo
que más me conmueve es esa vocación de servicio de prestar su voz a los que no
pueden expresarse, usar su prestigio para hacer escuchar a la gente que está
sumergida”, sintetizó Mirta. “Si ellos se querían tanto, si eran como hermanos,
acabo de perder a un tío.”
Cuando el obispo de San Isidro, monseñor Jorge Casaretto, arrancó con el oficio
religioso, más de 300 personas desbordaban el salón. “Si hay una persona que ha
vivido sin discriminar a alguien, valorando lo que es la persona humana, ha sido
Ernesto. No solamente ha sido un gran escritor, sino un gran humanista, un gran
maestro para todos nosotros, un hombre que buscó siempre la dimensión
trascendente.”
“Yo
decía que trabajaba de pensar”
Iba a ser un festejo por los cien años del escritor, pero se convirtió en el
homenaje a pocas horas de su muerte. Fue un diálogo entre Juan Carlos D’Amico y
Mario Sabato, hijo del autor del “Informe sobre ciegos”.
Por Facundo Gari
“Prevalece el hombre, no el personaje que se escondía detrás de la estatua y
parecía muy duro, que usaba esos anteojos negros casi impenetrables. Prevalecen
el padre y el abuelo”, sostuvo Mario Sabato en el homenaje a su padre realizado
ayer por la tarde en la sala Jorge Luis Borges de la Feria Internacional del
Libro y en un diálogo con Juan Carlos D’Amico, presidente del Instituto Cultural
bonaerense, que hizo de entrevistador frente a unas mil personas. Luego sería
proyectado el documental Sabato, mi padre (2008), en una cita concebida como
precelebración del centenario del novelista de El túnel y devenida, tras su
muerte, en un emotivo e intimista adiós al escritor.
Tras la suspensión de la intervención de María Rosa Lojo, la charla entre Mario
y D’Amico sobre la película se transformó en el eje de la propuesta. Allí, el
funcionario adelantó que el gobierno provincial refaccionará la casa de Santos
Lugares que Sabato habitó hasta su fallecimiento y que la intención es que sea
declarada patrimonio cultural. El cineasta, conmovido pero relajado, reincidió:
“El que tenga la exigencia muy razonable de que se examine la obra de mi padre,
acá no lo va a encontrar. Yo tenía un árbol gigantesco y opté por mirarlo. El
bosque lo ponen ustedes”.
Sobre la incidencia de Ernesto en Sabato, mi padre, subrayó que “no tuvo nada
que ver, excepto ser el protagonista”. Es que el largometraje tiene “momentos
divertidos, pero luego entra en zonas dolorosas”, y por entonces Ernesto ya
estaba “emocionalmente muy frágil”. “En general, filmar a un autor consagrado es
peligroso. Como es mi padre, me tomé ciertas licencias; pero para ninguna de las
películas que filmé sobre él le pedí permiso. Es que no me lo hubiera dado, era
una persona muy pudorosa.”
Frente a un público expectante, relató durante casi una hora algunos pasajes de
la película, condimentados con recuerdos de la vida familiar. El rodaje,
reflexionó, “abarcó casi 50 años de fragmentos”. “Cuando edité, me di cuenta de
que había un guión, aunque nunca tuve una idea previa.” Además, rescató cómo su
padre y su madre, Matilde Kusminsky Richter, lo apoyaron cuando les planteó, con
sólo 15 años, que quería dedicarse al cine. “Cualquier padre hubiera dicho ‘no
digas macanas’. Ellos me apoyaron y comencé a trabajar en (el semanario
cinematográfico) Sucesos argentinos”. “A papá le gustó mucho El poder de las
tinieblas (1979), versión de ‘Informe sobre ciegos’ (capítulo de Sobre héroes y
tumbas), porque reflejé su angustia.”
Respecto de la “pesadumbre” en la obra narrativa como ensayística de Ernesto,
Mario sobrepuso que su familia intentaba que el escritor no lo tuviera “todo el
tiempo” en casa. Su padre “vivió con mucha intensidad y nunca tuvo miedo, por lo
que tuvo grandes aciertos y grandes errores. Por eso el sentido trágico”.
Cuando D’Amico preguntó si la fama de su padre había tenido consecuencias en su
adolescencia, Mario narró que le costaba responder “¿de qué trabaja tu papá?”.
“Yo decía que pensaba. Cuando empezó a tener resonancia, los vecinos, a quienes
siempre mantuvo cerca, lo miraban con recelo. Cómo puede vivir aquí si es
famoso, pensaban.” Ese “aquí”, su lugar en el mundo, fue Santos Lugares, la casa
que alquiló en 1945 a Federico Valle, su dueño, que vivió muchos años en el
sótano y que Mario eligió como abuelo adoptivo. Años antes, en ese hogar vivió
también el escritor brasileño Jorge Amado, según aportó Mario.
La
obra de ficción y la del ensayista
Ernesto Sabato formó parte “de un pelotón encabezado por Borges”, afirma Noé
Jitrik. Shua, Díaz Mindurri, Gorostiza, Battista y De Santis se refieren también
a la ficción y a los ensayos.
- Noé Jitrik (escritor): “En alguna medida, la muerte de Ernesto Sabato es el
cierre de un período importante de la literatura argentina, ya que aparece como
el momento de la mayor solidez de la narración. Perteneció a ese núcleo o
pelotón encabezado por Borges, pero donde hubo otros escritores muy sólidos y
dueños de un gran oficio. Su universo puede ser caracterizado críticamente como
una revelación de un aspecto de la vida aunque para otros no era así. Es una
obra consistente y no puede ser dejada de lado de ninguna manera. Quizá el
carácter de ensayista de Sabato es, para mí, muy relevante, quizás más que el
narrativo”.
- Carlos Gorostiza (dramaturgo): “Sabato logra reunir en sí no solamente la
literatura sino también la conducta humana, porque él fue un luchador por los
derechos humanos, contra las injusticias de la sociedad, y además fue un
creador, para mi gusto, mejor todavía en sus ensayos, como en Uno y el Universo
y El escritor y sus fantasmas, que en sus novelas. Yo tenía una relación
bastante cercana a él, y la sigo teniendo con Mario, el hijo, pero por razones
muy específicas no pude asistir al velorio y al entierro, Pero nos veíamos a
menudo. Yo lo visitaba mucho en Santos Lugares y él también venía a casa en su
momento. Era un tipo digno, con sus errores, con sus aciertos, como todos los
seres humanos. Eso de que era un cascarrabias era cierto, pero de alguna manera
tenía que reaccionar ante ciertas cosas”.
- Ana María Shua (escritora): “Sabato fue el escritor más sobrevalorado y más
subestimado de la literatura argentina. En su momento, se lo puso por las nubes
y digamos que sigue habiendo un sector, aunque ya muy pequeño de la
intelectualidad argentina, que lo considera un escritor extraordinario, y otros
no le dan ningún valor, como si lo que hubiera escrito fuera basura. Y no es
así. El tiempo va a poner las cosas en su lugar. Si bien es cierto que en Sobre
héroes y tumbas son muchos los estereotipos y que toda la parte de crítica
social no tiene el nivel de otras zonas de su literatura, también es el autor de
Informe sobre ciegos”.
- Liliana Díaz Mindurri (escritora): “A Sabato hay que verlo en función de una
época. Es una marca en la literatura no profunda pero creo que es una marca que
ha tenido su importancia en una época. En su momento histórico, hizo su aporte.
Por ejemplo, Sobre héroes y tumbas, en un momento determinado, tuvo incidencia
en la literatura argentina. Tal vez en este momento resulte un libro un poquito
pasado de moda, un poco perimido, pero en su momento, como todas las cosas, tuvo
su incidencia y su importancia”.
- Vicente Battista (escritor): “Sabato es un caso bastante curioso dentro de la
literatura argentina, porque si bien es un hombre de poca obra de ficción
(escribió tres novelas: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el
Exterminador), se situó internacionalmente. Podemos decir que Rulfo tiene una
sola novela y también está situado internacionalmente, pero el caso de Sabato es
más particular porque también supo situarse en el área política. Fue un hombre
que empezó con una trayectoria, dicho por él mismo, en el Partido Comunista, y
después se fue trasladando, como todos sabemos, a una suerte de controderecha,
que no es lo que pasó con Rulfo, quien nunca tuvo una posición política tan
determinada”.
