La Revolución Rusa

Por Alejandro Horowicz
Periodista, escritor y docente universitario

Primera parte

La revolución de febrero del 17, considerada una revolución burguesa, tiene una peculiaridad: no toma ninguna medida concreta; ni el problema de la propiedad de la tierra, ni la paz con Alemania.

A 20 años de la caída del Muro de Berlín, ¿qué significa la Revolución Rusa? ¿Remite al museo de la revolución, o por el contrario impone una relectura del presente? Para responder preguntas tan exigentes, es preciso reconstituir la cadena episódica. Octubre del 17 no se entiende sin la revolución de febrero; y la caída del zarismo, sin disparar un solo tiro, no se explica sin guerra entre potencias imperialistas. Ese es nuestro punto de partida: la Primera Guerra Mundial.

Derrocar al zar hubiera debido alcanzar, pero terminó siendo insuficiente. La revolución de febrero del 17, considerada una revolución burguesa, tiene una peculiaridad: no toma ninguna medida concreta; ni el problema de la propiedad de la tierra (latifundios de la aristocracia, en un país con millones de campesinos sin tierra), ni la paz con Alemania (las condiciones de la existencia popular impuestas por la guerra, en las grandes ciudades, eran de una miseria inenarrable) encuentra en sus dirigentes principio de ejecución. Todo se pospone para la futura Asamblea Constituyente, mientras los campesinos comienzan a saquear tierra con el apoyo de los socialistas revolucionarios de izquierda y los bolcheviques. Ni siquiera los mencheviques –que por entonces todavía compartían programa con los bolcheviques– apoyan medidas que la sociología política caracteriza como parte de la “revolución burguesa”.

No sólo no se firma la paz, sino que intentan relanzar la batalla con el ejército alemán. Una nueva ofensiva, ese es el principal objetivo del gobierno de Kerensky. Eso sí, los campesinos, con capote de soldados, “votan con los pies”. Es decir, huyen del frente para sumarse a las confiscaciones de tierras, dejando las trincheras semidesiertas. Sin embargo, la exigencia militar de los aliados (Gran Bretaña y Francia) por una nueva ofensiva no cede. ¿El motivo? Impedir que las divisiones alemanas en el frente del este pudieran ser retiradas y utilizadas en el oeste. Evitar que Alemania pudiera combatir en un solo frente. Tanto que U. I. Lenin vincula el estallido de febrero con el comportamiento de las legaciones militares anglofrancesas. La revolución “burguesa” había sido concebida, desde esa lectura, como única posibilidad para que Rusia pudiera sostener tan insoportable esfuerzo de guerra; como el zarismo era demasiado impopular, no estaba en condiciones de continuar; por tanto, el derrocamiento del zar se volvía una política imprescindible. Pero una cosa era facilitar un nuevo orden para el mismo objetivo, y muy otra impulsar una completa revolución social aunque fuera “burguesa”.

Esa severa limitación facilitó un encabalgamiento entre los reclamos campesinos y los proletarios. Entre las tareas democráticas y las socialistas. Esa interdependencia de una revolución con la otra configuró la fuerza impulsora de Octubre, y vertebró en los hechos la alianza con los campesinos revolucionarios; esto es, impidió que el proletariado ruso quedara aislado. Conviene tener presente que sobre una población total de más de 120 millones de habitantes, apenas 20 vivían en centros urbanos, y solo tres eran estrictamente proletarios. Sin el respaldo del campo, la derrota de la revolución obrera hubiera estado garantizada, como había quedado en claro tras los fallidos intentos de 1905.

Octubre legaliza el saqueo campesino iniciado en febrero, efectiviza el poder soviético (que si bien estaba organizado, delegaba sus tareas de gobierno en los ministros de febrero) y firma la paz de Brest Litovsk. Es decir, ejecuta las tareas democráticas para estabilizar el flamante poder de la revolución soviética.

Eso sí, el acceso de los bolcheviques al poder coincidió con la conquista de la mayoría en el Soviet de diputados obreros y campesinos de Petrogrado. Y terminó desatando la guerra civil. Mientras ese poder libra una batalla en 14 frentes, la alianza obrero campesina se había terminado por consolidar. ¿La razón? Los campesinos, de todas las categorías sociológicas, comprobaron que el Ejército Blanco, donde lograba organizar su propia lógica política, les arrancaba la tierra para devolverla a sus antiguos dueños. El Ejercito Rojo, capitaneado por León Trotsky, en cambio, garantizó la expropiación y el parcelamiento; sin su victoria la derrota campesina se volvía un hecho incontrovertible.

