Excarcelación por mano propia

Por Ricardo Ragendorfer
rragendorfer@miradasalsur.com

El 6 de septiembre de 1971, unos 105 militantes tupamaros y seis presos comunes se fugaron del penal de Punta Carretas. Semejante número de evadidos jamás pudo ser superada en ningún otro lugar del mundo. Hoy, a cuatro décadas de aquella gesta, algunos de esos viejos prófugos encabezan el gobierno democrático del Uruguay.

A los 78 años, el taxista jubilado Jesús Torretas suele tomar mate durante las mañanas de sol sentado en un banquito que su yerno le coloca en la vereda del domicilio que habita desde mediados del siglo pasado. Ese domicilio es un descascarado caserón situado sobre la avenida Ellauri, en el barrio de Punta Carretas, al sur de Montevideo, justo frente al shopping más elegante de la ciudad. Era casi el mediodía del primer viernes de septiembre, y el anciano, con la cabeza gacha, auscultaba la portada del diario El País. Es que una noticia había concitado su atención: “El ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, negocia con una enviada de Obama el retraso en el pago de las ONU a las tropas uruguayas”. Entonces, los ojos de don Jesús se clavaron por unos segundos en la fotografía del funcionario; luego los alzó, para enfocar la fachada del centro comercial. Tal vez en aquel instante su mente haya retrocedido cuatro décadas, cuando dicha edificación no era precisamente un shopping; e, incluso, es posible que tal recuerdo empezara con una llamada telefónica que él mismo hiciera a la Jefatura de Policía durante el alba del 6 de septiembre de 1971.

–Soy el dueño de la casa que está frente al Penal de Punta Carretas– dijo, a modo de saludo.
Y tras un breve silencio, agregó:

–Se acaban de fugar los presos.
Desde el otro lado de la línea, una voz adormilada le contestaría:

–Espere un momento, que llamamos a la cárcel.

Y tras otro breve silencio, aquella voz regresó al auricular.
–Dicen en la cárcel que está todo normal.

Su tono sonaba aún más adormilado.
–Pero, señor, no le estoy mintiendo. ¡Hicieron un túnel que desemboca en mi casa!

La respuesta fue:
–Disculpe, pero no moleste más, imbécil.

Y se escuchó el click que dio por terminada comunicación. Minutos después, el director del penal pasó con una linterna por las celdas.

–¡No hay nadie!– fue lo único que atinó a gritar.
–¡Acá tampoco!– le contestó un guardia, desde la otra punta.

Las sirenas empezaron a sonar. Y los presos que no se fueron observaban la escena por las mirillas de sus celdas, sin dejar de reírse.

Mientras tanto, el señor Torretas era sacado de su casa por una patrulla de militares a punta de fusil. “¡Yo fui el que avisó!”, bramaba una y otra vez.

Días de guardar. Fernández Huidobro, quien a los 27 años ya era uno de los principales dirigentes del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MNL-T), ingresó al penal de Punta Carretas en octubre de 1969, tras ser apresado el 8 de ese mes durante la toma de Pando, un audaz operativo guerrillero que incluyó el copamiento de la comisaría, el cuartel de bomberos, la central telefónica y dos sucursales bancarias de dicha ciudad, situada a 32 kilómetros de Montevideo. Lo cierto es que él exhibía las huellas del tratamiento dispensado por sus captores durante casi una semana de permanencia en las mazmorras de la policía. En Punta Carretas ya había unos 200 militantes tupamaros.
En agosto de 1970, llegaría a esa cárcel el fundador y jefe del MLN-T, Raúl Sendic. Éste, quien en Uruguay ya era una leyenda viviente, había sido capturado en medio de las negociaciones entre aquella organización y el gobierno encabezado por Jorge Pacheco Areco para liberar al norteamericano Dan Mitrione, un instructor del FBI en técnicas de contrainsurgencia secuestrado por los tupamaros. El tipo sería ejecutado unos días después, lo cual tensaría hasta límites extremos la situación política del país.

Pacheco Areco, un dirigente del Partido Colorado que asumió la presidencia en diciembre de 1967, fue el timonel de una suerte de dictadura constitucional, la cual consistió en aplicar un programa económico recesivo, junto a un recorte de los derechos y garantías individuales, a través del estado de sitio y la represión. Sería el debut de la Doctrina de la Seguridad Nacional en la Banda Oriental. En medio de tales circunstancias, el MLN-T, surgido a mediados de los ’60 en apoyo a los cañeros de azúcar del norte del país, intensificaría su estrategia militar y clandestina frente a los embates del incipiente terrorismo de Estado.

Ahora, en el crudo invierno de 1970, el Bebe –así como todos le decían a Sendic– se reencontraría con Fernández Huidobro y Pepe Mujica, entre otros integrantes de su Estado Mayor, además de otros cuadros. Y también trabó un vínculo fraterno con el Loco Arión, un preso común que tendría un peso crucial en la historia que se estaba por desatar.

El preso de la celda 73. El nombre de pila de Arión se extravió en las hendijas del tiempo; sólo se sabe que ese hombre alto, desgarbado de mirada encendida se apellidaba Salazar. También se sabe que tenía una obsesión: los Ovnis. El tipo creía en los platos voladores y no descansaba en su empeño de comunicarse con seres extraterrestres. A la vez, supo ser un avezado asaltante, respetado en los ambientes de avería e indeseable por los guardias del penal debido a su peligrosidad. Lo cierto es que desde el ingreso en Punta Carreta de los primeros presos políticos, éstos no tardaron en advertir otra virtud en él: su sentido de la solidaridad. En resumidas cuentas, los tupas presos lograron que Arión fuera alojado en la celda 73. Se trataba, por cierto, de un sitio clave en el plan de fuga que el Bebe y los suyos comenzaban a pergeñar. El plan –según sus hacedores– consumaría un sería un verdadero abuso hacia las autoridades. Pues así se bautizó tal emprendimiento: la Operación Abuso.

En este punto, es necesaria una composición de lugar. Punta Carretas tenía 400 celdas divididas en cuatro pisos. En el medio, un patio con su puesto de observación. Un verdadero panóptico. Para construir el túnel desde adentro (antes se intentó cavar desde afuera, pero sin éxito) era necesario lograr que los carceleros alojaran en una celda estratégica a un preso común para no despertar sospecha. Esa era la celda 73.

Así fue como Arión fue a dar con sus huesos a ese agujero oscuro. Además, se debían copar dos casas; una para salir del penal y otra para sacar a la calle el tropel de presos sin levantar sospechas. Una de ellas fue la casona de la avenida Ellauri.

