El cumpleaños de una televisión sexista

Por Guillermo Marín*

En estos días nuestra televisión cumplió sesenta años. Corrió, corre y correrán litros de tinta para narrarla. Siempre hubo y habrá espacio suficiente en los medios gráficos para hablar de esa caja boba y talentosa a la vez. Y esta no es la excepción. Se dice que cada país tiene la TV que se merece; lo que en otras palabras quiere decir que fuimos igualitos a aquello que en los años ´50 brotaba de un cubo de madera con válvulas incandescentes, hasta lo que hoy somos en relación con lo que emerge desde una pantalla de LED tan finita como una hoja pero tan grande como godzilla. ¿Es tan así? ¿Tenemos, también, y en la misma escala una televisión inteligente y facilista que, según dicen los críticos de taquilla, vive tanto del escándalo berreta como de una programación genuina y fecunda? Ha pasado, se sabe, mucha cosa detrás del vidrio y sus pulgadas, desde aquello que cocía Doña Petrona hasta lo que hoy cocina Marcelo Tinelli. Desde señoras recatadas horneando budines de limón, hasta un pubis desnudo y danzarín envasado en un cuerpo siliconado y torneado hasta el asombro. “No importa el desnudo”, dijo con acertado equilibrio en La Nación el psicólogo Miguel Espeche, en relación a la aridez textil de Cinthia Fernández. Y agrega: “Lo más grave es que haya habido una imposibilidad de darle palabra a ese malestar que generó el desnudo frontal tinelliano”. Espeche también dice que “los consultorios de psicoterapia están llenos de consultas de quienes creyeron en esa liturgia sexual triple X, que extingue todo erotismo real y deja en un desierto emocional a sus seguidores”. ¿Pero de qué malestar hablamos? Cuando le pido un ejemplo, el especialista me aclara vía mail: “El varón le pide a su pareja que haga cosas, no porque le nazca como corolario de un juego de a dos, sino para reproducir las imágenes vistas en la pantalla. Es muy común que, al no ser tenidas en cuenta ya que se sienten como meros instrumentos de una imagen onanista, las mujeres se frustran, se enojan y allí se arman unos buenos líos. Aunque en menor medida, lo mismo puede pasarle al varón”.

El escritor Pedro Mairal catalogó el suceso de la chica Fernández como “histórico”. El escritor se refirió a nuestra maja desnuda siglo XXI (aunque comparar la obra goyesca con la imagen del bajo vientre de una modelito de turno, no es muy lícito que digamos) quien había llegado con algo de ropa al escenario del Bailando y se fue sin nada de él, como quien dice agua va. Y justificó, bajo el espejismo de un libertinaje artístico, la aparición de un pubis televisado que como una granada sin espoleta hizo sudar frío a la tele platea masculina para luego dejar un tendal de escombros a saber: ya a las pocas horas se supo que el canal debía pagar una multa millonaria por tanta desnudez. Aunque más allá de que el conductor ¿turbado? intentó en vano tapar la pantalla, la chica había cumplido lo pactado puertas adentro: liberar bajo contrato sus encantos. Sin embargo, nada se ha dicho de la cosificación televisada de (esa) la mujer, de su desprecio, de su degradación llevada hasta el límite, como un objeto hecho de carne para deglutir a la hora en que las familias cenan. No se trata de pensar la desnudez femenina en términos de tijeretazos y censuras, acaso se piensa al erotismo danzando sábanas adentro. No derrotado dentro de la mente reprimida, sino como una botella arrojada al mar con la esperanza de encontrar en ella un mapa misterioso que nunca devela el truco.

En la Argentina el maltrato simbólico televisado de la mujer es como una rémora que viene pegada de fábrica al control remoto de la TV. No faltará mucho para que el manual de usuario de la tele diga algo así como “apriete tal o cual tecla de su canal de aire preferido y disfrute, publicidad sexista de por medio, de su objeto sexual favorito”. Según un estudio realizado en 2011 por el Consejo Nacional de las Mujeres en conjunto con la Universidad Nacional de Quilmes, sobre veinticinco mil casos de pautas publicitarias en canales de aire (el estatal inclusive), en el 86% de los avisos relevados se constata la presencia de la subordinación de género, es decir, una situación de desigualdad de poder que confirma a las mujeres en una relación de inferioridad y dependencia frente a los varones. Y en sintonía con este imaginario la exacerbación del erotismo por el erotismo mismo. De todos modos, no sólo la publicidad suele reproducir estereotipos de grupo que representan modos del “ser mujer” como fetiches estigmatizados que entronizan lo femenino volviéndolo espurio y prostibulario. Si bien no hay estudios serios que hablen a cerca de cuánto hemos hecho (tanto varones como mujeres) por la violencia de género y el sexismo desde que apareció la televisión en nuestros hogares, todo indica que aún falta mucho por debatir (y legislar) sobre una materia que, con raras excepciones, venimos estudiando desde que nacimos. Feliz cumpleaños, entonces, TV. Pese a todo.

*Periodista

desechosdelcielo@gmail.com

 


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