Finalizada la guerra civil en 1921, las cosas cambian. La gramática de la revolución burguesa, con sus objetivos individualistas en el campo, choca de frente con los enunciados socialistas urbanos. Y los enunciados socialistas chocan, a su vez, con la desastrosa situación de la industria rusa. Ni las grandes fábricas, ni los pequeños talleres podían continuar. Si además se añade la destrucción física de buena parte de los obreros industriales –victimas de la guerra civil, de la destrucción de los medios de producción y de las necesidades administrativas del poder soviético– el cuadro no puede ser más desolador. Había que reconstruirlo todo, y el proceso de descomposición minaba la necesaria reconstrucción.

Además, la situación internacional era extraordinariamente hostil. Ni había triunfado el espartaquismo en Alemania (sus dirigentes fueron asesinados), ni se había consolidado la revolución húngara, al tiempo que en Italia, un ex socialista había encabezado una contrarrevolución novedosa: el fascismo. En estas condiciones Lenin entiende que es imprescindible normalizar los intercambios entre el campo y la ciudad. Alimentar las ciudades confiscando el excedente a punta de bayoneta, como se hizo entre 1918 y 1921, ya resultaba poco recomendable. Los expeditivos métodos de la guerra civil no podían eternizarse. Entonces, la nueva política económica: la NEP.

La NEP, que intentó normalizar las relaciones capitalistas en el campo, y con el respaldo de inversiones extranjeras reconstruir la industria soviética, se puso en marcha. El horizonte de la revolución socialista se volvió abstracto, nada parecido a la más elemental igualdad era otra cosa que miseria colectiva. Y todo lo demás reconstruía la más absoluta y brutal desigualdad. El control obrero de una producción que de hecho era casi inexistente, debía ser realizado por una clase obrera a reconstituir partiendo de campesinos zafios, sin olvidar que el partido bolchevique representaba a una clase revolucionaria destruida. Entonces, sin auxilio exterior, sin revolución en Europa, la subsistencia de la fortaleza sitiada se volvía imposible. Los bolcheviques lo sabían, y esperaban que Octubre fuera el gatillo democrático de la revolución socialista europea.

Mientras tanto, el más crudo sustitutismo (remplazo de fuerzas inexistentes, por burócratas existentes) se constituyó en la única norma posible. Lenin comprende la naturaleza de la deformación burocrática. Esa es su última batalla, y la pierde. Pero es preciso admitir que su resultado dependía más de la expansión del proceso revolucionario, que de medidas de autocontrol. El nivel cultural de una sociedad pone techo a sus posibilidades administrativas. Y la muerte del jefe, en enero de 1924, desata una furiosa lucha por el poder. Vladimir Ilich, en su testamento político, prevé el enfrentamiento entre Trotsky y Stalin, pero intenta que la sangre no llegue al río. Por cierto, fracasa.


Segunda parte

A 20 años de la caída del Muro de Berlín sabemos que una transformación socialista, para suceder, sólo puede ser obra de los trabajadores mismos, y no puede resolverse en el estrecho marco del Estado nacional.

A la combinación entre masacre campesina rusa, derrota del proletariado alemán, primero, y derrota del español, inmediatamente después, le siguió el asesinato judicial de los sobrevivientes de la dirección revolucionaria del PCUS: los juicios de Moscú. Los protagonistas conscientes de una política revolucionaria sufrieron la misma suerte que el resto de la sociedad rusa: fueron aplastados sin contemplaciones. Una ola de terror contrarrevolucionario se abatió sobre los camaradas de Lenin y Trotsky entre 1936 y 1938. Mediante los instrumentos más infamantes (la confesión obtenida en las mazmorras de la GPU), el comité central que encabezó la Revolución de Octubre fue humillado, primero, y asesinado, después, ante el silencio cómplice del mundo.

Sólo faltaban los oficiales del Ejército Rojo, los que no se habían descompuesto asesinando campesinos en la “colectivización forzosa”, e incluso muchos de ellos, fueron fusilados a su vez por la GPU: 30 mil oficiales pasados por las armas. La sociedad soviética quedó inerme frente a cualquier ataque exterior. La “fortaleza sitiada” recibió un golpe terrible desde dentro. Hitler tenía buena parte de su trabajo previamente facilitado. Sólo la defensa de la patria permitió movilizar, con argumento nacionalista, la sociedad rusa contra el ejército alemán. Hitler estuvo a un tris de salirse con la suya, pero lo cierto es que su derrota estabilizó –por todo un período histórico– la burocracia soviética.
Entonces, Stalin, que había ingresado a la guerra como aliado de Hitler (conviene recordar que se reparten Polonia, y que confiaba en que el pacto Molotov – Ribbentrop mantendría a la URSS fuera de la guerra), termina como aliado de las “democracias occidentales”. Pero antes rechaza la información de inteligencia –Richard Sorge desde Japón, la Orquesta Roja de Leopold Trepper, soldados alemanes que desertan del frente el día anterior a la invasión– ya que todos son, en su patética lectura, agentes del espionaje inglés. A juicio de Stalin, los nazis no tenían nada que temer de parte de la URSS. Y lo había demostrado al no intervenir mientras Francia era atacada por las divisiones panzer, permitiendo a Hitler combatir en un solo frente y vencer. Hitler lo sabía, pero creyó que podía conquistar Rusia para “repartirla” entre los nacional socialistas alemanes. Resultó un hueso duro de roer, y terminó siendo el comienzo del fin.

