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“Ojos mejores para ver la Patria”
13 de noviembre: “Día del Pensamiento Nacional”
Por José Luis Muñoz Azpiri (h) *
Salvo breves períodos, cuando el pueblo ejerció soberanamente su mandato, el
territorio argentino ha estado desde nuestro nacimiento como Nación en manos de
la contrarrevolución cultural. De aquí que la lucha por la emancipación nacional
e iberoamericana sea, fundamentalmente, un combate que se libra en el terreno
más difícil: el del pensamiento, el de las categorías culturales.
El maestro Osvaldo Guglielmino, quién desde sus juveniles 90 años sigue dictando
cátedra nacional, destaca que “Así como los ingleses urdieron el dominio
económico, es decir, el imperialismo de la libra cuadrada ante el fracaso de sus
invasiones por el kilómetro cuadrado, los liberales dependentistas forjaron la
trama conceptual colonizante para silenciar la realidad auténtica, la Patria
Grande proclamada en 1816 a nombre de la Provincias Unidas de Sudamérica e
institucionalizar la falsa y pequeña que formularon después a nombre de las
provincias Unidas del Río de la Plata”.
Cuando se produce el derrumbe de la Confederación Argentina, tras las batallas
de Caseros y Pavón, la incipiente vida autóctona nacional sufre un corte
drástico y traumático, más rudo para su identidad o autoconciencia que el de la
turbulenta Revolución de Mayo de 1810.El país se acultura moral y físicamente
mediante una europeización acelerada que le impone un poblamiento anárquico y
masivo y un sistema de instrucción pública que imparte, con la alfabetización,
un patriotismo desarraigado y teórico. Este último no iba más allá de la
devoción sentimental a los símbolos de la bandera, el himno, la escarapela y el
escudo, más el culto al progresismo cosmopolita que habían enseñado a
identificar lo propio con la barbarie, empujando a Santos Vega al limbo y a
Martín Fierro a la toldería.
“Ningún pueblo de habla española – escribió Alejandro Korn – se despojó como el
nuestro, en forma tan intensa, de su carácter ingénito, so pretexto de
europeizarse”. El modo más eficaz y violento de romper con ese “carácter
ingénito” fue la total carencia de gobiernos representativos, electos por
consenso expreso de la ciudadanía, desde 1852 hasta 1916. “Este país, según mis
convicciones – escribió Joaquín. V González – después de un estudio prolijo de
nuestra historia, no ha votado nunca. Todos nuestros gobiernos han sido, pues,
gobiernos de hecho”.
Por ésta y por tantas razones afines, Arturo Jauretche clasificaba a los
argentinos en nacionales y coloniales. Y por esto también, el historiador
Eduardo Astesano, sostenía fundadamente que en Nuestra América el concepto de
Nación contiene un elemento que lo singulariza frente al eurocentrista: el de la
lucha por la independencia que continúa hoy frente a las modernas estrategias
sobre todo transculturales, del neocolonialismo. En más de una ocasión hemos
comentado, no sin cierta amargura, que la cultura, el arte, la creatividad,
están exiliados de sus espacios tradicionales. Una subcultura preferentemente
audiovisual, mundializada a través de los medios técnicos se presenta como
cultura nueva y moldea el pensamiento. Pero apenas logra encubrir su nihilismo
radical. Se cumple la dramática sospecha de Hegel: el arte (y la Cultura) por el
lado de su “suprema destinación, es ya cosa del pasado; como expresión y
construcción de lo humano y de las formas de civilización, ha sido relegada a
las catacumbas. El poeta ha sido por fin exiliado de la polis”. Quién logra
adueñarse o intoxicar cuantitativamente, el Internet y los mecanismos globales
de comunicación, logrará incomunicar casi definitivamente a la verdadera
cultura. Quién se apropie del medio se apropiará de la verdad (que será virtual,
sin otro contenido que su nihilismo). La verdad será como pasa con la moda o la
comida chatarra: la impone mundialmente quién tiene el aparato financiero y
publicitario para imponerla. Por lo cual lo nacional, que es lo natural, que es
lo verdaderamente histórico, que es la realidad cierta, no es un extremo de una
antinomia, sino el centro, la única verdad básica de nuestra vida y nuestro
destino.
Por todas estas razones es sumamente oportuno recordar el imperativo que, para
una básica higiene mental, estableciera Raúl Scalabrini Ortiz: “Volver a la
realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una
virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber
exactamente cómo somos”. Que es a lo que se refería el gaucho Jauretche cuando
enseñaba que la cosa “cuesta al principio, porque hay que apearse de todas las
petulancias intelectuales que son tan caras al “culto” que generalmente es solo
un culterano porque practica una suerte de cursilería del saber. Cuesta también
porque está el riesgo de pasar como promotor del analfabetismo a medida que se
constata que el analfabeto razona más naturalmente que el erudito, porque aquel
ve las cosas directamente, con su propia vista, que luego es deficiente pero más
útil que el no mirarlas directamente sino buscar su imagen en el espejo que le
ha proporcionado una erudición antinatural. Más claro es decir que el hombre
sencillo tucumano está mejor enterado de lo que en Tucumán pasa, que el que solo
se informa cuando vienen reflejado desde alguna metrópoli ya interpretado,
clasificado y adoctrinado según el modo de ver de aquella”.
Es decir, los “ojos mejores para ver la Patria” que anhelaba el poeta Lugones,
porque cada hombre y cada pueblo logran el desarrollo y el afianzamiento de una
cultura propia mediante la armonización de su pensamiento con su entorno
natural, sus particularidades y sus condiciones subyacentes, que no son otros
que aquellos de donde partió Juan D. Perón para erigir su edificio político:
“Hemos dado una doctrina que no hemos extraído de nosotros sino del pueblo. La
doctrina peronista tienen esta virtud, que no es obra de nuestra inteligencia ni
de nuestros sentimientos; es más bien una extracción popular, es decir, que
hemos realizado todo lo que el pueblo quería que se realizase y que hacía tiempo
que no se ejecutaba. Nosotros no hemos sido más que los intérpretes de eso: lo
hemos tomado y lo hemos ejecutado. Ahora, como los auditores de Alejandro,
tienen que venir los que expliquen por qué hemos hecho esto; lo hemos hecho
porque el pueblo lo quería, porque hay una razón superior en el deseo popular”.
Este, y no otro, es el fundamento del pensamiento nacional.
* José Luis Muñoz Azpiri (h) es Prosecretario y Académico de Número del
Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”.
www.elortiba.org