Secretos de familia

El caso García Belsunce

Por Guillermo Marín*

Una de las obras más enigmáticas de Auguste Rodin es una que se conoce con el nombre de El secreto. La escultura de bronce de apenas 15 cm. de altura son dos manos entrelazadas ocultando en su interior algo que no es visible. Pero en la propia obra también encontramos un enigma que sólo puede ser descubierto por el observador atento: las dos manos son derechas. “Una primera interpretación nos habla de la invisibilidad de lo ocultado, pero que también lo que se encubre no pertenece a una sola persona sino a todos aquéllos que son representados por la otra mano. Es decir que el autor entiende que el secreto no puede ser exclusivamente individual: siempre hay otro”, dice Enrique Carpintero en su editorial de la revista Topía. Sin embrago, y más precisamente, es la literatura la que mejor exhibe e interpreta, a través de sus obras, ese conocimiento exclusivo que alguien (y sus circunstancias) posee de la vida de otro, y que se traduce en felices u ominosos secretos de familia. Es que las obras literarias y sus otros tipos de discurso (el teatro, el cine, por ejemplo), ya nos tienen acostumbrados: los lazos de sangre son el mejor condimento para sazonar una historia que se debata entre el cielo y el infierno y que, por lógica, cuando carga con uno o varios secretos de estirpe el lector tratará de desenredar a lo largo del relato. Es casi instintivo. Nos gusta saber. El caso María Marta García Belsunce, según lo determinó en estos días la justicia, es una obra macabra perpetrada por una familia que mantuvo (¿la seguirá manteniendo?) la omertá (código de silencio de la mafia siciliana) hasta las últimas consecuencias. Un crimen, se sabe, que no sólo lo tuvo todo (ocultamiento de pruebas sobre el cadáver hasta un “objeto mágico” llamado “pituto”), sino que el caso apunta a convertirse en un referente en materia criminológica de los últimos tiempos. ¿Una prueba? John Hurtig, medio hermano de María Marta y recién condenado a tres años y seis meses de prisión, fue quien pidió una nueva autopsia del cadáver un mes después del crimen. Sólo así se supo que la socióloga había recibido cinco tiros en la cabeza. Fue también quien informó del “pituto”, lo que permitió que el fiscal supiese de su existencia. Aunque más allá del veredicto dado por la Justicia, aún quedan preguntas que podrían darle al caso un plus agregado: ¿la condición social y la fama de una familia pueden jugar en contra para la justicia? Y dado el caso, ¿es nada más que una sensación que dispara la sociedad a quema ropa, una impresión maniquea que se tuvo de los Belsunce desde el principio de la investigación? Si nos gusta conjeturar, ¿hasta qué punto tenemos conciencia de ello? De todos modos, aún resuena en esa caja de cristal (el country) en la que se encierra esa políticamente correcta parte de la sociedad argentina, el sonido de la sospecha, donde mantener las apariencias a toda costa parece ser el leitmotiv de su existencia.
Al cierre de esta columna, Carlos Carrascosa, imputado por el homicidio de su esposa y quien purga una pena de cadena perpetua, aguardaba un encuentro con el resto de su familia, quienes pasarán a formar parte de la población carcelaria en la Unidad Penitenciaria Nº41 de Campana. Cada uno cargando con su sentencia. Cada uno con su íntimo secreto.


*Periodista
desechosdelcielo@gmail.co