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La memoria no da la espalda al
futuro, cuando mira el pasado
Por Jorge Giles, periodista. Ex detenido y compañero de los
militantes masacrados.
jgiles@miradasalsur.com
"Prisión perpetua”, sentenció el Tribunal que juzgó a los genocidas
de la Masacre de Margarita Belén, en el último día del juicio, el
pasado lunes. Y entonces, la plaza de Resistencia, llena de jóvenes
con sus bombos y banderas, estalló en llantos y canciones,
demostrando que en los hondos asuntos de la historia es posible reír
y llorar al mismo tiempo. Se empezaba a cerrar un ciclo abierto el
13 de diciembre de 1976 cuando la dictadura asesinó a 22 militantes
de la Juventud Peronista, detenidos en la provincia del Chaco.
En el Juicio a los Comandantes, en 1985, este crimen de lesa
humanidad fue la sustancia de la llamada “causa 13” que posibilitó
la condena y la cárcel de Videla. Luego, mandó la impunidad de “la
obediencia debida” y el “punto final” del gobierno de Alfonsín y los
indultos de Carlos Menem. Hasta que vino Kirchner. Y la memoria se
alborotó de nuevo, sembrando justicia.
Cuando la presidenta del Tribunal nombró al ex militar Luis Patetta,
acusado de ser el que remató a Néstor Sala y pronunció otra vez:
“Prisión perpetua”, la escena en el lugar fue un cuadro de Carpani.
Como si la historia se hubiese condensado en ese único y conmovedor
momento, acomodando el gesto de cada uno de los familiares y los
compañeros de los masacrados.
Juancito Sala, el hijo de Néstor, gritó indignado: “Vos fuiste el
que asesinó a mi papá”.
La hermana de Barquitos, otro de los muertos, lloraba sin lágrimas
apoyada en el bastón blanco de su ceguera.
Mario saludaba desde la plaza. El hermano del Pato sollozaba.
Mirta Clara, sonreía.
En la mirada del hijo del Pato Tierno cabían todas las tristezas y
todas las preguntas sobre el origen del dolor. Su mamá miraba la
hora de ese instante de justicia.
Mariana Sala, desbordada en llanto, sólo susurraba “mi viejo, mi
viejo…”.
Dafne, la hija de Carlos Zamudio, abrazaba llorando al Ratón Aranda
en un imposible abrazo a su padre ausente.
El hijo de Lucho Díaz reemplazaba la elegancia de su padre
masacrado, cuando aún vivía.
El fiscal y el querellante, Jorge Auat y Mario Bosch, custodiaban
los detalles de una causa que ellos dignificaron, mientras Silvana y
Carolina honraban la condición humana. La hermana de uno de los
masacrados gritó “justicia” y aplaudió el fallo de pie. La hermana
de otro militante muerto, Graciela Fransen, desde su silla levantó
su brazo. Miguel Bampini, ex preso y testigo de la causa, también se
puso de pie, condenando a los asesinos con una mirada tan dura e
implacable como la misma sentencia judicial.
A su lado, de pie, busqué la silueta oscura, huidiza, cínica del
genocida y levanté mi brazo con la Ve de la Victoria. Éramos los
compañeros en el segundo final de aquel martirio, el último aliento
al pie de la masacre.
Falta encontrar el cuerpo de Fernando Pierola y de otros masacrados,
para abrazar sin pudor a sus hermanos y sobrinos. Y a su madre,
Amanda, que murió sin saber dónde quedó su hijo. El día que se lo
llevaron, el Flaco Sala nos habló desde aquella reja que lo separaba
de nosotros y lo ingresaba al primer misterio de su calvario:
“Compañeros, sé que nos sacan para matarnos. Es mentira que es un
traslado. Y si lo es, es un traslado a la muerte. Pero quiero que
sepan que moriré de pie, peleando como pueda, a los mordiscones si
estoy atado. Todos los que hoy nos sacan de la cárcel, los que están
aquí adentro y los que esperan afuera, son culpables ante la
Historia, culpables de la miseria del pueblo y culpables de nuestras
muertes. Sólo quiero pedirles que cuenten de esta matanza a mis
hijos, cuando ellos tengan edad de entender qué pasó en la Argentina
de estos años, y a mi compañera cuando puedan verla. También les
digo, compañeros, que de nada vale este sacrificio nuestro si
ustedes no siguen peleando por mantener viva la memoria popular; por
eso, cuéntenle a nuestro pueblo por qué nos asesinan y por qué
decidimos morir de pie. Chau compañeros, cuídense… ¡Libres o
muertos, jamás esclavos!”
