Sin
lugar para los fuertes
Por Guillermo Marín *
El hombre de los ojos de cóndor muestra con naturalidad el impacto de la bala en
su cabeza. Algo así como usurpando historias del pasado, esas que los caciques
de este siglo les cuentan a sus hijos alrededor de una fogata. Esas leyendas de
fuego y sangre son relatos de cruentas batallas entre sus antepasados y aquellos
españoles brutales. Pero hoy, el hombre herido que aparece en la foto de un
matutino sabe que la guerra es otra; otro enemigo asecha: es la barbarie del
poder de turno provincial que lanza gases, quema sus casas comunitarias, apalea
sin piedad a mujeres, ancianos y niños y arroja proyectiles de goma como brasas
civilizantes, sin más dios que el saqueo de tierras que por tradición les
pertenecen a estos hombres y mujeres de mirada de cóndor.
En la Argentina, violentar los derechos de los pueblos originarios, se ha vuelto
una costumbre. Son cientos de voces aborígenes las que reclaman día tras día lo
que se les quita sin permiso: su lugar en el mundo. Pueblos cuya génesis acaso
sea tan antigua como el mar. Sin embargo, la crueldad de un absolutismo vestido
con el ropaje de la depredación, pretende arrojarlos a esas mismas aguas,
desecharlos porque estorban, porque molestan con sus pretensiones antiglobales,
con su producción per cápita grotesca, con un progreso tan deficitario que no
hay manual de management que justifique la cultura organizativa de un puñado de
hombres y mujeres del color de la tierra. Porque se sabe, son sus recursos
naturales (principalmente tierra y agua) los que se necesitan para que la
maquinaria productiva de una provincia norteña no enfríe su fecunda caldera.
Entonces la más cruel de las expropiaciones hoy vuelve a recaer sobre los
Quilmes, la comunidad aborigen asentada en suelo tucumano lindante con la
provincia de Formosa. Son 40 familias las que en estos días recibieron gases
lacrimógenos, balas de goma y palazos ante un violento intento de desalojo
llevado a cabo por la policía tucumana atendiendo al pedido del juez
(irónicamente de Paz) Adolfo Salazar, de Colalao del Valle. El motivo de la
reyerta responde al pedido de restitución de un predio ubicado en el Km 4306 de
la ruta nacional Nº 40, que está en litigio porque los indígenas que lo pueblan
aseguran que es parte indivisa de la posesión ancestral, pero que también es
reclamado por la comunidad Aráoz Hermanos, una entidad civil que nuclea a varios
terratenientes de esa localidad tucumana. Pero lo peor es que está más que claro
que la Ley Nacional 26160 sobre reordenamiento territorial, ordena la suspensión
de todo desalojo a los pueblos originarios de su territorio hasta tanto finalice
el relevamiento territorial, plazo que caduca recién a fines de 2013. De todos
modos, asegura el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel “es un reclamo
en todo el país. Les están quitando las tierras, destruyendo la biodiversidad de
los montes para plantar soja transgénica en varias provincias”. Es que a 325
dólares la tonelada de vegetal todo es justificable; hasta el saqueo mediante la
represión más cobarde. Si bien el cultivo de la soja reactivó sobremanera el
campo, la sustentabilidad de los territorios es un tema que aun merece una
solución. Esto es, volver a fertilizar los suelos una vez levantada la cosecha.
Pero los empresarios prefieren abandonarlos, dado el elevado costo que significa
poner nuevamente en condiciones las superficies cultivables. Y en la búsqueda de
otros terrenos (la soja se adapta muy bien a cualquier tipo de superficie dada
la alta resistencia a agroquímicos desmalezantes) los productores buscan asilo
en áreas fermentadas del poder.
En línea con lo acontecido en Tucumán, otro tanto sucedió con los integrantes de
la comunidad qom La Primavera de Formosa, quienes días pasados volvieron a su
provincia natal ante un discutido desalojo sobre un sector que ocuparon durante
meses sobre la avenida 9 de Julio. El principal pedido de la agrupación que
lidera el cacique Félix Díaz se debió también al reclamo de un predio en el que
el gobierno provincial pretende construir una filial de la universidad local y
que los aborígenes reclaman como un derecho hereditario. Díaz, quien se quedó en
Buenos Aires para negociar la devolución de sus tierras, esperaba aún ser
recibido por funcionarios del Gobierno. Con todo, y ante tanta grosería la
pregunta se desploma por su propio peso: ¿qué hacemos con estos argentinos que
ocupan entre un 3% y un 5% de la población total del país? El Estado Nacional
dice que no es asunto suyo, pero surge claramente de la Constitución Nacional
que le corresponde a la Nación y a las provincias arbitrar los medios necesarios
para regularizar el dominio de los pueblos indígenas sobre las tierras que
ocupan. A su vez, la tibieza con que el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas
encara la defensa de los derechos territoriales autóctonos, aumenta la
inseguridad jurídica de las comunidades sobre esas mismas tierras. Pero ellos
resisten. Las comunidades nativas oponen resistencia. Lo hacen porque son
fuertes. Tan valientes como sus antepasados; a esos que les debemos nada menos
que la matriz de la revolución independentista.
* Escritor y periodista