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El
trabajo en nuestros primeros habitantes
Por Francisco José Pestanha*
El destacadísimo pedagogo argentino Gustavo Cirigliano a través de
sus numerosos ensayos y de sus juiciosas enseñanzas, nos ha instado
persistentemente para que de una vez por todas asumamos plenamente
nuestra historia.
Cirigliano señaló que "somos el conquistador y el indio, el godo y
el patriota, la pampa privilegiada y el interior relegado, el
inmigrante esperanzado y el gaucho condenado", que somos los dos, no
uno de ellos solamente, que en cierto sentido somos el protagonista
y el antagonista.
El maestro de esta forma nos incita a contactar e integrar todo
nuestro pasado no sólo para conocerlo, aceptarlo y asimilarlo, sino
sobre todas las cosas para comprender cabalmente nuestro presente y
proyectar luego un futuro compartido.
Nos proponemos mediante estas breves líneas retomar alguna de sus
reflexiones con el fin de advertir al eventual lector respecto de
ciertas cuestiones que desgraciadamente han sido del todo bien
abordadas por la historiografía y la sociología institucionalizadas.
El advenimiento del primer peronismo en 1945 vino a convulsionar
múltiples aspectos de la vida argentina, muy especialmente al mundo
del trabajo.
Así, el trabajador inserto en una organización que no solamente se
orienta hacia lo reivindicativo sino que aspira a contribuir en la
gestión integral de la comunidad, fue durante aquella década erigido
como sujeto histórico por excelencia bajo una reconocida máxima: "no
existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que
trabajan".
La cosmovisión que nutrió al justicialismo consideraba a la labor
humana como la forma más elevada de autorrealización individual ya
que en palabras de su líder el trabajo, "es un derecho que crea la
dignidad del hombre y es un deber, porque es justo que cada uno
produzca por lo menos lo que consume".
No obstante ello es en su faz colectiva, donde el trabajo adquirió
particular significación para el movimiento fundado por Perón, ya
que dicha actividad se instituyó como un verdadero instrumento -
motor de de integración social, y por ende, de socialización.
Aunque pudiera afirmarse con cierta certeza que éste último aspecto
de la filosofía peronista encuentra orígenes en la doctrina social
cristiana, no resulta menos cierto que el aspecto colectivo del
trabajo humano posee profundas raíces en nuestra indo - América.
A modo de referencia aleccionadora puedo traer a colación ciertas
prácticas vinculadas al trabajo en el modo de ser guaraní como el "potirõ",
las cuales eran inconcebibles en forma individual y constituían una
verdadera modalidad de trabajo cooperativo.
Lamentablemente éstas y otras tantísimas prácticas presentes en los
primeros habitantes de la tierra de los cuales hemos heredado mucho
más de lo que suponemos, han sido menoscabadas o lisa y llanamente
descartadas desde ciertas visiones eurocéntricas que las han
considerado y aún consideran como formas de reciprocidad "arcaicas y
extinguidas".
Afortunadamente recientes investigaciones las colocan en el sitial
que les corresponde: el de las vigencias.
Debemos reconocer que hemos construido una parte de nuestro devenir
histórico y conceptual con elementos importados y adoptados
acríticamente, y además, que hemos desdeñado mucho de lo
genuinamente propio, sacrificando de esta forma parte de nuestra
existencia. Debemos aceptar además que hemos negado una porción de
nuestro pasado ignorándolo o lo que es peor, denigrándolo.
Pero como enseña Cirigliano todo pretérito suprimido o negado tarde
o temprano se hace presente, todo aquello que uno no contacta ni
incorpora y, por tanto, no cierra, no desaparece, continúa llamando,
sigue siendo un mensaje en espera de ser recibido, reclamando, ser
escuchado.
Es tiempo de percibir este mensaje y aceptar este desafío por
nuestro bien pero sobre todo, por el de las generaciones venideras.
*Francisco José Pestanha es escritor y ensayista, y uno de los
autores de "Proyecto Umbral"