“La construcción del túnel comenzó el 11 de agosto de 1971, después de las siete de la mañana, cuando terminó el control de presos en las celdas. En verdad, habíamos comenzado a desarrollar el plan mucho antes, cuando empezamos a abrir los huecos entre celda y celda que nos permitirían formar un gran corredor interno por el que pasaríamos todos hasta la celda 73. Una última parte consistía en abrir huecos en los techos de algunas celdas para conectar los cuatro pisos de la planchada”,relataría El Ñato –así es como le decían a Fernández Huidobro– muchos años después.
De ese modo, a los conjurados se les ocurrió que podían abrir huecos entre celdas. Ello simplificó el asunto. Y lo hicieron de la siguiente manera: atravesaban una fina aguja por un agujero y, serruchando desde los dos lados, el material salía con facilidad.Entonces,decidieron seguir la línea de la mezcla que une los ladrillos para abrir un hueco de unos 60 centímetros de ancho por 40 de alto. De ese modo, los pedazos de concreto salían con facilidad, como en bloque.

Para los primeros días de septiembre el plan de fuga marchaba sin pausa ni respiro, pero con las dificultades lógicas de semejante obra maestra de la ingeniería, en su variante más desesperada: la falta de aire, la fatiga de los encargados de abrir la tierra a dentelladas, con pequeñas puntas de hierro o el encuentro con duras moles de piedra que no estaban en los cálculos.

Cuando ya se había socavado unos 20 metros de túnel, los tupas se encontraron con los restos de otro túnel, el que en 1931 sirvió para que siete anarquistas expropiadores se fugaran de ese mismo penal. Semejante hallazgo fue, a todas luces, una bocanada de oxígeno más que simbólica: cuatro décadas después, ellos, los militantes encarcelados del MLN-T desandarían ese mismo camino, no sin antes dejar una inscripción: “Aquí se cruzan dos generaciones. Dos ideologías y un mismo destino ¡La Libertad!”.

La ceremonia del adiós. Durante la noche del 5 de septiembre, los internos alojados en los pabellones tupamaros respetaron la rutina de siempre. Horas después, bajo un silencio sepulcral, 105 presos políticos y seis comunes iniciaron su camino hacia el exterior.

El taxista Torretas, no sin una mezcla de azoro y terror, vio cómo aquella interminable procesión de guerrilleros brotaba del orificio que, súbitamente, había estallado en medio de su patio. Y tras emerger el último evadido, escuchó que una voz le decía a sus espaldas: “Ya se terminó todo, pero ustedes no salgan a la calle antes de media hora, porque tenemos gente vigilando con armas largas”. A los 30 minutos, exactamente, el tipo se comunicaría a la policía.
Ahora, a 40 años de ese luminoso amanecer, con los ojos clavados en la foto del antiguo prófugo que ahora es ministro de un gobierno encabezado por otro viejo evadido, don Jesús tal vez haya evocado la respuesta del suboficial que en aquella ocasión atendió su llamada: “No moleste más, imbécil”.


El grupo guerrillero que se integró al sistema democrático

Por Luis Casal Beck, periodista de La República, Uruguay
contacto@miradasalsur.com

El Ñato y Pepe. Los dos principales referentes de tupamaros cuando ya estaban en el senado uruguayo.

El MLN se acercó al Frente Amplio un año después del regreso a la democracia. De a poco, con esfuerzo, sus líderes políticos fueron ganando espacio. Hoy gobierna Uruguay un ex militante tupamaro.

Los hechos ocurrieron hace exactamente 40 años, en la ciudad de Montevideo. En la madrugada del lunes 6 de setiembre de 1971 un centenar de guerrilleros, entre los que se encontraban sus principales líderes como Raúl Sendic, se fugaron a través de un túnel de 45 metros, de la principal cárcel uruguaya, ubicada en el barrio de Punta Carretas. La noticia impactó en una sociedad fuertemente polarizada, que se aprestaba a ir a las urnas en apenas tres meses, para renovar a sus gobernantes. En esos comicios, surgiría como alternativa el Frente Amplio (FA), una coalición de centroizquierda que postulaba a Liber Seregni. El presidente Jorge Pacheco Areco, un colorado de derecha, que gobernó durante casi todo su período con medidas de excepción, militarizó a los sindicalistas en conflicto y censuró a la prensa. En ese entonces procuraba su reelección, a través de una reforma constitucional que fracasó.

Los guerrilleros del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN), de inspiración guevarista, surgidos a mediados de la década de 1960, tuvieron un fuerte protagonismo por las acciones desplegadas en espiral dialéctica con las medidas represivas adoptadas por Pacheco desde 1968, impulsando una política económica fondomonetarista, que conmocionó a toda la sociedad.

Los Tupamaros crecieron aceleradamente en ese período. Como consecuencia de la denominada “fuga del siglo”, de hace cuatro décadas –incluida en la Guía Guiness de los récords mundiales–, Pacheco dispuso que fueran las Fuerzas Armadas quienes asumieran la centralidad en las operaciones para enfrentar al MLN. Surgieron nuevos organismos, como el Estado Mayor Conjunto (Esmaco), y jefes militares que después avanzarían sobre las instituciones democráticas y terminarían derribándolas, instaurando una dictadura que duró doce años (1973-1985).

Las elecciones de noviembre de aquel año, acusadas de fraudulentas por la oposición, llevaron a la presidencia a Juan María Bordaberry, delfín de Pacheco, que profundizó las tensiones generadas por su antecesor. El ascenso de las FF.AA. se acentuó en el último tramo de 1972, cuando los guerrilleros fueron vencidos y enviados a prisión. Había sido derrotada la sedición, decían los militares imbuidos por la doctrina de la seguridad nacional. Pero, razonaban, era necesario eliminar de raíz a la subversión. Instalados en esa lógica, terminaron instaurando una larga dictadura que llegó a su final en marzo de 1985.

Poco después, ya en democracia, el Parlamento aprobó una ley de amnistía. Las cárceles políticas –en las que se encontraban los antiguos guerrilleros, así como militantes de partidos de izquierda ilegalizados y sindicalistas– se abrieron. Los Tupamaros pudieron reinsertarse en la nueva realidad política, refirmando su voluntad de luchar “por la liberación nacional y el socialismo”, según las reglas democráticas vigentes. En abril de 1986, el MLN solicitó su ingreso formal al FA, recordando que en las elecciones de 1971 le había dado un “apoyo crítico” y formado una corriente interna (Movimiento de Independientes 26 de marzo), aunque revindicando los métodos de acción política que practicaba por entonces.

La V Convención del MLN de junio de 1987 ratificó este pedido. En diciembre de ese año, los tupamaros realizaron un acto público en el estadio Franzini, de Montevideo, señalando el valor estratégico de la acumulación de fuerzas sociales y políticas en un Frente Grande. Hablaron Raúl Sendic, José Mujica y Eleuterio Fernández Huidobro. En 1989 –año de la muerte de Sendic, en París–, el MLN impulsó la creación de un movimiento más amplio (Movimiento de Participación Popular, MPP) y en mayo ingresó formalmente al FA. Los tupamaros apoyaron candidatos, pero se negaron a presentarse a cargos electivos. Lo hicieron hasta los comicios de 1994, año en que Mujica se convirtió en diputado por Montevideo. El MPP obtuvo el 7,3 por ciento de la votación, dentro del FA.

