A la memoria de Claudio Díaz, un auténtico pensador nacional

Por Marcelo Gullo*

Hace apenas unos minutos con Antonio, mi hijo menor, rezamos por el alma del compañero Claudio Díaz. Antonio me había escuchado hablar de la muerte de Claudio y, fue él, el que me pidió que eleváramos una oración por su alma. ¡Qué gran tristeza nos embarga a todos los que fuimos sus compañeros! ¿Por qué hay vivos tantos viejos intelectuales cipayos y se nos fue Claudio? ¿Por qué hay vivos tantos viejos periodistas miserables y se nos fue Claudio? Cruzan por mi mente estas preguntas cuando escucho la voz de Claudio que me susurra al oído diciéndome: “Marcelo, es el misterio de la vida y de la muerte, no te enojes con Dios, porque yo fui siempre un hombre de fe”. Recuerdo, ahora, cuando viajamos juntos a Nogoya, invitados por su intendente, para realizar un homenaje a Fermín Chávez. Busco la foto que nos sacamos juntos y no la encuentro. La pucha que duele hondo la muerte de Claudio. Otra vez escucho la voz de Claudio que me susurra al oído: “Marcelo dejá la tristeza y contale a mi pueblo, por el cual luche siempre, cuales fueron mis libros, cuales fueron mis ideas, dale dejá de lloriquear que nosotros somos militantes, no intelectuales tilingos”.

Conocí a Claudio mirando televisión, como diría Guillermo Hudson, “allá lejos y hace tiempo”. Claudio era el chico de “Odol pregunta” que contestaba sobre seleccionados de futbol de Argentina. Claudio tenía doce años. Por ese entonces, no imaginaba que Dios cruzaría nuestros destinos y nos pondría en la misma trinchera. El conductor del programa era Cacho Fontana. Por Dios, que memoria tenía Claudio. Tanta que resulto ganador del programa de forma extraordinaria. Con la plata que recibió como premio, Claudio le compró una casa a su mamá. No sería el último galardón que recibiría Claudio, en 1989 recibió, en la Habana, nada menos que de las manos de Fidel Castro el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí, por su trabajo de investigación sobre sectas en Argentina junto a Alfredo Silleta.

La vida lo llevó a trabajar al Diario Clarín donde fue director del suplemento zonal Morón-Ituzaingó de dicho matutino. Pero Claudio era ante todo un militante del campo nacional y popular, un auténtico peronista de raza, de esos que ya casi no se encuentran, por eso, en ocasión de las polémicas públicas en torno a la Resolución 125 sobre retenciones a las exportaciones agropecuarias, ejerciendo el periodismo con actitud militante, decidió renunciar como empleado del Grupo Clarín sin recibir indemnización ni pago alguno. Pocos días después su casa fue asaltada por una banda de encapuchados que golpearon cobardemente a su madre.

Claudio tenía una pluma jauretcheana y, como don Arturo, no tenía pelos en la lengua por eso se atrevía a decir cosas tan políticamente incorrectas como estas: “En la Argentina, es evidente que el 90 por ciento del sector que proviene del pensamiento de izquierda sigue sin entender la cuestión nacional, el peronismo y la importancia de lo nacional en un país como la Argentina que, salvo muy breves períodos, siempre estuvo colonizado económica y culturalmente. Insiste con los argumentos discursivos respecto del peronismo, que le valieron estar alejados del pueblo y de las masas populares. Insiste en que es un movimiento populista, que se basa en la demagogia y en el engaño a las masas populares. Esa concepción fascistoide, que se le quiere endosar, no es cierta; si hubo un movimiento integrador de todas las clases sociales, ese fue el peronismo. Esos ’falsos ilustrados’ son los que hoy están en los medios de comunicación más importantes, la televisión y la radio los incorporaron porque sirven a los intereses de los grandes medios. Como el discurso del liberalismo fracasó, les dan la bienvenida a sectores de la izquierda que tienen ese discurso y le hacen el juego al establishment” .

