Sobre
el concepto de burocracia sindical *
Por Juan Pedro Denaday
“No sé si pensar que tus declaraciones son el producto de una noche de insomnio
o es esa tendencia de algunos que se dibujan intelectuales y se creen
superiores, diferentes a los demás y hasta más inteligentes que el común de los
mortales. Pero, y disculpame que recurra a una frase peronista, la única verdad
es la realidad.
(…) Cuando te quejás de la CGT no podés reconocer que, nos guste o no, son
ellos los que hoy representan a los trabajadores.
También caes en el reduccionismo político de equiparar a la CGT con
Barrionuevo. Sería como equiparar a los empresarios con Martínez de Hoz
(…) A veces sos un intelectual brillante y otras veces opaco. Pero no olvides
que también fuiste un militante político y como tal merecés un análisis más
profundo y piadoso, pero siempre con los pies en la tierra”
Mail de Néstor Kirchner a José Pablo Feinmann en junio del 2006
Este pequeño texto –que como tal no pretende ser algo acabado sino simplemente
el disparador de algunas reflexiones- no puede rastrear la larga historia del
movimiento sindical argentino ni hacer un racconto sobre su adhesión masiva al
peronismo a mediados del siglo XX (el conocido debate sobre “los orígenes del
peronismo”[1]), cuestiones insoslayables para evaluar su todavía significativa
gravitación en la vida política nacional. Se propone algo más modesto y acorde
al espacio de esta publicación: cuestionar el uso abstracto e indiscriminado que
las distintas vertientes de izquierda hegemónicas en el movimiento estudiantil
hacen del concepto de “burocracia sindical”. En primer lugar, porque como lo ha
señalado hace siglos la filosofía y contemporáneamente la semiología la
utilización desproporcionada de un concepto le anula toda utilidad específica,
es decir, todo valor científico y explicativo (si “todo es política”, ¿qué es la
política?, si “todos son burgueses”, ¿qué es la burguesía?). En segundo lugar,
porque esta utilización es parte de un más amplio prejuicio anti-sindical muy
asentado en la progresía y la clase media argentina, incluidas corrientes y
personalidades que militan en el interior del kirchnerismo. Es curioso como los
medios periodísticos, intelectuales y muchos sectores políticos señalan
sistemáticamente la presencia de “mafias”, “negociados” y “métodos patoteriles”
en el mundo sindical como si le fuera de propiedad exclusiva y además
generalizable a todos sus sectores. En verdad tales prácticas son transversales
al conjunto de la sociedad argentina y nadie que por ejemplo pretenda
reivindicar la política diría “que la política es corrupta” porque hay
corruptos, como fue el latiguillo de los grupos económicos que impusieron el
modelo neoliberal manu militari anulando y desprestigiando la vida política,
única herramienta de los pueblos para enfrentar al capital. Asimismo, es
llamativo como se desconoce su vida interna. En el mundo político, empresarial,
intelectual o estudiantil nadie generalizaría un denominador común del conjunto
de sus sectores, menos aún para denostarlo livianamente, sino que al contrario
se suele apuntar inequívocamente a resaltar los matices y las diferencias
existentes. Aunque sea soslayado con generalizaciones, eso mismo ocurre y con
particular agudeza en el mundo sindical y dentro de la CGT, donde por ejemplo el
moyanismo es una corriente que agrupa sólo a algunos sindicatos, otros están en
manos de los “gordos” y existe un sector de “independientes” de disímiles
características. Sin embargo, cualquier acción de alguno de sus sectores es
adjudicada a toda la Confederación e inclusive particularmente a su Secretario
General. Un equívoco desmesurado. Nadie en su sano juicio responsabilizaría al
presidente de la FUBA de lo que hace un Centro de Estudiantes que forma parte de
su institucionalidad pero no es afín a su línea política, como pueden ser los
socialistas de Derecho o los radicales de Económicas. Pero para el mundo
sindical corren otras reglas.