En 1999, tras ensayar distintas alianzas, el MPP triplicó su votación anterior y Mujica y Fernández Huidobro llegaron al Senado. En las internas del FA de mayo de 2002, el MPP se erigió en el sector mayoritario de la izquierda uruguaya.Una de las claves de este proceso de crecimiento fue el carisma de Mujica y su estilo abierto y conciliador. En ese mismo año, los tupamaros promovieron la constitución del “espacio 609”, que buscó articular el respaldo de sectores y dirigentes escindidos de los partidos tradicionales uruguayos, blancos y colorados.

“Éste es un proyecto para 25 años”, dijo Mujica al dar a conocer en el Palacio Legislativo de Montevideo, la nueva alianza, dentro del FA.

Tabaré Vázquez fue el primer intendente frentista de Montevideo (1990-1994). Y candidato presidencial en 1994 –que no ganó– y en 1999, donde ganó en primera vuelta pero perdió ante Jorge Batlle en el ballottage. Batlle llegó a la presidencia en noviembre de 2004. Entre las diferentes fracciones frentistas, el “espacio 609” de Mujica se situó en primer lugar. El gobierno de Vázquez, que asumió en marzo de 2005, integró en su gabinete ministerial a dos tupamaros: Mujica, al frente de la cartera de Ganadería y Agricultura, y Eduardo Bonomi, en Trabajo y Seguridad Social. Fernández Huidobro siguió en el Senado.

Un momento particular, cargado de simbolismo, se produjo un mes antes, al asumir en el Parlamento. Mujica, al ser el primer titular del Senado, ocupó la presidencia de ese cuerpo y le tomó el juramento de estilo a sus miembros entre los que se encontraba Fernández Huidobro. La imagen de los antiguos guerrilleros, integrados al sistema democrático, y de popularidad ascendente en los sucesivos comicios, dio la vuelta al mundo en aquel febrero de 2005.

El instituto de la reelección no existe en Uruguay. En las internas frentistas de junio de 2009, Mujica, que había vuelto al Senado, con el 52 por ciento de los votos, se impuso a Danilo Astori, ministro de Economía de la administración Vázquez, que alcanzó casi el 40 por ciento. El binomio Mujica-Astori salió primero en las elecciones nacionales de octubre, con mayoría en el Parlamento, pero sin superar la mitad más uno de los votos, lo que obligó a convocar a un ballottage un mes más tarde. Allí, la izquierda alcanzó el 52 por ciento de los votos. El FA volvía a ser gobierno, como antes lo habían sido los colorados (durante 93 años consecutivos) y los blancos.

En la integración del Parlamento, el MPP se mantuvo como el primer sector del FA (con Lucía Topolansky como primera titular, una tupamara ex presa política y esposa de Mujica), y Fernández Huidobro, escindido de ese sector en 2007 para formar su propio grupo (Corriente Acción y Pensamiento, Libertad, Cap-L).

En marzo de 2010 asumió el nuevo gobierno. En los ministerios fueron nombrados conocidas figuras políticas ligadas por su historia al MLN, como Bonomi (Interior), Luis Rosadilla (Defensa, pero por razones de salud fue sustituido por Fernández Huidobro), Ricardo Erlich (Educación y Cultura, que en el período anterior ocupó la Intendencia de Montevideo), entre otros.

En su discurso de asunción, el nuevo mandatario dijo que soñaba con “crear las condiciones para gobernar 30 años con políticas de Estado”, puesto que Uruguay “tiene un sistema de partidos tan sabio y tan potente, que es capaz de generar túneles herméticos que atraviesan distintas presidencias de los distintos partidos, y que por allí, por esos túneles, corren intocadas las grandes líneas estratégicas de los grandes asuntos”.

• MUJICA. Pepe, el preso político que escapó dos veces

El hoy presidente uruguayo José Pepe Mujica fue uno de los cientos de guerrilleros que cuatro décadas atrás fugó de la penitenciaria de Punta Carretas, de Montevideo. Lo hizo en compañía de otros 110 reclusos de la entonces principal cárcel uruguaya. Pocas semanas después, fue capturado por fuerzas de seguridad y conducido nuevamente a este centro de reclusión, del que volvió a escaparse con otros tupamaros, a través de un túnel, el 12 de abril de 1972.
Nacido en Montevideo el 20 de mayo de 1935, el político uruguayo militó en su juventud en la fracción herrerista del Partido Nacional, junto a Enrique Erro, que en 1971 estuvo en la fundación del Frente Amplio (FA). Nacionalista, soñador de una Patria Grande Latinoamericana, Mujica integró a comienzos de los años ’60 un núcleo de radicales de izquierda (el Coordinador) que devino en el guerrillero Movimiento de Liberación Nacional-MLN-Tupamaros (MLN). Vivió clandestino varios años de su vida. Y conoció la cárcel en tres oportunidades. La ultima, durante 13 años.

Al regreso de la democracia, en 1985, fue el primer tupamaro que llegó al Parlamento dentro del FA. En el gobierno de Tabaré Vázquez ocupó el ministerio de Ganadería y Agricultura. Desde marzo de 2010 es presidente de Uruguay.


Los padres de la guerrilla urbana

Por Raúl Arcomano
rarcomano@miradasalsur.com

“La presencia tupamara en toda nuestra vida fue un acelerador imparable”, afirmó la historiadora uruguaya Delia Etchegoimberry.

La historia del MLN-Tupamaros. El grupo armado nació a mediados de los ’60 en un convulsionado Uruguay. Causaron asombro y desconcierto en la política de su país. Fueron perseguidos y diezmados durante la dictadura y se reconvirtieron en democracia.

El bautismo de fuego podría situarse en 1963, diez años después del asalto al cuartel Moncada, el primer paso de la lucha insurreccional en Cuba. Encabezados por Raúl Sendic, el último día de julio un grupo de ocho militantes y obreros se metió en el Club de Tiro de Colonia Suiza, una tranquila villa de descanso del interior uruguayo. Robaron veinte fusiles, dos carabinas, tres armas de colección y municiones. El pequeño armamento era para entregárselas a los trabajadores cañeros que estaban ocultos en el norte, rodeados por la policía y el ejército, que ya actuaba institucionalmente por cuenta propia. El plan fracasó: en un trayecto del regreso, el vehículo que llevaba las armas volcó y toda la carga quedó tirada en la banquina. Sendic debió pasar a la clandestinidad. Sin embargo, el hecho, con los años, se transformó en la primera acción del que luego sería el Movimiento Nacional de Liberación- Tupamaros (MLN), la organización armada más importante de Uruguay.

