Es el emblema de la derecha que nunca pudo abrir la puerta del poder por los
votos y entró periódicamente por la ventana. Heredero de una dinastía militar
que mutó por los negocios y la economía. El bisabuelo héroe nacional, el hermano
golpista, la hija frívola y el sobrino guerrillero.
Eduardo Duhalde y Carlos Menem
saludan a Alvaro Alsogaray.
Por Rubén Furman
Podría haber sido general, como su hermano menor que llegó a comandar el
Ejército, y honrar así la tradición familiar desde el bisabuelo. Pero optó por
ser gurú económico y sirvió a siete gobiernos, sin distinción entre civiles o
militares. Sus grandes orejas coronando el rostro surcado por tics nerviosos le
valieron el mote despectivo de "El Chancho". Él lo desdeñó con ese aire de
superioridad que asumen los economistas cuando se ven como salvadores
providenciales. Con su eternas recetas contra el "estatismo socializante" y el
"dirigismo económico", el capitán ingeniero Álvaro Carlos Alsogaray (1913-2005)
fue acaso la figura más emblemática de la derecha liberal argentina en la
segunda mitad del siglo XX, aunque quiso el destino que fuera un gobierno
peronista el que concretó su programa de ajustes y privatizaciones.
Su destino escrito era la milicia y llamarse Álvaro. Como su bisabuelo, que fue
coronel de marina, ayudante del almirante Guillermo Brown y luego rosista en la
Vuelta de Obligado. Como su abuelo, que fue coronel de Mitre en la Guerra del
Paraguay y masón. Y como su padre, que llegó a jefe de la Casa Militar cuando el
general José Félix Uriburu derrocó a Hipólito Yrigoyen e impuso una dictadura
con aires fascistas que operó una restauración conservadora.
Álvaro cumplía a pie juntillas el mandato. Como sus dos hermanos menores,
ingresó al Colegio Militar de la Nación en 1929. En segundo año produjo un hecho
excepcional al ser designado abanderado con los mejores promedios y desplazar de
ese honor a un cadete del último curso. Así cumplió otro sino: participó en el
golpe del 6 de septiembre de 1930 y del desfile de los cadetes hasta la Casa
Rosada que definió la correlación de fuerzas militares. En esa página de la
historia Álvaro cumplió función de tropa aunque iba en primera fila: marchó con
la bandera y montado en un sidecar con una pierna enyesada. Con el entusiasmo
que las crónicas adjudican a esos jóvenes golpistas.
Sus biógrafos lo describen ya en esos años como metódico y frío como si fuera un
suizo genuino aunque la genealogía le adjudicara tantas gotas de sangre
centroeuropea, por la vía de su madre Julia Elena Bosch, como del linaje de los
vascos. En ese entonces los Alzogaray todavía escribían su apellido con la
ibérica zeta, que después dejaron de lado. Los tres hermanos: Álvaro en
infantería, Julio Rodolfo en caballería, y Federico en la aeronáutica,
progresaron en sus carreras militares y armaron sus propias familias tributarias
de la dinastía. En 1942, Álvaro casó con Edit Ana Gay, también hija de los
fundadores de la colonia santafesina de Esperanza, donde ambos habían nacido y
criado. De ese enlace nacieron tres hijos: María Julia, Alvarito y Eduardo.
Torció su destino en 1946 cuando se retiró del ejército con el grado de capitán
y un titulo de ingeniero obtenido a su paso por la Escuela Superior Técnica y la
Universidad de Córdoba. Al parecer lo tentó una carrera empresaria buscando
oportunidades para firmas extranjeras en medio de las restricciones del
peronismo. Nada indica que su relación con el movimiento político naciente haya
sido del todo conflictiva. En 1948 se hizo cargo de la Flota Aérea Mercante
Argentina (FAMA), antecesora de Aerolíneas Argentinas. Duró un año y algunos
dicen que le alcanzó para mandar sacar todos los retratos de Evita. Tras el
despido, envió al todavía no expropiado diario La Prensa las boletas de gastos
de la primera dama en su viaje a Europa con dos naves de la firma.
"Hay que pasar el invierno"
Alsogaray,
ministro de Economía, el 28 de junio, desde
el Canal 7 (televisión oficial)
anunció un plan de ajuste.
El “Plan de Estabilidad y Desarrollo” aplicado por el nuevo ministro
de Frondizi, hizo que el salario real cayese un 24% en 1959. El
saqueo directo a los bolsillos de los trabajadores se vio completado
con un brutal aumento de la productividad por obrero, que era, en
definitiva, la meta principal de la patronal. Se incorporaban de
lleno los métodos de producción en cadena, la “racionalización” de
tareas, el incremento de los ritmos de trabajo y la reestructuración
de las secciones y categorías. Aparecieron los “toma tiempos” y los
“técnicos de racionalización”. En los convenios colectivos se
incorporaron las “cláusulas de productividad”, a las que quedan
sujetos los aumentos salariales, siempre por debajo de la inflación,
que se hizo galopante. Se generalizaron los despidos en la
administración pública y las empresas del Estado. Si en 1954 los
dividendos de los industriales representaban el 10,32% del valor
producido por la industria en el país, para 1960 alcanzaron el
34,18% de ese valor.