- Pablo De Santis (escritor): “Creo que la marca fundamental que dejó Sabato en
la literatura es Sobre héroes y tumbas, porque fue una novela que logró reunir a
la narrativa realista y urbana con el relato histórico y, a la vez, con la gran
tradición de la literatura fantástica argentina que, en ese libro, se expresa a
través de la conjura del Informe sobre ciegos. Así Sabato, con ese texto, se
sumó a la gran tradición de ficciones sobre conjuras de la literatura argentina
como Diario de la guerra del cerdo, de Adolfo Bioy Casares; Los sietes locos y
Los lanzallamas, de Roberto Arlt, y Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Borges”.
Producción: Oscar Ranzani.
El
rol de la memoria
- Alberto Sileoni (ministro de Educación de la Nación): “Es un argentino que
merece ser recordado con luces, sombras, con una extraordinaria trayectoria,
donde hubo momentos de algunas definiciones políticas infelices, pero yo
prefiero recordarlo por ese aporte que hizo a la democracia, cuando fue
recuperada en la Argentina, donde colaboró a reconstruir la memoria de los
argentinos”.
- Daniel Scioli (gobernador de la provincia de Buenos Aires): “Nuestro homenaje
a Sabato, talento universal que obtuvo justo reconocimiento por su genio
literario y compromiso con los derechos humanos”.
- Jorge Coscia (secretario de Cultura de la Nación): “Sabato fue un gran
escéptico de la Argentina, y digo escéptico con mayúscula, porque el
escepticismo es una manera de pensar. Un país como el nuestro ha dado lugar al
escepticismo durante períodos muy amplios, con la particularidad de que Sabato,
formando parte de un pensamiento establecido, fue el primero en levantar la
vista y descubrir otra realidad”.
- Hernán Lombardi (ministro de Cultura de la Ciudad): “Sabato fue un hombre
justo y valiente, y un gran escritor”.
- Ricardo Gil Lavedra (diputado): “Se fue un maestro de las letras, que
protagonizó una etapa donde frente a la oscuridad, el libro era refugio y
oxígeno”.
- Aníbal Ibarra (legislador porteño): “Murió un gran escritor y un símbolo de
nuestro regreso a la democracia. Deja su ejemplo de compromiso”.
- Julio Cobos (vicepresidente de la Nación): “Es un día triste ya que ha muerto
uno de los más grandes escritores. Resalto su patriotismo y compromiso por la
justicia y la verdad en tiempos difíciles”.
- Mauricio Macri (jefe de Gobierno porteño): “Fue un escritor genial y un
constante luchador por la defensa de los derechos humanos”.
- Francisco de Narváez (diputado): “Con su trascendental obra y su alta
conducta, Sabato buscó una sociedad tolerante, más justa y armónica”.
Black
Sabato
Por Eduardo Fabregat
Entre las múltiples interpretaciones y apropiaciones del mito sabático, hay una
que llama la atención, pero no resulta caprichosa. No sorprende: cuando Daniel
Paz incluyó por primera vez al ciudadano de Santos Lugares en las F. Mérides
Truchas del NO, todo pareció cuajar. De pronto quedó claro que Sabato encajaba
en el universo rockero, que vivía más o menos aislado en su módico Graceland,
que podía ser un eslabón natural en la línea Elvis-Sabato-Indio Solari. Pero no
era solo eso: en la desesperanza, en las oscuridades del escritor el rock leyó
una analogía de Nick Cave, Ian Curtis, Peter Murphy o el David Bowie de la
trilogía berlinesa. Sabato tenía un libro llamado Sobre héroes y tumbas, que
hubiera calzado perfecto en cualquier portada del gothic rock. Sabato tenía otro
libro llamado Abaddón el Exterminador, pavada de concepto para un V8, un
Mötörhead o un Black Sabbath. Black Sabato.
Sonará a herejía, pero hay que decirlo así: Sabato tenía rock.
Algo de eso entrevió Flavio Cianciarulo, que en estas mismas páginas recrea esa
fascinación que lo llevó a escribir “Sabato”, uno de los grandes momentos del
Fabulosos Calavera de los Cadillacs. La Buenos Aires que pintó Sabato golpeó al
bajista, guitarrista y cantante de un modo que no había advertido antes. Y
Sabato le pareció entonces alguien del palo, una percepción compartida por
varios en el medio: tenía rock en su pesimismo, rock en su tono de voz y rock en
sus gafas. Había rock en eso de quemar por la noche lo escrito por la mañana. Al
cabo, el rock ni siquiera registró el costado más flaco del escritor, eso de la
teoría de los dos demonios: antes estaba el personaje-Sabato, esos matices de
rock star.
Capusotto, quién si no, lo entendió hace diez años, cuando en Todo x $2 le dio
entrada a Björk Borges y su hit “Sabato roto”, y a Los Hermanos Sabato para
“Fiebre de Sabato por la noche” (donde el doble de Ernesto bailaba a lo Travolta
con Flavio Pedemonti) y al inenarrable “Sabato y Falú cantan a Zapata” (¡¡en el
sótano de ATC!!). Cosa curiosa para un país en el que enseguida salta el
ofendido, a nadie le pareció que Capusotto le estuviera faltando el respeto a un
prócer. Era, más bien, un curioso rescate, celebrado por un público al que
costaba imaginar con un ejemplar de El túnel entre manos. A medida que Sabato
cumplía años y más años y sus apariciones cada vez más raras lo mostraban
poniendo en palabras los sentimientos más oscuros, dignos de un tango y de un
rock, la figura de Sabato revistió un carácter cada vez más icónico, menos real,
símbolo de darkosidad argenta antes que cualquier otra cosa.
Se fue Sabato. Y entre muchos otros, el rock también tiene razones para
despedirlo.
Metafísica
de la esperanza y el otro Nobel que no fue
Por María Rosa Lojo
Desde la llave maestra de la contraposición luz/oscuridad, vista/ceguera, las
novelas de Ernesto Sabato despliegan una coherente imaginería, basada sobre la
ambivalencia y la paradoja. Muestran las oscuridades e insuficiencias de la
luminosa razón, el sol negro de la brillante oscuridad en territorios que el
Logos occidental ocultó, marginó, proscribió: el cuerpo, los sentidos, lo
femenino, visto como lo devorador y aterrador por sus héroes masculinos,
incapaces de superar dicotomías y escisiones. La búsqueda de esta totalidad del
ser se articula en novelas caudalosas, de múltiples capas y registros de
lectura, como Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el Exterminador (1974),
cuya estética combina cierto realismo urbano con rupturas alucinatorias de la
representación, las estrategias de la gran novela decimonónica con las audacias
del surrealismo, los diálogos y frescos costumbristas con el canto épico, o con
una poesía fantástica y abismal.
Dotado como pocos escritores para exhibir, dramáticamente, las contradicciones
de la historia y de la cultura, las tensiones y debates de la sociedad argentina
y latinoamericana, no estaba exento él mismo de ambivalencias y contrastes.
Escéptico atormentado por el sinsentido de la vida, solemne vaticinador de
apocalipsis, sostuvo, sin embargo, desde su obra y desde su propia persona, una
“absurda metafísica de la esperanza” que lo mantuvo, resistente, sobre este
mundo, hasta casi cumplir su centenario. La gravedad o la melancolía que
mostraba tantas veces no lo eximían de un fuerte sentido del humor, visible
también en pasajes de sus libros: desde los ingeniosos mini ensayos de Uno y el
universo (1945) hasta muchas escenas cómicamente ácidas de sus novelas, como las
intervenciones de Quique, en Sobre héroes y tumbas y Abaddón el Exterminador.
