|
|
ERNESTO LACLAU
NOTAS EN
ESTA SECCION
Populismo |
“El
kirchnerismo realizó un milagro histórico” |
“La real izquierda es el kirchnerismo”
“Hay
que combinar la acción del Estado con una nueva democracia de base”
LECTURA RECOMENDADA
La deriva populista y la
centroizquierda latinoamericana
|
Populismo
Por Ernesto Laclau *
Cualquier definición presupone un marco teórico que dé sentido
a lo que es definido. Este sentido solamente puede ser establecido
sobre la base de la diferenciación entre el término definido
y algo que la definición excluye. Esto presupone un terreno
dentro del que dichas diferencias son pensables. Éste es
el terreno que no es inmediatamente obvio cuando llamamos
populista a un movimiento, a una ideología o a una práctica
política. En los dos primeros casos — movimientos o ideologías
— denominarlos populistas envolvería diferenciar ese atributo
de otras caracterizaciones en el mismo nivel de definición,
tales como “fascista”, “liberal”, “comunista”, etc. Esto
nos involucra inmediatamente en una tarea complicada y últimamente
contraproducente: encontrar aquel reducto último donde encontraríamos
populismo “puro”, irreductible a aquellas otras caracterizaciones
alternativas. Si intentamos hacer esto entramos a un juego
en el que cualquier atribución al populismo de un contenido
social o ideológico es inmediatamente confrontada con una
avalancha de excepciones. En consecuencia, nos vemos forzados
a concluir que cuando hacemos uso del término, algún significado
real es presupuesto por nuestras prácticas lingüísticas,
pero tal significado no es, sin embargo, traducible en ningún
sentido definible. Además, a través de este significado,
ni siquiera podemos señalar un referente identificable (que
agotaría ese significado).
¿Qué ocurriría si pasamos de los movimientos o ideologías
como unidades de análisis a las prácticas políticas? Todo
depende de cómo concibamos ese paso. Si es gobernado por
la unidad de un sujeto constituido en el nivel de la ideología
o en el del movimiento político, obviamente no hemos avanzado
un solo paso en la determinación de lo que es específicamente
populista. Las dificultades para determinar el carácter
populista de los sujetos de ciertas prácticas no pueden
sino reproducirse a sí mismas en el análisis de tales prácticas,
en la medida en que esto simplemente expresa la naturaleza
interna de los sujetos. Hay, sin embargo una segunda posibilidad
— a saber, que las prácticas políticas no expresen la naturaleza
de los agentes sociales sino, por el contrario, las constituyen.
En tal caso, las prácticas políticas tendrían algún tipo
de prioridad ontológica sobre los agentes — quienes serían
meramente la condensación histórica de ellas. Para ponerlo
en términos sutilmente diferentes: las unidades primarias
de análisis serían las prácticas más que el grupo — esto
es, el grupo sería solamente el resultado de una articulación
de las prácticas sociales. Si este acercamiento es correcto,
podríamos decir que un movimiento es populista no porque
en sus políticas o ideología presente contenidos verdaderamente
identificables como populistas, sino porque muestra una
lógica particular de articulación de esos contenidos — cualquiera
que sean estos.
Una última acotación es necesaria antes de que entremos
en el núcleo de nuestro argumento. La categoría de “articulación”
ha tenido una trayectoria en el lenguaje teórico en los
últimos treinta o cuarenta años — especialmente dentro de
la escuela Althuseriana y su área de influencia. Deberíamos
decir, sin embargo, que la noción de articulación que el
Althuserianismo desarrolló estuvo limitada principalmente
a los contenidos ónticos, desplazando al proceso de articulación
(el económico, el político, el ideológico). Hubo alguna
teorización ontológica en relación con la articulación (las
nociones de “determinación en última instancia” y “autonomía
relativa”), pero como estas formas lógicas aparecían como
derivadas necesariamente del contenido óntico de algunas
categorías (por ejemplo: la determinación en última instancia
correspondería solamente a la economía), la posibilidad
de proponer una ontología de lo social estuvo estrictamente
limitada desde el principio. Dadas estas limitaciones, la
lógica política del populismo era impensable.
En lo que sigue, formularé tres propuestas teóricas: 1)
que pensar la especificidad del populismo requiere empezar
el análisis de unidades más pequeñas que el grupo (sea al
nivel político o ideológico); 2) que el populismo es una
categoría ontológica y no óntica — es decir, su significado
no será encontrado en algún contenido político o ideológico
que se adentre en la descripción de las prácticas de cualquier
grupo particular, sino más bien en un modo particular de
articulación de contenidos sociales, políticas o ideológicas;
3) que esta forma de articulación, independientemente de
sus contenidos, produce efectos estructurantes que primariamente
se manifiestan al nivel de los modos de representación.
[ Continúa, descargar
el artículo completo
en pdf ]
* Ernesto Laclau (Buenos Aires, 6 de octubre de 1935), teórico
político argentino frecuentemente llamado postmarxista.
Profesor de la Universidad de Essex donde ocupa la cátedra
de Teoría política, también es director del programa de
ideología y análisis del discurso. Ha dado numerosas conferencias
en universidades de Estados Unidos, Latinoamérica, Europa
occidental, Australia y Sudáfrica.
El libro más importante de Laclau es Hegemonía y Estrategia
Socialista, que escribió junto con Chantal Mouffe y que
es la piedra fundacional del postmarxismo. Su pensamiento
es frecuentemente descrito como postmarxista dado que ambos
estuvieron involucrados en los movimientos sociales y estudiantiles
de los 1960s tratando de unir a la clase obrera con nuevos
movimientos sociales. Rechazaron el determinismo económico
marxista y la noción de que la lucha de clases es el antagonismo
crucial en la sociedad. A cambio, llamaron por la democracia
radical y el pluralismo agonal en el que todos los antagonismos
puedan ser expresados. En su opinión "...una sociedad sin
antagonismos es imposible", por lo que declararon que "la
sociedad plena no existe", es quimérico pensar en el cierre
de "lo social".
