![]() |
|
|
Ricardo
Aredez: el hijo de un ex intendente desaparecido, y de Olga, fallecida por
contaminación
“Los que piden tierras en Jujuy llevan sangre india de los viejos zafreros”
Por Daniel Enzetti
En Libertador, la ciudad tomada por el Ingenio Ledesma desde hace décadas, el
cementerio no tiene más lugar para sepultar a sus muertos. Los paredones chocan
contra la propiedad privada del grupo, y ya no hay para dónde correrse.
El mismo problema de las tumbas lo tiene el sistema educativo, según
reconocieron las autoridades locales al ministro Alberto Sileoni, cuando el
funcionario intentó poner en práctica la construcción de establecimientos a
partir de una demanda en la región.
La familia Blaquier carga con todo. Los cuatro muertos del mes pasado, elegidos
entre los que se atreven hoy a pedir unos metros de tierra para vivir, se
agregan a la historia del crecimiento a sangre y fuego de uno de los grupos
empresarios más concentrados del país. Impune a pesar de la Noche del Apagón,
cuando con camiones de la planta, el 27 de julio de 1976, la dictadura secuestró
a casi 400 habitantes de la región, 30 de los cuales permanecen desaparecidos.
El ingenio, cómplice también en la desaparición de Luis Aredez, ex intendente de
Libertador que se atrevió a enfrentarlo, es dueño del 80% del Departamento
Ledesma, uno de los que integra la provincia. Se trata de unas 173 mil hectáreas
cultivables, más otra cantidad similar de zona boscosa. Expansión aprovechada en
la época de Juan Carlos Onganía, cuando a partir del cierre de once centros
tucumanos de caña y una fuerte crisis azucarera, obligó a los pequeños zafreros
jujeños a vender sus pequeños lotes por monedas.
Olga Aredez, la mujer de Luis, fue hasta 2005 la bandera del reclamo de la
gente. Pero en marzo de ese año, un carcinoma por bagazosis –a raíz del bagazo,
el desecho de la caña de azúcar que los habitantes de Libertador respiran toda
la vida– provocó su fallecimiento. “Es increíble las vueltas de la historia que
soportaron mis padres”, dice Ricardo. Y completa: “A los dos terminó matándolos
el poder económico.”
“Mi vieja nos empujaba a pelear para saber dónde estaban los restos de nuestros
familiares desaparecidos –agrega–, como única manera de cerrar la historia en
una provincia que sufrió mucho, olvidada, y con un tremendo monstruo empresarial
que maniató a todos los gobiernos regionales, sin excepciones. El símbolo de esa
lucha fue y es la Marcha del Apagón. Los comienzos de esa marcha estuvieron
sembrados por el miedo general, con no más de 30 familiares caminando por la
ruta, desde Calilegua hasta Libertador. Recuerdo imágenes impresionantes: la
gente asomada a la ventana mirándonos pasar, y persignándose en señal de
respeto, pero sin salir de sus casas. Recién a los 20 años de aquellas
desapariciones en la ciudad, cuando María Adela Antokoletz y Víctor De Gennaro
organizaron actos en Buenos Aires, el tema se hizo conocido, y fue creciendo
hasta la actualidad, con la presencia de casi 30 mil personas.”
–¿Cuál es la línea que une esa pelea con la actual crisis de la tierra en la
provincia?
–Ahí está la cuestión. Los que no conocen la expansión del ingenio Ledesma y su
manera de pisotear al que se le cruza en el camino, creen erróneamente que este
es un simple problema de espacio y de falta de plata para levantar una vivienda.
No es así, se trata de algo mucho más complicado.
–¿Qué abarca el dominio territorial del ingenio?
–Sobre todo el Valle de San Francisco, con la ciudad de Libertador en el centro.
Tienen llano y selva, e incluso subsuelo rico en petróleo, como en la región de
Caimancito. José Martínez de Hoz era muy amigo de la familia Blaquier, y siempre
iba a cazar a la provincia. En aquella época fue el promotor de una ley para
ceder a la empresa los sectores con yacimientos. En extensión, controlan
aproximadamente el 80% del departamento de Ledesma. El cementerio de Libertador,
por ejemplo, ya no tiene espacio para ubicar tumbas, pero en la actualidad no se
puede expandir porque el predio choca contra las tierras privadas de los
Blaquier. Eso da la pauta de lo grave de la cuestión, incluida la inacción de la
provincia y el municipio. Nunca hicieron cumplir una ley que existe sobre
expropiación, porque siempre hubo componendas y complicidad entre la empresa y
las administraciones de turno. Recién lo hicieron ahora, después de cuatro
muertos. En la vida democrática de un país hay momentos de gran tensión, y ese
es el momento que hoy se vive en Jujuy. Instantes en que un gobierno nacional
tiene que actuar, sin que con esto se interprete que se viola la autonomía. Las
cartas están sobre la mesa, no podemos denunciar más de lo que hemos denunciado
durante todos estos años. Al gobernador (Walter) Barrionuevo no hay que dejarlo
solo, porque no es alguien en quien se pueda confiar. Sólo en Libertador las
familias que tomaron tierras superan las 2500, y no se van a ir. Estoy de
acuerdo en que el Estado nacional se cuide de inmiscuirse en problemas internos,
pero la crisis territorial jujeña rebalsó lo interno, indudablemente. Conozco la
zona y a su gente. Viví allí mucho tiempo y estoy seguro que si no se
descomprime la situación, las consecuencias pueden ser gravísimas. Hablo de
gente indignada por el atropello, por el abuso, por la injusticia permanente.
