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FILOSOFIA - TEXTOS CLASICOS DE PENSAMIENTO CRITICO
Introducción al marxismo (1961)
Por Henri Lefebvre
INTRODUCCION
Poco antes de la última guerra, la revista católica Archives de philosophie
dedicó al marxismo un grueso volumen (n.º XVIII de esa publicación). Desde el
comienzo de su exposición, los redactores de esa revista advertían a sus
lectores que no se debe considerar al marxismo como una simple actividad
política o un movimiento social más.
«Una visión tan estrecha falsearía las perspectivas. El marxismo no es solo un
método y un programa de gobierno, ni una solución técnica de los problemas
económicos; menos todavía un oportunismo vacilante o un tema para declamaciones
oratorias. Se presenta como una vasta concepción del hombre y de la historia,
del individuo y de la sociedad, de la naturaleza y de Dios; como una síntesis
general, teórica y práctica a la vez; en resumen, como un sistema totalitario.»
Ya en esta declaración liminar la hostilidad se revelaba en ciertas palabras
(«se presenta...»), pero sobre todo en la confusión deliberada entre doctrina
completa y «sistema totalitario».
Poco importa eso aquí; lo que no se debe pasar por alto es que sus enemigos más
encarnizados reconocen actualmente que el marxismo es una concepción del mundo.
Las polémicas de nivel inferior dirigidas contra él miden la trascendencia de
esa declaración de importantes teólogos y escritores católicos.
¿Qué es una concepción del mundo? Es una visión de conjunto de la naturaleza y del hombre, una doctrina completa. En cierto sentido, una concepción del mundo representa lo que se denomina tradicionalmente una filosofía. Pero posee un sentido más amplio que la palabra «filosofía».
Henri Lefebvre (1901-1991) Nacido en Hagetmau, Landas (Francia), estudió filosofía en La Sorbona de París, donde se graduó en 1920. Ya en esta etapa universitaria mostró claras simpatías hacia las ideas que se giraban en torno al proceso de la revolución de Octubre en Rusia. Su actividad periodística en distintas publicaciones de la izquierda le reveló como un joven filósofo marxista, con gran influencia sobre el pensamiento francés de su generación. En 1928, ingresó en el Partido Comunista Francés, donde militó durante una década, antes de abandonar una estructura en exceso rígida y sujeta a la disciplina estalinista. Traductor de Karl Marx, prosiguió una línea de reflexión basada en un marxismo humanista. Su obra Le Materialisme Dialectique, aparecida en 1939, le sitúa fuera del estalinismo y le aleja del Partido Comunista, del que no será expulsado hasta 1958. La publicación de Le Materialisme Dialectique, Le Nationalisme contre les Nations y Hitler au pouvoir. Les enseignements de cinq années de fascisme en Allemagne, le convirtió en blanco de las fuerzas de ocupación alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, lo que le unió en 1941 a la resistencia francesa, abandonando su trabajo como profesor de filosofía en institutos de provincias. Concluida la guerra, fue director de la Radiodifusión Francesa en Toulouse hasta 1949. Enfrentado al pensamiento estructuralista francés, muy orientado por Althusser, sus planteamientos del marxismo humanista tuvieron una gran influencia en el pensamientos de los años sesenta y setenta. Profesor de filosofía en Nanterre, vivió muy de cerca el Mayo del 68; este mismo año ganó una plaza de sociología en la Universidad de Estrasburgo y abandonó las clases en París, donde fue sustituido por Edgar Morin. Su carrera académica como profesor de sociología expresa el desplazamiento desde el campo de la filosofía, que lleva a Lefebvre a desarrollar tres líneas centrales en su trabajo: la ciudad y su espacio social, la vida cotidiana y el fenómeno de la modernidad. Su interés ya no por las estructuras, sino por las coyunturas, le acerca al movimiento situacionista. En 1978 retornó al Partido Comunista, al entender que su mayor independencia de Moscú había creado unas nuevas condiciones para el trabajo político y el debate de la izquierda, y sin que ello fuese a suponer una renuncia a su libertad de pensamiento. Los textos de Lefebvre, traducidos a numerosas lenguas, le han dado mayor notoriedad fuera de Francia que en su país natal. En Estados Unidos, el pensamiento postmoderno ha recurrido a sus análisis sobre la modernidad y la vida cotidiana. Su obra, muy extensa, comprende, entre otros libros: Le Nationalisme contre les nations, Éditions Sociales Internationales, París, 