Durante los años '60 dirige las revistas Izquierda Nacional
y Lucha Obrera ligadas al Partido Socialista de Izquierda
Nacional.
• El presente texto es traducción de “Populism: What is
in a name?”, publicado en F. Panizza (Ed.), Populism and
the Mirror of Democracy, Verso, Londres, 2005. Traducción
de Gonzalo Mazzeo para la Cátedra Filosofía Política I,
Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad Nacional
de Córdoba.
Ernesto Laclau en Debates y
Combates. Peronismo y Kirchnerismo.
“El
kirchnerismo realizó un milagro histórico”
Entrevista por Mónica López Ocón
El reconocido filósofo político visitó la Argentina, de donde se
fue hace más de 30 años. En su entrevista con Tiempo Argentino
se refirió a la realidad nacional y latinoamericana, a la
emergencia de la Argentina como un modelo a seguir y al
kirchnerismo como fenómeno que produjo un cambio tan radical
como inesperado.
Me voy a quedar varias semanas en la Argentina –dice Ernesto
Laclau–. Quiero brindar aquí por el triunfo de Cristina en las
urnas el 23 de octubre.” Además de las elecciones, el motivo que
esta vez lo trae al país natal que dejó hace ya más de 30 años
es la presentación de un programa en el Canal Encuentro,
Diálogos con Laclau, en que intercambiará ideas con los más
importantes intelectuales contemporáneos. Además, presentará una
revista académica de la que será director.
Laclau, sin duda uno de los más importantes teóricos políticos
de la actualidad, parece no encontrar contradicciones entre el
rigor académico y la decidida toma de posición en el terreno de
la política. Comenzó a militar desde muy joven en el Partido
Socialista Argentino y más tarde en el Partido Socialista de la
Izquierda Nacional junto a Jorge Abelardo Ramos, con quien
publicó Lucha obrera. Por su cuestionamiento de que la lucha de
clases sea el antagonismo fundamental de la sociedad y por su
reacción contra el determinismo económico de la teoría de Marx,
se convirtió en un referente insoslayable del posmarxismo,
dejando claramente sentada su posición en Hegemonía y Estrategia
Socialista, que escribió junto con Chantal Mouffe y publicó en
1985. Más tarde, en 2005, aparece La razón populista, un texto
en el que, entre otras cosas, trabaja sobre el término
“populismo” cuestionando el carácter peyorativo con que suele
utilizárselo.
Distendido, de buen humor y lejos de cualquier acartonamiento
académico, no dudó en expresar su admiración por el momento
político que está viviendo la Argentina que, según expresó, es
una experiencia inédita en su vida, una especie de “milagro” que
no tiene precedentes.
–Da la sensación de que Europa es un reloj que atrasa en
relación con América Latina. Las recetas neoliberales que para
nosotros están superadas, allí parecen estar muy en boga. ¿Esto
es así o es sólo una percepción latinoamericana?
–No, no creo que sea una percepción latinoamericana, me parece
que tiene toda la razón. En Europa se dio primero el modelo
neoliberal clásico. En Inglaterra se dio a través del
thatcherismo, pero después, cuando llegó el laborismo al poder
con Tony Blair, se siguió aplicando el mismo modelo económico.
De este modo finalmente se da una continuidad que tiene
distintos matices. A veces hay un giro un poco más hacia la
izquierda, otras, un poco más hacia la derecha, pero siempre
todo es “rosadito”, no hay nada rojo en la reflexión política.
Me parece que el debate europeo está mucho más atrasado que el
debate latinoamericano. En América Latina se han intentado
fórmulas políticas de un carácter mucho más novedoso que en
Europa. Hace poco discutíamos con Stuart Hall en Londres la
experiencia de los gobiernos latinoamericanos, y él me decía que
los gobiernos de América Latina pueden ser una forma de
apelación a un imaginario europeo completamente adormecido en
este momento.
–¿Esto indicaría que América Latina se ha convertido en un
modelo?
–Exactamente, y en especial la Argentina. Hay otros modelos,
como el de Venezuela por ejemplo, que si bien es novedoso, es
más obvio. El modelo argentino, con la combinación entre el
pragmatismo institucionalista y el populismo es absolutamente
original.
–¿Por qué dice que el modelo venezolano es más obvio?
–En Venezuela había una élite política corrupta y había, al
mismo tiempo, una dependencia del petróleo respecto de las
compañías multinacionales. Simplemente, lo que el gobierno
venezolano hizo fue derivar las rentas petroleras al desarrollo
interno del país. Eso fue un cambio fundamental, sin ninguna
duda, pero de alguna manera la fórmula política estaba cantada.
En el caso argentino, en cambio, el proceso entre el sector
privado y el sector estatal es más complejo. Hay una negociación
entre ambas partes que no tiene tantos precedentes, que es muy
original.
–¿Cómo explica el proceso de emergencia política que se dio en
América Latina que hoy la constituye en modelo? Me refiero,
sobre todo, a la Argentina, Uruguay, Bolivia, Venezuela y
Ecuador?
–Creo que hay varias razones que lo explican. En primer lugar,
América Latina pasó por la experiencia de las dictaduras
militares, que fueron los regímenes más violentos y brutales que
el siglo XX haya conocido. Un gobierno como el que se dio en la
Argentina entre 1976 y 1983 no tiene precedentes
internacionales. Después de esa experiencia, hubo otro proceso
de destrucción de las posibilidades de estos países, que fue el
proceso del neoliberalismo rampante que existió durante el
menemismo. Esas dos experiencias –la militar y la neoliberal– se
han acabado, y lo que quedó después fue la necesidad de empezar
a construir regímenes políticos desde el vamos, sin ningún
reaseguro ideológico en lo que los había precedido. Y eso generó
la posibilidad nacional-popular que están viviendo hoy los
países latinoamericanos.