Gente que lleva adentro la sangre india de los viejos zafreros chiriguanos, que
cuando salen a la calle, salen a morir por sus familias y por sus hijos. En 1992
hubo un hecho similar, cuando los habitantes cortaron rutas y la Gendarmería, en
camionetas de la empresa, reprimió y dejó un saldo de varios heridos.
–¿Cuándo fue la primera vez que Olga caminó sola en la plaza de Libertador?
–Después que murió la última madre de los desaparecidos de Ledesma que la
acompañaba, Sixta Tejerina Reales. El grupo era mayor, y se reunía los jueves,
pero como las presiones de la empresa crecían, y a los que trabajaban en el
ingenio los amenazaban si los veían marchar, las que aguantaron fueron ellas
dos. Tras el fallecimiento de Sixta, mamá quedó sola y soportó hasta que su
enfermedad no la dejó mover. Fue un hecho clave que impactó a mucha gente, y por
el cual lo que había pasado en la provincia durante la dictadura se hizo
conocido en todo el mundo. Fijándose en eso, Hebe de Bonafini dijo alguna vez
que desde los lugares más chicos y olvidados surgirían las grandes cosas, y tuvo
razón. Ahora los tiempos son distintos pero los aprietes de la empresa
continúan. Filman cada uno de los movimientos de la gente, con cámaras manejadas
por la guardia privada.
–En 1973 el FREJULI le ofreció a tu papá ser intendente de Libertador, y también
hubo represión de la guardia del ingenio.
–Sí, fue cuando la secretaria general de la asociación de educadores
provinciales Marina Vilte, desaparecida, pronunció un discurso conmovedor en
apoyo a los obreros azucareros que por primera vez se atrevían a llevar adelante
una huelga. Acá hay un tema digno de destacar: los Blaquier siempre se
prepararon para reprimir y cuidarse las espaldas. La policía privada de la
empresa Ledesma fue entrenada especialmente por asesores franceses que habían
operado en la guerra de Argelia, expertos no sólo en castigo físico, sino además
en inteligencia. Recuerdo todavía cuando nos visitaban en la escuela primaria,
tipos altos y rubios, que daban charlas sobre comportamiento, sobre supuestos
cuidados necesarios en la calle. Mi padre asumió la intendencia el 25 de mayo de
1973 y estuvo ocho meses. Nunca la empresa en toda su historia había tributado
impuestos y fue él el que impulsó una ley para que aportara esos dineros, con la
idea de que fueran destinados a la construcción de barrios obreros. Fijate que
en ese momento, el problema de la falta de tierra ya era grave. Era médico
pediatra, y el ingenio lo contrató en 1958 para que atendiera a los hijos de los
zafreros, en un momento en que la mortalidad infantil era altísima. Los obreros
cortaban caña con 50 grados de calor, y sus hijos morían como moscas.
–Fue curioso el vínculo de Luis con el grupo. Primero presenta su currículum, lo
aceptan, lo despiden y al final el ingenio se convierte en responsable de su
desaparición.
–Los dos años en que él estuvo se los pasó pidiendo medicamentos para los
obreros, pero el ingeniero Herminio Arrieta siempre le contestaba que a la
empresa lo único que le interesaba era hacer negocio y que no había plata para
medicina. Esquivó un intento de despido gracias al apoyo de los mismos
trabajadores, hasta que lo echaron. Comenzó a trabajar en el hospital de Tilcara,
donde nací en 1959, y al año siguiente compró un terrenito en Libertador para
instalarse con la familia y poner el consultorio. Mi casa-consultorio se
convirtió en el punto de reunión de los trabajadores del ingenio, que se
atendían sin importar si tenían plata o no. Por esa casa pasaron Arturo Illia y
Agustín Tosco, todo el mundo quería conocer a ese médico medio raro que atendía
en Jujuy (se ríe). Incluso los sindicatos chilenos lo invitaron a la asunción de
Salvador Allende, pero papá no pudo ir.