Hoy sentimos que una parte sustancial de su mandato está cumplido.
Vendrán días más luminosos.
Si el olvido es funcional a la injusticia, la memoria lo es a la
justicia, dice Auat. Los civiles que coparticiparon de la dictadura
tendrán que rendir cuentas ante los tribunales. Muchos de ellos, son
los mismos que incubaron en estos años el ejercicio injusto de la
democracia. Promovieron la desmemoria para fugar de sus
responsabilidades.
Pero la memoria no da la espalda al futuro cuando mira el pasado.
Sabe mirar y repasar sus heridas con ojos esperanzados. En esa
mirada larga estarán siempre ellos, los que murieron por un país más
justo.
Porque nadie podrá negar que ellos lucharon por una vida digna para
este pueblo que tanto amaron. Quizá llegó la hora de rescatar la
historia de los justos, que es nuestra verdadera historia. La
multitud de jóvenes en aquella plaza, vivando los nombres de los
masacrados y repudiando a los genocidas, echaba luz sobre el camino
a seguir. En la sala, el Himno Nacional cantado desde el alma
pareció más argentino que nunca.
La
igualdad y la pasión según Margarita Belén
Por Jorge Giles
jgiles@miradasalsur.com
La historia danza la más maravillosa de sus músicas y el pueblo está
de fiesta. La democracia se profundiza al compás de la igualdad
mientras somos un poquitín más libres desde la sanción de la ley del
matrimonio igualitario.
No hay sensación de vértigo, sino apenas una brisa que despeina y
alborota los sentidos. Es así de sereno, porque el modelo de
desarrollo en curso tiene los tientos más firmes que nunca. Crece la
economía, crecen los salarios, crece la igualdad, crece de aquí a la
China la inserción en el mundo, crecemos todos como sociedad. Por
eso los demonios se desvanecen en su propio azufre. Sin darnos
cuenta, estamos inaugurando y protagonizando una nueva etapa en la
cultura de esta gloriosa Nación.
Enhorabuena que sea así.
Mientras Baltazar Garzón se llena de afectos en la ex Esma y en la
Amia, residencias de nuestros mayores dolores, se juzga en
Resistencia, Chaco, el asesinato a mansalva de una treintena de
militantes peronistas presos durante la dictadura.
Hablamos hoy desde este lugar, recordando al juez español que
mantuvo viva esta causa durante los años en que el modelo neoliberal
amenazaba con sepultarnos en el olvido con sus leyes de impunidad.
Junto a Marcela Bordenave y al Maestro Alfredo Bravo fuimos hasta
sus orillas en aquellos tiempos oscuros a pedirle solidaridad. Y
vaya si fue solidario con la memoria popular.
No son pocos los que sufrieron las estaciones del calvario que
precedió a la matanza de aquel 13 de diciembre de 1976 en las
afueras de un pueblo chaqueño llamado Margarita Belén y hoy dan su
testimonio.
No esconden sus temores ni sus dolores en la tibia comodidad de un
olvido miserable.
Con el ala herida, vuelan sobre las ausencias y testimonian hasta
donde pueden.
Estar allí, frente a los asesinos de tantos compañeros, es ponerse a
prueba con uno mismo. Es decir y decirme que no quiero ser la imagen
de mi propio dolor.
Detrás del dolor, el dolor.
A esa sensación remite testimoniar en un Juicio Oral frente a los
genocidas. No ser preso del dolor eterno, es el desafío.
Del odio, hace rato que escapamos. Hay que seguir viviendo, nos
dicen los muertos desde algún misterio.
Es necesario no ponerle adjetivos a la memoria, por eso el primer
sustantivo es el relato de la propia muerte.
Después, traer esa muerte al presente. Desenterrarla, tocarla con
las yemas de los dedos, acariciarla, refrescar la frente del
compañero y su martirio, hablarle al oído y decirle “estoy acá”,
como queriendo decir un imposible.