–Este proceso no es homogéneo.
–No, no es homogéneo, no lo viven todos de la misma manera. Por
ejemplo, el proceso fue más tenue en Chile. Allí Ricardo Lagos
votó a favor del proyecto del ALCA de Bush, en la reunión de
presidentes en Mar del Plata en 2005. Uruguay tuvo una política
sumamente pacata respecto de las posibilidades de cambio. Tabaré
Vázquez hizo un viaje a Washington tratando de establecer un
acuerdo comercial con los Estados Unidos que fracasó porque su
propio partido lo vetó y, además, porque iba en contra de todas
las normas del Mercosur. La posibilidad de cambio se afirmó con
las políticas de Brasil, Venezuela y la Argentina. Fueron estos
países, sobre todo, los que impulsaron el proceso de cambio.
–En su diálogo con Toni Negri usted señaló que había en la
Argentina demandas heterogéneas como el matrimonio igualitario,
la reestatización de los fondos jubilatorios, la Asignación
Universal por Hijo y muchas otras. ¿Cómo se explica que el
kirchnerismo haya logrado homogeneizar todas esas demandas
diferentes creando un liderazgo político tan fuerte?
–Creo que el kirchnerismo de alguna manera realizó una especie
de milagro histórico. Cuando subió al poder Néstor Kirchner en
2003, nadie daba un rábano por él, tuvo un mínimo de apoyo, fue
electo por default porque se retiró Menem de la elección
presidencial. Pero por esos avatares internos de la política
peronista ocurrió que el elegido fuera Kirchner. Si hubieran
sido elegidos Carlos Reutemann, o José Manuel de la Sota y
demás, ¿se imagina en lo que estaríamos hoy día? Afortunadamente
el elegido fue Kirchner. Al principio nosotros no le creíamos
mucho, decíamos “son palabras”, pero de pronto empezaron las
medidas económicas y sociales de gobierno, la política de los
Derechos Humanos y de golpe nos dimos cuenta de que estábamos en
un proceso de transformación radical del imaginario político del
país. Hoy estamos donde estamos. Justamente en la charla que
tuve con Horacio González para Canal Encuentro, ambos hemos
dicho que lo que está ocurriendo en la Argentina de hoy en día
es la mejor experiencia que hemos tenido nunca en nuestras
vidas.
–¿El kirchnerismo es un agiornamiento del peronismo o se trata
de un nuevo movimiento histórico?
–Es una trascendencia del peronismo. Usted sabe que yo me
califico a mi mismo como post marxista, pero no en el sentido de
que simplemente he roto con el marxismo, sino en el sentido de
que estamos en una etapa que va más allá de lo que el marxismo
histórico pensaba. De alguna manera, con el kirchnerismo pasa lo
mismo respecto del peronismo. El peronismo es una matriz
histórica que está allí, el corte que se dio en el ’45 es algo
que ha signado nuestras vidas y las sigue signando. Pero de lo
que se trata es de ir un paso más allá de esa experiencia
histórica del peronismo y eso es, precisamente, lo que está
haciendo el kirchnerismo. Veo muchos grupos jóvenes que surgen,
La Cámpora, la Asociación Evita y demás, y de alguna manera
estos grupos empiezan a expresar la necesidad de ir un paso más
allá de las matrices históricas que hemos heredado. Creo que el
kirchnerismo en ese sentido es un post peronismo, lo que no
significa renegar del peronismo, sino ir más allá de los
horizontes que el peronismo había construido.
–¿Como post marxista qué cree que se puede rescatar del marxismo
para la construcción de una sociedad más igualitaria?
–El marxismo había sido una teoría de la homogeneización
progresiva de la sociedad. La tesis sociológica básica del
marxismo era que se iba a dar una simplificación de la
estructura de clases bajo el capitalismo, porque las clases
medias y el campesinado iban a desaparecer, y entonces el último
conflicto de la historia iba a ser una confrontación pura entre
una masa proletaria homogénea y la burguesía capitalista.
–Pero no fue eso lo que sucedió.
–No, evidentemente la historia no avanzó en esa dirección, sino
que ha habido una heterogeneización progresiva de la estructura
social. De modo que finalmente la construcción de un modelo de
cambio requiere que esa estructura heterogénea sea articulada
políticamente de una manera central. O sea que el momento de la
articulación política que para el marxismo clásico era puramente
superestructural, va a ser ahora remplazado por una progresiva
incidencia del momento de la articulación política. Eso creo que
es lo que Gramsci aportó a la teoría política. Y es en esa línea
en la que nos estamos moviendo hoy. Hoy día vamos más allá en
términos de la articulación que lo que Gramsci pensaba, pero de
todos modos esa es la línea general del cambio.
–Usted ha trabajado mucho el concepto del populismo. ¿Cree que
el populismo está necesariamente ligado a lo nacional?
–No, el populismo puede estar ligado a muchas cosas diferentes.
–¿A cuáles, por ejemplo?
–Por ejemplo, los populismos étnicos de Europa del Este no son
en absoluto nacionalistas. Puede haber populismos de tipo
racista como los que se dan en la derecha americana. El Tea
Party y otras formas por el estilo no son en absoluto
nacionalistas y, sin embargo, son típicamente populistas. Apelan
al hombre de abajo frente al poder.
–¿Qué sería entonces lo característico del populismo?
–Lo único que es una variable permanente de cualquier forma de
populismo –sea de izquierda o sea de derecha– es apelar a los de
abajo frente al poder. Es un discurso confrontativo que tiende a
dividir a la sociedad en dos campos. Eso se puede hacer desde
ideologías diversas, no hay ningún motivo por el cual el
populismo tenga una caracterización ideológica intrínseca.
Supongamos que hay un grupo de vecinos que tiene una demanda
determinada sobre un problema de la ciudad que no es contemplada
por la municipalidad y esos vecinos, al mismo tiempo, ven que
hay otras demandas de otra gente referidas a otros problemas.