Sendic era periodista y militante del Partido Socialista. Una de las figuras más relevantes de la política uruguaya. A fines de la década del ’50 se dedicó a organizar a los trabajadores rurales. Entrevistado por este cronista el año pasado, el ex líder tupamaro Mauricio Rosencof recordó aquellos inicios: “En el ’56 yo militaba en el Partido Comunista y era periodista. Y fui a Treinta y Tres a cubrir una formidable huelga de los trabajadores de arroz, que trabajaban en condiciones infrahumanas. Cayó otro periodista: Sendic. Uno alucinaba viendo a los cientos de trabajadores. Un día le comenté a Raúl: la gran puta, parece un ejército. Y él contestó lacónicamente: es un ejército. Después Raúl organizó a los cañeros en el norte, planteando la lucha por la tierra. Retomaba así lo que esbozó Artigas en lo que significó la primera reforma agraria de América latina: la tierra será distribuida con la prevención, decía, de que los más desposeídos serán los más privilegiados. El de los cañeros fue un sindicato que cambió la historia del país. La marcha de los cañeros a Montevideo en 1962 generó un movimiento de solidaridad que se convirtió en la masa numérica de Tupamaros”.

La fundación oficial del grupo fue a fines del ’66 y principios del ’67. Julio Marenales, uno de los fundadores, escribió en Historia del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros que la organización no era, estrictamente, “una guerrilla”. “Realizaba operaciones de pertrechamiento y de propaganda armada. El MLN se planteaba una estrategia de acumulación política. Se diferenciaba del resto de la izquierda tradicional en su metodología de acción política. Se realizaron muchas operaciones de copamiento para hablar con los trabajadores y hacer planteos políticos”. Marenales explicó cuál era la identidad tupamara: “La organización se definió como socialista desde el principio. Iba a ser una organización clandestina, cuya primera tarea sería construir las bases materiales para una organización de este tipo. Sus objetivos políticos serían una paciente acumulación de fuerzas. Una contribución a la acumulación de fuerzas del campo popular, ya que nunca se pensó que una sola fuerza política sería capaz de resolver los problemas de un país”.
Otros de los integrantes de la dirección fueron Eleuterio Ñato Fernández Huidobro y el hoy presidente uruguayo, José Pepe Mujica. Fernández Huidobro cayó prisionero, junto a otros militantes, el 8 de octubre de 1969 en la toma de la ciudad de Pando y fue uno de los 111 que se escaparon, en 1971, de la cárcel de Punta Carretas. El objetivo de esa fuga fue impactar en las elecciones presidenciales en las que, por primera vez, toda la izquierda iba unida. Igual resultó ganador José María Bordaberry. Había llegado al poder de la mano del partido Colorado y en el ’73 disolvió las Cámaras legislativas con la bendición de las fuerzas armadas. Estuvo en su cargo hasta 1976. Después lo echaron. La dictadura duró nueve años más.

Sobre la irrupción de Tupamaros, la historiadora uruguaya Delia Etchegoimberry opina a Miradas al Sur: “En una sociedad acostumbrada a protestar en voz baja sobre el desacierto de los gobiernos, la aparición del movimiento tupamaro fue recibida con asombro y desconcierto. Sólo después de algunos hechos notables nuestra sociedad empezó por dividirse en opiniones contrarias. Se sucedían el ‘ya era hora’ y el ‘qué horror, ése no es el camino’. ‘¡Obreros y estudiantes, unidos y adelante!’, se convirtió en consigna compartida por los jóvenes, la intelectualidad rebelde y grandes grupos urbanos. Con esta tendencia tan notoria entre los uruguayos a pensar en la política, hablar de política y confraternizar con base en opiniones sobre política, en especial política internacional casi en la misma medida que la del país, la presencia tupamara en toda nuestra vida fue un acelerador imparable.”
“Mediante la retórica del ‘enemigo interno’, el gobierno y parte del sistema político expulsaron virtualmente a los tupamaros de la comunidad nacional. Ya no eran sólo disidentes o delincuentes, sino extraños, ajenos, enemigos. Se justificaba este enfoque mediante una operación cultural: el ‘subversivo’ era transformado en un estereotipo que encarnaba todo lo negativo, la antítesis de los valores que la sociedad aceptaba como propios y por lo tanto representaba la mayor amenaza para su estabilidad. Los ‘sediciosos’ dejaron de ser considerados compatriotas, pertenecientes a la misma comunidad cívica. Cuerpo extraño a la Nación, que debía extirparse sin miramientos. El discurso excluyente, con sus imágenes y mensajes irracionales, preparaba a la población para que aceptara el empleo de técnicas más o menos secretas de ‘guerra sucia’, permitiendo la deriva hacia el terrorismo de Estado”, escribió la ex tupamara e historiadora Clara Aldrighi en La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupamaros.

La vida política se sumergió en violencia. Aunque la dictadura uruguaya no fue tan brutal como la argentina, tampoco se quedó atrás. Para imponerse y eliminar toda oposición, las fuerzas armadas recurrieron al terror, el asesinato, la cárcel. La tortura también fue un lugar común. Gracias, principalmente, a las enseñanzas de Dan Anthony Mitrione, un agente de la CIA que adoctrinó a la policía uruguaya. La película Estado de sitio, de Costa-Gavras, se basa en su historia. Detrás de su política de torturas había una psicología. Recuerda Rosencof: “Él recomendaba: al preso hay que llevarlo hasta el límite en el interrogatorio. Pero aclaraba: siempre hay que dejar la hendija de una puerta abierta para que él vea la posibilidad de que si cede, la puerta puede abrirse, aunque no se abra nunca”. Uno de cada 54 uruguayos pasó durante la dictadura por la cárcel.

La conmoción se apoderó del país. Y el país era, principalmente, Montevideo. “Hechos como la fuga de Punta Carretas invadieron el imaginario social hasta el extremo de confundirla con estar al borde del éxito total que, por otra parte, no se sabía bien cuál sería. El temor empezó a ser la sombra del día y de la noche. Fuimos conmovidos hasta la raíz. Y tan conmovidos que todo se movía alrededor. Los amigos caían en prisión y buscarlos era una odisea. Al encontrarlos en cuarteles, en la cárcel o en los ómnibus, era un intercambio de rostros pálidos y corazones apretados. Mientras estrechos festejos amistosos nos mantenían con una cuota de esperanza, las violencias desatadas cada vez golpeaban más a los ideólogos por un lado y, por el otro, a la inmensa red que obraba de apoyatura visible o invisible. Hasta que el desastre se hizo imparable y para muchos salir del país se convirtió en ‘la’ opción”, recuerda Etchegoimberry.

Zelmar Michelini fue un político y periodista uruguayo, miembro fundador del Frente Amplio. Antes de exiliarse en la Argentina, donde fue una de las víctimas del Plan Cóndor, había analizado: “Tras los tupamaros, las fuerzas armadas conocieron muchísimas de las realidades del país y, en el contacto de los cuarteles, tomaron conocimiento de muchísimos problemas que antes no habían apreciado en su total dimensión. Mucho antes que el gobierno, las propias fuerzas armadas y grupos numerosísimos de oficiales se dieron cuenta de que aquellos jóvenes no eran monstruos, degenerados, sinvergüenzas ni mal nacidos. Eso trajo, naturalmente, la exigencia de reprimir no sólo la violencia de las armas, sino la violencia de arriba, que había motivado toda la subversión”.