Juan Perón lo contó así: "De la
Colina me recomendó a un experto que no era otro que este caradura. Fue poco
antes de poner en funcionamiento el aeropuerto Ministro Pistarini-Ezeiza. El
hecho de que ostentara el grado de capitán-ingeniero debía haberme servido
como advertencia. Era capitán de un ejército en el que con un poco de buena
salud y cuidado de no pelearse con nadie se llega a general. O a ingeniero
militar con algunas materias más y saber algo de aritmética. Pero me aguanté
y le di la oportunidad. Tuve que sacarlo a empujones por los desastres que
cometió".
Esperó la Libertadora como una venganza y recién a partir de 1955 Álvaro
Alsogaray empezó a ser quien fue. En el primer turno del general Eduardo
Lonardi asumió como subsecretario de Comercio y en segundo turno,
hipergorila, del general Pedro Aramburu, avanzó a ministro de Industria.
Eyectado en el ’56 por su pelea con Raúl Prebisch, reapareció en junio de
1959 cuando Arturo Frondizi quiso demostrar su conversión al libreempresismo
tras romper el pacto con Perón. En medio de una ola de agitación política y
social, le ofreció el Ministerio de Economía e interino de Trabajo y
Seguridad Social. Volvió al cargo de ministro de Hacienda con el gobierno
títere de José María Guido, y en 1962 creó el empréstito forzoso 9 de Julio,
para paliar el déficit fiscal. Luego hizo tándem con su hermano Julio, que
el 28 de junio de 1966 comandó el desalojo de Arturo Illia de la Casa de
Gobierno. Onganía los premió, respectivamente, con la jefatura del ejército
y con la embajada en Washington, como quien hace banco para ser ministro
otra vez.
De ese tiempo turbulento de planteos militares data su frase inmortal, con
la que Álvaro atraviesa los portales de la historia: "Hay que pasar el
invierno", dijo en una conferencia de prensa en la Casa de Gobierno a fines
de julio de 1959, mostrando confianza en sus recetas de "ajustar el
cinturón". En esos días se reveló como un pionero en el uso de la TV para
exponer, semanalmente y puntero en mano, los avances del programa económico,
que incluían comer menos carne vacuna que generaba saldos exportables y
reemplazarla por el chancho y el pescado. El humorista Landrú se adjudica la
paternidad del apodo zoológico cuando su revista satírica Tía Vicenta
publicó una portada del ministro con cara de chanchito.
Quienes se preguntan por qué la derecha vernácula nunca pudo constituir un
partido orgánico que representara sus intereses en el terreno institucional
sin necesidad de recurrir a los golpes de Estado o económicos, deberían
observar mejor la experiencia de don Álvaro. No se cansó de fundarlos pero
siempre entró al poder por la ventana ya que los votos nunca le abrieron la
puerta. En 1957 fundó el Partido Cívico Independiente y consiguió sólo un
elector en la Constituyente y luego se presentó sin éxito en las
presidenciales de febrero del ’58, cuyo ganador le ofreció manejar la
economía un año después. En el ’65 fundó el Partido de la Reconstrucción
Nacional y tampoco fue electo diputado pero terminó representando al país en
Washington. En 1968 presentó su Base para la Acción Política Futura,
plataforma del Movimiento Nacionalista Liberal (’71) convertido luego en
Nueva Fuerza, uno de sus grande sapos con el que en las presidenciales del
’73 obtuvo sólo 251 mil votos (2,07%).
Fundamentalista de la preeminencia del mercado desregulado antes que la
Thatcher y Reagan, preconizó la "economía social de mercado" basada en
teóricos monetaristas como Ludwig Erhard y Charles Rueff. Apoyó el golpe del
’76 para terminar con "el flagelo de la subversión", pero criticó el gasto
público y el Mundial 78. Le ofreció a Viola un programa de privatizaciones
para terminar con el "dirigismo socializante" que, falsamente, adjudicó a
peronistas, comunistas, socialdemócratas y nazis por igual. Insistió con su
proyecto a Galtieri pocos días antes de la guerra de Malvinas, a la que
consideró "inconveniente".
Antes del hundimiento de la dictadura volvió a fundar un partido liberal, la
Unión Republicana, que devino en su mejor creación, la Unión del Centro
Democrático (UCeDé). A mediados de los ochenta, con el impulso mundial del
reaganismo y el Consenso de Washington, su partido comenzó a juntar fuerza
política y se convirtió en tercera fuerza parlamentaria. Fue cuando Carlos
Menem (de quien dijo que lo apoyaría apretando la nariz con los dedos índice
y pulgar, "como quien toma ricino") volvió a imaginarlo como el vigía de su
reconversión liberal. Convocó a la niña de sus ojos, María Julia, a iniciar
las privatizaciones, y ella corrió presurosa a preguntarle a su papá sobre
la conveniencia de esa alianza. El gurú asintió y aunque no tuvo cargo
público, llegó a imaginar una obra pública digna de los tiempos: la aeroísla
para recolocar el aeroparque metropolitano en el Río de la Plata. El
proyecto se hundió antes de que los Alsogaray sufrieran en carne propia el
abrazo del oso menemista.