“Domínguez
va a ser boleta”
Por Daniel Cecchini y Alberto Elizalde Leal
dcecchini@miradasalsur.com
La CNU mató a un gremialista que molestaba a Calabró. La orden la dio el futuro
secretario privado de Duhalde.
El 11 de febrero de 1976, poco después de las cinco de la tarde, Omar Abel
Giaccio, delegado del Pabellón de Profesionales del Hipódromo de La Plata, entró
a la sede del Partido Justicialista, en la calle 59 entre 6 y 7 de esa ciudad,
con una idea fija: avisarle a un hombre que lo iban a matar.
Lo vio conversando con otras personas y lo separó del grupo con una excusa que,
ahora, no recuerda.
–Carlos, tenés que esconderte. Te van a matar –le dijo, en un murmullo, como se
hablaba por entonces sobre la muerte.
–Quedate tranquilo, no pasa nada –respondió el otro.
–Te digo que te quieren matar. Me avisaron. Es la gente de Calabró –insistió.
–Te digo que no pasa nada. Vos quedate tranquilo, andá a tu casa y no salgas.
Carlos Antonio Domínguez, dirigente de los trabajadores del Hipódromo y
presidente del PJ platense, sabía que estaba amenazado por la patota del
gobernador bonaerense Victorio Calabró. Despidió a Giaccio con un gesto amigable
y retomó la conversación que le había interrumpido.
Al día siguiente, el cadáver de Domínguez, con más de cuarenta balazos de
distintos calibres, apareció en un descampado al costado del Camino Negro, entre
Villa Elisa y Punta Lara. Hace apenas diez días –es decir, más de 35 años
después–, Omar Abel Giaccio relató estos hechos durante su declaración en el
Juzgado Federal platense a cargo de Arnaldo Corazza. Allí también identificó –en
fotografías que le mostraron– a los miembros de la Concentración Nacional
Universitaria (CNU) Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio, Juan José Pomares (a)
Pipi y Antonio Agustín Jesús (a) Tony como asalariados del Hipódromo de La Plata
e integrantes de un grupo de tareas parapolicial que operaba amparado por
Calabró.
Una advertencia inútil. El 11 de febrero de 1976 la cuenta regresiva del golpe
estaba en marcha y Calabró ya había abandonado el barco que con brutal impericia
intentaba timonear la heredera de Perón. El gobernador bonaerense –hombre del
sector más cerril de la derecha sindical peronista– estaba en conversaciones con
los conspiradores. Para él, el golpe del 24 de marzo sería apenas un episodio de
transición que le permitiría regresar tranquilamente a su casa. Mientras tanto,
limpiar el territorio bonaerense de troskos, zurdos e infiltrados en el
movimiento era una buena ocupación. La banda de la CNU era uno de los grupos
encargados de la tarea.
Aquel 11 de febrero, más temprano, Giaccio había recibido una advertencia de su
suegro, un hombre de la pata sindical peronista cercano a Calabró, de apellido
Morrasca. “La cosa en el hipódromo se está poniendo pesada. Andá a ver al Negro,
a ver qué pasa”, le dijo. Si alguien podía tener “la justa” era Alberto El Negro
Bujía, secretario privado del Gobernador. De acuerdo con la declaración –tomada
en tercera persona, al estilo de los escribas judiciales– brindada por Giaccio
el 9 de junio pasado en el juzgado de Corazza, Alberto Bujía lo recibió en la
gobernación y Giaccio le preguntó qué iba a pasar, “a lo que éste le responde
que se corra del hipódromo, que van a haber ‘boletas’, y que seguramente en el
día de la fecha iba a caer un dirigente gremial”. Siempre según la declaración
bajo juramento de Giaccio, Bujía le dice que el que iba a caer “seguramente era
Domínguez, preguntándole si lo conocía”.
El Negro Bujía no hablaba al pedo. Para la pesada, el secretario privado de
Calabró era la voz del Gobernador. Cuando daba una orden, nadie ponía en duda de
dónde venía. Bujía había sabido ganarse la confianza de Don Victorio, como
también después se ganó la de otro hombre de Calabró que llegaría muy lejos:
Eduardo Alberto Duhalde (a) El Cabezón, por entonces intendente a la fuerza de
Lomas de Zamora. Cuando el ex bañero de Lomas se transformó en vicepresidente de
la Nación, Alberto Bujía asumió como su secretario privado.