Las demandas insatisfechas comienzan a crear una identidad. Allí
ya hay una situación semipopulista. Lo que ocurre es que, en un
determinado momento, hay una gran cantidad de demandas
insatisfechas a nivel de la base y un sistema institucional que
es incapaz de vehiculizarlas. Cuando alguien empieza a
interpelar a esa gente para una movilización en contra del
sistema, estamos ante una situación populista.
–¿El populismo entonces sería como una matriz vacía que puede
llenarse con diversas ideologías?
–Exactamente. Después de la Primera Guerra Mundial en Italia la
gente se daba cuenta que el Estado que había emergido del
Risorgimento, era un Estado ya perimido, entonces, se necesitaba
una ideología de cambio, y eso lo llenaban a través de la
categoría de “revolución”. La revolución podía ser fascista o
podía ser una revolución comunista. Cuando la gente se siente
muy afectada por un proceso de desintegración social, finalmente
lo que necesita es algún tipo de orden. Qué orden prevalecerá es
una consideración secundaria. Allí predominó el fascismo, como
prevaleció el comunismo después de 1944 en la Guerra de
Liberación, y los contenidos ideológicos eran contenidos
ideológicos puramente fluctuantes.
–Cree que la izquierda argentina, que tiene en este momento
actitudes que se rozan con la derecha, ha fallado en el sentido
de que nunca incorporó un pensamiento de corte nacional?
–¿Qué sería la izquierda argentina?
–Hay un rango más o menos amplio que podría comenzar con el
Partido Obrero…
–Esas son expresiones puramente marginales. Se aplica a ellos lo
que Yrigoyen decía de Lisandro de la Torre: “Lisandro es una de
las víctimas más ilustres del sufragio universal” (risas). Esos
grupos no cuentan. Pero sí hay una izquierda en la Argentina.
–¿Cuál es para usted?
–El kirchnerismo. Esa es la izquierda real, la que representa la
posibilidad de un proyecto de cambio.
–Esa sería, entonces, una izquierda nacional.
–Sí, claro, una izquierda nacional. Fue una desilusión ver la
trayectoria política de Pino Solanas: como cineasta ha producido
una obra muy importante (La hora de los Hornos, Sur, El exilio
de Gardel). Había ahí un pensamiento nacional. Después se empezó
a transformar a través de la creación de esta tercera fuerza,
que es un delirio, porque no puede llevar a nada. Lo que debió
haber hecho Solanas es entrar a la corriente del kirchnerismo y
desde dentro del kirchnerismo empujar una posición de izquierda
más radical. Esa hubiera sido la posición real, como la que tomó
Martín Sabbatella, que de alguna manera también representa una
alternativa de izquierda, pero trata de crearla a partir de la
matriz dada por el kirchnerismo, la única alternativa de
izquierda en el país.
–En la Argentina, hasta el advenimiento de la democracia en el
’83, las Fuerzas Armadas daban periódicamente golpes de Estado
¿Los medios hegemónicos han pasado a cumplir hoy un rol similar?
–No son tan poderosos.
–¿Le parece? (risas)
–Bueno, usted sabe más de eso que yo porque es periodista y está
en la temática. No creo que los medios vayan a representar un
factor político importante en los años próximos. Claro que
seguirán existiendo los Morales Solá, los Grondona y los chantas
de ese estilo, pero que representen un factor real de poder a
largo plazo no creo.
–Bueno, también existe Clarín, que hasta hace un tiempo imponía
un discurso único
–Sí, pero también existen ustedes, produciendo ideas. Así como
hablaba Chávez de sembrar el petróleo, alguna vez dije que había
que sembrar, por ejemplo, Página 12. Todos esos medios
alternativos tienen una influencia cada vez mayor, de modo que
ese discurso único que representaba Clarín ya no es tan único.
–Claro, pero tuvo que pasar algo muy fuerte para que eso
sucediera.
–Y pasó. Pasó el kirchnerismo. Por eso estamos mejor ahora.
–¿Qué opinión le merece la nueva Ley de Medios?
–La apoyo absolutamente. Vamos a publicar en nuestra revista
Debates y combates una nota de Susana Frutos, la directora del
Doctorado en Comunicación Social de la Facultad de Ciencia
Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional
de Rosario, donde desmenuzará todos estos problemas del área.
–¿Cree que existe el “cristinismo”?
–No estoy muy seguro todavía. Mi versión optimista es que el
cristinismo puede representar un kirchnerismo más aguzado. Un
kirchnerismo que lleve adelante esto que hemos descripto como
post peronismo. Y creo que hay fuerzas dentro del kirchnerismo,
como La Cámpora y otros grupos, que pueden ir apuntando en esa
dirección.
–Jorge Lanata y otros periodistas dicen que en Europa se mueren
de risa de la Argentina. ¿Es así?
–A Lanata le aconsejaría que siguiera una dieta. Es un disparate
lo que está diciendo. En el debate sobre Latinoamérica que
tuvimos con Boudou, yo mencioné una pregunta que me hicieron
periodistas de la Argentina, respecto de un artículo que
apareció hace un año en Inglaterra en The Economist, que decía
que el modelo económico de Cristina era un disparate total, que
había que hacer lo contrario de lo que estaba haciendo ella. Sin
embargo, todos los índices económicos eran positivos. La
explicación de estos periodistas era que los índices positivos
no se debían a las bondades del gobierno, sino a que Cristina
había tenido suerte. Yo me acordé de esa historia de Napoleón y
los generales austríacos, que organizaban prolijamente sus
líneas de defensa, con su ejército aristocrático, con
instrucciones, y llegaba Napoleón con sus ejércitos populares y
destruía sus líneas. Y los generales austríacos decían: “Gana,
pero no es científico.”
01/10/11 Tiempo Argentino
“La real izquierda es el kirchnerismo”
Con opiniones fuertes, como la necesidad de la reelección sin
límite de líderes, Laclau hace una crítica detallada de la
oposición como es y explica que el país, y el Gobierno,
necesitan opositores “reales”.
