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“Allí
dejamos de ser seres humanos”
Emilce Moler es sobreviviente de La Noche de los Lápices, el secuestro de un
grupo de secundarios en La Plata.
Era estudiante secundaria y militaba en la UES. La secuestraron el 17 de
septiembre de 1976. Cuando la llevaban del Pozo de Arana a la Brigada de Quilmes
escuchó cómo bajaban del camión a sus compañeros que siguen desaparecidos.
Por Ailín Bullentini
Emilce Moler cerró los ojos y enderezó la espalda como si se hubiera vuelto a
sentar en el banco de cemento del que se aferraba cada vez que la venían a
buscar para torturarla. “Para recordar cómo era el lugar necesito ponerme como
estaba entonces, vendada, acurrucada en un rincón”, explicó ante los jueces del
Tribunal Oral Federal 1 de La Plata y de espaldas a los 26 militares y policías
imputados. Sin abrir los ojos, estiró los brazos hacia los costados y no tuvo
que esforzarse mucho para delimitar con ellos el ancho de la celda en la que
permaneció encerrada junto a diez mujeres, en su mayoría adolescentes, como
ella. Con el brazo derecho señaló que en esa dirección se encontraban “la sala
de torturas. O las salas. Puede ser que hayan sido dos en lugar de una
–detalló–. Sin dudas estaba a la derecha. Siempre que me iban a torturar me
sacaban para ese lado”.
Fue el único testimonio que se escuchó ayer en el juicio por más de 280 crímenes
de lesa humanidad cometidos en seis de los más de treinta centros clandestinos
de detención que integraron el Circuito Camps. El relato fue ordenado y, aunque
Moler no pudo reconocer a ninguno de sus torturadores, sobraron breves y
contundentes escenas que la mujer, una chica de 17 años cuando fue secuestrada,
aseguró no poder olvidar. Los gritos desgarradores de su amigo Horacio Ungaro.
Las canciones que sonaban en la radio encendida en el Pozo de Arana para que no
se escucharan los gritos. La voz del “Coronel”. La camisa cuadrillé marrón de
una de las tantas personas sobre las que la hacían sentarse en “los descansos
entre tortura y tortura, que no podía distinguir si estaban vivas o muertas”.
Los zapatos que dejó Eliana de Badell, una detenida chilena con quien compartió
celda en la Brigada de Investigaciones de Quilmes, cuando los guardias se la
llevaron para siempre. La lectura de los cargos que los represores le inventaron
para mantenerla presa durante más de un año en la cárcel de Villa Devoto, con
tan sólo 17 años.
La noche
La mujer madura que es hoy volvió a convertirse una vez más en la estudiante de
5º año de la Escuela de Bellas Artes platense y militante de la Unión de
Estudiantes Secundarios que, el 17 de septiembre de 1976, fue arrancada de su
cama por una patota de encapuchados armados que se presentaron como el Ejército
Argentino en la casa familiar. Volvió a subirse a uno de los tres autos que el
Ejército usó para ese operativo; a escuchar los gritos de la familia Pérsico y a
suspirar por la ausencia de su amiga Alejandra, que ya había huido de esa casa.
Volvió a indignarse al ver que la patota secuestraba a otra compañera suya de
escuela, Patricia Miranda, quien “no tenía nada que ver con la militancia”. Y
volvió a ingresar al “infierno”.
“Cuando llegamos a Arana yo digo que llegamos al infierno”, definió ayer a ese
centro clandestino. Hacinamiento en las celdas, falta de agua y de comida,
suciedad. “La reducción a cosa. Entramos ahí y dejamos de ser seres humanos, nos
arrebataron el nombre, la identidad, nos cosificaron”, recordó. Y a eso se suma,
claro, la tortura. Fueron cuatro días de manoseos, golpes, patadas y picana casi
sin descanso. Moler remarcó que lo “más terrible” era la picana eléctrica con la
que lastimaban su vagina y las quemaduras de cigarrillos. Atada en una cama,
desnuda, le decían que abriera y cerrara la mano cuando quería hablar: “A veces
yo abría la mano solo para frenar la tortura, no les decía nada. Paraban, pero
después me daban más fuerte”, recordó. Los ataques recrudecieron cuando los
guardias se enteraron de que era hija de un policía (el comisario inspector
retirado Oscar Moler).