Fue ese mismo 11 de febrero de 1976 que, después de hablar con El Negro, Giaccio
salió espantado de la gobernación y enfiló hacia la sede del PJ para avisarle a
Domínguez que lo iban a matar.
Banda en operaciones. En la oscuridad de las primeras horas del 12 de febrero,
dos Ford Falcon, con entre ocho y diez personas a bordo, salieron de la casa
quinta que El Indio Castillo alquilaba en la calle 4 entre 76 y 77, en las
afueras de La Plata. Era un lugar conocido e intocable para la Bonaerense,
utilizado como arsenal y base de operaciones por la CNU. Miradas al Sur pudo
averiguar que de allí partieron Castillo, Dardo Omar Quinteros, Tony Jesús,
Martín Osvaldo Sánchez (a) Papucho, Pipi Pomares, Alfredo Lozano (a) Boxer,
Ricardo Calvo (a) Richard y otro integrante de la banda a quien por ahora se
identificará como El Flaco Blas. El destino había sido indicado por Castillo
antes de salir: la casa donde vivía Carlos Antonio Domínguez con su mujer,
Silvia Ester.
La calle está vacía. Castillo golpea con violencia la puerta al grito de
“¡Abran, policía!”, y cuando la mujer se asoma, la empuja hacia adentro. Detrás
entran los otros, con las armas empuñadas, menos dos que quedan al volante de
los autos. Cinco minutos después salen con Domínguez. Lo lleva El Indio,
apoyándole la pistola en la cabeza. El hombre no es lo único que se llevan de la
casa. Entre los objetos que se llevan, destacan una máquina de escribir y un
redoblante.
Con Domínguez en el asiento de atrás del segundo auto, enfilan hacia uno de los
lugares preferidos por la banda para terminar sus operaciones. El camino que une
Villa Elisa con Punta Lara, donde siempre está oscuro y nunca hay un alma. Lo
bajan del auto y Castillo tira primero, a quemarropa, un itakazo. Con el hombre
en el suelo, terminan el ritual asesino: al cuerpo caído le disparan todos, cada
uno con su arma. En total son más de cuarenta balas.
Una máquina de escribir y un redoblante. La investigación de Miradas al Sur
confirma y llega más lejos que la declaración de Omar Abel Giaccio. En el
Juzgado Federal a cargo de Arnaldo Corazza, el ex empleado del hipódromo
platense dijo –y en la causa quedó asentado, nuevamente, en tercera persona– que
“por lo que se decía, quienes se encargaron de secuestrar y asesinar a Domínguez
eran sectores parapoliciales del Gobernador, que era el (sic) CNU, los cuales
hoy en día están todos sueltos. Se decía que Domínguez había estado amenazado
por sectores de Calabró. Los que supuestamente participaban del (sic) CNU
trabajaban en el hipódromo, como por ejemplo Tony Jesús, una persona de apellido
Blanco, cree que Richard Calvo, el Chino Causa y otros que no recuerda”.
Al finalizar su declaración –aunque todavía bajo juramento–, Giaccio reconoció
tres de diez fotografías de integrantes de la CNU que le exhibieron. En ellas
identificó a Castillo, a Pomares y a Jesús. De este último agregó
espontáneamente: “Es director de un área de la Cámara de Diputados”.
Efectivamente, Miradas al Sur pudo constatar que Antonio Jesús (a) Tony es
actualmente director de Referencia Legislativa de la Cámara de Diputados de la
Provincia de Buenos Aires.
La participación de la banda de la CNU en el secuestro y muerte de Domínguez
queda demostrada, también, por una prueba material. Cuando, después de la
detención de la banda a fines de abril de 1976, una partida policial al mando
del oficial principal Julio César Garachico –paradójicamente uno de los policías
que liberaban zonas para que operara la CNU (ver “Un policía de temer”)– allanó
la casa del Indio Castillo, se encontró la máquina de escribir robada al
gremialista. Silvia Ester Domínguez, su mujer, la reconoció. Lo que nunca más
apareció fue el redoblante robado esa misma noche, que pasó a engrosar la
colección de instrumentos de la barra brava de Gimnasia y Esgrima La Plata, de
la que Tony Jesús era un conspicuo integrante.
19/06/11 Miradas al Sur