1937; Hitler au pouvoir. Les enseignements de cinq années de fascisme en Allemagne, Bureau d'éditions, París, 1938; Nietzsche, Éditions Sociales Internationales, París, 1939; Le Matérialisme dialectique, Alcan, París, 1940; L'Existentialisme, Éditions du Sagittaire, París, 1946; Logique formelle, logique dialectique. A la lumière du matérialisme dialectique, Éditions Sociales, París, 1947; Critique de la vie quotidienne, I. Introduction, Grasset, París, 1947; Marx et la liberté, Trois Collines, Ginebra, 1947; Pour connaître la pensée de Karl Marx, Bordas, París, 1948; Le marxisme, PUF, París, 1948; Contribution à l'esthétique, Éditions Sociales, París, 1953; Problèmes actuels du marxisme, PUF, París, 1958; La somme et le reste, La Nef de Paris, 2 vols., París, 1959; Critique de la vie quotidienne, II. Fondements d'une sociologie de la quotidienneté, L'Arche, París, 1962; Introduction à la modernité, Minuit, París, 1962; Métaphilosophie, Minuit, París, 1965; Le Langage et la société, Gallimard, París, 1966; Sociologie de Marx, PUF, París, 1966; Position: contre les technocrates, Gonthier, París, 1967; Le droit à la ville, Anthropos, París, 1968; La Vie quotidienne dans le monde moderne, Gallimard, París, 1968; L'Irruption de Nanterre au sommet, Anthropos, París, 1968; Du rural à l'urbain, Anthropos, París, 1970; La révolution urbaine, Gallimard, París, 1970; La fin de l'histoire, Minuit, París; Le manifeste différentialiste, Gallimard, París, 1971; Au-delà du structuralisme, Anthropos, París, 1971; La Pensée marxiste et la ville, Castermann, París, 1972; Espace et politique (Le droit à la ville II), Anthropos, París, 1973; La Production de l'espace, Anthropos, París, 1974; Hegel, Marx, Nietzsche ou le royaume des ombres, Castermann, París, 1975; L'Idéologie structuraliste, Seuil, París, 1975; La Présence et l'absence. Contribution à la théorie des représentations, Castermann, París, 1980; Une pensée devenue monde. Faut-il abandonner Marx?, Fayard, París, 1980; Critique de la vie quotidienne, III. De la modernité au modernisme (Pour une métaphilosophie du quotidien), L'Arche, París, 1981; Éléments de rythmanalyse. Introduction à la connaissance des rythmes, Syllepse, París, 1992. Traducidos a la lengua española, entre otros títulos: Ajustes de cuentas con el estructuralismo, Alberto Corazón ed., Madrid, 1969; Sociología de Marx, Eds. 62, Barcelona, 1969; Lógica formal, lógica dialéctica, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1970 (Siglo XXI, Madrid, 1972); Síntesis del pensamiento de Marx, Nova Terra, Barcelona, 1971; El materialismo dialéctico, La Pléyade, Buenos Aires, 1971; Introducción a la modernidad, Tecnos, Madrid, 1971; La revolución urbana, Alianza Editorial, Madrid, 1972; La vida cotidiana en el mundo moderno, Alianza Editorial, Madrid, 1972; Nietzsche, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1972; Marx, Guadarrama, Madrid, 1975; Hegel, Marx, Nietzsche o el reino de las sombras, Siglo Veintiuno, Madrid, 1976; El derecho a la ciudad, Península, Barcelona, 1976; Tiempos equívocos. Testimonio autobiográfico, Kairós, Barcelona, 1976; Los nuevos comportamientos políticos de la clase obrera, Castellote, Madrid, 1976; Síntesis del pensamiento de Marx, Nova Terra, Barcelona, 1976; Hacia el cibernantropo. Una crítica de la tecnocracia, Gedisa, Barcelona, 1980; Espacio y política, Eds. 62, Barcelona,1980; De lo rural a lo urbano, Eds. 62, Barcelona,1981; El derecho a la ciudad, Eds. 62, Barcelona,1982; El pensamiento marxista y la ciudad, Universidad Politécnica, Madrid, 1983; Marxismo, Ed. Hacer, Barcelona, 1983; La presencia y la ausencia. Contribución a la teoría de las representaciones, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1983. En lengua portuguesa, entre otros: O Direito à Cidade, Ed. Documentos, 1969, São Paulo, 1969 (Editora Moraes, São Paulo, 1991); A revolução urbana, UFMG, Belo Horizonte, 1970; O Pensamento Marxista e a Cidade, Ulisseia, Lisboa, 1972; Lógica formal, Lógica dialética, Ed. Civilização Brasileira, Rio de Janeiro, 1979; A Vida Cotidiana no Mundo Moderno, Editora Ática, São Paulo, 1991; A cidade do capital, DP&A, Rio de Janeiro, 1999. http://www.infoamerica.org/teoria/lefebvre1.htm |
En primer lugar, toda concepción del mundo implica una acción, es decir, algo
más que una «actitud filosófica». Y esa acción existe inclusive cuando no es
formulada y relacionada expresamente con la doctrina, cuando su conexión queda
sin formular y no da lugar a un programa.