Entrevista por Ailín Bullentini
“Un nuevo mandato de Cristina es lo mejor que le puede pasar a
la Argentina”, dice Ernesto Laclau y así comienza una charla en
la que afirmará también que “la real izquierda en el país es el
kirchnerismo”. El filósofo político, radicado desde hace 30 años
en Londres, estuvo en Buenos Aires porque el próximo domingo
arrancará con un ciclo de diálogos con otros pensadores del
mundo a ser emitido por Canal Encuentro. Además de anticipar
detalles de su nuevo proyecto, durante su conversación con
Página/12 hizo un repaso de la actualidad política. Así como
destacó lo realizado por la administración kirchnerista, remarcó
que “la oposición ha hecho un papel patético en el país durante
los últimos dos años”.
–¿Qué características debería tener el nuevo mandato de Cristina
Kirchner que anticipan el resultado de las primarias y ratifican
las encuestas?
–El afianzamiento de las líneas trazadas durante el segundo
mandato kirchnerista. El primero fue importante, pero el segundo
especialmente tuvo una serie de medidas prácticas, como la
Asignación Universal por Hijo y la reforma del régimen
jubilatorio, que están cambiando la óptica desde la que se
percibe la política argentina. También deben conformarse fuerzas
política nuevas al interior del kirchnerismo. Su propuesta
política rompió con varios límites que traía su matriz
histórica, el peronismo. Hay que avanzar en esa línea.
–¿Sigue siendo el kirchnerismo una fuerza política construida
desde la transversalidad?
–Evidentemente la transversalidad es un principio que hay que
afirmar. Pero no tiene que ser una transversalidad desde arriba.
Por construir desde arriba nos ligamos a (el vicepresidente,
Julio) Cobos. Se trata de una transversalidad más bien de base.
Y, desde ese punto de vista, me parece que el proceso está bien
encaminado. Martín Sabbatella es un ejemplo. Viene de la
izquierda, sigue siendo de la izquierda, pero al mismo tiempo se
inscribe dentro de la matriz histórica de la ruptura
kirchnerista en 2003. Hay que multiplicar este tipo de
experiencias.
–Hay una clara apuesta del kirchnerismo a la juventud. ¿Puede
decirse que este grupo poblacional reemplazó a los movimientos
sociales protagonistas de la construcción política kirchnerista
de 2003?
–Sí. Son fuerzas que antes no habían participado del espacio
público y que están empezando a hacerlo desde el kirchnerismo.
Tengo muchas esperanzas respecto de lo que La Cámpora puede
llegar a representar en la vida política argentina en los
próximos años.
–¿Por qué el inicio de la participación política de esos
sectores se dio desde el kirchnerismo?
–Los otros espacios políticos no han representado ninguna
voluntad de cambio en el país. ¿Qué cosas nuevas vinieron de (la
titular de la Coalición Cívica, Elisa) Carrió, del radicalismo,
del resto de las agrupaciones opositoras? Ninguna ha generado un
proceso novedoso. Del otro lado está la izquierda tradicional,
que tampoco ha representando un proceso de cambio. La real
izquierda en el país es el kirchnerismo.
–¿Y el surgimiento del Frente Amplio Progresista (FAP)?
–(El gobernador de Santa Fe y candidato a la presidencia por el
FAP, Hermes) Binner representa una centroderecha decorosa. De él
puede llegar a venir una oposición real al kirchnerismo. Será la
próxima segunda, aunque débil, fuerza política del país. Si con
el paso del tiempo empieza a haber sectores que no estén
contentos con el Gobierno, el FAP podrá alimentarse de ellos.
(El jefe de Gobierno porteño, Mauricio) Macri también puede ser
una oposición real. No descuento una alianza entre ambos para el
futuro, cosa que hoy es impensable.
–El reclamo de los pueblos originarios por sus territorios es un
ejemplo de demandas no resueltas por el Gobierno.
–Las demandas de los pueblos originarios no fueron respondidas
puntualmente, pero tampoco son centrales para la estructuración
de la política.
–Si ése es el análisis del oficialismo, esos temas son una
oportunidad que la oposición desperdicia.
–La oposición ha hecho un papel patético en el país durante los
últimos dos años. Tienen un discurso autista que no establece
vínculos con la sociedad, que está únicamente ligado a la
partidocracia tradicional, a una estructuración del poder hoy
caduca. Hubo una enorme expansión de fuerzas sociales nuevas a
las que sólo el kirchnerismo dio cabida. La oposición estuvo
siempre ciega a ellos, inmersa en un círculo vicioso del que no
puede salir. No tienen ninguna capacidad expansiva hacia los
movimientos sociales que se están dando en la sociedad en
general.
–Usted aconsejó a la oposición armar un frente común. Lo único
que hicieron fue dividirse. ¿A qué se debe esa imposibilidad de
unificarse?
–A que no hay ninguna voluntad social que los aúne. En un
momento, la oposición fue efectiva porque se unificó en torno de
la nombrada “crisis del campo”, pero si no hubiera existido una
demanda de ese sector social, los espacios políticos nunca
hubieran sido capaces de estructurar nada. El frente del campo
se empezó a desarticular hasta que hoy ya no existe.
–¿Por qué siguen apareciendo personajes como el candidato a
presidente por Unión Popular, Eduardo Duhalde?
–No creo que esté haciendo mella en ningún sector de la
sociedad. Puede llegar a hacerlo en un sector en una estructura
burocrática tradicional del peronismo, donde todavía tiene
cierta capacidad de manipulación a través de impulsos
clientelísticos. Duhalde nunca ganó una elección. Y de esta
derrota –las elecciones primarias de agosto– creo que no se
levanta más. Ni siquiera (el gobernador de Chubut y candidato a
vicepresidente en la fórmula de Duhalde) Mario Das Neves seguirá
apoyándolo.
