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Noticias de ayer:
El Petiso Orejudo
Primer asesino serial argentino
Por Alvaro Abós*
[Fotografía de Santos Godino en una
nota en el penal de Ushuaia de Caras y Caretas (6 de mayo de 1933). Descargar la
entrevista
realizada por el periodista Soiza Reilly en 1933, con abundantes imágenes]
Un día de 1906, el empleado municipal Fiore Godino entró en la comisaría décima,
en la calle Urquiza 550, y a los gritos clamó ayuda para controlar a su propio
hijo, Cayetano Santos Godino, de sólo 9 años:
–¡Señor comisario, yo no puedo con él! Es imposible dominarlo. Rompe a pedradas
los vidrios de los vecinos, les pega a los chicos del barrio… Y si lo encierro
en casa es peor. Se pone como loco. El otro día encontré una caja de zapatos.
Había matado a los canarios del patio, les había arrancado los ojos y las plumas
y me los dejó en la caja, al lado de mi cama…
El comisario fue a buscar a Cayetano al conventillo de la calle 24 de Noviembre
623, donde vivían entonces los Godino, y se lo envió al juez. Tras una
reprimenda, fue devuelto a sus padres. Como no mejoraba, en 1908 lo encerraron
en un reformatorio de Marcos Paz. Iba a pasar allí tres años, pero no sirvió de
nada.
Cayetano Santos Godino comenzó a matar y a quemar en un raid criminal como la
ciudad jamás había visto. Buenos Aires celebraba con grandes fastos el
centenario de la patria. La ciudad era una fiesta, pero algunos comensales no
habían sido invitados. Entre ellos, Cayetano Santos Godino, que quedó en la
historia criminal argentina –y en la mitología negra de Buenos Aires– como "El
Petiso Orejudo".
Fiore Godino y Lucia Ruffo, dos campesinos sardos, habían llegado en 1884 a
Buenos Aires. Eran analfabetos y huían de la pobreza, pero también de una
tragedia personal: el hijo primogénito, también Cayetano, había muerto de una
afección cardíaca a los diez meses de edad. Después, los Godino tuvieron una
hija, Josefa, con la que emprendieron la travesía, y en Buenos Aires les
nacieron nueve hijos más. Al último, que vio la luz en 1896 en el conventillo de
Deán Funes 1158, lo bautizaron Cayetano, como al muertito.
La vida de los Godino no fue fácil; no sólo porque l’América ya estaba hecha,
sino por las desventuras de Fiore. El padre de Cayetano era sifilítico y
alcohólico, aunque se las arreglaba para ir tirando, hasta que finalmente
consiguió un trabajo de farolero (encendía el fuego en los faroles de
alumbrado). Cayetano era un chico frágil: enfermó de enteritis a los pocos años
y creció raquítico. Peor les fue a algunos de sus hermanos, como Antonio, que
era epiléptico. Cuando Fiore llegaba a casa –las dos piezas del conventillo
donde la familia habitaba– les propinaba feroces palizas a Lucía y a sus hijos.
Cayetano fue a varias escuelas, pero duraba poco: lo expulsaron seis veces y
nadie le enseñó a leer. Cuando fue revisado por los médicos, éstos contaron 27
cicatrices en la cabeza provocadas por las palizas del padre y de su hermano
Antonio.
A los siete años, Cayetano era tan bajo y menudo que parecía de cuatro. Lo
llamaban "El Oreja" o "El Petiso Orejudo" porque sus apéndices auditivos eran
grandes y apantallados. A los 8 cometió su primera fechoría. Tomó de la mano a
un niño de 21 meses y lo llevó a un baldío donde comenzó a pegarle en la cabeza
con una piedra. Al pequeño Miguel de Paoli lo salvó el vigilante de la esquina,
que llevó al agresor a la comisaría. El padre tuvo que ir a buscarlo y todo
quedó como una pelea de chicos. ¿Quién podía pensar que en ese incidente
comenzaba su carrera el mayor asesino serial y pirómano nunca conocido en el sur
de América?
No se sabe qué sucedió durante los tres años que Cayetano pasó en la colonia
penal de Marcos Paz, salvo que varias veces intentó fugarse. Pero a fines de
1911 mandaron a Cayetano a casa para que pasara la Navidad en familia.
La niña en llamas
El año siguiente, 1912, iba a ser un año lleno de acontecimientos, en la
Argentina y en el mundo. Se hundió el Titanic en el Atlántico norte y en algunos
cabarets de Buenos Aires comenzó a actuar un dúo de tangueros: el cantor Carlos
Gardel y su guitarrista José Razzano. Pero para muchos porteños aquel 1912 quedó
en la memoria como un año atroz, porque fue cuando un fantasma recorrió Buenos
Aires dejando una huella de sangre…
El 25 de enero de 1912 se encontró, en una casa vacía de Pavón 1541, el cadáver
de Arturo Laurora, de 13 años, golpeado y estrangulado.