Otras ambivalencias (que reflejan en buena parte las de nuestra sociedad misma)
han provocado polémicas que duran hasta hoy. Pero también es verdad que el
almuerzo con Videla no puede obliterar su aporte al frente de la Conadep, que,
con todas las limitaciones de aquella difícil coyuntura, sentó las bases para la
actual política de derechos humanos en la Argentina. Como lo dijo en una
reciente entrevista el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, Sabato, si cometió
errores, supo asimismo rectificarse. Y no fue indiferente a los padecimientos de
los perseguidos por la dictadura. Basta recordar la conmovedora dedicatoria que
Antonio Di Benedetto coloca en sus Cuentos del exilio (1983), “Al Premio Nobel
de Literatura Heinrich Böll y al gran escritor argentino Ernesto Sabato, que
bregaron por mi libertad en altas instancias”.
En cualquier caso, la desaparición física del personaje público, venerado por
unos, denostado por otros, permitirá tal vez leer más y mejor sus libros, donde
conviven el horror frente a la crueldad del mundo y la desolación de la
existencia, con la apuesta por el valor de una vida que la solidaridad y la
entrega hacen no sólo tolerable, sino también digna de vivirse.
* Escritora y crítica.
Por Mempo Giardinelli
Hace poco escribí que para muchos argentinos la frustración de cada año, cuando
se anuncian los Premios Nobel y no lo gana un argentino, va camino de ser
leyenda y podría acabar siendo un tema literario en sí. El fallecimiento de
Ernesto Sabato repone el asunto, obviamente, porque fue uno de los últimos
candidatos frustrados. No sé si lo merecía –establecerlo sería imposible, además
de otro debate estéril–, pero siempre me sorprendió su visible aunque negado
deseo de recibirlo.
Fui a verlo por primera vez en 1987 con Karl Kohut, catedrático de la
Universidad de Eichstätt. En su casa de Santos Lugares, rodeado de árboles y
plantas, Sabato fue amabilísimo con nosotros. Charlamos un par de horas y en
algún momento resultó inevitable hablar del Nobel. No recuerdo cómo desdeñó la
posibilidad de ser premiado, pero sí que lo hizo con tanta elegancia como
inverosimilitud.
Después nos mostró su atelier, donde pintaba unos cuadros sombríos, para mí
horribles (aunque no me atreví a expresarlo), y luego nos sentamos a tomar el té
con Matilde, quien no se veía enferma y más bien contradecía la sempiterna
justificación de Sabato, que solía excusarse de compromisos aduciendo el mal
estado de salud de ella. Quizá fue sólo una impresión, pero aquella tarde nos
pareció una señora mayor muy agradable, amena y normal, que nos obsequió un
libro de poemas que acababa de publicar.
Don Ernesto, como respetuosamente lo llamábamos, fue desde entonces amistoso y
cálido conmigo. Quizá porque declaré, desde el vamos, mi rendida admiración por
sus dos novelas más leídas: El túnel y Sobre héroes y tumbas, y particularmente
esta última, que me sigue pareciendo una de las grandes novelas que se
escribieron en este país. O quizá por mi interés en Diálogos, el libro de
Orlando Barone que lo había reunido a fines de 1974 con Borges y que ya entonces
era una joya injustamente poco considerada en los mentideros de la Literatura
Argentina canónica. O porque él apreciaba mucho mi revista Puro Cuento. Lo
cierto es que siempre, cada vez que nos vimos o hablamos por teléfono, fue
atento y afectuoso y en todo momento supe que eso era una distinción.
Ahora que escribo esta semblanza, evoco sus ensayos (en particular los primeros:
Uno y el Universo, y Hombres y engranajes) y en su tercera novela, Abbadón el
Exterminador, texto que nunca aprecié, acaso vencido por la sensación de que
presenciaba un ejercicio de resentimiento.
Como sea, quedará un buen recuerdo de él a pesar de sus aspectos más
cuestionados, como aquel almuerzo de mayo de 1976 en la Casa Rosada con Videla,
Borges, Ratti y el cura Castellani que la Historia parece haber ya condenado.
Por encima de las antipatías y recelos que se ganó aquel infausto mediodía, es
indudable que la figura de Sabato al frente de la Conadep en 1983 fue
importante, como también sancionó la Historia.
Lo vi por última vez avanzado ya el milenio, en el Ministerio de Educación,
durante la recordada gestión de Daniel Filmus. No digo que fuimos amigos y soy
consciente de la ambivalencia de mis sentimientos. Pero sentí pena ante su
muerte. Hace poquito perdimos a David Viñas; ahora a Sabato. Se nos van los
grandes y la literatura argentina sigue de luto.
La
importancia de llamarse Ernesto
Por Juan Sasturain
Hacía muchos años que no releía Sobre héroes y tumbas. Lo hice en estos días.
Voy a ser obvio: es una novela original y poderosa, con momentos memorables,
insustituible en la narrativa argentina. Tan poderosa es, que sobrevive
holgadamente a sus gruesos defectos, que son los del autor: el afán explicativo,
el exceso de énfasis, la discursividad elocuente, la impune repetición del
predicador convencido. Es que, ni antes ni después, Sabato escribió algo mejor.
Ahí puso todo y funcionó, pese o gracias a la desmesura; pese a sí mismo,
podemos aventurar.
La novela tiene personajes y secuencias inol-vidables, absolutamente logradas.
Se destaca –como suele señalarse– el tercer segmento de la historia, el
celebérrimo relato autónomo del “Informe sobre ciegos” en que campea soberano,
en palabra y obra, Fernando Vidal Olmos, alienado digno del mejor Arlt o del
penúltimo David Lynch. Pero también sigue sosteniéndose con toda su potencia
lírica y evocadora el largo, alevoso contrapunto final entre la mítica (acaso
fraguada, incluso) epopeya de la Legión de Lavalle portando el cadáver ya
descarnado de su jefe siempre hacia el norte por la Quebrada, y la marcha hacia
el sur y la Patagonia de Martín con el camionero Bucich, con la invencible
escena del epílogo, con los dos meando a un costado del camino y bajo las
lejanas estrellas: “Bueno, a dormir, pibe. Mañana atravesamos el Colorado.” Es
uno de los grandes finales de la literatura argentina.
Y no sólo esos momentos ya clásicos. A lo largo del primer segmento, “La
Princesa y el Dragón”, el personaje de Alejandra alcanza, a través de la mirada
del frágil Martín, una dimensión mítica. Nadie que haya leído esta novela a los
veinte años –como nos pasó a muchos, por entonces– puede olvidar a esa mina
oscura, una pendeja apenas, y sus relatos perturbadores. A partir de esta
secuencia, espacios como el Parque Lezama y la casona de Barracas se
convirtieron de una vez y para siempre en locaciones del misterio. Sólo hay dos
Alejandras en nuestra literatura: Pizarnik y ella.
La extensa crónica de Bruno sobre su relación con Fernando Vidal Olmos, que
abarca –con clima arltiano– un largo período de la historia política y social
argentina, que va de la segunda a la cuarta década del siglo, ocupa gran parte
del último tramo de la novela –“Un dios desconocido”– y tiene sustancia y tono
propios, material narrativo suficiente como para una novela aparte. En ese
sentido, Sobre héroes y tumbas cuenta, saludablemente, más historias y tira más
puntas que las que está dispuesta a cerrar. Además, están los intervalos
costumbristas, con dos personajes ocasionales y contrapuestos, construidos ambos
a partir del registro verbal: el pintoresco Heriberto J. D’Arcángelo en su
entorno de la Boca, prestado de Calé y César Bruto; o el desatado Quique de la
boutique de Barrio Norte, que anuncia las sátiras de Landrú en Tía Vicenta.
Aunque muchos de sus gestos ulteriores parecerían demostrar lo contrario, Sabato
supo también reír y hacer reír.
En realidad, no se privó, para bien o para mal, de nada. La novela transcurre
durante los dos últimos años del gobierno de Perón y se nota todo el tiempo. Si
Beatriz Guido había contado –y no sólo ella– el incendio del Jockey Club desde
una perspectiva de (su) clase, en Sobre héroes y tumbas, para cerrar el segundo
segmento –que antecede al “Informe”–, se incluye una larga y eficaz secuencia
que, tras escueta referencia al bombardeo criminal de Plaza de Mayo, reconstruye
la noche de la quema de las iglesias, con un Martín que oficia de espectador de
la disputa entre la dama rubia y el muchachito peronista. Como ha señalado
Ernesto Goldar en su momento, en la visión apocalíptica de Sabato, el fuego (las
iglesias, la casa y el mirador de Barracas) funciona como recurso necesario de
expiación tras la trasgresión, que en su mirada es moral y política.