En la concepción cristiana del mundo la acción no es otra que la política de la
iglesia, sometida a la decisión de las autoridades eclesiásticas; y aunque esa
acción carece de conexión racional con una doctrina racional, no por ello deja
de ser muy real. En la concepción marxista del mundo la acción se define
racionalmente, en relación con el conjunto doctrinal, y da lugar, abiertamente,
a un programa político. Bastan estos dos ejemplos para mostrar que la actividad
práctica, social, política, desdeñada o relegada a segundo plano por los
filósofos tradicionales, es parte integrante de las concepciones del mundo.
En segundo lugar, una concepción del mundo no es necesariamente la obra de tal o
cual «pensador». Es más bien la obra y la expresión de una época.
Para comprender plenamente una concepción del mundo se requiere estudiar las
obras de quienes la formularon, pero sin prestar atención a los matices, a los
detalles; hay que esforzarse por captar el conjunto. Pero si nos ocupamos de
filosofía propiamente dicha o de historia de la filosofía en el sentido
tradicional de esa palabra, buscaremos por el contrario los menores matices que
distinguen a los «pensadores» y expresan su originalidad personal.
¿Cuáles son las grandes concepciones del mundo que se postulan actualmente? Son
tres, y solo tres.
1) La concepción cristiana, formulada con gran rigor y claridad por los grandes
teóricos católicos. Reducida a lo esencial, se define por la afirmación de una
jerarquía estática de seres, actos, «valores», «formas» y personas. En la cima
de la jerarquía se halla el Ser Supremo, el puro Espíritu, el SeñorDios.
Esta doctrina, que trata, en efecto, de dar una visión de conjunto del universo,
fue formulada con máxima amplitud y rigor en la Edad Media. Los siglos
posteriores agregaron poco a la obra de Santo Tomás. Por razones históricas que
requerirían un estudio especial, la teoría de la jerarquía se adecuaba
particularmente a la Edad Media (no porque la jerarquía estática de personas
haya desaparecido desde entonces, sino porque era más visible, más oficial que
posteriormente). Esta es la concepción medieval del mundo, cuya validez se
postula aún en nuestros días.
2) Viene a continuación la concepción individualista del mundo. Aparece con
Montaigne, a fines de la Edad Media, en el siglo XVI; durante cerca de cuatro
siglos, hasta nuestros días, muchos pensadores han formulado o reafirmado esta
concepción con numerosos matices. No agregaron nada a sus rasgos fundamentales:
el individuo (y no ya la jerarquía) aparece como la realidad esencial; poseería
la razón en sí mismo, en su propia interioridad; entre esos dos aspectos del ser
humano –lo individual y lo universal, es decir, la razón— existiría una unidad,
una armonía espontánea, lo mismo que entre el interés individual y el interés
general (el de todos los individuos), entre los derechos y los deberes, entre la
naturaleza y el hombre.