Me siento en el lugar que corresponde al testigo y la imagen que veo
es la del cura Brisaboa, capellán de la U7, hablando de su Dios, del
martirio de Jesús, de escucharlo decir con voz temblorosa, delante
de los guardias, que “han matado al Obispo Angelelli aunque la
dictadura diga lo contrario”.
Y Brisaboa se convierte en Jesús y entonces los presos lloran con él
en una misa de dolor compartido. Si pudiera, el cura de los
calabozos estaría celebrando misa al aire libre con su hermano de fe
sancionado en Córdoba.
Los viejos halcones de la guerra no son más que viejos bravucones
llenos de odio. Si ayer quebraban huesos en las salas de tormentos,
hoy pretenden quebrar la voluntad con la mirada hiriente.
Los ex presos de la dictadura que declaran tienen canciones en los
labios. Y las dicen con ternura en nombre de los muertos.
Fernando Piérola, uno de los masacrados, reía cuando una compañera
presa le cantaba, o él creía que le cantaba, “Escríbeme con tintas
de violetas en un papel de amor color ausencia…”
La marchita tronó en la cárcel el día que los sacaron. Y la cantamos
todos, peronistas y no.
Y el Flaco no se va, y el Flaco no se va…Pero Néstor Sala se fue.
Lo arrancaron de un tirón de nuestras manos.
En el Juicio, los muertos no regresan en rencores, sino en amor y
poesía. Aunque la sangre se subleva buscando a Patteta, el que dicen
que tiró el escopetazo final contra el cuerpo herido de mi hermano,
el Flaco. Quiero saber quién es. Y por fin lo encuentro. Es el lado
oscuro de la belleza humana. Es su negación. Es mi vergüenza de ser
parte de la misma especie. No me cabe entender tanta maldad. Rindo
mi homenaje al guardia aquel que arriesgando su vida me alcanzó un
papel con los nombres de los que iban a ser trasladados hacia la
muerte.
Y pregunto a los jueces: “¿Y los demás civiles dónde están? ¿Dónde
los que fueron socios de estos uniformados de ayer? ¿Quién escribió
los fallos, los decretos-ley, los bandos militares, los expedientes,
los partes de prensa, los archivos, los pases de entrada y salida?
¿O querrán que creamos que fueron todos militares? ¿Quiénes fueron
los jueces y los fiscales y los secretarios y los pinches de todos?”
Es preciso hacer justicia para la liberación definitiva de la
palabra. Y para lograrlo, anhelo que el Tribunal convoque a todas
las personas que tengan algo para decir. No sólo por obligación
moral, sino por igualdad ante la ley.
Hay que ir a fondo, ahora que podemos. Lo digo. Lo espero.
Y porque los muertos en Margarita Belén merecen que honremos las
últimas palabras del Flaco Sala cuando lo alzamos así, mírenme, así,
entre los brazos y nos dijo:
“Compañeros, sé que nos sacan para matarnos…Pero quiero que sepan
que moriré de pie, peleando como pueda, a los mordiscones, si estoy
atado. Todos los que hoy nos sacan de la cárcel, los que están aquí
adentro y los que esperan afuera, son culpables ante la historia,
culpables de la miseria del pueblo y culpables de nuestras muertes.
Sólo quiero pedirles que cuenten de esta matanza a mis hijos cuando
ellos tengan edad de entender que pasó en la Argentina de estos años
y a mi compañera cuando puedan verla… de nada vale este sacrificio
nuestro si ustedes no siguen peleando por mantener viva la memoria
popular; por eso, cuéntenle a nuestro pueblo por qué nos asesinan y
por qué decidimos morir de pie… ¡Libres o Muertos, Jamás Esclavos!”
Estas palabras fusiladas, con los dedos en V, volvieron a vivir
entre las paredes del Tribunal que juzga a los genocidas. Y esta
vez, todos escucharon.
Los criminales también.
Miradas al Sur
Vida
y muerte en Margarita Belén
Por Laureano Barrera
lesahumanidad@miradasalsur.com
Ocho represores fueron condenados a prisión perpetua por la masacre de 22
militantes, ocurrida en Chaco en 1976.