Cabe recordar que Sobre héroes y tumbas se publicó en 1961 en la colección
Anaquel, de Fabril Editora, la misma en que salieron –por la misma época– la
memorable El astillero de Onetti y la inicial Sudeste del joven Conti. Hace
exactamente cincuenta años. Que son los que tenía Sabato, nacido en 1911, que
vivió –días más o menos– otros cincuenta. Así es que acá estamos –dantescamente–
en medio del camino de la vida.
Todos sus textos anteriores –los sesudos ensayos de Hombres y engranajes y Uno y
el universo, el ejercicio narrativo de El túnel y la meditada incursión política
de El otro rostro del peronismo– con su medida originalidad, no anticipaban el
desborde formal de esta novela desaforada, que no se parece a nada de lo que se
escribía por entonces. Y es evidente también que los principales textos que la
siguieron, de El escritor y sus fantasmas a la presuntuosa Abaddón el
Exterminador –lo demás es miscelánea– no son en el fondo más que expansiones,
reiteraciones, vueltas a una tuerca falseada.
Lo que se falseó fue la fijación en el personaje. El personaje Sabato, digo,
devenido referencia directa o indirecta de todos sus textos y/o participaciones
públicas durante décadas de procerato. En ensayos incisivos y demoledores,
críticos perspicaces como Jorge B. Rivera o el brillante Claudio Uriarte
hicieron en su momento la vivisección del soberbio maestro. No cabe ahora la
autopsia. Sólo recordar en qué medida la actitud de tácito magisterio que Sabato
se (auto) adjudicó y le adjudicaron más o menos interesadamente, lo llevó a
colocarse –sin pudores ni reservas– más allá del bien y del mal, “por encima” de
las contradicciones ocasionales, en un terreno de natural impunidad que le
permitió –famosamente– primero asistir a una reunión con Videla y luego presidir
la Conadep. Hay algo que no cierra.
Como lector inteligente que era, Sabato antologó alguna vez a Oscar Wilde entre
sus narradores preferidos. Pocas personalidades más distantes, sin embargo. Una
de las más brillantes comedias del genial irlandés se llamó The Importance of
Being Earnest, título que juega con la similitud fonética entre “Earnest”
(formal, serio) y “Ernest”, obviamente, Ernesto. De ahí que los traductores
castellanos oscilen entre La importancia de llamarse Ernesto y La importancia de
ser serio. La finísima ironía del aparentemente frívolo Wilde elabora, tras la
aparente superficialidad de una trama de equívocos amorosos, una corrosiva
parábola sobre la impostación y la apariencia.
Nuestro Sabato, que era Ernesto, siempre creyó en la importancia de ser/parecer
serio, nunca trivial ni frívolo, inequívocamente preocupado por la Humanidad y
el destino del Hombre. No sé cómo se dice en inglés “engrupido” –un pecado menor
al que todos estamos expuestos–, pero seguramente el trágico Wilde sabría usarlo
con filosa propiedad.
Sabato
y sus fantasmas
Por Silvina Friera
(01/01/11)
Su voz era un como un “río negro” con ese timbre cavernoso de orador sagrado. El
acento pesimista de Ernesto Sabato coronaba a esa otra voz, la del monstruoso
mundo de sus tinieblas, como decía en sus páginas, que surgía en sus novelas,
especialmente en Sobre héroes y tumbas. Autor entrañable para miles de lectores,
sin más patria o nacionalidad que el hachazo y la conmoción que significa
transitar por los universos y laberintos de El túnel o Abaddón el exterminador,
su muerte, hoy a la madrugada en su casa de Santos Lugares, a los 99 años,
cuando parecía que festejaría su centenario de vida, no lo exime del “juicio de
la historia”. El dolor por la pérdida de un escritor fundamental del siglo XX de
la literatura argentina no puede deslizar bajo la alfombra de la sociedad
argentina heridas muy hondas que aún no han cicatrizado. El respeto y la
admiración no debería traducirse automáticamente en indulgencia a las
convicciones políticas de un intelectual ambivalente y paradójico, una especie
de predicador atormentado que encarnaba la voz y los sentimientos de “todos”,
una mascarada tan convincente que escapó a su control.
El “maestro”, el “genio”, el “quijote lúgubre” de nuestras pampas y cuantos
calificativos se desprendan y multipliquen por las bocas apesadumbradas o las
páginas que se están escribiendo en este mismo instante, fue una figura
compleja, polémica, contradictoria. Almorzó con el dictador Jorge Rafael Videla,
encabezó la Conadep, la comisión encargada de recoger los testimonios de los
familiares de desaparecidos durante la dictadura militar y prologó el Nunca más,
donde formula la “teoría de los dos demonios” y equipara el terrorismo de la
guerrilla con el terrorismo de Estado. En esta trama enrevesada reside el
desafío que genera el escritor; hay que “penetrar en las grietas para que pueda
volver a filtrarse el torrente de la vida”, una frase de Jünger que Sabato
recuerda en España en los diarios de mi vejez (Seix Barral), su último libro
publicado en 2004. El escritor que nació en Rojas en 1911, que siempre fue un
hombre de pueblo, que se instaló en Santo Lugares cuando casi literalmente no
había nada, cuando todo era horizonte en construcción, escribió en ese último
libro que “cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro
compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la
historia”. Se refería al lugar decisivo de la solidaridad en un “mundo acéfalo”
que excluye a los diferentes. Lo avergonzaba -afirmaba- que existan doscientos
cincuenta millones de niños explotados. Pero se puede atisbar en las entrañas de
esta frase algo más que la mera coyuntura a la que aludía. Quizá su deseo
–inconfesable- era sortear esas “fatalidades” y peripecias interminables que
padeció; buscar afanosamente un hilo de Ariadna que pudiera hacer comprensible
su propio desconcierto íntimo.
Sabato es un ícono de la cultura argentina con todo lo positivo y negativo que
trasunta ocupar esa posición en el imaginario de una sociedad. Supo articular,
declaración tras declaración, páginas tras página, la estela del escritor
torturado y sufriente que luchaba contra las tinieblas y fantasmas. Su
conciencia parecía que nunca lo dejaba en paz. A menudo repetía que “quemaba lo
que había escrito a la mañana”. Comenzó a garabatear su novela más emblemática,
Sobre héroes y tumbas (SHT) en 1936. La primera publicación fue en 1961, pero en
el ínterin, como se recuerda en la edición crítica publicada en la colección
Archivos por la editorial Alción(2008), coordinada por María Rosa Lojo, hubo
avances y retrocesos y quemas periódicas de manuscritos descartados. Nunca dejó
de corregir y depurar ese texto capital hasta la edición definitiva de 1991.
Novela total, SHT “entreteje múltiples voces e historias con la Historia,
expande en direcciones contrapuestas los ámbitos geográficos, abre, desde la
ciudad cotidiana, una grieta en la percepción, una ventana oscura hacia el otro
lado de lo que creemos real”, subraya Lojo en el estudio liminar.
“A veces la literatura se inviste con los poderes del sueño, ilumina territorios
imaginados y perdidos –plantea Lojo-. Sobre héroes y tumbas, gótico surrealista
y argentino, galería de fantasmas familiares, geología fantástica, perverso
libro de viajes fabulosos en el corazón de lo cotidiano, nos ofrece la ilusión
de recobrar un tesoro siniestro. De asomarnos a la forma oculta del mundo, y de
atisbar en ella, como en un diseño abismal de cajas chinas, todos los otros
mundos que están en éste”. Sabato es un tesoro problemático y muy incómodo:
genera amores y rechazos tan intensos como imposibles de conciliar. Su
literatura y parte de sus ensayos –El escritor y sus fantasmas, Hombres y
engranajes o Uno y el Universo- preservan un encanto difícil de negar, aun en
aquellos que refieren a esas primeras lecturas como un “hechizo” o “pecado” de
juventud. Pero escindir su impronta entre una “verdad nocturna” (sus ficciones)
y una “verdad diurna” (sus intervenciones públicas), como él mismo proclamaba,
simplifica el problema de su laberinto existencial y político. ¿Se puede
parcelar a Sabato en esferas puras, incontaminadas entre sí? Difícil, aunque a
menudo se haga, acaso para dejar al margen, como una “equivocación menor”, el
almuerzo con Videla y su “teoría de los demonios”.
