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Quiero
tener tu presencia, quiero que estés a mi lado... *
Violencia y escuela
Por Gabriel Brener **
Cuando algunos medios tratan lo que llaman “violencia escolar” como un
espectáculo no hacen más que confundir, quitar contexto y seriedad al problema
de la violencia en la escuela, que es de lo que menos se ocupan. Muy eficaces
para aumentar la temperatura de la intolerancia, una especie de concurso para
ver quién de los lectores de la versión digital escupe lo peor de sí mismo.
Prefiero intentar algunas explicaciones como ejercicio de comprensión de algo
tan sensible a nuestra sociedad, que necesita mejores soluciones.
Presencia adulta
Cuando los adultos no logramos mostrar que se pueden resolver problemas a través
del dialogo (por más confrontación o complicación que supongan) y nos espantamos
de como los chicos y adolescentes suelen resolver algunas contiendas en el
ámbito escolar, lo que estamos haciendo es "embarrar la cancha". Invocamos
reglas de juego que como adultos no cumplimos. No hay mejor ejemplo que el padre
que le dice a su hijo lo que tiene que hacer pero él no lo hace. Es necesario,
hacernos presentes allí donde los niños o adolescentes nos están llamando. Un
hacerse presente que va más allá de estar con el cuerpo, más precisamente se
trata de poner el cuerpo y estar disponible. Infinidad de situaciones
problemáticas que prefiero llamar violencias de baja intensidad son llamados de
los más pequeños para que los adultos nos hagamos cargo y nos animemos a
ayudarlos (nos) a convivir mejor, a poner palabra y dialogo, a poner límites,
allí donde aparece la cargada, el insulto, o la agresión física. Quizás no sean
llamados literales, porque a veces prefieren la ausencia del adulto, pero
concederles este pedido sin mediaciones, es no hacerse cargo frente a ellos. La
omisión de dichas situaciones por parte de los adultos suelen ser oportunidades
perdidas para anticiparse, minimizar o evitar desenlaces que luego lamentamos.
Sostengo que es imprescindible que los adultos seamos referentes para los más
pequeños, estando allí y dándonos por aludidos, mediando entre ellos y con la
cultura, ese es el lugar. Mirar para otro lado, enojarse y no actuar, quejarse
sin sentirse parte, son todas variantes de la ausencia adulta. Y esa ausencia es
territorio fértil para el vale todo que no es otra cosa que un vacio de normas o
las que ponen los más pequeños entre sí, que son geniales para inventar juegos
pero no para regular la convivencia en un aula o en la escuela. Nosotros, los
adultos, tenemos que marcar la cancha para jugar, y desde esa posición también
abrir el dialogo con nuestros alumnos y alumnas para comprender esas normas. Hay
que dotar de sentido a las normas, porque muchas veces resulta más cómodo y
simple un reglamento que se cocina entre dos o tres adultos, se escribe prolijo
y se pega en la pared o se manda por nota, con la expectativa que aquello
comenzará a ser cumplido apenas sea visto. Creencia condenada al fracaso que
alimenta esa nostálgica certeza de que todo está perdido, de que estamos en la
peor crisis. Y allí me asalta algo que siempre me hizo ruido, eso de que estamos
en crisis, lo escucho desde que tengo uso de razón. Philippe Merieu, notable
pedagogo francés me ayudo a entenderlo de otra forma. En una inolvidable
conferencia decía que solo no se está en crisis cuando impera el autoritarismo,
en los regímenes totalitarios que imponen una sola y única manera. Que en todo
caso la crisis es el precio que deben pagar las democracias para asumir
incertidumbres. Valioso aporte para pensar la construcción de la convivencia en
las escuelas.
Ser sujetos de las normas
Es que hay que partir de otro lugar, más incómodo y trabajoso quizás, también
más lento, que involucre más personas y de todos los colores. Directivos,
docentes, alumnos, no docentes y familias. Abrir la pregunta sobre la norma
significa resistir al acostumbramiento a tener que cumplirla sin saber para qué
ni cómo. Es resistir a la letra muerta, incluso nos permite mejorar las normas o
cambiarlas por otras. En la medida que les ofrezcamos a nuestros alumnos un
lugar de participación genuina y no simulada, que sean verdaderos sujetos de las
normas y no meros objetos de ellas, es más probable que sean de la partida y no
meros espectadores de una decisión que suelen vivir como ajena. Quizás desde
estas coordenadas sea factible negociar algunas normas sin quebrar la necesaria
asimetría entre adultos y alumnos, en las que los primeros tenemos la
responsabilidad de protección y enseñanza que no son asuntos contrapuestos sino
parte del mismo desafío. Cuando se transgreda la norma hay que cumplir con la
sanción prevista, y aunque a nadie le gusta pasar por allí, no es lo mismo
hacerse cargo de una norma con la que se estuvo involucrado que con aquella que
siempre se miro desde afuera. Si nos animamos a este desafío, que no tiene nada
de fácil y tampoco asegura resultados, es factible que muchos integrantes de la
comunidad educativa, empezando por los alumnos, logren mayor pertenencia con la
escuela, porque en la medida que la institución me tenga más en cuenta y me
permita ser parte de ella con lo que llevo puesto y pienso, es probable que yo
sienta que la institución ocupa más y mejor lugar dentro mío. Y entonces lo que
allí suceda no me dará lo mismo.
20 de noviembre de 2011
* Conferencia de P. Merieu en
http://www.me.gov.ar/curriform/publica/meirieu_final.pdf
** Gabriel Brener es Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas. Ex director de escuela secundaria. Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009, Ed. Miño y Dávila, Bs. As.
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