–¿Ve viable un acercamiento después entre el kirchnerismo y el
FAP?
–Veo posible que tengan un diálogo fluido y cordial. Ya están
dadas las condiciones. Binner le está haciendo pequeños
coqueteos a Cristina. Pero, además, necesitamos una oposición.
Si no es capaz de contruirse a sí misma, deberemos inventar una
para que el sistema funcione. Si no, empieza a crecer el mito
del unipartidismo, que no es bueno en un régimen democrático.
–¿Es momento de que el kirchnerismo empiece a pensar en un
sucesor?
–En primer lugar hay que ver si Cristina no puede ser reelecta,
si no se modifica la Constitución. Sé que a ella no le gusta que
se mencione el tema, pero me parece que una democracia real en
Latinoamérica se basa en la reelección indefinida. Una vez que
se construyó toda posibilidad de proceso de cambio en torno de
cierto nombre, si ese nombre desaparece, el sistema se vuelve
vulnerable. En Brasil la transición no ha sido fácil. No
obstante, el kirchnerismo ha producido cuadros excelentes:
Agustín Rossi, Carlos Tomada, Amado Boudou. No van a faltar
sucesores.
02/10/11 Página|12
“Hay
que combinar la acción del Estado con una nueva democracia de base”
Entrevista por Néstor Leone (Revista Debate)
Ernesto Laclau, filósofo y teórico político, analiza los dilemas del sistema
de partidos, los desafíos del kirchnerismo y las debilidades de la
oposición.
En esta ocasión su visita anual al país fue más prolongada que las
anteriores. Una serie de motivos extendieron la estadía de Ernesto Laclau en
Buenos Aires, lugar en donde nació, pero que no habita desde finales de la
década del sesenta. Por un lado, la presentación del ciclo Diálogos con
Laclau, que se emite por el canal Encuentro y que lo tiene como protagonista
junto a varios de los más importantes pensadores contemporáneos. Por el
otro, el lanzamiento de la revista Debates y combates, una publicación a su
cargo que espera que sea para América Latina lo que fue “New Left Review
para el mundo anglosajón”. Además, claro, de seguir de cerca la campaña
presidencial y brindar una numerosa serie de conferencias y charlas
abiertas. En esta entrevista con Debate, el autor de Hegemonía y estrategia
socialista (en colaboración con Chantal Mouffe) y La razón populista,
analiza el escenario político argentino luego del triunfo de Cristina
Kirchner, y las dificultades de la oposición para generar una alternativa de
poder.
Las primarias habían dado un indicador importante de lo que serían estas
elecciones. Pero, aun así, ¿esperaba un triunfo tan contundente de la
Presidenta?
Esperaba un triunfo contundente. Las cifras exactas, obviamente, no se
podían prever. Lo que me preocupaba era saber si iba a tener el control del
Congreso o no. Ahora, evidentemente, lo tiene. O sea que todo salió muy
bien.
Hace dos o tres años, o menos aún, tal vez, pensar en ese resultado hubiera
parecido una osadía. Se habló mucho de la incapacidad manifiesta de la
oposición, más que de las virtudes propias de la gestión. ¿Cuáles
destacaría?
Las virtudes de la gestión están ligadas a la ruptura clara con el mundo
político previo a 2003. Eso suscitó una serie de respuestas negativas de los
sectores ligados al statu quo conservador y, por consiguiente, hubo una
guerra de posiciones, en el sentido gramsciano del término, que fue ganada
por el Gobierno.
¿Cuál fue la novedad política que trajo el kirchnerismo a la política
argentina?
Hay rupturas a varios niveles, cosa que enriquece más la cuestión. A nivel
de los derechos humanos tenemos la ruptura más importante en toda América
Latina. Con el pasado dictatorial se fijó una frontera decisiva, se promovió
abiertamente un quiebre. En otros países, como en Chile, el proceso ha sido
de medias tintas y lento. Hasta no hace mucho se hablaba de la
reconciliación nacional y el mismo Augusto Pinochet cumplió un papel
importante en esa transición. En definitiva, la ideología de ruptura no
estaba presente. Aquí, además de lo que se había hecho previamente, se le
agregó una marca profunda en términos simbólicos. Pero, además, hubo
rupturas a niveles del modelo económico, con el Fondo Monetario
Internacional y con las políticas de ajuste de los años noventa. Si uno
escucha el discurso de la Presidenta en el G-20 se corrobora. Finalmente,
también hubo rupturas en términos de la integración social. Las bases
sociales del sistema político se han ampliado enormemente. Y ese es un
fenómeno de tipo irreversible. La inteligencia del kirchnerismo fue no haber
dejado simplemente la protesta social al nivel horizontal, sino tratar de
que ellas produjeran efectos al nivel de la organización del Estado. Todo
esto es un proceso acumulativo que hace que estemos viviendo en un país muy
distinto de aquel en el que vivíamos hace diez años.
¿Se puede pensar en términos de “cristinismo”, como una posible etapa
diferenciada de lo que se conoció como kirchnerismo?
Quizá en algún aspecto aparezcan fenómenos nuevos, pero creo que es un
fenómeno de prolongación que se da dentro de la continuidad. Lo que me
parece más claro como característico de esta etapa es el énfasis en las
organizaciones juveniles. Por ejemplo, La Cámpora, la JP Evita, y una serie
de movimientos concomitantes que hacen que, aunque se proceda de la matriz
histórica del peronismo, surjan nuevos sectores de vanguardia que apuntan a
una profundización del modelo.
¿Cuáles deberían ser sus principales desafíos de la nueva gestión? ¿Qué
nuevas demandas democráticas debería sumar a la “cadena equivalencial” que
estableció el kirchnerismo?
Lo que se tiene que dar es el afianzamiento de los centros de poder local.
Es decir, un modelo que combine la acción en la esfera del Estado con una
expansión de una democracia de base nueva. Todas estas nuevas organizaciones
están apuntando a esta segunda dimensión. Algo de eso se está dando en los
hechos. Hay que reproducirlo y consolidarlo. Ahí tiene que residir el
futuro.