Cuando en marzo del 2008, el periodista Jonathan Rippel le preguntó “-¿Por qué tanta gente de la cultura es antiperonista en un país cuya mayoría es peronista?” Claudio le contesto a quemarropa: “Por la formación política y filosófica, relacionada con cómo se establecieron, hacia 1880 y 1890, los programas de estudio en los niveles académicos. También obedece a una cuestión de origen social de quienes trabajan con las ideas. El problema de la Argentina es que muy pocas veces esos sectores, concentrados en los grandes conglomerados de Buenos Aires y del interior, lograron entender la matriz de lo criollo, lo argentino. Por la constitución de este territorio, con la conquista española y diferentes avances en su organización, tiene una matriz que podríamos asociar a lo hispánico y lo católico. Puede gustar más o menos, pero esa es la matriz y es como el cordón umbilical de cada uno de nosotros”.

“Pero, eso es algo que no se puede cambiar” le repreguntó el periodista sorprendido por una respuesta tan políticamente incorrecta. A la cual Claudio Díaz contestó tajantemente: “-No, y parte de la intelectualidad rechaza esa realidad. En la batalla de Caseros se derrota el proyecto de Rosas y se pretende trasplantar el sistema de enseñanza y la estructura del pensamiento; es el famoso proyecto de Sarmiento de importar gente de Inglaterra y Francia para reemplazar al producto criollo. Pero también fracasa y terminan viniendo tanos y gallegos. Ese proyecto contranatura se traslada a lo ideológico y a lo político, con las ideas predominantes del positivismo y el liberalismo económico, que terminan siendo la fuente de inspiración del sistema educativo y del pensamiento que, a partir de ahí, se inserta en la sociedad. Con esa serie de ideas se forma la mayoría de los grupos periodísticos, de escritores o académicos” (y nuestro pueblo) “No tiene la posibilidad o el interés de instruirse en ese tipo de pensamiento. Conserva esa veneración a su religión católica; su identificación con lo hispánico, aunque no desciendan de esa cultura, que está en el idioma, las costumbres y las tradiciones. Eso lleva a un divorcio histórico del cual es responsable esa clase intelectual, porque se supone que es la que se prepara para comprender la historia de un pueblo, le guste o no. Además, el intelectual, sobre todo el de izquierda, piensa que una revolución es como una ciencia exacta. La piensa, la lucubra, pero no sabe cuándo ni dónde se va a producir. La idealiza a partir de los libros y un día se encuentra con que un milico y una muchachita que viene del interior hacen una revolución... Se les viene la estantería abajo, con todos los libros encima. Porque el peronismo es una revolución, de tipo nacional, pese a que nos acostumbran a creer que las únicas revoluciones son las socialistas. El peronismo cambió de raíz lo que era la Argentina de entonces” (y luego agrega Claudio Díaz a modo de estocada final) “pero la estructura del sistema educativo quedó en manos del pensamiento liberal, que predominó y predomina de tal manera que hoy los pibes siguen aprendiendo, y los medios de comunicación siguen difundiendo, las ideas de Bartolomé Mitre, Sarmiento, García Hamilton y Luis Alberto Romero. Pero desconocen las ideas de los pensadores nacionales”.

Claudio Díaz fue un prolífico pensador nacional, entre sus libros se destacan los títulos "Manual del antiperonismo ilustrado", "Diario de guerra. Clarín el gran engaño argentino"; y el "Movimiento Obrero Argentino". Claudio Díaz nos dejó a los 52 años, como Scalabrini Ortiz, se nos fue demasiado pronto pero, como Scalabrini, nos dejó sus libros como herramientas para la definitiva liberación cultural de nuestra Patria.