Murió Sabato en su patria adoptiva de Santo Lugares. Hace un puñado de años que
estaba recluido, como desterrado en su propio terruño. En silencio, escuchando
música. Una de sus últimas apariciones fue en noviembre de 2004, en Rosario,
cuando en el marco del III Congreso Internacional de la lengua Española asistió
a un homenaje en el que participó José Saramago, Víctor García de la Concha, ex
director de la Real Academia Española de la lengua, y la entonces senadora
Cristina Fernández. Más de 1600 personas lo ovacionaron de pie al Premio
Cervantes 1984. Sabato lloraba, se sacaba los anteojos, se limpiaba las lágrimas
y saludaba. Se despedía. Lo sabía él y todos los que fueron testigos de ese
momento de extrema emoción. Debilitado por tanto cariño, moviendo su mano para
saludar a todos, se esforzaba por comprender por qué él, que escribió en Abaddón…
que el “universo es horrible, o trágicamente transitorio e imperfecto”, logró,
en el tumulto de sus ficciones, construir una obra que tendría como destino la
revelación de un territorio fantástico: la conciencia del hombre.
Entre las citas que le gustaba evocar, solía recordar una de Nietzsche: “Yo amo
a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en el ocaso. Pues ellos
son los que pasan al otro lado”. En el club de su barrio, Defensores de Santos
Lugares, los vecinos y lectores comienzan a despedirse del autor de El Túnel. Su
hijo Mario reveló en una carta el gesto póstumo de su padre: “Cuando me muera,
quiero que me velen acá, para que la gente del barrio pueda acompañarme en este
viaje final. Y quiero que me recuerden como un vecino, a veces cascarrabias,
pero en el fondo un buen tipo. Es a todo lo que aspiro”.
La despedida en el club del barrio
Los restos de Sabato son velados en el Defensores de Santos Lugares, ubicado en
Langeri 3162, justo enfrente de su casa del centenario jardín de cipreses,
araucarias, una Santa Rita y un prehistórico ginco biloba por donde solía
caminar junto con su perro Roque, sin dejar que se levantara ni una hoja. “Hay
que dejar que la naturaleza haga su trabajo”, decía cuando se le preguntaba
porqué.
Vivió y murió donde quiso, “en la paz del hogar y del barrio”, dijo una vez. Su
colaboradora Elvira González Fraga contó que hacía "como quince días tuvo una
bronquitis y a la edad de él esto es terrible". El deterioro de sus salud se
había acentuado en los últimos de los 99 años que vivió, resistiendo la muerte
de su hijo Jorge en 1995 y de su esposa Matilde, tres años después.
Mario, el último sobreviviente de esa familia primigenia, leyó una carta de
despedida: "Sé que todos ustedes comparten la tristeza que sentimos en la
familia. Porque mi padre no nos pertenecía solo a nosotros (..) Con orgullo, con
alegría, sabemos que lo compartimos con mucha gente, que lo quiso y lo necesitó
tanto como nosotros".
Según Mario, Sábato les dijo: "Cuando me muera, quiero que me velen acá, para
que la gente del barrio pueda acompañarme en este viaje final... Y quiero que me
recuerden como un vecino, a veces cascarrabias, pero en el fondo un buen tipo...
Es a todo lo que aspiro".
Por último acotó: "La familia Sabato desea expresamente solicitar que no se
envíen arreglos florales y que el dinero sea donado, en memoria de Ernesto a
Fundación Garrahan, Cta. Banco Credicoop. Cta Cte en pesos 191-153-011-751/2".
Varios de sus vecinos del barrio y cualquier parte de Buenos Aires que solían
tocarle el timbre para acercarle un libro que él siempre firmaba, aún cuando
debía guardar reposo, desde la tarde hicieron cola frente al club de enfrente de
esa casa de paredes escondidas tras los libros que prácticamente era una
incubadora. En invierno estaba cerrada porque él era friolento. En verano,
porque le molestaban las moscas.
Pero siempre estaba iluminada por la claridad que entraba desde el fondo, desde
el jardín de Matilde, donde compartió modestas tertulias con algunos escritores
y adolescentes que le acercaban con pretensiones de aprender a leer y escribir
entre mate y discusión sobre -aunque muy a veces- sus oscuros personajes: Juan
Pablo Castel, “el pintor que mató a María Iribarne” en El Túnel; Fernando Vidal
Olmos, protagonista de el Informe sobre ciegos de Sobre Héroes y Tumbas;
Alejandra, de esta última novela; y su homónimo pero con acento en el apellido
(Sábato). Figuras que inevitablemente quedan en la memoria de quien se acerca a
su literatura.
El desfile de personas que llegaron a despedir sus restos es incesante. Pero
podrán hacerlo sólo hasta la medianoche. Mañana al mediodía, se supone que a las
13, aproximadamente, será llevado al cementerio Jardín de Paz, de Pilar. Su
familia pidió "que no se envíen arreglos florales y que el dinero sea donado, en
memoria de Ernesto Sabato a la Fundación Garrahan".
En su última novela, Abbadón el exterminador, ese personaje homónimo con tilde
llega hasta su Rojas natal y se enfrenta con su lápida en la que ve su voluntad
pero sin acento: “Ernesto Sabato quiso ser enterrado en esta tierra con una sola
palabra en su tumba: Paz. 'Paz'. Sí, seguramente era eso y quizás sólo eso lo
que aquel hombre necesitaba”.
El recuerdo de referentes de la cultura y sus amigos
Referentes de la cultura y la religión lamentaron el fallecimiento del escritor
Ernesto Sabato ocurrido durante la madrugada en su casa de Santos Lugares, el
barrio donde vivió durante los últimos 60 años.
* Pacho O'Donnell: “Así como Borges describía el Buenos Aires mitológico,
laberíntico, Sabato habló del Buenos Aires real (...) Incorporó a la literatura
la psicología y el lenguaje cotidiano del hombre medio de Buenos Aires, su
personaje tiene una carnadura absolutamente real y reconocible, y esto incluso
generó toda una corriente de imitadores”.
* Jorge Coscia: “Sabato fue un gran escéptico de la Argentina, y digo escéptico
con mayúscula, porque el escepticismo es una manera de pensar. Un país como el
nuestro ha dado lugar al escepticismo durante períodos muy amplios, con la
particularidad de que Sábato, formando parte de un pensamiento establecido, fue
el primero en levantar la vista y descubrir otra realidad”.
* Felipe Pigna: "A esta altura del balance vale más todo lo bueno que hizo como
su presidencia en la Conadep, sin olvidar el incidente del almuerzo con Videla,
pero recordando que en ese mismo encuentro pidió por la vida del escritor
(desaparecido) Haroldo Conti". [Pigna se equivoca, quien pidió por Haroldo
Conti fue el cura Leonardo Castellani, no Ernesto Sábato. (Nota de El Ortiba)]
* Alejandro Dolina: "Estoy muy triste por la noticia. Me acabo de enterar y no
me salen las palabras en este momento. Sólo me sale llorar".
* Marcelo Birmajer: "Me dijo: he sido un utopista toda mi vida, y hablamos sobre
su distancia de la izquierda stanilista, de las vertientes armadas o de las
ideas sartreanas. Me gustaron mucho sus ensayos, sobre todo `De hombres y
engranajes` que hablaba sobre los problemas contemporáneos a mediados de los 80.
Fue un gran pensador".
* Elvira González Fraga: "Es un grande que se va. Hace mucho que estaba mal pero
de alguna manera se mantenía estable. Sufría, pero todavía pasaba momentos
buenos, principalmente cuando escuchaba música, que le gustaba mucho. Nos hemos
acompañado como treinta años. Tuvo una vida muy buena, fue muy querido.