Los tupamaros hicieron política antes, durante y después. Siempre. Como hoy. Para Etchegoimberry, “todos los períodos tuvieron su importancia aunque hoy parezca que su inserción en la política del Estado desde las formas de gobierno constitucionales sean, en prioridad, por legales, las más encomiables. Si bien a veces parece que el uruguayo olvida, que perdona o que no quiere asumir las deudas del pasado, su pasaje en la década del ’70 abrió una brecha en el predominio de los partidos tradicionales que esperemos éstos no olviden en cuanto a que fue su gobierno, de espaldas a la sociedad, el verdadero detonante de la reacción en contra con la intención de conseguir una sociedad más justa. Por otra parte, no fueron sólo los tupamaros quienes intentaron parar los abusos. La diferencia en la lucha estuvo en la adopción de los medios para llevarla adelante”.

Hoy, los ex militantes se siguen reorganizando. Discutiendo. Rosencof reconoció que es una tarea permanente. Difícil. “Pero es el camino que elegimos.”.

Miradas al Sur agradece la ayuda de la dirección y de la redacción del diario La República, de Uruguay, que colaboraron con la producción de este informe especial.


“Fue un grito colectivo de libertad”

Por Eleuterio Fernández Huidobro, publicado por el diario La República, 2010
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La mirada de un ex tupamaro, actual ministro de Defensa

En estos primeros días de septiembre se cumplen 39 años de la fuga (por un túnel) de ciento once presos recluidos en el Penal de Punta Carretas. Como es sabido, fue una operación de guerrilla urbana que tuvo suerte. La imprescindible en todo orden de la vida. Hubo incontables publicaciones al respecto; entre ellas nuestro libro La Fuga de Punta Carretas que también tuvo suerte: fue bien acogido. Tanto que en estos días la Editorial Banda Oriental lanzará una nueva edición y, en este asunto, muy especialmente, queremos detenernos por lo menos un poquito.
La izquierda uruguaya es la del más antiguo proceso de acumulación ininterrumpida de América. Es por eso, que todavía hoy, y hasta en el gobierno, muestra algunos de los pocos dirigentes guerrilleros de la década de los sesenta y de todo el continente, vivos de milagro y todavía actuantes, con sus errores y achaques a cuestas (“medio bichocos”, dijera el ex guerrillero y actual presidente Mujica) pero, como siempre, en las trincheras del campo popular. Algo raro en el mundo...

Proceso iniciado a mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, pasó por el vértigo mundial de la década de los sesenta y por la atroz prueba del terrorismo de Estado que abarcara los golpes cívico-militares casi simultáneos en Uruguay, Chile, Bolivia y Argentina con sus funestas consecuencias. Digitados desde los Estados Unidos según era sabido y ahora confirmado por los Documentos Secretos desclasificados en dicho país.
Dicho proceso de acumulación no se vio interrumpido sino fortalecido por esas durísimas “pruebas” en las que dejó un tendal de mártires, torturad@s, pres@s, exiliad@s, desaparecid@s, proscript@s y destituid@s. Y que por eso a la hora de su imparable triunfo electoral en el año 2004, mostró un Gabinete Ministerial cuyo promedio etario ambulaba por los 65 años.

Se trataba de un pedazo sobreviviente, casi una reliquia hasta incluso del Mayo Francés del ’68, colocado por el pueblo uruguayo en el gobierno. Alcanzamos a decir por esos días que una simple ola de frío repentino nos podía dejar sin gobierno.

El de un país “envejecido”, con datos demográficos similares a los del Primer Mundo agravados por una cuantiosa emigración. Con estas disquisiciones queremos ir a un reclamo y a una convocatoria.
Desde siempre pedimos, y hasta imploramos, que l@s víctimas y protagonistas de aquel tan duro temporal represivo, tramo trágico de nuestra Historia, escribieran, grabaran o filmaran su testimonio antes de que la edad que venimos soportando lo impida. Debemos reconocer el esfuerzo en ese sentido de much@s. Pero ha sido insuficiente. No el de ell@s, sino el de l@s demás.

Pero atención: del heroico plebiscito de 1980 (epopeya popular de hace 30 años), de las Conversaciones del Parque Hotel, de las elecciones internas de los partidos en 1982, del Obeliscazo, del PIT, del Primero de Mayo de 1983, de la Multipartidaria, de la Multisectorial, de sus primeros intentos de movilización duramente reprimidos, del retorno de Wilson, de la “intimidad” de todas esas y muchas otras acciones, se ha escrito muy poco, por no decir casi nada y, en algunos casos, nada.

Y si la fuga de Punta Carretas fue hace 39 años y el Obeliscazo hace 28, es clarísimo que gran parte de nuestra población, de acuerdo a la fecha de su nacimiento, carece de una inmensa cantidad de información imprescindible. Ni qué hablar si nos referimos a períodos anteriores.

Y además omitimos en esta somera reseña, para nada exhaustiva, la información y el relato de todo cuanto l@s uruguay@s perseguid@s hicieron y padecieron en el exterior. Este es un tema que, por sí solo, ofrece ancho campo para dramas, comedias, tragedias y epopeyas, que realmente existentes y serán perdidas si no son rescatadas.

Poco importa (aunque importa) la tendencia política o el “cristal” con el que se mira cada versión de los hechos si ni tan siquiera existe “versión de los hechos”.
Nuestro aludido libro fue producto de un intenso pero agradable trabajo para conseguir y recopilar información más allá de la que nuestra memoria parcial y falible podía tener. Una obra de buena fe que no agotó ni por asomo la recopilación de todo lo que se debió hacer, especialmente afuera del penal, para que tal hazaña colectiva fuera posible. Todavía hoy nos venimos a enterar del rol imprescindible que much@s desempeñaron en aquel “afuera”. Hay una cantera de metal precioso a disposición de quien la quiera escarbar.

Aquella fuga fue un grito de libertad esencialmente colectivo. Jamás vimos actuar con tanto espíritu de cuerpo, disciplina autoimpuesta y labor en equipo, a tant@s compañer@s, como en aquel desafío. Dicho con todo respeto: no parecíamos uruguay@s. O lo éramos de raíz (algo que solemos olvidar demasiado). “Argentinos de antes”, como dijera un genial escritor porteño, con lo que la “culpa” del reiterado olvido citado, adquiere vastos territorios regionales. En lo personal creo que eso ha sido y es así.