(*) Doctor en Ciencia Política por la Universidad del Salvador, Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario, graduado en Estudios Internacionales por la Escuela Diplomática de Madrid, obtuvo el Diploma de Estudios Superiores (Maestría) en Relaciones Internacionales, especialización en Historia y Política Internacional, por el Institut Universitaire de Hautes Etudes Internationales, de Ginebra. Discípulo del politólogo brasileño Helio Jaguaribe y del sociólogo y teólogo uruguayo Alberto Methol Ferré, ha publicado numerosos artículos y libros, entre ellos Argentina Brasil: La gran oportunidad (prólogo de Helio Jaguaribe y epílogo de Alberto Methol Ferré) y La insubordinación fundante: Breve historia de la construcción del poder de las naciones (traducido al italiano y publicado en Firenze con el título La Costruzione del Potere, ed Vallecchi, 2010)., asesor en materia de Relaciones Internacionales de la Federación Latinoamericana de Trabajadores de la Educación y la Cultura (FLATEC)

Télam
 

Por qué renuncié a Clarín

Por Claudio Díaz *

En 2008, después del conflicto por la 125, el periodista Claudio Díaz, quien falleció el 5 de agosto a los 52 años, renunció a Clarín. En esta carta explicaba las razones de su renuncia.

Este viernes será mi último día de trabajo en el querido Zonal Morón / Ituzaingó.

He tomado la decisión de renunciar al cargo de redactor que ejercía y, como es de rigor en estos casos, quiero despedirme de los amigos que gané durante mis siete años de permanencia en el diario y de los buenos compañeros con los que compartí muchas tardes entretenidas.

Pero no quiero irme sin antes explicarles, a ustedes y también a quienes ocupan los cargos jerárquicos de esta empresa, los motivos de mi retiro.

A fines de marzo la revista Veintitrés me pidió una opinión sobre el rol que cumplen los medios periodísticos y algunos intelectuales en la elaboración del discurso político actual.

Yo efectué una dura crítica a lo que se da en llamar el Grupo Clarín y acentué, particularmente, lo que a mi criterio había sido una clara manipulación informativa durante la cobertura del conflicto Gobierno vs. Campo, tanto por parte del diario como de Canal 13 y TN.

En este caso no hice más que expresar, libremente, la vergüenza que me provocó -como periodista pero también como simple ciudadano- el ejercicio “periodístico” del Planeta Clarín y sus satélites.

La reacción por parte de la empresa, como es de suponer, fue inmediata.

Y hasta la consideré razonable.

Es más: a uno de los colegas aludidos, Julio Blanck, le dí explicaciones acerca de por qué yo lo incluía en una lista de hombres de prensa que -desde mi punto de vista- sostienen un discurso “progresista” pero le terminan haciendo el juego al llamado establishment.

Hasta ahí todo bien.

Lo que siguió después es distinto.

Las autoridades editoriales (en este momento no se me ocurre otro término) le comunicaron a mis jefes que “de ahora en más” dejara de escribir la página 3 del Zonal (que se supone es la más “importante”) y que me limitara a hacer -es textual- “notas blandas”.

Una estupidez, realmente.

Pero pocas horas después se emitió otra orden: que no se me autorizara a tomar la totalidad de días de vacaciones adeudados, que había pedido para esta semana..

No dieron argumento alguno para justificar la negativa.

La verdad es que por ninguno de estos dos castigos tendría que haberme hecho mala sangre.

Sin embargo, dije “basta” y tomé la decisión de no seguir adelante con mi trabajo en el Zonal, harto del doble discurso de este diario, de su hipocresía, de pontificar en sus editoriales y notas de opinión una cosa para después hacer otra.

Es tanta la repugnancia que sentí por quienes posan como adalides de la libertad de expresión que me dije a mi mismo: “hasta aquí llegué”.

Quiero decir: hace más de 20 años que ejerzo el oficio de periodista; conozco perfectamente los condicionamientos que nos ponen para atenuar o directamente diluir nuestra vocación de contar y decir las cosas como uno cree que son, aun a riesgo de equivocarse.

En fin, en casi todos lados he comprobado (eso tan viejo pero siempre vigente) que una cosa es la libertad de prensa y otra la libertad de empresa.

Pero lo que viví en Clarín en los últimos tiempos superó todo… Gracias a Dios, ¡todavía tengo vergüenza!

Pero lo que ya no tengo es estómago para tragarme las cosas que hace este diario en nombre del periodismo.

A esta altura ya no puedo soportar tanto cinismo.