A las seis de la tarde del 7 de marzo de 1912, una niña de 5 años llamada Reina
Bonita Vainicoff, hija de inmigrantes judíos que vivían en la avenida Entre Ríos
522, miraba la vidriera de una zapatería. De pronto, sin que nadie atinara a
darse cuenta cómo, el vestido blanco de Reina Bonita, lleno de volados y
puntillas, comenzó a arder. Alguien le había tirado un fósforo. A pesar de los
gritos desgarradores de la niña en llamas, y de que un policía se tiró sobre
ella para apagar el fuego con el cuerpo, no pudo ser salvada. Reina Bonita, con
quemaduras múltiples, murió 16 días más tarde. La tragedia se ensañó con la
familia Vainicoff: el abuelo, al ver que su nieta ardía, cruzó la avenida Entre
Ríos sin mirar y lo mató un auto.
El 16 de julio de ese mismo año, Cayetano incendió un corralón en Garay al 3100.
En septiembre, mientras trabajaba como mandadero en unos almacenes del barrio,
acuchilló a un caballo en los establos de Chiclana al 3300. Dos días después
prendió fuego a la estación de tranvías de la Compañía Anglo, que tenía entrada
por Estados Unidos y por Carlos Calvo. El 8 de noviembre de 1912, y en un
descuido de sus padres, desapareció el niño Roberto Carmelo Russo, de dos años y
medio, quien jugaba con su hermanito mayor en la vereda de Carlos Calvo al 3800.
Minutos más tarde, un vigilante rescató a Roberto Carmelo en un baldío. Lo
habían maniatado con un piolín. Junto a él estaba un muchacho menudo y de orejas
apantalladas: alegó que acababa de descubrir a Robertito y estaba desatándolo.
Durante ese mes de noviembre, otros extraños sucesos conmovieron al barrio:
alguien incendió un galpón de azulejos en la calle Carlos Calvo y Carmen
Ghittoni, de tres años, fue golpeada en un baldío de Chiclana y Deán Funes. El
vigilante llegó corriendo y sólo avistó de lejos al agresor, que huía. Cuatro
días después, Catalina Neolener, de cinco años, sufrió un ataque similar en el
umbral de su casa, en Directorio 78. Pero todo se iba a precipitar el día de la
tragedia, el martes 3 de diciembre de 1912.
Un chico llamado Jesualdo
Pocos lugares habría más tranquilos que aquella cuadra de la calle Progreso (hoy
Pedro Echagüe) entre Jujuy y Catamarca. Esa mañana, la señora María Giordano
abrió la puerta de calle y miró al cielo. Estaba nublado y bochornoso, pero no
parecía que fuera a llover. Dirigiéndose a su hijo Jesualdo, un gordito de tres
años y medio que llevaba una pelota colorada bajo el brazo, le recomendó:
–Quedate jugando en la vereda, Jesualdito, pero no crucés.
Fue lo último que le dijo. Cuando volvió a verlo, su hijo estaba muerto. La
tarde del 3 de diciembre Jesualdo fue encontrado en un basural conocido como la
quinta Moreno, donde funcionaba antes el horno de ladrillos de la fábrica La
Americana. Lo habían estrangulado con trece vueltas de un piolín que se le
hundió en el cuello. Como no terminaba de morir, el homicida le perforó la sien
derecha con un clavo de cuatro pulgadas, al que golpeó con una piedra hasta que
la punta salió por el otro parietal. Luego tapó el cuerpito con chapas de cinc y
se fue tranquilamente a su casa.
El horroroso crimen de Jesualdo Giordano hizo explotar a la ciudad. El
conventillo de Progreso 2585, en el que vivían los Giordano, se colmó de vecinos
indignados. Según la crónica del diario La Prensa, la policía sabía
perfectamente quién era el asesino: sospechaban hacía tiempo de Godino, aunque
no tenían pruebas. Quizá no se animaban a proclamar que un niño fuese el
culpable de esos crímenes que la opinión pública adjudicaba a siniestras
organizaciones criminales como la Mano Negra, dedicadas a secuestrar chicos.
"El Oreja", con inconsciencia, parecía provocar al mundo. Durante la
reconstrucción del crimen de Jesualdo, Godino fue visto entre el gentío que
llenaba la quinta Moreno. También fue al velorio, y hasta algunos dijeron que se
mostró compungido al acercarse al féretro blanco y tocar la cabecita con mano
trémula. Se sabe que compró un ejemplar del diario y se hizo leer la crónica de
los hechos (era analfabeto). Luego recortó la noticia y se la guardó.
Los vecinos que declararon ante la policía coincidieron: poco antes del hecho,
habían visto pasar al pequeño Jesualdo de la mano con Godino. "El Oreja" fue
detenido la noche del 5 de diciembre. Los diarios revelaron los detalles de la
confesión del "Petiso", que habló durante varias horas.
