|
Kirchnerismo,
juventud y política. Balance y desafíos
Por Sebastián Artola *
1) Desde su llegada al gobierno el 25 de mayo del 2003 hasta el
presente, el kirchnerismo atravesó tres momentos.
La primera etapa estuvo marcada por el liderazgo de Néstor Kirchner y la
tarea casi en soledad de reconstruir una autoridad pública y relegitimar
una representación política tras la debacle de diciembre del 2001.
Estos años de “sacar al país del infierno”, como le gustaba decir al ex
presidente, van a estar caracterizados por una adhesión social
mayoritaria, expectante y multicolor, unida por el interés compartido en
lograr estabilidad institucional del país y superar la crisis económica.
El segundo momento se inicia con la puja redistributiva entre el
gobierno de Cristina Fernández y las patronales agrarias. El saldo del
mismo será lo que algunos denominaron como “minoría intensa”, para
referirse a una base de apoyo social al gobierno, activa, militante,
ideológica y movilizada, con creciente presencia juvenil, pero reducida
en relación al conjunto social, dando cuenta de una fuerte pérdida de
consenso, que va a quedar más que claro en los resultados de las
elecciones legislativas del 2009.
La tercera etapa empieza con el impulso a la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual. La batalla por la democratización de la
palabra, y el desplazamiento del eje de conflicto del “campo” a los
medios hegemónicos, marcará la inflexión que permita al gobierno empezar
a recomponer su base de apoyo social.
Sectores sociales medios y cientos de miles de jóvenes tomaron forma en
un movimiento social que dio encarnadura al debate contra la corporación
mediática y a la lucha por la sanción y posterior aplicación de la nueva
ley de medios.
De ahí en adelante fue cada vez más visible la recuperación del vínculo
del gobierno con una parte significativa de la sociedad, a lo que por
supuesto debemos agregar el impacto de la Asignación Universal por Hijo
en los sectores populares; la recuperación económica después del sacudón
internacional, sobre la base de políticas de promoción del empleo y el
poder adquisitivo; las torpezas de la propia oposición política, como
evidenciaron las idas y vueltas entorno a la salida de Redrado del Banco
Central que terminó alertando hasta sus propios votantes; y la
aprobación del matrimonio igualitario.
Los festejos del Bicentenario con los millones de compatriotas de todo
origen social y geográfico desbordando la Avenida 9 de julio y, claro
está, la multitudinaria despedida a Néstor Kirchner los días de octubre,
protagonizada por los cuerpos y las voces del pueblo, con sus
trabajadores, amas de casa, profesionales, productores, y,
principalmente, jóvenes que lo reconocieron como el “único héroe en este
lío”, dieron forma a una nueva mayoría social de respaldo al gobierno.
Sin dudas, lo que da vueltas en el fondo de esta recomposición del apoyo
popular es el quiebre de la hegemonía del discurso mediático dominante,
la crisis del ciclo de captura de la política a manos de los medios y la
puesta en práctica de una relación más productiva entre política y
relato a manos del gobierno nacional.
La renovada adhesión al gobierno, sin dejar de ser heterogénea pero con
una conciencia política sustantiva sobre las conquistas alcanzadas en
estos años, pasará a articularse entorno a la “defensa del modelo”, al
“Nunca menos” y a la expectativa variada pero común respecto a que este
es el rumbo que más cerca puede estar de dar respuesta a las necesidades
aún pendientes y a las llamadas de “demandas de segunda generación”, lo
que se expresó con contundencia en los resultados de las primarias del
14 de agosto pasado.
2) Ahora bien, el emparejamiento de la batalla cultural (que fue pérdida
en el ciclo corto que va desde el 2008 con el conflicto por la
resolución 125 hasta que empezó el debate por la nueva ley de medios) y
la fractura del discurso hegemónico como relato único, lejos está de
significar una hegemonía cultural del kirchnerismo como escribió Beatriz
Sarlo (La Nación, 4/3/11) o que la corporaciones mediáticas no sigan
teniendo un papel activo en la puja política y en la modelación de una
parte no menor del sentido común social.