Como cuando desde un título o una nota se insiste en que no decrece el nivel del trabajo en negro y las condiciones laborales son cada vez más precarias, siendo que en todas las redacciones del Grupo se emplea a pasantes a los que se los explota de manera desvergonzada, obligándolos a hacer tareas de redactor por la misma paga que recibe un cadete, sin obra social ni vacaciones.

Es el mismo cinismo de despotricar contra la desocupación al tiempo que se lanzan a la calle nuevos productos sin contratar a trabajadores, duplicando y hasta triplicando el horario de los que ya están dentro de la maquinaria.

Es el mismo cinismo de presionar a redactores para que se conviertan en editores, bajo la promesa (falsa) de que “algún día” se les reconocerá la diferencia salarial.

Si, como se sostiene el martes 15 en la cotidiana carta del editor al lector, “son los medios y los periodistas los que deben regularse y actuar con responsabilidad democrática”, pues bien Sr. Kirschbaum, yo empiezo por esa tarea. Porque si Clarín tanto se rasga las vestiduras asegurando que respeta la libertad de expresión, ¿por qué sanciona a un periodista que vierte, ejercitando esa libertad de pensamiento, una opinión?

Tengo otras cosas para decirle a usted y a quienes lo secundan (si es que a esta altura todavía están leyendo…): la demonización que practica el diario a través de un “inocente” semáforo que cumple la misión de dividir al mundo en ángeles y demonios (según el interés ideológico o comercial del Grupo), ha llegado al nivel de un verdadero pasquín que nada tiene que envidiarle a las publicaciones partidarias.

Es peor todavía, porque éstas tienen la honestidad de reconocerse como expresiones de un partido político o de un espacio ideológico.

En cambio, Clarín se imprime bajo el infame rótulo de periodismo independiente…

En pos de engrosar la cuenta bancaria se ha perdido todo decoro.

Da la sensación de que los que se llaman periodistas o columnistas ya ni sienten un mínimo de pudor por haberse convertido en contadores del negocio mediático, desvividos por saber cuánto dinero ingresa a las arcas; lo único que les falta es salir con el camión de Juncadella.

Digo esto porque ha sido patética, en la misma carta del editor del martes 15, la reacción editorial contra otros medios periodísticos competidores que estarían atreviéndose a morder un pedazo del queso que el Grupo quiere deglutirse, como de costumbre, solito y solo, calificando a aquellos de miserables, travestidos y miembros de una jauría.

¡Después cuestionan a D’Elía o a Moyano por las palabras “ofensivas” que lanzan contra el periodismo independiente y democrático!

La mayoría de quienes me conocen saben de mi simpatía y hasta cierta militancia por el peronismo.

Pero también saben que no me une ningún tipo de relación con el gobierno, ni con su tan temido Observatorio de Medios, ni con los jóvenes de la Cámpora ni tampoco con sus “grupos de choque”.

La aclaración vale para que estén tranquilos y no piensen que durante estos siete años fui un agente infiltrado en el Zonal Morón.

Simplemente amo el trabajo periodístico, tengo pensamiento propio (aunque, qué le vamos a hacer…: no es el políticamente correcto) y un compromiso de honrar mi oficio.

A Ricardo Kirschbaum, a Ricardo Roa y a tantos otros que mandan les digo que estoy preparado para asumir lo que venga, porque no me extrañaría que las redacciones de otros medios empiecen a recibir llamados telefónicos pidiendo que se me prohíba trabajar de lo que soy.

Tan libre me siento, tan espiritualmente íntegro de poderles decir lo que les digo (aunque les resbale), que ya no me importa si la larga mano del Grupo le pone candado a mi futuro para no dejarme otra opción que trabajar como remisero o repositor de supermercado.

Me voy orgulloso de haber seguido aprendiendo lo que es vocación, oficio, dignidad y ejercicio responsable del buen periodismo.

Que me lo dieron los jefes de los zonales y un montón de amigos y compañeros a quienes no voy a nombrar para evitarles quedar marcados por mi cercanía afectiva.

Me voy avergonzado de la conducta de quienes deberían honrar el trabajo periodístico y no lo hacen.