Intuyo, porque no me lo han contado, que el proceso de salida y expulsión de la dictadura fue, a nivel colectivo nacional e internacional, una “obra” por el estilo pero de inmenso e incomparable volumen social y político. Lo que, entonces, muestra y demuestra las cosas que podemos hacer tanto en Uruguay como en la Región, cuando nos las proponemos en serio. La libertad acostumbra realizar milagros que no son más que la fuerza imponente que su demanda despierta. “Inexplicables” a primera vista e “imposibles” en los cerebros del desaliento perpetuo.

Porque en la carne propia lo sabemos, es que nos permitimos decirlo y convocar para que tod@s hagan lo suyo. Sera siempre para bien.


Eleuterio Fernández Huidobro: “Tuvo que venir la derecha a unirnos a palos”

Por Eduardo Anguita y Alberto Elizalde Leal
eanguita@miradasalsur.com

Militante de toda la vida, fundador del MLN Tupamaros, escritor, periodista, senador nacional, el Ñato es una figura clave en la continuidad histórica de la izquierda oriental. Mañana se cumplen 39 años de la fuga de 111 presos tupamaros del penal uruguayo de Punta Carretas. Miradas al Sur entrevistó a uno de los fundadores de esa organización que jugó un papel clave en el escape. “Le tuvimos que avisar nosotros a ellos que nos habíamos fugado porque ni cuenta se habían dado de tan impecable que fue la operación”. El Ñato es senador nacional por el Frente Amplio.

Eleuterio Ñato Fernández Huidobro tiene hoy la placidez de sus 68 años y la experiencia de una vida intensa y dedicada a su país. Senador por el Frente Amplio, electo por tercera vez el año pasado, recibió a Miradas al Sur en su despacho. Compañero de lucha del hoy presidente uruguayo, José Pepe Mujica, ambos fueron fundadores del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN) en los años ’60 e integrantes de su dirección. Cayó prisionero, junto a otros militantes, el 8 de octubre de 1969 en la toma de la ciudad de Pando y se escapó de la cárcel de Punta Carretas junto con otros 111 presos, el 6 de septiembre de 1971, en el marco de una serie de fugas espectaculares de presos políticos concretadas ese mismo año. El objetivo era impactar en las elecciones presidenciales en las que, por primera vez, toda la izquierda iba unida, pese a lo cual resultó ganador José María Bordaberry, del Partido Colorado.

Fernández Huidobro fue nuevamente detenido el 14 de abril de 1972 y, al año siguiente, en sintonía con los golpes de Estado que en esos años asolaron el Cono Sur, comenzó en Uruguay la dictadura cívico-militar que se extendería hasta 1895. El Ñato pasó 12 años preso, en casi total incomunicación y durísimas condiciones de detención, sometido a apremios físicos y psicológicos.

Periodista y escritor, antes de ser guerrillero quiso ser futbolista, cantor de tangos, boxeador y ciclista. Amante del fútbol, sufrió y celebró la épica actuación del equipo de la celeste en el último Mundial. “Tuve el privilegio de poder estar con los muchachos antes de irse a Sudáfrica, en una de las últimas cenas, junto con Mujica y el Ministro del Interior. Somos amigos del maestro (Óscar)Tabárez hace mucho y también de su padre, que ha militado muchísimo para que sea realidad el gobierno progresista”, cuenta con orgullo futbolero.

–¿Siempre le gustó el fútbol?
Eleuterio Fernández Huidobro: –Sí, en realidad yo iba a ser jugador, quería ser un 10 con panorama, pero me salió una changa de Tupamaros y dejé. Y esa changa, después, se transformó en la principal ocupación de mi vida.

–¿A qué edad se le cruzó esa changa que le cambió el rumbo?
E.F.H.: –Comenzó con la militancia estudiantil muy temprano en mi vida, que luego derivó hacia la vocación política y la izquierda, a comienzos de los ’60. Y en aquel movimiento juvenil, iconoclasta y creativo, fuimos fundando lo que luego sería el MLN. Que no nació un día, sino que se fue fundando. Como todas las cosas serias de la vida, necesitan un tiempo de gestación.

–¿Qué recuerdos tiene de las personas y las circunstancias que hicieron que eso que se estaba gestando, de repente, alumbrara?
E.F.H.: –En mi cabeza bullen miles de recuerdos. Muchos de ellos están falleciendo ahora de viejos, a otros se los llevó la vida de modo violento. Uno de ellos fue nada menos que Raúl Sendic, un militante bastante rebelde del Partido Socialista que, siguiendo a otro dirigente sindical, a fines de la década del ’50, se dedicó a la organización de los asalariados rurales, algo que hacía tiempo no se veía en Uruguay. Porque la izquierda uruguaya era una izquierda fáctica, de los alrededores de la Universidad y algunas fábricas. Brillantes cabezas como la de él se fueron a ignotos confines del interior. La República Española también impactó mucho en nosotros. Yo nací en 1942 y si bien la guerra civil había terminado, vivía en un barrio lleno de españoles, donde casi todos eran republicanos, y el movimiento de apoyo a la República seguía, como en una inercia dramática después que la guerra se había terminado. Luego la Revolución Cubana, impactante sin ningún lugar a dudas en ese momento; también la situación en Argelia; y Vietnam, no sólo el después, sino antes, con la derrota de los franceses. Y por supuesto, la Argentina. Porque nosotros éramos la Suiza de América, un país donde la socialdemocracia gobernó antes que lo hiciera en Europa. Nos creíamos europeos, no latinoamericanos. Yo era un chiquilín cuando escuchaba en la radio “huye el tirano”, y estaban hablando de los bombardeos a Plaza de Mayo. Todo aquello impactaba mucho entre nosotros.

–Y además, muchos de los que estaban contra Perón se venían a Montevideo…
E.F.H.: –Y viceversa, porque después llegaron los peronistas. Nosotros éramos un país de refugiados políticos de todos los confines. Acá estuvieron asilados (el ex presidente boliviano Víctor) Paz Estenssoro (el ex gobernador del Guanabara y militante brasileño) Leonel Brizola (el ex presidente brasileño) Joao Goulart (el presidente guatemalteco) Jacobo Arbenz (el coronel de República Dominicana Francisco) Caamaño Deñó (el ex dictador paraguayo Alfredo) Stroessner. Casi todos los naufragios de América latina bajaban restos en estas costas porque, por algún motivo, éste era un país respetado. Y como es un país pequeñito, esa policromía de asilados políticos navegaba por los boliches donde nosotros andábamos también, hablando de sus problemas en portugués, guatemalteco, argentino o boliviano. Los mirábamos como si fueran un poco exóticos, como que acá eso que contaban no podía pasar.

