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‘La
mujer y el sexo en la cultura occidental’, de James O. Pellicer
Por Eduardo Pérsico
Abarcar en un comentario bibliográfico lo expuesto en este libro de James
O. Pellicer, un argentino residente en los Estados Unidos desde 1963, sería
simplificar un trabajo que además de seriamente intelectual abarca detalles
históricos inusuales en estas investigaciones. Desde el matriarcado en la
historia primitiva, cuando la mujer fuera centro del clan y alrededor de ellas
se formara cierta primaria organización social, al siguiente paso de predominio
sexista y violento del hombre, - esa instancia de dogmática cultura sagrada en
que la mujer pierde casi todo derecho- ellas fueron erigidas en origen del
pecado. Y de ahí a los cánones modernizadores de la cultura occidental que
confiriera a las mujeres derechos y equivalencias jurídicas similares al hombre,
a veces muy retaceadas, pasó mucho tiempo. Y este siglo veintiuno no solamente
exhibe multitudes con mujeres de rostros más o menos velados postergadas como
personas, según acontece en regiones no muy exóticas del planeta, se suma el
crecimiento del femicidio como crimen sexista y cotidiano. Ese retorno tribal o
réplica de la dominación machista sobre las hembras expresado con violencia, hoy
por la acción de los grupos feministas recién conocemos más sobre los alarmantes
crímenes de género en el mundo.
Con su documentado trabajo James O. Pellicer nos ilustra desde la Era Común, con
la Venus Achelense, - una deidad femenina adorada varios cientos de miles de
años antes de la sociedad patriarcal y dato inicial de la abstracción y el
lenguaje primario de la especie humana- se demuestra una fértil tarea de
investigación sobre épocas donde la mujer como expresión del poder cultural y
religioso, no fuera considerada sierva del varón, señor y dueño de su cuerpo. Ya
en el Antiguo Testamento el concepto de ‘esposo’ sería Baal, dueño, propietario,
y ese Dios semítico se manifestaba entre varones y nunca en mujeres. Tan así que
‘algunos vigentes axiomas hebreos’ mencionarían ‘la bajeza del hombre es
preferible a la virtud de la mujer’; y cuando al recuperar Sodoma los hombres
quisieron abusar de los huéspedes de Lot, este le ofrece a sus hijas ‘que
todavía no han estado con ningún hombre, pero no hagan nada a estos hombres que
son mis invitados’. Una frase que según Pellicer no evitó que Lot continuara
siendo un respetable personaje bíblico, como igual nadie desaprobara al Rey
David, autor de los Salmos, por adueñarse de tantas mujeres y concubinas de
Jerusalén al retornar de Hebrón.
La descalificación en la religión católica hacia la mujer en general no pareció
preocupar a la feligresía femenina por ese papel secundario durante siglos, y
recién en el Nuevo Testamento Jesucristo violó algunas reglas que especificaban
la desigualdad de los sexos fijados por los esenios y los fariseos, y se mostró
enseñando a las mujeres que lo seguían en una actitud inusual para la época. Y
si al incluir a María Magdalena, Susan y Juana en su círculo íntimo se erigió en
un defensor de los derechos de la mujer, al prohibir al varón despedir sin causa
a su esposa evitaría que una mujer pudiera ser condenada sin juicio previo. Pero
claro, él era Jesucristo y el autor lo distingue de otros que hoy asombrarían a
cualquier practicante del catolicismo: La mujer debe portarse como Sara,
obediente a su marido Abraham, a quien llama su Señor’ (San Pedro: I 3: 1-6).
Las casadas estén sujetas a sus maridos en todo porque el marido es la cabeza de
la mujer’ (San Pablo, Efesios, 5:23-24), y luego el mismo Pablo dice ‘La mujer
aprenda en silencio con toda sumisión porque no le permito a la mujer enseñar ni
ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Adán fue formado
primero y después Eva, que se salvará engendrando hijos si permanece con
modestia'. (I Tim. 2:11-15). Y siguen
las firmas emitiendo opiniones tan machistas y descarriadas que casi sugieren
una sonrisa los dichos de personalidades notorias de esa congregación religiosa,
como la expresada por San Clemente de Alejandría, (150-215, Egipto) ‘La mujer
debe llenarse de vergüenza por sólo pensar que es mujer’, similar en intención
con lo dicho por San Agustín, el más grande escritor y Padre de la Iglesia,
cuando asegurara La mujer no está creada a la imagen de Dios. Es siempre Eva, la
tentadora, de la que debemos estar siempre prevenidos. No veo de qué utilidad
puede ser la mujer para el varón si excluimos la función de tener hijos’. Y en
cuanto el libro de Jaime Pellicer prosigue con muchísimas referencias similares,
elegimos un renglón antológico dicho por San Pedro Damián, año 1007 al 1072,
‘las mujeres, trampas de Satanás, basura del paraíso, veneno del espíritu,
espada de las almas, fuentes de pecado, ocasión de corrupción, prostitutas,
cortesanas, cerdos’, una definición que acaso por tratarse de un hombre tan
Santo al Damián no le fuera bien con las mujeres. Pero claro, tal vez por esas
cosas…
El mismo Pellicer que considera igualmente respetable a toda religión y un
asunto de absoluta incumbencia personal, entiende que algunas definiciones
‘sagradas’ en todas ellas no dejan de ser el mejor testigo de sus ideas en todo
trabajo de investigación didáctica. En síntesis, otro estudio más,
consustanciado y fundamental, de un escritor que nos sorprende con sus aportes
documentales y la amenidad inusual para desarrollarlas. Y nos incita a debatir
sobre la mujer en la historia, esa cuestión que los sectores del Poder ocultaran
durante siglos. Sencillamente dicho, hablamos de un libro magnífico y oportuno.
N. de Redacción: ‘La mujer…' cuenta con prólogo de María José Binetti. Y el autor
James O. Pellicer con varios doctorados obtenidos en Estados Unidos, publicó en
Argentina en 1990 ‘El Facundo, Significante y Significado’, un texto sobre las
ideas de Domingo F. Sarmiento.
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
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