Se apela al término “institucionalización” para hablar de la tarea que le
quedaría a Cristina por delante. Unos lo usan como una manera de pedir
marcha atrás con muchas de las políticas de su gobierno. Otros como forma de
cristalizarlas en nuevos hechos irrevocables.
Lo que hay que entender es que las instituciones no son nunca neutrales. Las
instituciones son la cristalización de una relación de fuerza entre los
grupos, entre las clases. Quienes defienden la institucionalidad, a secas,
son precisamente los sectores conservadores que quieren mantener el statu
quo sin que nada cambie. Un proyecto de cambio radical tiene que darse
nuevas formas institucionales. Y esto es lo que me parece que está
ocurriendo. En esta etapa, en la que todas las condiciones políticas son
favorables, lo que hay que ir creando es, precisamente, una nueva
institucionalidad.
¿Cuánto de movilización y cuánto de institucionalidad puede esperarse,
entonces?
Las dos tienen que darse juntas. Una institucionalización sin cambios
consolida el statu quo. A su vez, una movilización que no se traduce en
formas institucionales nuevas es algo que se agota pronto. Hay algunos
escritores conservadores que insisten mucho, los plumíferos de La Nación,
por ejemplo, en la defensa de la institucionalidad. Ahora, ¿qué
institucionalidad? ¿Cómo implementar los cambios necesarios con una
institucionalidad que nos mantengan sin modificaciones? El proceso de cambio
es “sic transit gloria mundi”, para hablar de lo efímero de los triunfos. O
“así transa don Raimundo”, como decía Lucio V. Mansilla (risas).
El sistema político parece haber quedado reducido a un peronismo mayormente
kirchnerista y expresiones menores que no alcanzan a ofrecerse como
alternativas con posibilidades. Algunos han marcado esta particularidad como
un problema importante para la salud del sistema político. ¿Lo es?
Si la oposición no es capaz de crearse a sí misma, alguna oposición vamos a
tener que inventar. No se puede esperar que el Gobierno lo haga todo. Hay
algunos líderes que van a perder visibilidad, que van a pasar a mejor vida
políticamente. Claramente, Elisa Carrió y Eduardo Duhalde. Y, si va a haber
alguna oposición, va a venir más del lado de Hermes Binner y el frente que
él está representando. Va a ser una oposición más constructiva; no va a ser
una oposición obstaculizante. Por lo menos, se espera que establezca algún
diálogo con el Gobierno. Pero la diferencia de votos es tan sideral, que esa
oposición va a ser, por lo menos en lo inmediato, más bien testimonial. En
el futuro puede pensarse que de ahí surja una oposición un poco más fuerte y
efectiva. Por otra parte, el país la necesita.
Otra hipótesis posible es que esa oposición surja del seno mismo del
peronismo, no ya de quienes confrontaron con el kirchnerismo hasta hoy, sino
posiblemente de quienes están hoy cercanos o dentro del espacio.
Lo veo difícil. El Peronismo Federal está muerto y, de alguna manera, fue
una experiencia frustrante para aquéllos que la emprendieron. Lo veo más por
el lado de Binner y las fuerzas que él representa.
¿No lo ve posible de acá a 2015, teniendo en cuenta la pelea por la
sucesión?
Eso no lo sé, pero no hay muchos síntomas por el momento.
Algunos analistas hablan de la matriz política del México del siglo XX, con
el PRI como partido dominante y una miríada de expresiones políticas con
presencias residuales, como escenario posible. ¿Qué le sugiere el
diagnóstico?
Dudo mucho que el sistema político argentino pueda evolucionar en un sentido
mexicano. En primer lugar, el sistema político mexicano no era democrático
en absoluto. Había elecciones, pero la maquinaria del Estado manipulaba todo
eso. En una oportunidad hicieron un fraude abierto para que la oposición no
ganara las elecciones. Nada de eso va a pasar en la Argentina.
Parece haber quedado atrás la crisis de representatividad de principios de
siglo, pero no la del sistema de partidos. ¿Comparte?
Así es. Lo que pasa es que los partidos políticos argentinos ya no son
partidos políticos. Son, simplemente, una serie de pequeños grupos, sobre
todo, basados en maquinarias políticas locales, que no logran configurar una
lógica de largo alcance.
Y esto, ¿puede reproducirse en el tiempo o ve la posibilidad de que haya
novedades que canalicen nuevas demandas?
Binner, como le decía antes, puede crear una oposición de más largo aliento
y con una responsabilidad hacia el país que la oposición no ha mostrado en
los últimos años.
¿Con un corte centro-derecha/centro-izquierda? Binner, en ese caso,
representaría algunas pautas ideológicas, quizá muy vagas, de pertenencia
parecida al kirchnerismo de hoy. ¿O no es tan así?
El macrismo, en ese sentido, va a permanecer como fenómeno político y es lo
que más se asemeja a una centroderecha. Binner y su fuerza pueden
representar, en la práctica, una centroderecha, aunque, formalmente, su
ideología no lo sea. Pero muchas veces las prácticas de un grupo político y
su ideología no coinciden. En 1945, el Partido Comunista no tenía una
ideología de derecha y, sin embargo, fue la punta de lanza de la Unión
Democrática, que fue el sello que utilizaron las fuerzas conservadoras para
reestructurarse.
Durante este proceso, sectores importantes de la sociedad sin representación
política clara han expresado su rechazo al kirchnerismo a través de ciertos
emergentes, de manera episódica. Se podría pensar que la inseguridad lo fue
en su momento, y que el conflicto con el campo en otro. ¿Puede darse esa
misma lógica en los años por venir?