Loco moral
El proceso a Cayetano Santos Godino se prolongó por dos años, durante los cuales
"El Petiso" fue recluido en el Hospicio de las Mercedes. Las más importantes
figuras de la psiquiatría criminal concurrían para examinar al reo y comprobar
cómo era aquel ser al que la prensa calificaba de fiera humana. Muchas voces
reclamaron que se lo condenara a la pena capital, que entonces estaba en
vigencia para delitos como el homicidio, aunque no podía aplicarse a menores.
¿Pero podía llamársele niño al "Petiso", aunque su partida de nacimiento dijera
que sólo tenía 15 años?
Godino fue procesado por tres homicidios (los de los niños Arturo Laurora, Reina
Bonita Vainicoff y Jesualdo Giordano) y once agresiones. ¿Cometió otros
crímenes? El proceso nunca lo esclareció. Se dijo con insistencia que "El Oreja"
habría matado a otros niños, por ejemplo la pequeña María Rosa Face, una nena
perdida que nunca apareció ni viva ni muerta y cuyos padres regresaron a Italia.
También al niño Lautaro Marchi, que sin embargo no figura en el expediente
criminal.
No había mucho que discutir en el proceso a Cayetano Santos Godino, asesino y
pirómano confeso. Para el doctor Domingo Cabred, célebre alienista y director
del Hospicio, Cayetano era un "imbécil", o bien un "loco moral": su degeneración
provenía de la falta de afectos, la limitación de su inteligencia y su
impulsividad mórbida. "Tiene conciencia y memoria del impulso destructor",
sostenían los dictámenes, pero era un "degenerado hereditario", y ello explicaba
su sadismo.
Godino era examinado como un cobayo; en el diagnóstico, se destacaban sus
características físicas: la escasa talla (1,51 metros), la cabeza pequeña
(microsomía); la extensión de sus brazos, que abiertos alcanzaban una
envergadura de 1,85 metros; sus orejas desmesuradas y en asa, su miseria física
y la desmesura de su órgano sexual. Todo conducía a una conclusión: Godino
estaba predestinado al crimen.
El doctor Cabred sostuvo este diálogo con "El Oreja":
–¿Es usted un muchacho desgraciado o feliz?
–Feliz.
–¿No siente usted remordimientos por lo que ha hecho?
–No entiendo.
–¿Piensa que será castigado por sus delitos?
–He oído que me condenarán a veinte años de cárcel y que si no fuera menor me
pegarían un tiro.
¿Qué pasaba por la mente de Godino cuando cometía sus crímenes? Según sus
palabras, una fuerza ingobernable lo dominaba, el dolor le partía el cráneo y
ese sufrimiento sólo se aliviaba golpeando, matando. Sin embargo, todos los
exámenes descartaron que padeciera epilepsia.
–¿Por qué incendiaba las casas? –preguntaba Cabred.
–Porque me gusta ver trabajar a los bomberos. Cuando ellos llegaban, yo
colaboraba trayéndoles baldes de agua.
–¿Y robar?
–He probado, no me gusta.
Godino fue condenado en 1914 a la pena de penitenciaría perpetua, que era
irredimible. El juez lo envió a la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras,
donde podía ser aislado en una celda. Allí pasó varios años. Aprendió a leer y
escribir, a sumar y restar.
En 1923 se inauguró en Ushuaia un presidio de máxima seguridad. Se la llamó "la
cárcel del fin del mundo". Godino, severamente custodiado y engrillado, fue
trasladado a ella en el transporte Chaco.
Los gatitos muertos
En 1933, José María Soiza Reilly, periodista y escritor muy popular, entrevistó
a Cayetano Santos Godino en la celda que ocupaba, la número 90. Por esa
entrevista, publicada en la revista Caras y Caretas, el público se enteró de que
Godino había matado a dos gatitos que eran las mascotas de los presos, y que por
ello le habían propinado una feroz paliza. También contaba que en una de las
primeras operaciones de cirugía estética que se habían hecho en el país le
habían achatado las orejas, esas orejas aladas que según algunos eran la causa
de su maldad. La operación fue auspiciada por el gobierno, que envió un equipo
médico y un fotógrafo a Ushuaia.
Cayetano Santos Godino nunca recuperó su libertad. Según el certificado de
defunción, "El Petiso Orejudo" falleció el 15 de noviembre de 1944 por una
hemorragia interna causada por gastritis avanzada. ¿Murió de una paliza que le
propinaron los presos? Cuenta la leyenda que, cuando el penal fue clausurado, en
1947, los huesos de nuestro primer asesino serial no pudieron ser hallados en el
camposanto del lugar. En cambio, la esposa del último director tenía un
pisapapeles con el fémur de Cayetano Santos Godino.
* El autor es escritor. Publicó más de veinte libros en diversos géneros:
novela, cuento, biografía, ensayo y crónica. Entre ellos, Xul Solar, pintor del
misterio y Macedonio Fernández - La biografía imposible. Colabora con La Nacion
y El País, de Madrid
Fuentes: "El petiso orejudo" (1994), de María Moreno y "Orejas aladas", de
Leonel Contreras (2000), reeditado en 2003 con el título "La leyenda del Petiso
Orejudo"
Fuente: La Nación, 15/01/06
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