Izquierda
abstracta, derecha concreta
Por Juan Esteban Godoy
En las siguientes líneas abordaremos la crítica de Juan
José Hernández Arregui a la izquierda antinacional y su relación con la
construcción de un relato histórico colonizado por los mitos y creencias de la
oligarquía argentina, como parte de una intelligentzia profundamente penetrada
por la superestructura cultural de un país semi-colonial.
Hernández Arregui considera que los diferentes partidos de izquierda (siempre
que nos refiramos a la izquierda, estaremos hablando de las corrientes de
izquierda abstracta, antinacional, especialmente el Partido Socialista
Argentino, y el Partido Comunista; no obstante, hacia el final haremos algunas
consideraciones de Hernández Arregui en relación a las diferencias entre éstas y
la izquierda nacional) se hallan asociados a la oligarquía liberal y a la
pequeña burguesía urbana migrante en sus orígenes, pues son consecuencia de la
inmigración. De todas formas, “no fueron los socialistas los que educaron la
conciencia de clase del proletariado argentino. Fue la oligarquía. Es decir, la
miseria y la explotación. La oligarquía ha cumplido una gran misión educadora de
las masas” y “ha infundido a toda la cultura (en el aspecto pedagógico) sus
propios valores, desde 1853 en adelante”, impregnando los cuerpos con su ideal
de vida, a la vez que generando una capa de intelectuales que eduquen a su
servicio, y conveniencia.
Esa capa de intelectuales, la intelligentzia (entre los que se hallan hombres de
la izquierda, pues Hernández Arregui sostiene que “muchos de ellos se declaran
simpatizantes del socialismo y el comunismo y no pocos se consideran marxistas.
En realidad son liberales impuros que platican de socialismo puro”), no cree en
lo nacional, y en cuanto se halla “divorciada del pueblo cumplirá siempre una
función antinacional al contribuir con su anemia cultural a la falta de fe en el
país”. Se produce así una deformación de la historia, a la vez que la negación
del pueblo. Actúan como intelectuales coloniales, y construyen una imagen
ficticia del país, negando a éste como tal.
Esta intelligentzia, perteneciente a estratos medios en su mayoría, “por su
posición dependiente del aparato cultural, son el coro griego de la alienación
cultural de las clases altas colonizadas”, pues son sobre todo estos sectores de
la sociedad los que consumen lo que irradian los centros de poder, desde los
medios de comunicación y demás órganos de difusión, como las universidades. De
ahí que Jauretche sostuviera la ventaja de los sectores populares, pues no
tienen que desaprender lo que aprendieron mal como aquellos. Hernández Arregui
dirá que el pueblo permanece fiel a sus tradiciones y se halla más ligado a un
pensamiento nacional.
La izquierda basa su acción en esquemas importados, vinculados a Europa, y no a
nuestro país. No fundamenta su construcción en el colectivo, sino en las “luces
de la civilización”. Es fruto de esta extranjerización mental que se fue
alejando de las masas. Así, por ejemplo, en el 30 como en el 55, se ubicaron
objetivamente del lado de la reacción, fueron aliados y cómplices de la
oligarquía, y “atragantados de literatura extranjera son revolucionarios
fantasmas”.
Este error de las izquierdas argentinas las aleja del marxismo que dicen
sostener y aplicar, dado que, según Hernández Arregui, la utilidad del método
“consiste en apropiarse de él sin dejarse dominar por su esquemática
superposición a realidades históricas distintas entre sí, por traslados teóricos
mecanografiados de un país a otro”. Esto último es lo que han olvidado las
izquierdas al adoptar acríticamente modelos realizados en otros tiempos y para
otras realidades. El marxismo no puede constituirse en dogma, sino que tiene que
renovarse constantemente, adaptarse a las circunstancias históricas y ajustarse
a la realidad en la cual se desarrolla. Nuestro país debe mirarse en el espejo
latinoamericano, no en el europeo que siempre le entregará una imagen
distorsionada. La construcción debe darse desde el pueblo, desde su ámbito
geográfico y espiritual.