El individualismo trató de sustituir la teoría pesimista de la jerarquía
(inmutable en su fundamento y cuya justificación se halla en un «más allá»
puramente espiritual) por una teoría optimista de la armonía natural de los
hombres y las funciones humanas. Históricamente, esta concepción del mundo
corresponde al liberalismo, al crecimiento del Tercer Estado, a la burguesía de
la belle époque. Es pues esencialmente la concepción burguesa del mundo (aunque
la burguesía declinante la abandone actualmente y se vuelva hacia una concepción
pesimista y autoritaria, y por lo tanto jerárquica, del mundo).
3) Por último viene la concepción marxista del mundo. El marxismo se niega a
establecer una jerarquía exterior a los individuos (metafísica,[3] pero, por
otra parte, no se deja encerrar, como el individualismo, en la conciencia del
individuo y en el examen de esa conciencia aislada. Advierte realidades que
escapaban al examen de conciencia individualista: son estas realidades naturales
(la naturaleza, el mundo exterior); prácticas (el trabajo, la acción); sociales
e históricas (la estructura económica de la sociedad, las clases sociales,
etcétera).
Además, el marxismo rechaza deliberadamente la subordinación definitiva, inmóvil
es inmutable, de los elementos del hombre y de la sociedad entre sí; pero no por
eso admite la hipótesis de una armonía espontánea. Comprueba, en efecto, la
existencia de contradicciones en el hombre y en la sociedad humana. Así, el
interés individual (privado) puede oponerse, y se opone con frecuencia, al
interés común; las pasiones de los individuos, y más todavía de ciertos grupos o
clases (y por lo tanto sus intereses) no concuerdan espontáneamente con la
razón, el conocimiento y la ciencia. Para expresarlo con mayor generalidad: no
existe la armonía que grandes individualistas como Rousseau creyeron descubrir
entre la naturaleza y el hombre. El hombre lucha contra la naturaleza; no debe
permanecer pasivamente a su nivel, contemplarla o sumergirse románticamente en
ella; debe, por el contrario, vencerla, dominarla mediante el trabajo, la
técnica, el conocimiento científico, y es de este modo como llega a ser él
mismo.
Quien dice contradicción dice también problema por resolver, dificultades,
obstáculos —por lo tanto lucha y acción—, pero también posibilidad de victoria,
de paso adelante, de progreso. En consecuencia, el marxismo escapa tanto al
pesimismo definitivo como al optimismo fácil.
El marxismo ha descubierto la realidad natural, histórica y lógica de las
contradicciones. Con ello aporta una toma de conciencia del mundo actual, donde
las contradicciones son evidentes (tanto que el mundo moderno es arrojado
irremediablemente en el absurdo, si no situamos la teoría de las contradicciones
y de su superación en el centro de nuestras preocupaciones).
El marxismo apareció históricamente en relación con una forma de actividad
humana que hizo evidente la lucha del hombre contra la naturaleza: la gran
industria moderna con todos los problemas que plantea.
Se formuló, además, en relación con una realidad social nueva, que sintetiza en
ella las contradicciones de esa sociedad moderna: el proletariado, la clase
obrera. Ya en sus obras de juventud, Marx comprobó que el progreso técnico, el
poder sobre la naturaleza, la liberación del hombre respecto de ella y el
enriquecimiento general provocaban en la sociedad «moderna», es decir,
capitalista, esta consecuencia contradictoria: la servidumbre, el
empobrecimiento de una parte cada vez mayor de esa sociedad, o sea del
proletariado. Durante toda su vida continuó el análisis y siguió el proceso de
esta situación; mostró que esa contradicción implicaba una sentencia de muerte
contra una sociedad determinada: la sociedad capitalista.
De manera que el marxismo surgió con la sociedad «moderna», con la gran
industria y el proletariado industrial. Aparece como la concepción del mundo que
expresa ese mundo moderno, sus contradicciones y sus problemas, para los que
aporta soluciones racionales.
Son tres y solo tres las concepciones del mundo, dijimos más arriba. Ello
significa que ciertas teorías propuestas actualmente como concepciones del mundo
no tienen ningún derecho a ese nombre. El existencialismo, por ejemplo, hoy de
moda, sitúa en el centro de sus preocupaciones la conciencia y la libertad del
individuo, tomadas como absolutos. Desde este punto de vista, el existencialismo
no es más que un ersatz tardío y degenerado del individualismo clásico.