–Esa confluencia de asilados tenía que ver con la situación política de la región…
E.F.H.: –Claro, estábamos rodeados de golpes de estado, tiranías, persecuciones. Por ejemplo, de paraguayos estaba lleno. Y nosotros contribuimos en su lucha. Mi primera cárcel la sufrí el día que fui con otros paraguayos y algunos estudiantes uruguayos a apedrear a la Embajada de Paraguay, en un momento en que se realizaba un ágape lleno de gente con tapados de piel. Fue en el año 59 ó 60 y marchamos presos. Tengo algunos compañeros que hoy están en el gobierno de Paraguay que estuvieron conmigo en ese entonces, cuando estaban exiliados en Uruguay. Y, por ejemplo, uno de los fundadores del MLN es un porteño que vino una vez a mi barrio, casi en pijamas, huyendo del Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado). Era toda una amalgama de diversas influencias. Como la de un asturiano que había peleado por la República española y en el Mayo Francés, y que nos entrenaba militarmente. No me acuerdo cómo se llamaba, porque en esa época no le preguntábamos los nombres a nadie.

–¿Cómo fueron los primeros debates sobre la lucha armada como una de las herramientas para cambiar la sociedad?
E.F.H.: –Al principio, ése no fue el debate. En todo caso, al principio ayudábamos a los brasileros, en Río Grande del Sur, en su lucha por la legalidad y contra el intento de golpe de estado en ese país de 1962, que preanunció el de dos años después. Por otro lado, a principios de los ’60, en Uruguay hubo un crecimiento inusitado de grupos racistas que salieron a invadir la Universidad, a atacar sinagogas, a cortarle la barba a los rabinos y a poner bombas en los locales del Partido Comunista. Esa situación hizo que se formara una organización de autodefensa nacida de los sindicatos, de los partidos políticos y de las organizaciones estudiantiles.

–¿Cuál era la situación económica del país en ese momento?
E.F.H.: –Uruguay comienza a carecer de inserción internacional en la exportación de sus productos, fundamentalmente después de que en Europa resuelven no hacer esas gigantescas carnicerías humanas que les permitían a Uruguay y a la Argentina enriquecerse, exportando alimentos para los ejércitos. Nosotros éramos acreedores de Inglaterra y, terminada la Segunda Guerra, en pago de esa deuda externa nos compramos los ferrocarriles y muchas empresas públicas que eran de los ingleses. Con la reconstrucción tanto de Europa como de Japón, Uruguay empieza a perder paulatinamente su bienestar. Las capas medias y la clase obrera, con grandes sectores de inmigrantes y mano de obra calificada, comienzan a perder esas posiciones que tenían y se generan reacciones que llevan a una radicalización. Uruguay entonces empieza a discutir esta problemática que arranca siendo económica, pero después pasa a ser política y moral, una triple crisis. La gran discusión era si era pasajera o estructural. La izquierda y algunos otros sectores de los partidos burgueses opinaban que era estructural y que, por lo tanto, si no producíamos cambios dramáticos, íbamos a seguir siendo un tobogán que iba a terminar desastrosamente. La derecha, a sabiendas de que la crisis era estructural aunque no lo admitieran, se prepara para soportar las consecuencias sociales que iba a tener.

–¿Cómo empezó a evidenciarse esa radicalización de distintos sectores?
E.F.H.: –En este proceso, se da primero el desprendimiento de sectores de los partidos tradicionales y, luego de la crisis, se suman sindicatos, el movimiento obrero, la juventud y la militancia estudiantil que era hija de la clase media. Y como los conatos fascistas no pararon y la represión siguió creciendo, se fueron consolidando coordinaciones entre el movimiento sindical, el estudiantil y las agrupaciones de izquierda. La izquierda de Uruguay en ese momento era pequeña, pero con la profundización de la crisis, estos grupos se van cohesionando hasta que, en determinado momento, a principios de 1966 cuando estaba realizando la Tricontinental presidida por (Salvador) Allende en Cuba, comienza a hablarse más decididamente de la lucha armada. Pero el grueso de la izquierda no estaba de acuerdo, ya que muchos entendían que lo prioritario era la lucha política electoral, sindical, social. Hay mucha discusión y controversias entre los propios compañeros, y en ese camino, a fines del ’66 y principio del ’67, después de un gravísimo golpe represivo que sufrimos, se funda el MLN propiamente dicho. Generalmente, muchas de las organizaciones no nacen del éxito, sino de la derrota.

–¿Y a qué se debió? ¿Fue por batidas policiales?
E.F.H.: –No, éramos muy conscientes de que en Uruguay no estaban dadas las condiciones para la lucha armada, que nos estábamos preparando para lo que considerábamos iba a ser ineluctable, acompañando ese proceso de los países limítrofes. Fuimos a hacer una operación en la que estábamos divididos sobre si podía alertar la presencia de una organización ya demasiado desarrollada para lo que era Uruguay, y otros que considerábamos que no. Nos equivocamos y se frustró esa operación. Se produjeron tiroteos de envergadura que nunca se habías visto, murieron compañeros y un comisario. Y ahí Uruguay descubrió que tenía una estructura muy organizada, ya que tampoco éramos tantos. En ese entonces, teníamos 50 militantes en todo el país, 25 en Montevideo y 25 en el interior. Y cuando eso sucedió, no recogimos el aplauso de la izquierda, si no más bien críticas.

–¿Ya habían sido las elecciones presidenciales de 1966?
E.F.H.: –Sí, había ganado el general (Oscar) Gestido, que nombró un gabinete del Partido Colorado que, hoy, podríamos catalogarlo como casi mayoritariamente progresista. Rompe con el Fondo Monetario Internacional, incluso. Hay unos meses en los que, en realidad, había que haber metido violín en bolso y esperar porque ese gobierno no debía de ser de ningún modo tapado. La mala suerte es que este hombre se muere sorpresivamente de un ataque al corazón y asume el vicepresidente. Jorge Pacheco Areco había sido elegido luego de un gran debate dentro del Partido Colorado y, para no pelearse, eligieron a un bobo, a un intrascendente. Apenas asumió, ilegalizó a toda la izquierda. Y a partir de ese momento, Uruguay empezó a vivir casi en estado de sitio, que acá se llama Medidas Prontas de Seguridad. Y se destituyeron todos los ministros políticos y civiles.

–¿Esto tuvo el apoyo abierto de los Estados Unidos?
E.F.H.: –¡Sí, obviamente! Todos estos golpes de estado en la región estaban movidos por los Estados Unidos. Si uno lo mira ahora en perspectiva, el golpe en Brasil de 1964 no fue más que el prolegómeno del golpe en Uruguay y el de Chile en 1973, el de Argentina en 1976. Es entonces que la izquierda comienza a fortalecerse, el movimiento sindical y estudiantil también, masas enormes de ciudadanía se vuelcan a la militancia. El principal problema era el cinturón, que había que ajustárselo cada vez más. La lucha de estos señores que toman el poder, en realidad, no era contra nosotros, sino contra los sindicatos y la clase obrera que reclamaban mantener su salario. Había que quebrar la lucha de la sociedad uruguaya, que cada día peleaba más en la calle. Ahí comenzó un periodo trágico. El ’67, ’68 y ’69, son años de enorme represión, pero también de enorme lucha popular, de crecimiento de la guerrilla tupamara. En 1971, un año electoral, toda la izquierda decide presentarse unida a elecciones, después de recibir tanto palo al unísono y sin discriminación, porque ellos no distinguían mucho entre comunistas, socialistas, nacionalistas de izquierda o cristianos de izquierda. Éramos tan imbéciles que no supimos unirnos antes. Tuvo que venir la derecha a unirnos a palos.