Estas izquierdas creen en la superioridad europea, impuesta desde las
iconografías, símbolos, mitos, etcétera, de la escuela primaria y en la vida
universitaria, cayendo así “en la servidumbre cultural, que es nimbo de la
dependencia económica y política sobre la cual la oligarquía construyó la imagen
convencional de la Argentina”. La colonización cultural es parte y a la vez
fundamento de la dominación económico-política a la que es sometida la
semicolonia. Por medio de ésta se invisibilizan las otras.
La intelectualidad de la izquierda liberal depende (como profesores,
periodistas, técnicos, etcétera) del orden económico impuesto por la oligarquía.
Han actuado, más que como movimiento transformador y revolucionario, como “la
pata izquierda” defensiva de la oligarquía. Así se entiende, por ejemplo, que el
Partido Socialista, con Juan B. Justo a la cabeza (que “casualmente” fue
cronista parlamentario de La Prensa y redactor de La Nación), haya sido
discrepante con la industrialización, que “Norteamérico” Ghioldi marchara del
brazo por las calles de Buenos Aires con el embajador norteamericano Braden, y
más grave aún, no hayan denunciado (tampoco el Partido Comunista de Argentina lo
hizo) el accionar del imperialismo británico en las décadas del 30, que era el
que realmente oprimía al país, y no tanto el norteamericano (Hernández Arregui
sostiene al respecto que “debe anotarse que, en esa época, el imperialismo
norteamericano no era en la Argentina el principal enemigo, e incluso, tales
campañas interesaban a Gran Bretaña, que así se esfumaba ante la opinión pública
como potencia colonizadora”). Resaltamos que será FORJA (Fuerza de Orientación
Radical de la Joven Argentina), y principalmente Scalabrini Ortiz, quien quite
el velo sobre la cuestión del imperialismo británico en la Argentina.
Hernández Arregui va a avanzar en la relación entre orden semi-colonial
dependiente e izquierda abstracta, al sostener que “hay una relación directa
entre la interpretación de la historia nacional y la acción práctica de un
partido político. Es ya notable que la historia de la Argentina sustentada por
el comunismo sea sin variantes la misma que ha puesto en circulación la
oligarquía liberal”. Dirá que los comunistas en su interpretación histórica son
mitristas ( Jauretche hablará de los mitro-marxistas). La figura de Mitre queda
intacta, y se basan en el esquema sarmientino de civilización y barbarie, donde
la barbarie constituiría lo autóctono, la cultura nacional, y la civilización lo
extranjero, la realidad europea o norteamericana. Por eso Hernández Arregui
sostiene que “a la historia oficial de la oligarquía hay que oponerle la
revisión revolucionaria que desvista el contenido clasista de esa fábula
canonizada de nuestro pasado”, y así cobra importancia el revisionismo
histórico, que debe cumplir la tarea de destruir la historia construida por la
oligarquía nacional y sus intelectuales sumisos, debe desnudar sus mitos, sus
verdades, debe construir la historia desde las masas oprimidas. Así, nuestro
autor argumenta que “la revisión de la historia cumplida por otros grupos (no
por la izquierda abstracta, se refiere), el desarrollo de una izquierda nacional
que concilia el marxismo con la realidad del país (…) inquietan a muchos
espíritus que dudan de las antiguas valoraciones de izquierda a través de las
cuales pervirtieron su visión de lo nacional”.
Hernández Arregui no criticará solamente a la izquierda colonizada sin
conciencia nacional (que es en la que nos centramos en el presente artículo),
sino también la emprenderá contra el nacionalismo de derecha sin amor al pueblo.
Él propone una solución superadora. Horacio González sostiene que nuestro autor
“se propone una apelación a la reunificación teórico-práctica de las dos almas
irresueltas de la conciencia nacional, el marxismo que debería perder su
cosmopolitismo y los intelectuales nacionalistas en ‘duelo dramático’ con su
patriotismo abstracto”. De la irresolución de estas dos almas es de donde
vendría a surgir un movimiento superador.