Otro aspecto a resaltar es la confusión inconciente o utilitariamente deliberada
–algo muy común en la pretendida “pulcra” cultura de izquierda- entre método e
ideología al momento de utilizar el concepto de burocracia sindical. Si la
burocracia es un método (tal era la postura de Cooke, por ejemplo) puede ser
propia de sectores de izquierda o de derecha, liberales o nacionalistas, etc, y
entonces se trata de evaluar cada caso puntualmente. Sin embargo, la izquierda y
cierto progresismo utilizan indiscriminadamente el concepto de burocracia para
caracterizar a todos aquellos sectores de la dirigencia sindical que tienen otra
ideología que no es la suya propia. Es más, tal es así, que cualquiera que
conozca el funcionamiento interno de un partido de izquierda no dudará en
denominarlo como burocrático. Sin legitimidad popular, la mayoría tienen sus
propios popes que van a morir como sus líderes indiscutidos por el elogio y el
reconocimiento que se autoprofesan. Una lógica similar puede rastrearse en las
evaluaciones que se hacen de la interna de la CTA, que fue un verdadero papelón.
Los adalides de la “democracia sindical” dirimieron su interna en una trama
novelesca de acusaciones cruzadas de fraude y terminaron fracturando una Central
ya de por si débil, lo que jamás puede fortalecer la lucha de los trabajadores,
que necesitan de la unidad organizativa y de un gobierno que tire para su lado
al enfrentar al capital, por naturaleza infinitamente más poderoso. Eso fue
afortunadamente advertido por el sector de Hugo Yasky, que hoy procura
vincularse a la central mayoritaria. Pero hete aquí que más allá de sus acciones
concretas, hay quienes no dudan en presentar a Pablo Micheli como un ejemplo de
sindicalista “demócrata” y “combativo”, simplemente porque tienen más afinidad
ideológica o les simpatiza más su discurso cuyo alto voltaje es directamente
proporcional a su escasa capacidad de convocatoria.
En el ámbito de la historiografía esta utilización indiscriminada puede
encontrarse especialmente condensada en el libro Los compañeros: izquierda,
trabajadores y peronismo en la Argentina, 1950-1973 de Alejandro Schneider. El
interesante y riguroso trabajo desarrollado por el autor tiene un indudable
valor historiográfico pero incurre en la implementación de una serie de modelos
pre-establecidos propios de un marxismo de corte sociológico que lo llevan a
realizar un conjunto de interpretaciones unilaterales y reduccionistas.
Schneider denomina “burocracia sindical” a, prácticamente, todas las
conducciones sin discriminación. Así puede advertirse una lógica omnipresente
bajo la cual la dinámica de la lucha de clases la rigen comportamientos
invariablemente vinculados a una dirigencia siempre temerosa y conciliadora y
unas bases obreras siempre valientes y predispuestas a la combatividad. Es una
suerte de “teoría del tapón” común a buena parte de la historiografía
marxista[2].
Para nosotros el problema de la burocracia sindical debe ser abordado de una
forma totalmente diferente, definiendo antes que nada a que fenómeno concreto
nos referimos con “burocracia”. Porque en nuestra perspectiva es necesario
partir del proceso de “burocratización” propio de la sociedad moderna de masas,
tal como fue caracterizado en términos sociológicos por Max Weber, quien en lo
que aquí nos interesa señalaba: “La necesidad de una administración más
permanente, rigurosa, intensiva y calculable, tal como la creó –no solamente él,
pero ciertamente y de modo innegable, él ante todo –el capitalismo (sin la que
no puede subsistir y que todo socialismo racional tendrá que aceptar e
incrementar), determina el carácter fatal de la burocracia como médula de toda
administración de masas”. Esta fatalidad le permite a Weber señalar que “se
tiene que elegir entre la burocratización y el dilettantismo”, por lo cual “los
dominados sólo pueden defenderse normalmente de una dominación burocrática
existente mediante la creación de una contraorganización propia igualmente
sometida a la burocratización”[3]. Esta realidad insoslayable de la sociedad de
masas nos permite establecer los marcos de un debate entre lo que son meras
quimeras y debates serios. Si alguien quiere anhelar nostálgicamente la
comunidad roussoniana o a la democracia griega –con ilotas, ya sabemos- está en
su legítimo derecho de hacerlo, pero no es el marco para entablar un debate
sensato sobre las luchas sociales y políticas en las sociedades de masas, menos
aún las hiperespecializadas, con un capital supercentralizado y globalmente
comunicadas del siglo XXI.