La orden secreta tenía un número, el 4.000/76; una fecha, 11 de diciembre de
1976, y una firma, la del general Cristino Nicolaides: las exactas coordenadas
de la muerte en la Masacre de Margarita Belén. La propaganda militar lo presentó
como un enfrentamiento desatado cuando “subversivos” asaltaron el convoy, a
cargo del mayor Athos Renes, que trasladaba presos revoltosos desde Chaco a
Formosa. Los prisioneros y asaltantes murieron con balazos en la nuca y no hubo
bajas del bando contrario. La farsa quedó al descubierto en la sentencia del
juicio a las juntas militares: había sido un fusilamiento masivo, liso y llano.
La noche del 13, los militantes fueron torturados casi hasta la muerte y
llevados en dos camiones del Ejército hasta el paraje de Margarita Belén, donde
fueron ejecutados. De los 22 –en su mayoría peronistas, varios ligados a las
combativas Ligas Agrarias–, cinco fusilados siguen siendo anónimos. Cuatro
siguen prófugos, el eufemismo impúdico de la desaparición. Varios cadáveres
fueron negados y finalmente entregados en cajones de madera ordinaria, con la
orden expresa de no abrirlos. De ni siquiera poder llorarlos. Como en Trelew,
como la Unidad 9 de La Plata, pegaban el zarpazo. A hombres y mujeres. Esta vez,
entre ellos, estaba el Flaco Néstor Sala.
El Flaco y Mirta. Domingo a las cinco de la tarde del 12 de diciembre de 1976,
en la prisión regional del norte U7. Las autoridades avisan de un traslado para
esa noche. Néstor Sala, su metro noventa erguido sobre una mesada, grita:
–Compañeros, voy a decir algo duro. No tenemos fuerzas para resistir. El precio
a pagar puede ser más alto que el grupo de compañeros a los que han de
trasladarnos.
Sus compañeros no están de acuerdo, quieren tomar el pabellón. Los camiones del
Ejército rodean el Penal, los milicos se salen de la vaina por reprimir y los
penitenciarios amenazan con dejarlos entrar. Sala insiste:
–Compañeros, no hagamos locuras. Midamos nuestra fuerza sin echar por la borda
lo conquistado. Hay que salvar al conjunto.
Algunos, en las celdas que rodean el hall, empiezan a llorar. El Flaco ha
predicho su muerte a los 33 años, como Evita y el Che, y su última voluntad ha
sido que lo dejen hablar. Pide que les cuenten a sus hijos por qué murieron,
habla para la posteridad:
–Vamos a demostrarles que también sabemos morir con honor. Les prometemos,
compañeros, que vamos a caer peleando. Yo solamente les pido que cuando nos
lleven, ustedes canten fuerte la marchita.
Y así sucede. Según el poema de Jorge Falcone que recrea ese último acto, los
que quedan despiden con una ceremonia peronista a los 13 reclusos marcados para
morir. El celador que saca al Flaco del calabozo también llora: le pide perdón
por acatar órdenes de su capitán.
Esa noche el penal es un infierno. Hay baile y requisa feroz para todos. Las
autoridades militares ordenan que estuvieran en “condiciones” para el traslado,
lo que se traduce en tortura sin límite. Al Flaco lo cargan inerme en uno de los
camiones.
Atrás quedan los momentos felices de su infancia en Ezpeleta, de la cuna
proletaria, del centro de estudiantes en Arquitectura de La Plata con el Flaco
Klein. De la peña del ’69, para recaudar fondos para un entierro, en la que se
conocieron con Mirta Clara: el cuadro Montonero, sobreviviente de cuatro
cárceles y ocho años de cautiverio, batalladora incansable en democracia y una
de las cinco candidatas argentinas en 2005, entre mil mujeres del mundo, al
Premio Nobel de la Paz, que era entonces la joven que vendía vino en la barra.
Se esfuma la militancia en FAP y los meses venturosos de primavera camporista en
los que fueron voceros del poder popular. La llegada de Mariana al mundo en
agosto del ’74. El exilio interno en el Chaco apacible. Se borra la alegría, aún
preso, de haber sido padre de un varón.
En la madrugada del 13, sin fuerzas casi, el Flaco sabe que los van a matar. Lo
bajan y lo ponen en un Peugeot 504, del lado del conductor. A un metro de
distancia, el teniente Luis Patetta hace fuego con su Itaca. El pelotón de
fusilamiento le da los tiros de gracia: 60 disparos más.