Norberto Galasso argumenta que Hernández Arregui, ya en sus últimos años, “ha
sostenido la tesis que el peronismo debe dar un salto cualitativo transmutándose
en el socialismo, como única forma de llevar adelante, exitosamente, el proceso
de revolución nacional (…) para convertirse en cabeza del frente nacional y
enfrentar al imperialismo desde una perspectiva socialista y latinoamericana”.
Hernández Arregui pone de relevancia el desarrollo de una izquierda nacional
(según él mismo, fue uno de los primeros en utilizar el término, allá por el año
1957). Por ésta, “en un país dependiente, debe entenderse en sentido lato, la
teoría general aplicada a un caso nacional concreto, que analiza a la luz del
marxismo, en tanto método de interpretación de la realidad, y teniendo en cuenta
(…) las peculiaridades y el desarrollo de cada país (…) en sus contenidos
nacionales defensivos y revolucionarios, y coordina tal análisis teórico con la
lucha práctica de las masas contra el imperialismo, en el triple plano nacional,
latinoamericano y mundial, y en este orden”. Así, el verdadero intelectual de
izquierda no es revolucionario sólo en frases, sino en los hechos, se siente
parte del pueblo en el cual actúa y junto al cual construye, siente
profundamente sus derrotas, sus retrocesos, como sus victorias y sus avances.
Los encargados de esta tarea son los escritores nacionales, quienes piensan en
el país antes que en sí mismos, que producen cultura nacional no como una tarea
individual, sino en tanto creación colectiva, anónima, del pueblo. El escritor
nacional debe tener una labor militante y debe usar sus conocimientos en tanto
tal. Así, debe contribuir a la formación de la conciencia nacional, que es “la
lucha del pueblo argentino por su liberación”. Entonces, lo que pone de
relevancia la crítica de Hernández Arregui a la izquierda antinacional es que
basó la construcción de su pensamiento en esquemas lejanos, desarrollados en y
para otras realidades, es decir, olvidó la cuestión nacional atinente a los
países coloniales o semi-coloniales. Convirtió al marxismo en un compartimento
estanco, inmóvil, no tuvo en cuenta que desde que éste se gestó en el mundo se
produjeron grandes cambios (tampoco tuvo en cuenta –y cuando lo hizo actuó de
forma desfigurada– cómo fue enriquecido por pensadores como Lenin, Trotsky, Rosa
Luxemburgo, etcétera).
En esta situación, su destino no fue otro que lograr el desencanto de las masas,
del pueblo, llevándola así al cumplimiento de un papel reaccionario,
antinacional. Fue, sobre todo por su condición social (en su mayoría de sectores
medios), penetrada por la superestructura cultural montada por la oligarquía
nacional a los fines de establecerse, mantenerse y ampliar su poder como sector
dominante. Desde sus pensadores se escuchó la misma historia que habíamos
escuchado de los historiadores conservadores, que supieron construir el relato
que logró consolidarse como el “oficial”, el verdadero. Se convirtió así en una
izquierda impotente, incapaz de denunciar el accionar imperial en nuestro país y
en América Latina.
De ahí la necesidad de revisar la historia, construyendo una narración opuesta a
la dominante. Opuesta no sólo por los hechos, sino sobre todo porque cambia el
desde y el cómo se analicen los hechos acaecidos en nuestro pasado. Por estas
razones nuestro autor nos termina hablando del surgimiento de una izquierda
nacional que analice desde el marxismo, desde los sectores oprimidos, y teniendo
en cuenta la cuestión nacional, el anti-imperialismo, imbuida de las tradiciones
locales y latinoamericanas. Esto como parte indispensable del camino a la
liberación nacional.
Revista Reseñas y Debates Nº 64 Año 7
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