* Sergio Olguín: "Me marcó mi adolescencia, en especial `Sobre héroes y tumbas'.
Creo que fue el libro más vívido que tuve a lo largo de toda mi vida. El
personaje de Alejandra es el más fuerte con el que me he cruzado en la
literatura argentina, y a la altura de los personajes de Stendhal. Sin duda es
un autor fundamental de la literatura argentina".
* Elsa Drucaroff: "Lo leí de adolescente, un escritor muy interesante pero desde
lo político le discuto muchas cosas, aunque no es momentos para hablar de ellas.
Espero que ahora se lo valore desde lo literario, porque tiene dos novelas que
son muy interesantes".
* Alicia Steimberg: "Empecé a leer el `Informe sobre ciegos` que está en `Sobre
héroes y tumbas` y la verdad es que lo dejé por la mitad. Lo mismo me pasó con
`El túnel`... Siempre me propongo retomarlos, pero después se anteponen otros
libros que me terminan pareciendo más importantes (...) Recuerdo haberle mandado
un poema cuando tenía 20 años y él 40. No soy poeta, pero quería que me diera su
opinión. Me mandó su respuesta en un papelito amarillo, escrito con tinta negra
y letras chiquita, donde me decía que le había interesado. Después, en una
conversación, me dijo que no me apurara a publicar. Fue un consejo que cumplí a
rajatabla, porque recién publiqué a los 38".
* Dalmiro Sáenz: "Cuando lo conocí, me generó una gran envidia su lucidez; más
que su literatura, me sorprendió la velocidad mental que tenía. Me inhibía su
inteligencia. Es chica su obra, pero su persona es enorme".
* Justo Laguna: Era una gloria nacional. Me parece un de las plumas más
brillantes después de Borges en castellano", remarcó el prelado que incluso
resaltó haber casado a Sabato cuando contrajo enlace con su esposa Matilde
Kusminsky Richter. Asimismo, destacó su acercamiento a la religión católica al
indicar que Sabato "no era anticlerical, terminó yendo a misa e incluso luego
Matilde se convierte al catolicismo".
* Elsa Osorio: “'Sobre héroes y tumbas' y, por supuesto, su actuación en la
Conadep fue muy importante (...) Independientemente de algunas cosas que no
puedan haber gustado en su momento, el hecho de haber encabezado la Conadep fue
un hito fundamental en la historia de los derechos humanos".
* Claudia Piñeiro: "Lo que más me impresiona es que con él se termina toda una
generación de escritores que nos fue dejando despacito y da pie a la próxima
(...) Me parece que su importancia literaria se puso de manifiesto en el
Programa Sur de Traducciones que impulsa la Cancillería argentina, ya que ha
sido uno de los más traducidos en el exterior".
* Guillermo Martínez: "Es una autor que yo leí en mi adolescencia, me parece que
tiene una excelente novela que vale la pena seguir leyendo, `El Túnel`, y de
`Sobre heroes y tumbas`, recuerdo el Informe sobre ciegos, la parte de la muerte
de Lavalle, así como algunos ensayos -`Uno y el Universo`- que en su momento me
parecieron muy lúcidos".
Las voces del arco político y social
Diferentes referentes políticos y funcionarios expresaron su dolor y respeto al
conocerse el fallecimiento del escritor Ernesto Sabato, quien murió a los 99
años en su casa de la localidad bonaerense de Santos Lugares.
* A través de un comunicado, el Ministerio de Educación resaltó el "aporte que
hizo a la democracia" el escritor Ernesto Sabato. "Su muerte es una gran pérdida
para todo el pueblo argentino", añadió la cartera que encabeza Alberto Sileoni y
planteó que se lo recordará "por su importante obra literaria y ensayística,
pero también por ser un defensor de los derechos humanos".
* El ex ministro de Educación y senador nacional Daniel Filmus, declaró que
"siente profundamente la muerte de Sabato, que fue un gran escritor, humanista,
trabajador por la paz".
* Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1980: "Reconozco en Sabato que
tuvo una actitud de compromiso, al comienzo estuvo con Videla, pero lo que hay
que reconocer es que tuvo la capacidad de cambiar y fue muy crítico con la
dictadura (...) Era un hombre con una gran angustia existencial, pero que sabía
escuchar y aportar cosas".
* Héctor Timerman, canciller: "Me apena la muerte de Sabato. Nos quedan sus
libros y el recuerdo de un hombre apasionado por su país".
* El gobernador Daniel Scioli destacó el "talento universal que obtuvo y el
justo reconocimiento por su genio literario y compromiso con los derechos
humanos".
* El ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, calificó que fue "un hombre
justo y valiente, y un gran escritor".
* El ministro de Economía, Amado Boudou, puntualizó que "con sus luces y
sombras, con sus héroes y tumbas, un símbolo de nuestra patria se ha ido.
Respeto, nos queda su obra".
* El candidato presidencial por el radicalismo, Ricardo Alfonsín, lo recordará
como "un hombre de ideas, pero también como un hombre ético, los argentinos
necesitamos ejemplos como Sábato".
* Horacio Rodríguez Larreta: "La Argentina llora. Mi más grande admiración hacia
un escritor único. Se fue parte de la literatura argentina".
* En su twitter, el diputado socialista Roy Cortina envió el mensaje "Gracias
por todo Don Ernesto".
* A través de un comunicado, el Gobierno porteño señaló: "Mucha tristeza por la
muerte de Ernesto Sabato, genial escritor y hombre de gran coraje".
* Julio Cobos: "El mejor homenaje que podemos hacerle a Sabato es promover la
lectura de su obra y tomar como ejemplo sus principios éticos y valores".
El homenaje en la Feria del Libro
El recuerdo de Ernesto Sabato que estaba previsto realizarse mañana domingo en
la sala Jorge Luis Borges de la Feria del Libro, fue confirmado por autoridades
de este megaevento cultural.
"El acto va a tener lugar mañana a las 18,30, porque acabo de hablar con Mario
Sabato, el hijo del escritor, y con las
autoridades del Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires", señaló
Carlos Pazos, responsable de la feria.
Organizado conjuntamente por la Fundación El Libro y el Instituto Cultural
bonaerense, del homenaje participarán la escritora María Rosa Lojo y el
presidente del Instituto Cultural, Juan Carlos D´Amico. En un principio estaba
previsto la presencia del hijo del escritor pero todavía no se sabe si
concurrirá al homenaje.
Lojo brindará una charla sobre la vida y la obra del autor de "Sobre Héroes y
Tumbas" y se proyectará un compilado de la película “Sabato, mi padre”, de Mario
Sabato.
30/04/11 - 01/05/11 Página|12
Lo
político y lo literario, dos caras desiguales de un escritor
Por Alejandro Horowicz
Periodista, escritor y docente universitario
“Tengo un olfato finísimo, superior al de cualquier otro hombre para captar
cuándo se dan realmente la elevación y la decadencia; en este tema soy el
maestro por excelencia. Conozco ambas cosas, soy las dos cosas.”
Friedrich Nietzsche
La producción de Ernesto Sabato puede valorarse en dos planos. Como escritor
integró (con Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Julio Cortázar) la cumbre del
oficio, si bien tal vez sea el más débil del cuarteto. Pero obtuvo enorme
reconocimiento de muchos que hoy lo ningunean, y la suficiente valía como para
que Albert Camus recomendara El túnel para su traducción al francés por
Gallimard. No es exactamente poco.
En el otro plano (sus intervenciones políticas, tanto a través del ensayo como
en sus exposiciones públicas) su lugar no resulta equiparable al del autor de
Sobre héroes y tumbas, sin por eso disolverse en la trivialidad. No en vano
integró el staff de la revista Sur –dirigida por Victoria Ocampo– pero podía
distinguirse de los otros integrantes conspicuos de esa redacción por un
finísimo paladar literario.
Mientras la señora Ocampo sólo medía la significación de un escritor, según
cotizara en la bolsa de valores parisina, Sabato no vaciló en prologar la
traducción de Ferdidurke al castellano en la década de 1940. Witold Gombrowicz
todavía era un completo marginal en la cultura argentina, cuando no había
triunfado en París, ni ganado el Prix International de Literatura en 1967 (el
mismo que ganaran Samuel Beckett y Jorge Luis Borges en 1961), Sabato supo
reconocerlo y estimular con su apoyo al que ya era entonces un grande de la
vanguardia literaria del siglo XX.