De ahí los renovados desafíos para el próximo período de gobierno. Lo
dijo Cristina en el acto realizado en Huracán el 11 de marzo de este
año: “profundizar la organización popular” e “institucionalizar el
frente nacional, popular y democrático”.
Traducir la adhesión mayoritaria al gobierno en fuerza y construcción
política constituye una tarea prioritaria, la cual interpela a las
propias organizaciones en el desafío de habilitar a que los sectores
populares se constituyan no sólo en destinatarios de las políticas
pública sino, y centralmente, en sujeto activo y protagónico del
proyecto nacional.
Más que nunca la organización popular debe proyectar la articulación
entre las demandas sociales y el Estado, promoviendo la necesaria
iniciativa desde abajo, la traducción de las necesidades en propuestas
políticas que permita conquistar nuevos derechos y el anclaje del Estado
en el seno de la comunidad a través de garantizar el arribo de las
políticas públicas a los sectores más necesitados.
Institucionalizar supondría estructurar el arco de apoyos sociales,
políticos y culturales en el sistema político bajo la forma de un frente
político y social que vaya más allá de la competencia electoral.
Por un lado, a través de crear un lugar permanente de elaboración de
políticas públicas, formación y preparación para el ejercicio de
gobierno. Por el otro, construyendo un espacio que defina
conceptualmente el proyecto nacional, la unidad de las ideas y la
síntesis del paradigma nacional y popular.
Ambos planos (político-gestión, político-cultural) hacen a los elementos
de continuidad y superación de la etapa de cambios en curso: fuerza
política propia y conciencia popular de transformación.
Por último. La clara decisión de Cristina de renovar la dirigencia
política y hacer realidad ese “puente entre las viejas y nuevas
generaciones” que sostuvo en el anuncio de su candidatura, plantea a las
militancias juveniles un desafío con pocos precedentes en nuestra
historia política nacional.
Para que esta posibilidad abierta signifique un salto cualitativo del
proyecto nacional, en términos de recrear una representación política
más consubstanciada con el pueblo, debería fundarse sobre las
militancias con sus prácticas diarias enraizadas en la vida popular, la
realidad social y la experiencia tallada por la contienda política de
todos estos años.
Lo cual desafía a los colectivos juveniles a poner en debate cierta
“lógica de gestión” que hace a los claroscuros de la construcción
política, entendiendo por la misma la práctica circunscripta a la mera
administración de las cosas, acrítica, despolitizada, y, en
consecuencia, inhibida del potencial transformador que tiene todo lugar
institucional en el marco de un proyecto político popular; sin por ello
dejar de entenderla como parte de las tensiones y contradicciones de
todo proceso popular real.
Ahora bien, si la renovación de la representación nacional y popular
debe realizarse sobre las prácticas militantes para desplegar toda su
potencialidad de cambio, éstas a su vez tienen el desafío de reelaborar
una nueva idea de militante que no niegue la gestión, sino que la
incorpore, imprimiéndole politicidad, dimensión colectiva, inscripción
social y una ética pública de la trasformación.
Una noción de compromiso militante integral que logre conjugar
dualidades muchas veces planteadas en términos dicotómicos: gestión –
transformación; crítica – convicción; pasión – responsabilidad. En fin,
el dilema weberiano de la política entre “ética de la responsabilidad” y
“éticas de la convicción”, como opuestos y complementarios a la vez.
Néstor Kichner fue eso, presidente y militante. O mejor dicho, militante
y presidente. Su ideario ético quedó grabado a fuego en la ya conocida
frase de su discurso de asunción: “No vengo a dejar mis convicciones en
la puerta de la Casa Rosada”. Eso lo convirtió en el presidente que
corrió la línea e hizo posible lo que parecía imposible en la Argentina
democrática post 1983.
De cómo se recoja ese legado y se resuelvan estos debates y
encrucijadas, queda atada buena parte de las posibilidades presentes y
futuras de transitar un horizonte de nuevas conquistas sociales para
nuestro pueblo y de seguir avanzando hacia un horizonte democrático más
pleno en nuestro país.
Rosario, septiembre de 2011
* Lic. en Ciencia Política. Movimiento
Martín Fierro
www.sebartola.blogspot.com
|
www.lamartinfierro.org