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Un
17 de Noviembre
El 17 de noviembre de 1972 volvió Perón a la Argentina.
Por Enrique Manson
Terminaban 17 años de exilio en los que había fracasado la intención de borrar
al peronismo. Del presente y de la Historia.
Hubo en el mundo muchas persecuciones políticas. Los perseguidos sufrieron
proscripción, cárceles, torturas y muertes. El algunos casos se llegó al
genocidio, que la Argentina padecería pocos años después.
Al pueblo peronista no se le ahorró ninguno de esos calvarios.
En la escuela secundaria se enseñaba la materia Educación democrática, en la que
los argentinos oyeron hablar de la Segunda Tiranía, que no era otra que el
gobierno elegido en la forma más democrática de nuestra historia. (Fueron muchos
los que entonces se hicieron rosistas. Si la 2ª había sido tan buena,
seguramente la primera, la de Rosas, había sido igual).
El decreto militar 4161 condenaba a cárcel y al pago de multas a quien
pronunciara las palabras Perón, Evita, justicialismo, y otras.
Los generales nacionalistas que acompañaron a Lonardi compartían la posición
independiente del Tirano frente a los Estados Unidos y creían, a su manera, en
la justicia social. Para ellos, Perón se había desviado del verdadero programa
por su megalomanía. Había que reconstruir la alianza del ’45 con sindicatos
desinfectados, y practicar un Peronismo sin Perón.
El 13 de noviembre de 1955 se pudo ver que el proyecto no funcionaría, y
Aramburu y Rojas proscribieron el Partido Peronista, intervinieron la CGT y
fusilaron a los contrarrevolucionarios del general Valle.
Aramburu fracasó, y lo sucedió Frondizi con los votos de los proscriptos después
de pactar con Perón. Su integracionismo proponía un negocio equitativo: los
peronistas, pondrían los votos, mientras el partido de Frondizi, ponía los
gobernantes. Como los invitados no aceptaron, se volvió a la represión. En
febrero de 1962, los tercos peronistas, con el nombre de fantasía de Unión
Popular, volvieron a ganar las elecciones, lo que provocaría la caída de
Frondizi por acción de sus tutores militares.
En las elecciones de 1963, volvió la proscripción, y ganó Arturo Illia, con un
voto de cada cuatro, pese a lo cual quedaría en la historia como modelo de
democracia. En 1966, los militares, ante el peligro de que tras las elecciones
que debían realizarse el año siguiente se repitiera la situación de 1962,
optaron por derrocar al presidente radical.
El dictador Onganía pareció encontrar la solución. La daría el tiempo con la
muerte biológica del exiliado de Madrid. Pero el tiempo no le alcanzó y terminó
desplazado por Alejandro Lanusse, entre puebladas y magnicidios.
Entretanto, el peronismo sobrevivía y crecía en territorios sociales hostiles.
Buena parte de los sectores medios, que en 1955 habían sido antiperonistas, se
estaban convirtiendo. Sobre todo los jóvenes, creían encontrar en el viejo líder
nacionalista y en su base popular el paradigma argentino de los movimientos de
liberación que admiraban en países tropicales. Este realineamiento era
acompañado por la popularización de la guerrilla y de la figura del guerrillero
como modelo a seguir. Los militares argentinos, que desde tiempo atrás venían
perfeccionándose en el Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos o con
veteranos de la guerra de Argelia, habían recibido la Doctrina de la Seguridad
Nacional, y creyeron descubrir que la Tercera Guerra Mundial había llegado a la
Argentina.
Lanusse supuso que ante el nuevo peligro había que reconocer la existencia del
Tirano prófugo para alejarlo de los subversivos. Así, intentó sobornar a Perón
con su busto en la Casa Rosada y el pago de sus pensiones adeudadas. Cuando se
produjo la devolución del cadáver de Evita, Perón sintió el impacto, pero se
rehizo y terminó regresando al país y volviendo a la presidencia donde, por fin,
perdería la vida.
El peronismo había sido una alianza de sectores sociales en la que la armonía
superaba la lucha de clases. Pero los sectores medios –los políticos, los
militares, los intelectuales y aún los dirigentes sindicales del movimiento-
disminuyeron su compromiso en las horas de la prueba. No ocurrió así con los
trabajadores. Tal vez la frase “vayan a cobrarle a Perón” que muchos patrones
habían empleado, fue lo que decidió a muchos a “ir a cobrarle” al coronel en la
Plaza de Mayo. Cuando las condiciones de vida y de trabajo se endurecieron tras
la caída del tirano, los trabajadores no tuvieron dudas. El peronismo era su
movimiento. El que los había hecho vivir tiempos mejores y protagonizar la
política como no ocurría con ningún proletariado del continente.
Esta naturaleza explica su supervivencia. La resistencia tuvo un protagonista
colectivo, a partir de su identidad cultural y social. Y también de causas
concretas como el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de los
asalariados, y su exclusión de la política. Yo nunca estuve en política, siempre
fui peronista, dice el personaje de Osvaldo Soriano. Las mismas palabras
escuchamos en un acto recordatorio de Reynaldo Benavides, sobreviviente de los
fusilamientos de José León Suárez. Es que ser peronista era, ante todo, una
identidad, como ser negro en el África del apartheid o ser musulmán chiíta entre
los seguidores de Khomeini, en épocas del Sha.
El avión negro se llamaba Verdi
Hasta muy avanzado el proceso del Retorno, Lanusse, y la camarilla militar no
creyeron que fuera más que una bravata. Sin embargo, el Líder viajaba a Roma y
se reunía con la delegación que lo acompañaría en el avión de Alitalia Giuseppe
Verdi, en Buenos Aires los militares, y Lanusse el primero, oscilaban entre el
desconcierto y la furia asesina. “A mi la negrada no me va a hacer otro 17 de
Octubre”, le habría dicho el presidente a Antonio Cafiero. Eduardo Massera le
dijo a un periodista:
“-Si se atreve a venir le tiramos el avión abajo.”
Pero se atrevió. El 17 de noviembre, pese al enorme operativo de seguridad que
impidió a los miles de partidarios que lo recibieran en Ezeiza, Perón aterrizó
en territorio argentino
La movilización, conducida por la JP, fue acompañada por un intento de
sublevación de algunos cuadros de la Infantería de Marina, la fuerza más gorila
del arma más gorila, encabezados por el guardiamarina Julio Cesar Urien, en la
Escuela de Mecánica de la Armada. Ni siquiera estaban seguros de quienes podían
ser considerados los más seguros
Cuenta Miguel Bonasso en El presidente que no fue que aterrizado el Charter,
ascendió el comodoro Salas, a quien Perón comenzó a llamar “brigadier”, para
incomodarlo:
“-Usted puede descender acompañado, únicamente, por tres personas. Deberá
dirigirse directamente al Hotel Internacional. Puede optar también por
permanecer en el avión o regresar. Le ruego manifieste cuál es su decisión.
Perón puso en pie su metro noventa.
-No, no, vamos a bajar. Si no, ¿para qué vinimos?”
Después de pasar la noche en el Hotel, con una ametralladora apuntando a la
puerta de salida, al amanecer del 18 lo abandonó y se dirigió a su casa de
Vicente López.
Y Perón y su pueblo lograron reunirse esa mañana de noviembre, como dice la
copla popular:
A pesar de las bombas,
de los fusilamientos,
los compañeros muertos,
los desaparecidos.
Después hubo inflación importada. Después hubo enfrentamientos internos. Después
murió Perón.
Pero esa es otra historia.
Noviembre de 2011
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