Eduardo Anguita: –Retrocediendo un poco en el tiempo, ¿cómo fue la toma de Pando?
E.F.H.: –El 8 de octubre de 1969, conmemorando el asesinato del Che que se había producido dos años antes, tomamos la ciudad de Pando, a 30 kilómetros de Montevideo. Al retirarnos de esa operación, inexpertos porque aún éramos una guerrilla, unos cuantos fuimos capturados y otros asesinados. Uno de los capturados fui yo, y marché a la cárcel, como tantos. Por el estado de sitio, todos los cuarteles y las comisarías estaban llenos de presos, todos militantes políticos, sindicales y estudiantiles. Estaban allí sin haber hecho nada.

E.A.: –¿Y cuándo lo llevan a Punta Carretas?
E.F.H.: –Poco después. Allí estaban compañeros presos que habían caído antes. La cantidad de presos políticos siguió aumentando. Estaban detenidos por el Poder Ejecutivo y a quienes la Constitución les daba el derecho a elegir irse del país o permanecer confinados. Por eso, empieza a producirse una emigración de compañeras y compañeros de todos los partidos, también Tupamaros. Cuando triunfa la Unidad Popular en Chile, con Allende, muchos compañeros que estaban en el cuartel deciden irse para allá.

E.A.: –Pero también hay una decisión de la militancia tupamara en ese momento de escaparse del penal de Punta Carretas un tiempo después…
E.F.H.: –Como decía, 1971 era el año electoral en que, por primera vez, toda la izquierda se presentaba unida y reforzada por desprendimientos insólitos de los partidos tradicionales. Había que parar ese malón represivo de ultraderecha. Entonces, decidimos dar una tregua en las acciones militares guerrilleras y hacer una serie de fugas. Fue así que dejamos todas las cárceles vacías, lo cual servía de propaganda electoral, porque el principal argumento de la derecha para justificar la violación de los derechos individuales, era la necesidad de pelear contra la guerrilla para ponerla presa. Cuando digo nosotros, no sólo digo los que estábamos adentro, sino también los que estaban afuera que además corrieron con el mayor peso del trabajo en todas estas fugas. Primero vaciamos la cárcel de mujeres, el 31 de julio de ese año, y también hicimos dos fugas individuales importantísimas, como la de (Raúl) Bidegain. Que la guerrilla se le fuera ese año enterita de las cárceles, los dejaba sin argumento, porque entonces la gente decía “todo esto no sirvió para nada”. La fuga de Punta Carretas fue en septiembre, tres meses antes de las elecciones. Fue una bofeteada. En realidad, en febrero, ya nos habían descubierto el túnel que estábamos haciendo en Punta Carretas, de modo que se quedaron medio tranquilos, sin saber que estábamos cavando dos túneles más, por las dudas. Teníamos todo Punta Carretas agujereado.

E.A.: –¿Hicieron coincidir la operación de la fuga pensando en el calendario electoral?
E.F.H.: –Sí, ese año definimos que nos teníamos que dedicar a la batalla electoral, para eso construimos un movimiento de masas. Nosotros éramos una guerrilla que, a diferencia de casi todas las demás de América latina, creíamos que la lucha armada era una cosa, la lucha electoral otra en la que había que participar también, así como en la lucha sindical y cultural. El puesto de militancia lo definían las necesidades de la lucha y atendimos todos esos centros alguna vez. En 1971, priorizamos el electoral sobre el de la lucha armada.

E.A.: –¿La conducción política y operativa de ese momento estaba en Punta Carretas?
E.F.H.: –No, en ese momento preciso de la fuga estaba la dirección histórica del MLN. La Policía había atrapado la dirección histórica y tres direcciones más. Estábamos jugando con la quinta, porque teníamos todos los dirigentes encarcelados. Y justamente, cuando nos fugamos, el director de ese penal era un coronel del Ejército. Entonces, ahí se produce un quiebre estratégico del Uruguay que ya se venía perfilando, y ellos resuelven lo que nosotros denominamos “guatemalizar” la lucha. A partir del ’70, cuando ven que se va a crear el Frente Amplio y que no nos pueden contener, deciden entrar en la guerra sucia.

E.A.: –¿Los militares se hacen cargo de esa guerra sucia?
E.F.H.: –Sí, a raíz de nuestra fuga, el Presidente decreta que las Fuerzas Armadas lleven adelante lucha antisubversiva, ya no la Policía. A partir de ese momento, y al triunfar en las elecciones Bordaberry, Pacheco Areco comienza lo que después conocimos en América latina: los arrestos en masa de quienes son guerrilleros y quienes no son guerrilleros, los asesinatos, las torturas en masa, la violación de toda la legalidad vigente. Ahora los documentos están desclasificados y es públicamente conocido que si llegaba a triunfar el Frente Amplio, en 24 horas ocupaban Uruguay para llevar a cabo todo el plan interno correspondiente. Era obvio, no podían permitir una Cuba en el Río de La Plata. Si uno se pone en el pellejo del imperio y miraba el Cono Sur en ese momento, estaba en llamas. Tenía a Allende triunfando en Chile en el ’70, el Frente Amplio en Uruguay con toda la guerrilla atrás en el ’71, Bolivia con (Juan José) Torres, (Héctor) Cámpora en la Argentina en el ’73. O sea, tenían que apagar esas llamas cuanto antes. Y vaya si las apagaron. Fue el comienzo de una tragedia en simultáneo que todos conocemos.

E.A.: –¿Cómo fue el momento tan esperado de irse, esos primeros días en libertad?
E.F.H.: –Esa noche que nos fuimos del penal por el túnel salió todo maravillosamente bien, sin un tiro, sin una gota de sangre. Le tuvimos que avisar nosotros a ellos que nos habíamos fugado porque ni cuenta se habían dado de tan impecable que fue la operación. Y al otro día, el festejo en las calles, la gente en los boliches porque se habían ido todos los Tupamaros. Yo estaba dentro de un lugar clandestino tomando mate, escuchando por la radio lo que decía la Policía y esperando que me hicieran documentación falsa para poder salir cuanto antes a la calle a militar y compartir el festejo popular. Además era la víspera de las elecciones donde la izquierda se fortaleció. Exageró sus posibilidades de triunfo, pero en ese momento se las creía, aunque después pasó lo que pasó. Pero volviendo a ese día, fue uno de los más felices de mi vida. El otro fue cuando me liberaron en 1985 de las mazmorras en las que estuve tantos años. Y últimamente, los triunfos del Frente Amplio. No tengo nada más que pedirle a la vida a esta altura, estamos como para colgar los tarros y retirarnos de este deporte.

04/09/11 Miradas al Sur


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