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“La
Heroica Acción de la Vuelta de Obligado”
Por José Luis Muñoz Azpiri (h) *
Corría el año 1845. Desde años atrás, en la Legislatura de Buenos Aires se
venían alzando voces elocuentes y altivas, entre ellas la de Lucio N. Mansilla,
para abogar por los derechos de la República, desconocidos y ultrajados por las
potencias europeas que pretendían dominar en el Río de la Plata. El 3 de agosto
de 1845 se consumó el despojo de la escuadra argentina por los anglofranceses
que querían imponer violentamente su mediación entre Buenos Aires y Montevideo,
sitiada esta última por las fuerzas de Buenos Aires y aliada de Corrientes, a la
sazón en guerra con el gobernador Rosas.
El 28 de septiembre, los almirantes aliados declararon bloqueados los puertos y
costas de la provincia de Buenos Aires; tenían en su poder la isla de Martín
García y libre la navegación del río Uruguay y se disponían a abrir a cañonazos
la navegación del Paraná. Rosas resolvió movilizar las milicias de la costa, que
reforzó con algunos batallones de la guarnición porteña, y puso estas fuerzas
bajo el mando de su hermano político, el general Mansilla, con la misión de
detener desde tierra el avance de las fuerzas navales aliadas aguas arriba del
Paraná.
Mansilla, poseído de singular patriotismo, reunió a su pequeños ejército en la
Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro, donde
improvisó algunas baterías y aprovechó el tiempo, mientras la escuadra aliada
avanzaba hacia el Norte para tender de costa a costa una cadena formada por más
de veinte lanchones, botes y chatas, de modo de entorpecer, siquiera el avance
de los grandes barcos enemigos.
El 20 de noviembre, los buques franceses e ingleses, con 113 cañones del nuevo
sistema, de los calibres de 14 a 80, atacan las baterías: Los defensores de
éstas sólo tienen 35 cañones de antigua construcción, entre los de batería y
tren rodante de los calibres 4 a 24. El capitán de navío Tréhouart comandaba las
fuerzas francesas de ataque y el capitán Hotham, las inglesa. Lucio N. Mansilla
dirigía personalmente la defensa.
El combate fue tan reñido como sangriento y duró nueve horas, con un fuego
incesante, en el que se lanzaron varios miles de proyectiles. El arrojo del
capitán inglés, que se adelanta en un bote y corta las cadenas de las
embarcaciones acordadas, dando lugar a que sus barcos franquearan las baterías,
decidió la victoria a favor de los atacantes. Algunos buques fueron totalmente
acribillados y puestos fuera de combate y las baterías arrasadas y tomadas en
medio de una horrorosa mortandad de argentinos, franceses e ingleses. El general
Mansilla cayó herido de un balazo en el pecho, en momentos en que, a la cabeza
de sus soldados, encabezaba un ataque a la bayoneta contra las tropas aliadas
que desembarcaban. El jefe argentino certificaba así, con sangrante testimonio,
la gaucha decisión de ese puñado de valientes dispuestos a morir en la demanda
antes que dejarse avasallar. Las sombras de la noche se tendieron sobre el campo
de la cruenta acción, cubriendo piadosamente los cuerpos de vencidos y
vencedores. Los extranjeros habían logrado su objetivo táctico, pero los
sobrevivientes criollos se retiraron, protegiendo con denuedo la bandera
incólume.
El paso del Paraná quedó expedito para los invasores, pero aprendieron allí que
no era fácil la empresa de conquista. Frente a la superioridad técnica, frente
al avasallador poder de sus buques y armamentos, estaba una inquebrantable
firmeza hecha de heroísmo, digno de la epopeya.
Caillet Bois ha dicho que el recuerdo de esta acción “subsistirá como lección
saludable a las veleidades de la intrusión extraña”. Tal fue el comentario de
América y aún de la prensa mundial, que entonces se ocupó como nunca de las
cosas del Plata y rodeó el nombre de Rosas con un prestigio de americanismo que
de inmediato consolidó su situación política.
Es que hay derrotas que honran. Y Obligado es de esas.
Sobre la barranca que se alza en las márgenes del Paraná queda flotando el
símbolo de nuestra soberanía jamás declinada por los argentinos y que las
generaciones que se suceden sabrán conservar en la plenitud de su integridad.
* José Luis Muñoz Azpiri (h) es Prosecretario y Académico de Número del
Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”.