Mariana. Mariana Eva Sala, la hija mayor del Flaco y Mirta, tiene hoy 36 años:
tres más que su padre cuando lo fusilaron. Es flaca y espigada, como él. El
lunes pasado, después de oír la condena a cadena perpetua a los ocho ex
militares que fusilaron a su padre (sólo fue absuelto el policía Alfredo Chas),
entre abrazos interminables, le presentaron a un tipo que lloraba: “Cuando era
joven, un compañero me dio la orden de cuidar a una nena de un año que tenía los
papás desaparecidos –le dijo–. Sólo sabía que se llamaba Mariana. Con mi mujer
te recibimos con muchísimo amor, te cuidamos y criamos como a una princesa.
Fuiste una hija para nosotros”. Mariana escuchaba al borde del llanto. El hombre
le contó que un día llegó la orden de entregarla al Gorila, Patricio Blas
Tierno.
“Con muchísimo miedo y dolor, te llevamos a la estación de colectivos, y aunque
costó un poco que entraras en confianza, te dejamos con él. Durante todos estos
años nunca supimos que pasó con vos, si estabas viva o dónde estabas”, le dijo.
Cuando empezó el juicio, el “tío Edgardo” –como lo llama Mariana– se acercó a
los querellantes con lo único que había conservado más de tres décadas en su
mesa de luz: la foto de princesa. Le contaron que era la primogénita de Mirta
Clara y del Flaco, que había sido su compañero de encierro, aunque nunca supiera
que durante meses había cuidado a su hija. “Hoy vine acá para abrazarte fuerte,
porque la vida nos encuentra una vez más, porque el compromiso nos mantuvo vivos
y por la memoria de aquellos compañeros caídos que tanto quisimos”, le dijo. Y
le dio su foto de bebé: “Para que puedas mostrárselas a tus hijos”. Se abrazaron
y lloraron a mares, “como si la vida volviera en el tiempo un segundo y fuéramos
aquellos jóvenes que nunca se separaron”, escribió Mariana en un mail donde
relató su encuentro con Edgardo para Miradas al Sur.
El mail estremece. No lleva un número pero sí una fecha, 20 de mayo de 2011, y
una firma, la de Mariana Eva Sala: las exactas coordenadas de la vida en la
Masacre de Margarita Belén.
En sintonía con las prisiones perpetuas dictadas por el Tribunal Oral Federal de
Resistencia para los ocho jefes y oficiales del grupo de tareas que ejecutó la
masacre de Margarita Belén, el jueves, el Supremo Tribunal Federal de Brasil
autorizó la extradición del ex mayor Norberto Raúl Tozzo, prófugo durante tres
años y otros tres detenidos allí. Ahora sólo resta la confirmación de la
presidenta Dilma Rousseff. En una verdadera ironía histórica, el reo será
premiado por su paseo por Brasil. “La extradición le puso un corset a su
juzgamiento, porque lo extraditan sólo por los casos de privación ilegítima de
la libertad, y no por los homicidios que consideraron prescriptos según sus
leyes”, aseguró el fiscal Jorge Auat a Miradas al Sur. La condena no superaría
los 25 años.
Tozzo participó del traslado a los condenados. Se fugó del país luego de un
escandaloso fallo de la Cámara Federal de Resistencia, en el que intervinieron
los secretarios de fiscales y jueces de entonces acusados de presenciar la
tortura. “Fue aberrante. Discutieron una cuestión de competencia más que un
hábeas corpus. El fallo dejó a gente en libertad y Tozzo se fugó”, dijo Auat. La
causa quedó paralizada dos años. “En el ínterin murieron acusados y víctimas. Un
daño irreparable.” A pesar de la satisfacción del dictamen, quedó un punto
oscuro: la absolución del policía Alfredo Chas, que encabezó la columna durante
la masacre. “Vamos a esperar los fundamentos para ver la valoración de las
pruebas que hicieron. Para nosotros era más que suficiente para condenarlo”,
aseguró Auat.
• Se había
fugado. Extraditarán de Brasil al represor Norberto Tozzo
22/05/11 Miradas al Sur