Se sabe que repudia el optimismo fácil del individualismo clásico; se sabe
también que a veces se reviste de un barniz de marxismo, con el objeto de
«modernizarse» y hacer pasar de contrabando temas ya envejecidos. Eso no cambia
en nada lo esencial, que consiste en el esfuerzo por extraer una pretendida
verdad absoluta de una descripción de la «existencia» y la conciencia
individuales. Tres y solo tres concepciones del mundo. Ello significa que el
fascismo y el hitlerismo, a pesar de sus pretensiones ridículas, no han podido
ofrecer una «concepción del mundo». Quisieron dar la ilusión de una renovación
espiritual. Por encargo, los ideólogos del fascismo italiano intentaron escribir
una «enciclopedia fascista». Por encargo, los ideólogos del hitlerismo, como
Rosenberg, ensayaron una «interpretación» de la historia. Si examinamos más de
cerca estas mixtificaciones, no encontraremos más que un montón de detritus
ideológicos. Así, los ideólogos hitlerianos tomaron del más antiguo judaísmo la
«idea» de pueblo elegido y de raza, que «perfeccionaron» en nombre de
consideraciones biológicas discutibles. Tomaron del marxismo la noción del
«proletariado», pero tergiversándola en forma fraudulenta y hablando de
pretendidas «naciones proletarias» (Alemania, Italia, Japón) destinadas a vencer
a las democracias capitalistas. Y así sucesivamente. Un fárrago de nociones
tomadas de otros y deformadas, una acumulación de temas demagógicos sin conexión
racional (se trata, por el contrario, de una conexión afirmada con desprecio de
la razón): he ahí lo que fue la pretendida «concepción del mundo» que trajo el
fascismo.[5] Tres y solo tres concepciones del mundo. Para juzgarlas conviene
desprenderse previamente de la atmósfera confusa y pasional que rodea con
frecuencia estos problemas, y plantearlos en el plano de la Razón.
Por ser reciente, el marxismo no goza todavía de esa especie de prestigio
sentimental alimentado por siglos de expresión estética y filosófica. Posee el
atractivo de la novedad, de la «modernidad» en la mejor acepción del término.
Pero las largas meditaciones acerca de la muerte y del «más allá», incorporadas
en tantas obras, la prolongada exaltación del individuo como valor único y
supremo, crearon en torno del cristianismo y del individualismo un conjunto de
sentimientos confusos y poderosos. Antes de juzgar se deben dejar en suspenso
esas apreciaciones sentimentales, esos juicios de valor que permiten todas las
confusiones, justifican todos los errores y son el refugio irracional de todos
los que rechazan la Razón.
Es evidente que el individualismo está muriendo, aunque deje en la sensibilidad
supervivencias profundas. La historia del individualismo mostraría a los grandes
representantes de esta doctrina retrocediendo, cediendo terreno, comprobando con
disgusto la naturaleza antagónica, contradictoria, de las relaciones naturales y
humanas. Respecto de este punto fundamental, la obra de Nietzsche es
significativa.
Más todavía: el individualismo literalmente ha «estallado» debido a sus propias
contradicciones internas. La unidad armoniosa que sus grandes representantes
clásicos (Descartes, Leibniz, por ejemplo, después Rousseau) creyeron descubrir
entre el pensamiento individual y el pensamiento absoluto, entre la conciencia
individual y la verdad, entre lo individual y lo universal, se reveló
inexistente. En todas las formas del anarquismo: literarias, sentimentales y
políticas, lo individual se disoció de lo universal para oponerse a él.
Recíprocamente, lo universal no pudo mantenerse en esta tradición de pensamiento
más que destruyendo lo individual; se mantuvo bajo la forma de «imperativos
categóricos» (Kant), del Estado considerado como encarnación de la Razón (los
hegelianos de derecha), etcétera.
Se sabe por otra parte que todo el aspecto económico, jurídico y político del
individualismo —el liberalismo clásico, la doctrina del laissez /aire— ha
fracasado práctica y teóricamente. Y ello a pesar de los desesperados esfuerzos
de los «neoliberales».
Debido a sus contradicciones internas y a su incapacidad para comprender las
contradicciones en general, el viejo racionalismo, el viejo liberalismo y el
viejo individualismo se han descalificado.
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