Siempre puede darse. Un hecho concreto, que en sí mismo no tendría
significación, puede transformarse en el detonante de toda una movilización
que está apagada. A la mayor parte de la gente que fue al Monumento de los
Españoles hace unos años le importaba un bledo la cuestión del campo, pero
fue el detonante de una oposición larvada que no podía encontrar canales
directos de expresión. Está el ejemplo del Cordobazo. Comenzó porque
subieron el ticket del comedor en una universidad provincial y se produjo un
estallido de carácter nacional. Siempre las causas inmediatas de una crisis
no tienen una relación proporcional con la crisis misma. Eso siempre puede
pasar, pero no veo síntomas de que pueda repetirse en esta Argentina. En
absoluto.
¿Qué futuro le ve al radicalismo?
No va a desaparecer totalmente, porque tiene maquinarias políticas
regionales y locales con una fuerte tradición. Pero, en este momento, está
en una crisis tal que es muy difícil que surja de allí una figura de relieve
nacional.
¿Por qué considera que un partido con cierta impronta popular, de masa, con
una identidad más o menos consolidada no pudo hacer pie en el nuevo siglo y
haya perdido tanto poder territorial?
Hay razones estructurales que tienen que ver con demandas que ya no puede
canalizar o con expresiones que no logra hacer propias. Todo eso se da.
Además, no es sólo respecto del siglo XXI. En la segunda mitad del siglo XX
tampoco representaban ninguna vanguardia política relevante. Ganaron las
elecciones en 1983, con Raúl Alfonsín, al final de la dictadura. El
radicalismo es un fenómeno más bien del pasado y dudo mucho que vuelva a
representar una alternativa en términos globales.
Se dijo que existe un proyecto para desandar el camino del presidencialismo
y tomar alguna faceta del parlamentarismo. ¿Cuál es su perspectiva?
No tengo una visión demasiado clara sobre esto. Lo hablé con Raúl Zaffaroni,
en estos días. En un régimen parlamentario de ese estilo, el primer ministro
podría ser elegido indefinidamente, que es lo que ocurre en Italia, en
España, en Inglaterra. Sería perfectamente compatible con un régimen
democrático de gobierno. Con respecto a la conveniencia de ese régimen en la
Argentina, no estoy seguro.
Una cuestión a tener en cuenta quizá sea el carácter más inestable que
tienen los gobiernos parlamentarios. Más aún con un sistema de partidos tan
endeble.
Sí, pero no sólo por eso. Si fuera un sistema como el inglés, donde rige el
bipartidismo, sería un sistema partidario sólido. Si fuera como el italiano,
donde hay una fragmentación electoral infinita, con una inestabilidad en las
coaliciones, se haría muy difícil la gobernanza del país. No creo, de todos
modos, que pueda darse el peligro de un sistema como el italiano. Pero es un
asunto que hay que estudiar con mucho detenimiento. Y exigiría, entre otras
cosas, una reforma constitucional.
En los últimos años usted no sólo ha seguido de cerca la política argentina,
sino que ha tenido intervenciones fuertes en el debate político. ¿Cuánto de
implicancia emotivo-personal y cuánto de identificación como pensador
político hubo?
No creo que se puedan separar taxativamente. Evidentemente hay una
identificación emotiva con el país, que nunca he perdido, y de alguna manera
fue la fuente de mi reflexión política. Toda la teoría que he desarrollado
sobre la hegemonía, el populismo y los significantes vacíos está
profundamente anclada en mi experiencia argentina de los años sesenta. Creo,
y hoy lo puedo ver mejor, que no podría ser de otra forma.
SISTEMA POLÍTICO Y CRISIS
El ciclo de experiencias populistas, de democracias radicales y de
reformismo más o menos profundo que se dio en América del Sur, en la última
década, parecía ser la gran novedad política de un mundo corrido a la
derecha. ¿Cómo evalúa hoy lo que sucede en Europa?
Como una crisis realmente profunda. En primer lugar, desde el punto de vista
de la política económica, todo lo que están haciendo es erróneo. Están
aplicando las recetas de ajuste más tradicionales del neoliberalismo y una
crisis como la griega, de esta manera, no se va a resolver. Y, además, está
poniendo en peligro la estabilidad de toda la zona del euro. En segundo
lugar, los sistemas políticos europeos tienen una capacidad muy limitada de
absorber demandas que vengan de la sociedad civil.
Que esta crisis le haya explotado a gobiernos socialdemócratas, ¿qué implica
para lo que viene? Estoy pensando en España, en Portugal, en Grecia.
La socialdemocracia no representa una alternativa política en Europa. El
gobierno de Tony Blair siguió todos los modos fundamentales de la política
thatcherista. Es más, lo radicalizó más a la derecha. Lo que se ha formado
es una especie de pensamiento único, con una tecnocracia con matices más
socialdemócratas o conservadores, que detenta el control del aparato del
Estado. El resultado es que hay cada vez más insatisfacción con el modelo
político en su conjunto. Así surgen estos movimientos como el de los
indignados, que cuestionan el sistema político en su globalidad.
Esta crisis, ¿puede ser capitalizada por un populismo de derecha, que
construya políticamente en base a equivalencias y demandas no inclusivas y
hasta retrógradas?
Definitivamente. En casi todos los países europeos se da el avance de un
populismo de derecha. El caso del lepenismo, en Francia, es uno de los más
obvios. Pero lo mismo ocurre en Bélgica, en Suiza y en Italia, con los
últimos diez años de berlusconismo.
En cuanto a América Latina, hoy resulta menos pertinente cuestionar la
validez democrática del populismo como forma de construcción política, y
mucho menos cuestionar su eficacia, ¿lo ve así?
Algo de razón hay en eso, con el beneficio de que en América Latina no creo
que haya peligro de un populismo de derecha. El populismo que tenemos, y en
eso incluyo a la Argentina, es un populismo de izquierda. Aquí la lucha es
entre el neoliberalismo y una reorientación nacional-popular a todos los
niveles: la economía, la sociedad, los derechos humanos, etcétera.
11/11/11
Revista Debate
http://www.revistadebate.com.ar/2011/11/11/4688.php