No es esa por cierto la única diferencia del escritor de Santos Lugares con el
grupo Sur. Si bien integró las filas de la Revolución Libertadora –que lo premió
con la dirección de una revista semanal de primer orden– su oposición al
peronismo no puede equipararse al gorilismo explícito de Borges y Ocampo. Por
ejemplo, al presenciar el llanto de una joven mucama provinciana por la caída
del gobierno peronista, en septiembre de 1955, no dejó de conmoverse y escribir
sobre el asunto. Esta conmoción y esa escritura le costaron el cargo en la
publicación. Esto no le pasó a ningún otro integrante de Sur, para la cual el
artículo de Sabato también resultaría conflictivo. Creando una situación que no
volvería a repetirse hasta la Revolución Cubana de 1959, cuando Casa de las
Américas invita a José Bianco a ser jurado de ese premio literario, Victoria
Ocampo intenta impedir su participación amenazando con echarlo de la Secretaría
de Redacción. Bianco renuncia y viaja igual. Los ásperos modos de la señora
Ocampo, en esta oportunidad, no pudieron alcanzar su cometido, dado que Bianco,
al igual que Sabato, era un hombre de ciertos principios.
En su apasionada juventud Sabato se apropia de una versión del marxismo
(tamizada por su participación en la Juventud Comunista y el contacto fugaz con
el trotskismo de Jorge Abelardo Ramos), por algo el colorado Ramos es uno de sus
personajes menores en Sobre héroes y tumbas. De su estadía en París, tras
abandonar el Instituto Marie Curie, Sabato trajo la firme voluntad de dejar
atrás la investigación científica, para la que estaba concienzudamente dotado,
emprender el difícil camino de las letras y defender un modo de intervención
pública, al igual que el existencialismo sartreano.
Después de todo, Ernesto Sabato compartió ese recorrido que Francia adopta, a
finales del siglo XIX, con motivo del affaire Dreyfus: el intelectual
comprometido con la realidad política. En la década de1970 Sabato apoya el
modelo de transformación en boga, pero frente al golpe de estado del ‘76, junto
con otros escritores, acepta el nuevo orden de cosas, y participa en un almuerzo
convocado por el general Videla. Debemos admitir, que este intelectual
comprometido sintetizaba el bienpensatismo de ese momento.
Tras la descomposición de la dictadura burguesa terrorista en 1983, el
recientemente electo presidente Raúl Alfonsín le propone presidir la CONADEP,
para investigar la desaparición forzada de personas. Sabato no vacila en
aceptar; lo considera una obligación ineludible. Y en esa comisión y con ese
cometido participa activamente en la elaboración del Nunca Más, informe que
explica la lucha entre la guerrilla socialista y los grupos de tareas de las
FFAA como enfrentamiento entre “dos demonios”. Así, Ernesto Sabato es el autor
de uno de los dos documentos que fundamentó la inocencia de la compacta mayoría
en la conducta represiva de las FFAA (el otro es el dictamen del Juicio a las
Juntas Militares del ‘85). Por eso, los dos demonios protagonizan “su prólogo”
al Nunca Más. Hoy sabemos que no fue así: para que una sociedad pueda masacrar a
miles de sus integrantes es preciso un acuerdo mayoritario, al menos tácito.
Pero además la dictatura no tuvo sólo víctimas y victimarios, los beneficiarios
de la dictadura burguesa terrorista tienen nombre y apellido.
Como escritor, Sabato integró el pelotón de los mejores, como intelectual
comprometido con su tiempo vaciló, y en última instancia compartió el horizonte
del liberalismo argentino.
02/04/11 Tiempo Argentino
Imagen: El 19 de mayo de 1976, el dictador Jorge R. Videla almorzó en la Casa de
Gobierno con los escritores Ernesto Sábato, Jorge Luís
Borges, Leonardo Castellani y el presidente de la Sociedad Argentina de
Escritores, Horacio E. Ratti.
Recordando
a Ernesto Sabato
Por Noé Jitrik
Crítico y escritor
De entre las variadas respuestas a la muerte de una persona célebre o famosa
predominan a mi entender dos, que son como recintos en los que se alojan otras
múltiples, casi todas previsibles. Esas dos son la evaluación –en la que se
juega la sinceridad crítica– y la evocación –cuyo riesgo principal es la falta
de objetividad y la consecuente deformación–. Ninguna de las dos es fácil en
relación con Ernesto Sabato: él tampoco lo era. Dinámico desde que abandonó los
rigores de la ciencia para internarse en los laberintos de la literatura, poco a
poco fue ensombreciendo sus conceptos para recluirse en una especie de
nietzscheanismo catastrofista, muy enunciado: ya en El túnel era otro respecto
de sus brillantes libros de ensayos y esa visión pesarosa, que terminaba por ser
acrítica, de la historia argentina, lo llevaba a una zona de abrupto acceso, no
había cómo llegar a ese “Mal” del que parecía haberse convertido en profeta, en
particular a partir de Sobre héroes y tumbas, que en su momento leímos con
pasión. Creo que su eficacia residía en una feliz conjunción entre un espíritu
científico y una riqueza verbal en el surrealismo. Lo suyo era, vistas las cosas
como son, realismo, en la tradición nacional de fondo naturalista, pero de un
vigor poco frecuente en esa narrativa obsesionada por determinar las desgracias
argentinas, la decadencia de las clases en el poder, el deterioro moral. Por
cierto, después de la caída del peronismo, la narrativa argentina retomó la veta
social inyectándole un vigor literario (Beatriz Guido, David Viñas, incluso
Cortázar y Bioy en algunos de sus textos) que no entraba en las miras de los
escritores de Boedo o los comunistas que siguieron esa veta. Acaso por eso, o
como prolongación de su juvenil comunismo, no fue indiferente a los dilemas
políticos que conmovían al país: el peronismo lo preocupó y se diría que, luego
de su caída, lo angustió, se acercó al frondizismo y luego, tal vez porque lo
habían instalado en un Olimpo o él creía ser uno de esos dioses, fue, en la
recordada y penosa entrevista con Videla, uno de esos ciegos que tanto lo
obsesionaron en Sobre héroes y tumbas. Debe haber recobrado la visión cuando
Alfonsín lo invitó a dirigir lo que sería el Nunca más, una intervención cuyo
valor histórico es difícilmente rechazable. Muchos son muy severos respecto al
alcance y espesor de tales intervenciones; lo que no me parece justo es negar
que emanan de un espíritu angustiado; es posible, del mismo modo, considerar que
sus ataques al objetivismo en auge son excesivamente personales y que su idea de
los fantasmas o las obsesiones que persiguen a un escritor son proyecciones más
afirmativas que rigurosas, pero eso no quita que las haya defendido hasta muy
tarde, hasta cuando su energía lo mantuvo vivo. Mi lectura de su obra pasó por
diversas etapas: la primera fue admirativa, la que le siguió problemática; la
final ajena. Hoy pienso que lo ganó la solemnidad y creo que le vino como
secuela de los reconocimientos de que gozó aunque daba la impresión de que nunca
le eran suficientes. Si en un momento pensé que una conversación con él, como
persona y como escritor, en el sentido más profundo que tiene esta palabra, era
posible, cuando comenzó su brega por su posición literaria eso se vino abajo:
las diferencias predominaron, los conceptos fueron desapareciendo y no me quedó
gran cosa por decir, de lo cual este mismo texto es una evidencia.
02/14/11 Tiempo Argentino
Un
humanista que pensó, escribió y pintó las angustias del alma
Por Juan Pablo Cinelli
Al borde de los 100 años, la madrugada del sábado pasado falleció el autor de
Sobre héroes y tumbas. Sus restos fueron velados en el Club Defensores de Santos
Lugares y sepultados ayer en el Cementerio Jardín de Paz de Pilar.