En Arana, la estructura de poder era compartida por el Ejército y la policía. Un
día, la promesa durante tortura de “si no hablás va a venir el Coronel y va a
ser peor” se cumplió. Moler lo describió como alguien de rango alto porque “los
movimientos en Arana cambiaron cuando llegó”, aunque no pudo aportar más datos
que lo “grave” que sonaba su voz durante una sesión de tortura: “Me habló de una
manera paternal. Me pidió que colaborara. Pero como no respondí, me pegó una
trompada y mandó a que me asen a la parrilla”. El dolor de su cuerpo. El dolor y
los gritos “profundamente desgarradores” que daba Horacio Ungaro, a quien
conocía desde antes: “Eramos amigos de La Plata. Militamos juntos. Nos
torturaron casi juntos” en Arana. Allí, Emilce también se reencontró con otros
compañeros y compañeras de militancia: Claudia Falcone, María Clara Ciochini,
Gustavo Calotti, Ana de Giampa. Sabría luego de la estadía de un amigo más:
Francisco López Muntaner. Son las víctimas del operativo conocido como La Noche
de los Lápices.
Quilmes
El 23 de septiembre de 1976 la subieron a un camión “atestado de gente”, último
destino conocido de Falcone, Ciochini, Ungaro y López Muntaner. “A mitad de
camino los nombraron y los hicieron bajar. Después supe que estaban
desaparecidos”, reveló. El camión dejó a quienes siguieron viaje hasta la
Brigada de Investigaciones de Quilmes, en donde los recibieron con quejas:
“Hasta cuándo van a traer al jardín de infantes acá”, decían los guardias. La
mujer continuó cerca de Miranda, de Giunta, Calotti –los tres adolescentes– y
Fuentes, se cruzó con la hermana de Horacio, Nora Ungaro, conoció a Nilda Eloy
–ambas sobrevivientes– y a otras personas que están desaparecidas.
Allí le quitaron la venda y las esposas, “que siempre fueron un problema” porque
se le salían debido a sus pequeñas muñecas “y eso enojaba a los represores”.
Durante su paso por Quilmes pudo ver a su padre durante cinco minutos. “Me
alertaron de que no le dijera nada de lo que me habían hecho, pero no hacía
falta. Las marcas que tenía en el cuerpo eran demasiado visibles”, detalló Moler
frente al micrófono. Entonces, su padre le dijo que su vida dependía “de (el ex
comisario Luis) Vides y (el ex comisario Miguel) Etchecolatz” y que la situación
era “complicada”. Es que Moler padre había sido jefe de Etchecolatz en sus
tiempos de policía y “lo había sumariado por un ilícito”.
El blanqueo
Quilmes se convirtió en la comisaría de Valentín Alsina “el 21 o el 23 de
diciembre”, fechó Moler. Allí quedó a disposición del PEN hasta que el 27 de
enero del año siguiente la trasladaron a la cárcel de Villa Devoto, en donde
estuvo presa hasta el 20 de abril de 1978. “A mi papá le dijeron que yo era
irrecuperable para la sociedad”, comentó. No la dejaron recomenzar en La Plata,
un lugar que le costó años volver a pisar. Pero lo hizo, como medio de lucha, la
misma razón que la anima a volver a su época de cautiverio cada vez que la
Justicia se lo pide. “No estamos hablando del pasado, sino del presente
–mencionó, y afiló sus palabras hasta asegurarse de que se clavarían justo en
los oídos de los imputados que ayer la escucharon–. Porque estos señores que
están acá, que seguramente son muy mayores y no les quedan muchos años de vida,
están aplicando la herramienta de tortura más fuerte con la que cuentan ahora:
el silencio. Cada día que no hablan, que no cuentan qué hicieron con todas esas
personas que hoy faltan, todo esto no es pasado, sino presente.”
La quinta declaración
Es la quinta vez que Emilce Moler da testimonio sobre su secuestro. La primera
fue en 1985, ante el Equipo de Antropología Forense. La segunda vez fue en el
juicio contra Ramón Camps, en 1986. Repitió su historia en los Juicios por la
Verdad y en el proceso contra Miguel Etchecolatz.
–¿Qué tiene de diferente este testimonio?
–Que los represores están al lado de uno y que son muchos. Eso te condiciona.
Pero hay que pensar que es algo relativamente positivo porque están en el
banquillo. Es un desgarro desde lo personal, pero un avance en tanto ciudadanía.
A veces tanta repetición es desgastante para los que somos víctimas. Pero esto
es algo que empezó hace muchos años y entonces éramos pocos los que creíamos que
íbamos a conseguir justicia. Hay que ver esto como un logro de la lucha que
empezamos los que manteníamos la esperanza de que en nuestro país habría
justicia.
01/12/11 Página|12