En Yalta y Postdam, Stalin y Franklin Delano Roosevelt, bajo la mirada atenta de Churchill, se dividen el mundo en áreas de influencia. La zona conquistada por el Ejército Soviético reproduce al poco tiempo, punto por punto, la “revolución desde arriba”, y la conformación de burocracias nacionales que copian el modelo ruso apoyados por el ejército ruso. La muerte de Stalin en 1953 pone fin al período más siniestro, sin cambiar en lo sustantivo la naturaleza del régimen.

El 20º Congreso del PCUS, con el informe secreto de Nikita Khrushchev, modifica la legalidad interna, pero conserva intacta la política internacional. Las crisis políticas en la Europa del este se intensifican; los obreros alemanes se lanzan a la huelga, los polacos plantean sus reivindicaciones, los húngaros se levantan en armas y toman el control directo de la situación en 1956, hasta que el ejército ruso interviene. El Muro de Berlín sintetiza, en metáfora inequívoca, la inconmovible estructura del régimen. Y la primavera en Praga del ’68 termina igual que todos los movimientos populares antiburocráticos: con los tanques rusos reprimiendo.

¿La tensión entre los “partidos hermanos”? La naturaleza de la relación entre burocracias con distintos intereses nacionales, y el conflicto chino soviético –verdadera cumbre del “debate político” del período– nunca fue otra cosa que un choque de intereses entre dos burocracias poderosas. La soviética intentaba someter a la china, y la china exigía un trato más igualitario. Para conseguirlo, Mao hace una alianza con Richard Nixon. A la hora de la verdad, el maoísmo y el stalinismo sólo tenían retóricas distintas. No en vano todavía hoy sigue siendo Stalin un héroe del panteón revolucionario de Beijing.
Lo cierto es que la “competencia pacífica” entre regímenes políticos opuestos – los que supuestamente habían construido otro mercado reglado en términos no mercantiles– concluyó con la implosión del más débil. La burguesía estadounidense resultó muchísimo más eficiente que la burocracia soviética. El programa de la Guerra de las Galaxias estaba fuera del alcance de la URSS, ni su producción de excedentes, ni su inventiva tecnológica podían soportar semejante competencia. La legalidad rusa no incluyó, jamás incluyó, la democracia política; por eso, en Moscú la guía de teléfonos seguía siendo un secreto de Estado. Y la democracia política, entre muchas otras cosas, sirvió, sirve para que el debate de ideas pueda llevarse a cabo.

Ahora bien, el desarrollo industrial ruso, mientras se trató de objetivos cuantitativos (millones de toneladas de acero, cantidad de tractores por hectárea cultivada) funcionaba. Claro que los tractores no duraban lo mismo que en EE UU, ni su uso permitía el mismo rango de productividad. Pero la cosa se trabó en serio cuando llega la computadora. Es que el capital tecnológico requiere libre choque de puntos de vista, y los hábitos que ese debate genera; por eso, en definitiva, la burocracia soviética terminó arrumbada, porque el libre examen de los asuntos permitía saber que usurpaba ilegítimamente el poder. Y que debía permitir el salto hacia la democracia socialista o conservar sus privilegios de casta, y condenar a toda la sociedad a una regresión sin cuento.

En definitiva, terminaron estando mucho más cerca de la restauración capitalista, que de la democracia obrera. Por eso la Perestroika terminó como terminó. La nueva NEP permitió la reconstrucción gansteril del capitalismo, los viejos burócratas se transformaron en los “nuevos dirigentes democráticos”, y por cierto, en los propietarios de pleno derecho de la propiedad caratulada pública. La restauración había concluido.

Entonces, a 20 años de la caída del Muro de Berlín sabemos que una transformación socialista, para suceder, sólo puede ser obra de los trabajadores mismos, y no puede resolverse en el estrecho marco del Estado nacional. No se trata exactamente de una novedad, después de todo la naturaleza del socialismo era una consigna del Manifiesto Comunista, pero aun así sigue siendo la única regla que importa, sobre todo cuando tiene como contrapartida tan profunda derrota histórica. De modo que la nueva crisis del capitalismo europeo, en estas condiciones, carece por el momento de salida popular. Y esa es la infausta novedad que aportó la derrota del socialismo al siglo que recién se inicia.

17 y 19/10/11 Tiempo Argentino