Para qué hay que escribir tanto? […] Yo sólo cometí tres novelas”, ironizaba
Ernesto Sabato, nacido el 24 de junio de 1911 en Rojas, provincia de Buenos
Aires, como penúltimo de once hijos varones de una familia de inmigrantes
italianos. Más allá del humor de su afirmación, Sabato es sin dudas uno de los
nombres fundamentales en la generación más importante de la historia literaria
de la Argentina.
Aunque sus primeros libros fueron ensayos como Uno y el universo (1945), Hombres
y engranajes (1951) y Heterodoxia (1953), Sabato entró en el campo de la ficción
con El túnel (1948), un relato psicológico de clima existencialista que le dio
una posición entre los hombres de letras. Sabato era sumamente duro con su
propia producción literaria y, según él mismo ha dicho varias veces, quemó más
de lo que publicó. De hecho Sobre héroes y tumbas (1961), su segunda novela, más
ambiciosa en su configuración, con alternancia de lenguajes y técnicas, se salvó
de las llamas únicamente gracias a la intervención de su esposa Matilde, según
él mismo confesó.
En 1963 publica el ensayo El escritor y sus fantasmas, donde analiza la
literatura y el fenómeno de la creación. Su última novela, Abbadón el
exterminador, vio la luz en 1974 y fue elegida como la mejor novela extranjera
en Francia en 1976.
Sus libros, traducidos al italiano, alemán, esloveno, griego, danés, noruego,
ruso, inglés, francés, portugués y hebreo, entre muchos otros idiomas, se
convirtieron en clásicos de la literatura latinoamericana y recibieron elogios
de grandes personalidades como Albert Camus o Graham Greene. Y su obra le valió
la admiración y el respeto de otros, como el Nobel portugués José Saramago,
quien lo llamó su “hermano mayor” durante un homenaje realizado en el III
Congreso Internacional de la Lengua Española, realizado en 2004 en la ciudad de
Rosario.
Sabato realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de La Plata, y se
doctoró en física en la universidad de esa ciudad. Mientras estudiaba en París,
sus relaciones con los surrealistas franceses reactivaron su vocación literaria,
ya manifestada en sus años de estudiante secundario. Militó en el Partido
Comunista, del que luego se apartaría. Actuó como investigador y profesor en la
Universidad de La Plata, antes de retirarse definitivamente del campo
científico, para dedicarse al ensayo y la prosa.
Muchas veces justificó ese cambio: “Creo que hay que escribir cuando no damos
más, cuando nos desespera eso que tenemos adentro y no sabemos lo que es, cuando
la existencia se nos hace insoportable”, sostenía Sabato. Sin embargo, en 1979
debió dejar de escribir cuando le detectaron una enfermedad irreversible en los
ojos, y desde entonces se dedicó a la pintura. Su obra plástica fue expuesta en
el Centro Pompidou de París.
Tras la dictadura militar que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983, Ernesto
Sabato presidió la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP),
creada por el gobierno del entonces presidente Raúl Alfonsín. Este organismo
recogió denuncias, testimonios y pruebas sobre los miles de desaparecidos por la
represión, que luego fueron presentados en un estremecedor libro titulado Nunca
Más. A partir de entonces, Sabato se evidenció cada vez más como un referente
ético, aunque algunos también cuestionaron sus puntos de vista.
Graciela Fernández Meijide dijo de Ernesto Sabato: “Cuando él aceptó ser
presidente de la CONADEP, había que tener mucho coraje.” El Nunca Más, que lleva
un prólogo escrito por el propio Sábato, fue publicado en 1984 por la Editorial
de la Universidad de Buenos Aires (Eudeba), y a partir de eso el libro se
terminó conociendo mundialmente como el “Informe Sabato”. Allí se consignan
miles de casos de abducción, desaparición y ejecución de personas ordenadas por
las Juntas, con un detalle en la documentación desplegado en centenares de
páginas. La cantidad de desapariciones relevadas fue de 7380. Como la CONADEP
funcionó durante ocho meses, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación
continuó recibiendo denuncias, que elevaron esa cifra a 8961 personas.
El prólogo de la edición original del Nunca Más comenzaba así: “Durante la
década del ’70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto
desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido
en muchos otros países.” Esta frase, evidentemente, terminó provocando lustros
después intensas discusiones que adquirieron dimensión nacional e internacional,
porque venía a confirmar la denominada teoría de los dos demonios, la idea de
que ciudadanos que pelean por algo son tan responsables del mal como los
funcionarios estatales que salen a las calles para asesinarlos.
El mismo Sabato, al final de ese prólogo originario, se defendía así de los
posibles, inevitables ataques: “Se nos ha acusado, en fin, de denunciar sólo una
parte de los hechos sangrientos que sufrió nuestra Nación en los últimos
tiempos, silenciando los que cometió el terrorismo que precedió a marzo de 1976,
y hasta, de alguna manera, hacer de ellos una tortuosa exaltación. Por el
contrario, nuestra Comisión ha repudiado siempre aquel terror, y lo repetimos
una vez más en estas mismas páginas. Nuestra misión no era la de investigar sus
crímenes sino estrictamente la suerte corrida por los desaparecidos,
cualesquiera que fueran, proviniesen de uno o de otro lado de la violencia. Los
familiares de las víctimas del terrorismo anterior no lo hicieron, seguramente,
porque ese terror produjo muertes, no desaparecidos.”
Por eso mismo, y en momentos en que el gobierno de Néstor Kirchner presidía la
Argentina, se hizo urgente un nuevo prólogo para aquel Nunca Más, porque ahora,
bajo una concepción más extensa de los Derechos Humanos, resultaba incompleto.
El nuevo texto, firmado por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación,
quedó impreso en la edición del 30º aniversario del golpe de Estado de 1976, y
se lo ubicó antes del prólogo redactado 22 años atrás. En la nueva edición,
presentada en la Feria del Libro de 2006, se lee: “Es preciso dejar claramente
establecido, porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes,
que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte
de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría
justificatoria en la acción de particulares frente al apartamiento de los fines
propios de la Nación y del Estado, que son irrenunciables.” Eduardo Luis
Duhalde, uno de los animadores del nuevo prólogo, escribió: “El prólogo original
no reproducía la filosofía política que hoy anima al Estado en la persecución de
los crímenes de lesa humanidad.”
Según comentara su hijo Mario Sabato, a la labor en la CONADEP “la tomó como
parte de una obligación moral”, aunque también recuerda que aquella época “fue
un calvario y una demolición para mi padre, que nunca superó. El trabajo no era
lo grave, porque había muchos y muy buenos haciéndolo. El tema era ver eso de
cerca, porque uno sospechaba, pero no se imaginaba ese nivel de horror. Eso es
algo que cualquier persona sensible no pasa sin recibir huellas muy profundas, y
las que dejó en mi padre fueron devastadoras. Él tuvo tres episodios en su vida
que fueron los que lo demolieron: la enfermedad de mi madre y su muerte
posterior, la muerte de mi hermano y la CONADEP.”
Justamente su mujer, Matilde, madre de sus hijos Jorge y Mario, se constituyó en
su mayor sostén en momentos de abatimiento y desesperanza. Con ella compartió un
matrimonio de más de 60 años, así como la ruptura con el mundo de la ciencia y
sus conflictos con el comunismo.
Su hijo Jorge perdió la vida en un accidente automovilístico en 1995, y ella
falleció en 1998. Ese mismo año Sabato publicó su volumen de memorias Antes del
fin, un compendio autobiográfico de recuerdos que él mismo calificó como
desordenados y que, escribió, “han sido parte de tensiones profundas y
contradictorias, de una vida llena de equivocaciones, desprolija, caótica, en
una desesperada búsqueda de la verdad”.
Ernesto Sabato, fallecido el 30 de abril de 2011, recibió en 1984 el Premio
Cervantes, el mayor reconocimiento que se otorga a autores en lengua castellana,
y es uno de los únicos cuatro escritores argentinos en recibir este galardón,
junto a Jorge Luis Borges (1979), Adolfo Bioy Casares (1990) y el poeta Juan
Gelman (2007). Detalles apenas, que no alcanzan para acabar de trazar el perfil
de un hombre enorme.
02/04/11 Tiempo Argentino