Recuerdos
del 27
Por Sebastián Artola
Movimiento Martín Fierro de Rosario
Perplejos frente al televisor, casi en silencio, de canal en canal. “¿Y ahora a
quién votamos?” fue lo primero que dijo el mayor de mis dos hijos, por entonces
de siete años. Le conté la noticia, se fue en silencio, volvió y me hizo la
pregunta. Tenemos dos. Pasan tanto tiempo en reuniones y actividades como en la
escuela y con amigos.
Los mensajes de textos de los cumpas que estaban censando, preguntando,
queriendo dudar, no creer. Las primeras palabras que pude escribir recién cerca
del mediodía: “Se fue quien devolvió al pueblo y a la militancia la esperanza de
que otra Argentina es posible. Que el dolor nos empuje para seguir más juntos
que nunca por este camino. De nosotros depende. Tomemos de su mano la bandera y
empuñémosla bien alta. Hagamos carne en cada uno de nosotros el proyecto
nacional. Llenemos la calle para darle a Cristina todas nuestras fuerzas. Para
decirle que estamos. Que somos más que nunca. Y que seguimos junto a ella hasta
el final en la construcción de una patria para todos”.
Había que salir a la calle. A las 20hs al Monumento a la Bandera, donde sino. La
impaciencia, la sangre alborotada y el cosquilleo en el estómago. Llamé a unos
cumpas: “Hagamos una pintada” / “¿Cuándo?” / “Ahora, ya”. Las paredes siempre
fueron la voz del pueblo, esta vez no podía ser la excepción. Calles desoladas.
Con ferrite negro en un paredón, a la tarde no tan tarde, pintamos: “Fuerza
Cristina. Néstor vive en cada uno de nosotros”. Desahogo. Un auto que frena, nos
sacan fotos, estaban de paseo por la ciudad.
De ahí a la sede de la departamental. Conocidos y no tanto. Voces bajas. Miradas
perdidas. Empezamos a caminar hacia el Monumento. Por Pellegrini. A paso lento,
dubitativo. En 1º de Mayo nos esperaba otro grupo que concentraba en la esquina.
Abrazo fundido. Ocupamos la calle. Armamos la columna. Empezamos a marchar.
Banderas, bombo y redoblante. Los primeros cantos, el ánimo que se aviva y el
rostro que se distiende. Voces intensas y desgarradas. El declive de la calle y
la ansiedad que aceleraban el ritmo. Arribamos al Monumento al canto de “¡Yo soy
argentino, soy soldado del pingüino!”. Aplauso cerrado de todos los ahí
concentrados. Compañeros de ayer y de hoy. Muchos que hace tiempo no veía.
Emoción. Lágrimas.
Llegamos a Buenos Aires la madrugada del viernes, serían las tres y media.
Hacemos cola. Adelante nuestro, pibes cantando el himno. Entramos a la Casa
Rosada, mi primera vez. Bandera y carteles en mano. El guardia que intenta
evitar que pasemos con las cosas pero no. En el silencio de la noche estalla
nuestra voz: “Compañero Néstor Kirchner, presente, compañero Néstor Kirchner,
presente, ahora y siempre, ahora y siempre”. Salimos con un aplauso eterno y los
ojos desbordados de lágrimas. Damos vueltas por la Plaza de Mayo aguantando que
amanezca y de a poco vuelve a llenarse de gente. Mejor dicho, de pueblo. De
pueblo y de jóvenes, muchos jóvenes. Grupos cantando por acá y por allá. Y
nosotros ahí, por supuesto. Graffitis, carteles, leyendas, frases. “Que la pena
se transforme en militancia” / “Mi único héroe en este lío”/ “Néstor con Perón,
el pueblo con Cristina”. Del silencio a la palabra. De la muerte a la vida.
Buenos Aires tomada, otra vez en octubre.
El cielo solloza. Como con Perón, como con Evita. Una y otra vez entramos en
filas cada vez más numerosas. Una despedida que no quería ser. La última con
Cristina. Las paredes de la Rosada vibraban con nuestro salto y nuestra voz
retumbaba en cada rincón. “¡Néstor no se murió, Néstor no se murió, Néstor vive
en el pueblo la puta madre que lo parió!” / “¡Néstor, Néstor, Néstor corazón,
vos sos nuestra bandera para la liberación!”. Entramos a los tropezones al Salón
de los Patriotas Latinoamericanos. Estaba ahí. Ella. El encuentro. La emoción
desatada, el cruce infinito de miradas en un instante, puño en el pecho y dedos
en V hacia nosotros.
Viernes a la tarde. Llego a Rosario y a casa. Me encuentro con mi compañera que
viene de uno de los barrios donde milita. Me cuenta de la tristeza en cada
rostro, en cada casa y las ganas de hablar de los vecinos. Mientras pateaba el
barrio se le acerca Margarita y le dice que se sentía en deuda con Néstor, que
quiere comprometerse, hacer algo por todo lo que él había hecho por ella. Meses
después inauguramos ahí la segunda Casa Compañera de Rosario, al costadito nomás
del arroyo Ludueña. La primera lo mismo, la abrimos en lo Cacho y Chichita. Los
conocimos en el acto que hicimos por el día de la militancia. Cacho ya no está,
se nos fue el veintiséis de julio, mismo día que Evita. Marino mercante y
gremialista. Pateó el tablero con Menem y volvió a creer con Néstor, como tantos
otros miles.
Mi hijo, el mayor de nuevo, que también vuelve del barrio, me lleva a su pieza y
me muestra un dibujo que había hecho y pegado en la pared sobre su cama. Tiene
una frase en letras bien grandes que dice: “Néstor vive en el cuerpo de cada
peronista”. Lo miro a los ojos, lo abrazo y sonrío…