¿Quién es el otro?

Por Guillermo Marín*

El accidente en el Ferrocarril Sarmiento.

Pensándolo bien, aunque el otro siempre tiene nombre, apellido, número de documento, domicilio particular y laboral, casi siempre es un NN. Paradoja si las hay. Pero lo único cierto es que las más de la veces ese “otro” es responsable directo o indirecto de alguna acción o circunstancia en la vida. El problema es que este ajeno a todo, culpa siempre a otro “otro” de su accionar, cuando el primero se ve envuelto en una trama compleja; trapisonda, en el más elemental castellano, una perfecta manipulación, diríase, para zafar. En otras palabras: la culpa de todo es siempre de alguien. Nunca es nuestra. Pocos (muy pocos) en esta sociedad cantan: “Yo soy”, o “Yo fui”. ¿Qué nos hace actuar de esta manera? ¿Tan temerosos nos ha hecho esta sociedad? Todo es judiciable. ¿Será este el motivo? Ni los sanadores espirituales de última generación pueden responder estas preguntas que tal vez nos definan como seres humanos. Así como la risa nos diferencia del reino animal, las resoluciones arrojadas de cualquier índole deberían definirnos como lo que somos, o para algo de lo que fuimos hechos. Y no hablo de una valentía superficial, tipo hincha de fútbol que destroza su garganta en un mundial. Ni siquiera me refiero a ese brutal lugar común de algunos gurúes mediáticos: “La valentía no es la usencia de miedo, sino la capacidad de seguir adelante a pesar del miedo”. No. Yo hablo de algo un tanto utópico, podrá objetarse, pero cierto. Dice el escritor Abelardo Castillo. “En última instancia, lo que alguien es capaz de defender con sus ideales solo se pone a prueba con el compromiso de su cuerpo”. Tal vez, lo que la sociedad toda está pidiendo a gritos es que alguien (ese otro) se haga cargo de su accionar: que de la cara, la parte más humana de su cuerpo.

En el reciente accidente ocurrido en el barrio de Flores donde un tren envistió a un colectivo de la línea 92 con consecuencias gravísimas entre sus pasajeros, estas próximas semanas se darán incontables espacios de debates mediáticos para que TBA culpe a la línea 92 y viceversa, marcha de los trabajadores de la línea 92 para que les mejoren las condiciones laborales, pedido de los vecinos del paso a nivel en cuestión para que las obras se hagan bajo tierra y comiencen de inmediato. Todo esto sumado al lavado de manos de la Metropolitana y del Gobierno de la Ciudad cuando la discusión vire en torno a las inspecciones y a los mantenimientos que no se realizan, esas áreas que gozan de tan poca prensa. Y así planteado el problema, es la justicia la que siempre se espera que se expida. Entonces, como en un laberinto borgeano, todo se diluirá en infinitos expedientes hasta que nadie más se acuerde de los peligros de cruzar con las barreras bajas, o que la falta de mantenimiento o de asistencia técnica en un cruce peligroso, puede salvar vidas. Y, con todo, aparecerá un “otro” sin rostro, parecido al gran bonete. Lo que debiese ser obra de un consenso mayoritario y explícito, es sólo fruto de una circunstancia de ingenuidades y confusiones. La aceptación de tantas irregularidades en materia de tránsito nos ha hecho, en parte, estar entre los primeros países del mundo con mayor tasa de mortalidad en accidentes viales. Nadie sale a la calle y hace un piquete porque en la Argentina mueren anualmente 1200 personas en accidentes de tránsito. Pero nos rasgamos las vestiduras cuando un adolescente arroja un bengalazo al azar en un recital y otro muere. Nunca nadie tiene la culpa. Nadie es nadie. Riesgo y peligro parece el título de una de Van Damme. Las responsabilidades con sus causas y efectos se evaporan y lo que queda es un aire rancio que huele a pánico. Y si esta columna tiene la profundidad de un mar de diez centímetros, acaso la vara con la que medimos nuestras audacias sociales también lo tenga.
 

* Periodista
desechosdelcielo@gmail.com


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