Esta “ley de hierro” se le presentó al movimiento obrero argentino en los años
20, cuando se desarrolló la transición definitiva de la hegemonía anarquista y
sindicalista-revolucionaria a la sindicalista, al socialismo y al comunismo, en
los marcos del agotamiento objetivo del modelo agro-exportador y del incipiente
proceso de industrialización mediante la instalación de compañías
extranjeras[4]. Los anarquistas seguían adheridos al esquema de los pequeños
sindicatos de oficio, que si ya los había alejado del ejercicio de una
influencia en los sindicatos masivos de ferroviarios y portuarios, ahora no les
permitía ingresar en la nueva lógica organizativa de los emergentes sindicatos
industriales. Fueron precisamente los comunistas[5] quienes desarrollaron con
particular sistematicidad esta inserción y plantearon la necesidad de establecer
sindicatos únicos por rama industrial, un fenómeno pre-peronista[6]. Su mayor
influencia la obtuvieron precisamente cuando lograron conformar un sindicato
único nacional de la construcción, que impulsó la famosa huelga del año 36
contra el régimen de la década infame. Pero más allá de la voluntad política de
tal o cual sector, lo destacable es que el movimiento obrero fue naturalmente
buscando la unidad sindical para fortalecerse en su lucha contra el capital,
adaptándose a las nuevas realidades. Su asociación con el Estado peronista le
permitió a la CGT fundada en 1930 reunificarse y pasar de medio millón a dos
millones y medio de afiliados sólo entre 1943 y 1951. Eso es lo que logró,
además de las innumerables conquistas sociales, la revolución peronista.
Cualquier reflexión sobre la burocracia que no atienda los fenómenos masivos
carece de sentido de la realidad y de una defensa real y no sólo hipotética de
los intereses de las mayorías obreras. Esto no niega la existencia de
burócratas, traidores, corruptos, asesinos y todo tipo de escorias, como existen
en todas las esferas de la vida social. Pero hay que tener mucho cuidado con
tirar al chico con el agua sucia.
En términos políticos para nosotros burocracia significa un sector de la
dirigencia sindical que se escinde de la defensa de los intereses de los
trabajadores pasando a defender sus intereses peculiares como casta, a partir de
cuando no duda muchas veces en asociarse al propio empresariado para perjudicar
a los trabajadores y beneficiarse ella misma. Tal fue el caso históricamente
emblemático de Augusto Vandor [imagen] (y actualmente de Pedraza, Venegas,
Lescano, Barrionuevo y otros). Pero incluso aquí también es menester diferenciar
entre ideología y método. Es decir, los peronistas podían disentir de la
intención de Vandor de diferenciarse del destino de su líder y del peronismo en
tanto movimiento nacional, para constituirse como un “factor de poder” en los
marcos del régimen proscriptivo. Por esa razón fue calificado como “traidor”,
pero esa diferencia no alcanza para definirlo como un burócrata. Lo que lo
define como tal es que en sus manos la UOM perdió afiliados y sufrió miles de
despidos por la entrega sindical, debilitando al conjunto del movimiento
obrero[7].
Una dinámica completamente diferente han impulsado múltiples tendencias del
sindicalismo peronista a lo largo de la historia, y desde los años 90 el sector
liderado por Hugo Moyano, cuya labor ha fortaleciendo cuantitativa y
cualitativamente al movimiento obrero, colaborando a convertirlo en un actor
central de la vida política nacional luego de los duros golpes de la dictadura y
especialmente de los noventa. El surgimiento de la Juventud Sindical y de su
joven dirigente Facundo Moyano se inscribe en esta dinámica. Como todo otro
sector político y social tendrá limitaciones y cuestiones a mejorar, pero su
tendencia ha sido indudablemente progresiva, lo que se hace aún más evidente en
su comparación con los sectores que se proponen para sustituirla. La corriente
moyanista –que incluye a figuras destacables como Smith y Plaini- busca asimismo
superar el mero amarillismo, y por esa razón combina la defensa de las demandas
de sus propios representados con la adhesión al proyecto nacional y la
participación política. Su fortalecimiento es concomitante al proceso de
reindustrialización y conquistas sociales impulsado por el kirchnerismo, nueva
síntesis del movimiento nacional. Es el camino de la profundización de la
industrialización, de la independencia económica –No al Alca, No al FMI, control
del Banco Central, estatización de las AFJP, etc- y de la consolidación del
mercado interno lo que va a permitir que se siga desarrollando un sindicalismo
masivo y poderoso, sin cuya presencia protagónica es al mismo tiempo impensable
alcanzar una verdadera y total Justicia Social.