–Era radical. ¿Creía en lo que se dio en llamar camporismo, en aquella
renovación planteada en ese momento?
–Sí, porque tenía mucha confianza en la juventud. A pesar de vivir en un feudo
siniestro, era feliz cuando veía a los pibes participar en política. Para él, el
camporismo era nuevo y esperanzador. Una de las cosas que recordó siempre fue
las jornadas de trabajo voluntario que la JP armó cuando con pico y pala
trazaron el primer camino entre Libertador y Tilcara. Mientras ocupó el cargo en
la municipalidad nunca se olvidó de su profesión. Un día abrió una cuenta en la
farmacia Muñoz, para que los zafreros sacaran los remedios que necesitaban. A
fin de mes, iba y pagaba de su bolsillo. Pero más allá de su especialidad, era
un médico tan respetado que hasta el personal jerárquico de la empresa, y sus
esposas, docentes de Jujuy, lo elegían para tratarse.
–¿Qué decía Olga?
–No entendía cómo su marido bancaba las pastillas y los jarabes de los obreros,
y ella no tenía plata para maquillaje (se ríe). Mamá era docente, fanática del
debate y la Historia pero no tan cercana a lo político. La primera vez que lo
secuestraron, el 24 de marzo de 1976, para ella significó una bisagra. El
operativo fue a las 4 de la mañana, con una camioneta de la empresa Ledesma
manejada por personal propio y efectivos de las Fuerzas Armadas. Yo pude ver
todo desde mi habitación. Estuvo un año preso en la cárcel de Villa Gorriti y
después en La Plata, hasta que lo liberaron en marzo del ’77. La dictadura, en
complicidad con el ingenio, le prohibió trabajar a menos de 15 kilómetros de
Libertador y eso ocurrió hasta mayo de ese año, cuando lo secuestraron
definitivamente, con auto y todo. A partir de ahí empezaron las amenazas
constantes, las violaciones de domicilio, los grupos de tareas vigilando, los
allanamientos, los robos. La ciudad estaba aterrada, hasta que llegó la gran
Noche del Apagón el 27 de julio, que en realidad fueron varias noches, y no una.
Ese 27 las luces se apagaron exactamente a las 10 de la noche. Yo estaba sentado
en la plaza, quise volver, y cuando estaban a punto de meterme en un camión, un
gendarme le dijo a otro “esperá, a este no que es Aredez”. Dieron electricidad a
las 6 de la mañana del día siguiente, y desde ese momento, mi casa de Victoria
561 nuevamente se convirtió en lugar de encuentro, esta vez para los familiares
de desaparecidos que venían desesperados a buscar ayuda. Es increíble las
vueltas de la historia que soportaron mis padres. A los dos terminó matándolos
el poder económico. Está demostrado que el carcinoma que originó el
fallecimiento de Olga fue por bagazosis, con estudios certificados por el
Hospital Italiano de Córdoba. Y el responsable de esa enfermedad es la empresa
Ledesma. En un trozo de pulmón que le sacaron a mi madre pude ver el hollín que
carcome el organismo y origina la enfermedad.
–¿Por qué esos estudios no se extendieron a todo Libertador?
–Por el tremendo peso del poder empresarial del ingenio, y porque llegar a la
conclusión de que los carcinomas son fruto del bagazo significan análisis
carísimos que la gente no puede pagar. Los habitantes respiran eso todo el día,
viven con nubes de humo negro y falsas bronquitis, sienten el olor a huevo
podrido de la celulosa mezclada con productos químicos, y ven enormes chimeneas
escupir veneno las 24 horas, todo el año. El Barrio Jardín es el más afectado,
ubicado junto a la montaña de bagazo más grande, a cielo abierto, que según
organismos internacionales debería estar a no menos de 15 kilómetros de los
lugares poblados. El juez jujeño Héctor Tizón, un brillante escritor exiliado y
perseguido por la dictadura, fue el único que se animó a hablar de este tema y
pedir que se haga algo con la contaminación masiva. En la otra vereda, el
Colegio Médico provincial ni siquiera opinó. El ingenio nunca respetó la
democracia, y siempre arrasó con todo. Explotó a sus trabajadores, secuestró
gente durante la dictadura, contaminó a una provincia entera, y fue ocupando
cada vez mayor cantidad de hectáreas, sin que ningún gobierno local hiciera
absolutamente nada. Pero ahora es distinto. La gente está muy enojada, y puede
pasar cualquier cosa.
07/08/11 Tiempo Argentino