Los chicos rotos

Del maltrato infantil a la violencia de género

Por Guillermo Marin*

“Le pego por su bien”, “para que aprenda”, “mis padres hacían lo mismo conmigo y yo salí derecho y sin traumas” son algunas de las frases que arrojan los padres cuando utilizan y justifican el empleo del castigo físico como un método eficaz para educar a sus hijos. Sin embrago, la brutalidad desatada sobre niños y adolescentes muchas veces puede tomar el peor de los atajos: la violencia de género. No es un capricho conjetural cruzar estas dos concepciones que tienen como actor principal lo más vulnerable de la cadena social, sino que tanto una como otra idea poseen similar matriz: el sinsentido de la acción perpetrada. Según estadísticas que posee La Asociación Civil La Casa del Encuentro, en lo que va del 2011, ya son 18 los casos de chicos asesinados como víctimas de la violencia sexista. En estos últimos días el caso Tomás Dameno Santillán, el niño de 9 años de la localidad de Lincoln asesinado, según el fiscal que atiende la causa por su padrastro en venganza de su madre, ex pareja del supuesto instigador, quedó encuadrado dentro de lo que en violencia de género se reconoce como “femicidio vinculado”, es decir, la destrucción psíquica de la mujer sobre la cual se quiere ejercer la dominación.

Si bien en cualquier estrato social está aceptado el tirón de pelo, el chirlo o el grito como medida correctora, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), esos chicos se encuentran en situación de vulnerabilidad física, psíquica o emocional cuando aquellas prácticas educativas incurren en el abuso. En la Argentina, el maltrato infantil abusivo tomó en los últimos años una preponderancia notable. El ultraje se manifiesta de muchas maneras y todas ellas vulneran los derechos del menor protegidos por la Convención Internacional de los Derechos del Niño e incorporada a la Constitución Argentina. Sólo en Capital, de las casi 4500 llamadas que recibió en 2007 la Línea de Asistencia a la Infancia y la Adolescencia (102), el 79 por ciento fue por denuncias sobre negligencia y maltrato a menores de 21 años, aunque las cifras reales son mucho mayores, si se tiene en cuenta que sólo se denuncian dos de cada diez casos. En 2009, unos 300 niños de entre 4 y 5 años que asisten a los jardines maternales comunitarios de la Fundación de Organización Comunitaria (FOC), respondieron en forma anónima una encuesta donde describen que reciben castigos físicos cuando se "portan mal" y muchos de ellos quedan con una percepción muy lúcida y dolorosa de la situación. "Me siento mal y me da mucha bronca"; "Siento que no me quieren"; "Me duele y me escondo"; "Siento que no me tratan como a una persona"; "Me da mucho miedo y me voy a acostar". Otro tanto sucede con el castigo verbal, la ridiculización, el aislamiento o el hecho de ignorar a un niño que, según los especialistas es lo que enciende la llama del abuso psicológico. A pesar de que la Ley 26.061 de protección integral de los derechos de niños y adolescentes abrió un camino importante en cuestiones de prevención y contención, el trato indigno sobre menores sigue siendo moneda corriente en el país. Según datos de la Subsecretaría de Derechos para la Niñez, Adolescencia y Familia, en 2007 se recibieron casi 3300 denuncias de violencia familiar, que involucra la agresión física y psicológica de menores. De todos modos, a la hora de buscar los orígenes de este tipo de violencia, Noris Pignata, especialista en derechos de la niñez del gobierno porteño, señala que "existe una gran cantidad de componentes individuales, como puede ser que el sujeto que hoy golpea pueda haber sido una víctima, a su vez, en algún momento de su vida”.

Sin embargo, nada justifica golpear o agredir verbalmente a un menor si se tiene en cuenta la vulnerabilidad que poseen frente a un adulto. Según los expertos, hay que empezar por lo más básico: escuchar la voz de los niños y respetar su dignidad. En este sentido, los padres y maestros son quienes cargan sobre los hombros la misión de escucharlos en un marco de respeto y contención. Aunque lo verdaderamente preocupante, son los niños asesinados por sus propios padres o familiares. Según la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en los últimos dos años los casos denunciados aumentaron un 35 por ciento. También da cuenta de que el 80 por ciento corresponde a episodios de violencia dentro de relaciones vigentes o pasadas de pareja, sea que se trate de cónyuges, concubinos o novios.

Con todo, las políticas públicas ejercidas a través del Estado aún no dan respuestas suficientes a la hora de reducir el agravio o la violencia de género ejercida en los menores. Las noticias sobre violencia infantil siguen llegando casi a diario a través de los medios y se instalan en las portadas para luego pasar a ser un dato estadístico más, acaso una cifra desprendida de un objeto incompleto sobre el cual se puede armar y desarmar a gusto con las circunstancias. Aunque si bien el común de la gente no puede advertir si ese niño que pasa a su lado en una calle cualquiera llegará a convertirse en adulto o formará parte de un inventario judicial, quizás, para ello, deberíamos mirarlos con frecuencia a los ojos. El maltrato y la violencia son tan visibles en ellos como su propia inocencia.

*Periodista
desechosdelcielo@gmail.com

 


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