NOTAS
[1] La bibliografía básica al respecto es Gino Germani, Política y Sociedad en
una época de transición, Buenos Aires: Paidós, 1962; M. Murmis y J. C.
Portantiero, [1971] (2004) Estudios sobre los orígenes del peronismo. [Edición
definitiva], Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina; Juan Carlos Torre:
“Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo”, en: Desarrollo
Económico. Revista de Ciencias Sociales, Vol.27, Nº 112, febrero-marzo 1989, pp.
525-548; L. Doyon, Perón y los trabajadores. Los orígenes del sindicalismo
peronista, 1943-1955, Buenos Aires: Iberoamericana, 2006; Hugo Del Campo,
Sindicalismo y peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable, Buenos Aires:
Siglo XXI, 2005; J. C. Torre, La vieja guardia sindical y Perón: sobre los
orígenes del peronismo, Buenos Aires: UNTreF, 2006.
[2] En otro plano pero en la misma lógica del pre-juicio ideológico el autor
plantea, por ejemplo, que los propósitos de Juan Perón “siempre fueron
conservadores” durante la Resistencia y explica tal actitud por la búsqueda de
preservación de su liderazgo, cuando lo que sucedió fue precisamente lo
contrario, como se evidencia en las “Directivas generales para todos los
peronistas”. Durante los primeros años, Perón fomentó las posiciones más duras e
intransigentes de la resistencia, justamente, para evitar cualquier tipo de
asociación del liderazgo sindical -el sindicalismo como “factor de poder”- y
político -las variantes “neoperonistas”- del peronismo al nuevo régimen, lo que,
de desarrollarse, tendía naturalmente a menguar el peso específico de un
liderazgo ejercido desde el exilio. Su posterior enfrentamiento con Augusto
Vandor se inscribe en esta dinámica. Por otro lado, Schneider atribuye la
supuesta posición conservadora de Perón al hecho de que no buscaba el
“enfrentamiento directo con las Fuerzas Armadas”. Apreciar una posición política
como “revolucionaria” o “conservadora” tomando únicamente esta variable de forma
independiente y determinante y sin vincularla a las correlaciones de fuerzas y
las tácticas de lucha –por definición históricamente variables— es, como mínimo,
de un reduccionismo asombroso. Bajo la misma lógica podríamos construir un
“Perón guerrillero” años después, lo que es un despropósito. Ver Alejandro
Schneider, Los compañeros: izquierda, trabajadores y peronismo en la Argentina,
1950-1973, Buenos Aires: Imago Mundi, 2005, pp. 71-137.
[3] Max Weber, Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, México:
FCE, 1964, p. 178-179. Weber era un conservador y enemigo declarado de la
poderosa socialdemocracia alemana, con lo cual esto no eran “consejos a los
oprimidos”, sino lo que el alemán consideraba se desprendía inexorablemente de
su análisis sociológico.
[4] Una buena síntesis de este proceso estableciendo una relación -quizá algo
esquemática pero igualmente explicativa- entre Estado y organización del
movimiento obrero, se puede ver en Hugo Del Campo. “Sindicatos, partidos
«obreros» y Estado en la Argentina pre-peronista”, en Ansaldi, W. y L., M.J.
Estado y Sociedad en el Pensamiento Nacional, Buenos Aires: Cántaro, 1989.
[5] Para un estudio exhaustivo sobre la inserción de los comunistas en el
movimiento obrero argentino ver: Hernán Camarero. A la conquista de la clase
obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos
Aires: Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2007.
[6] Sobre la organización pre-peronista del sindicato único por rama y la
tendencia pre-existente a la centralización sindical, ver L.M. Doyon, “La
organización del movimiento sindical peronista 1946-1955”, Desarrollo Económico,
vol. 24, nº 94, Jul. – Sep. 1984, pp. 203-234.
[7] Ver Rodolfo Walsh, ¿Quién mató a Rosendo?, Buenos Aires: De la flor, 2007 y
Daniel James, Cap. Cuarta Parte: “La era de Vandor: 1962-66”, en Resistencia e
integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976, Buenos
Aires: Sudamericana, 1990.
* Artículo publicado en la Revista del CEFyL, para debatir contra el sentido
común del liberalismo -en este caso izquierdista, en otros derechista- todavía
predominante en los claustros de la UBA.
www.elortiba.org