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Itacumbú,
segundo episodio
Por Jorge Zabalza
Enero del 2006. El gobierno del Frente Amplio cumplía su primer añito y la dulce
espera apaciguaba los conflictos sociales. En ese clima de bonhomía general,
cuatro organizaciones sociales de Bella Unión, de las cuales UTAA era la más
conocida, tomaron un predio baldío de 32 hectáreas, ubicado en la entrada a la
planta de CALNU (hoy ALUR). La consigna “tierra para el que trabaja” inscribió
la toma en la lucha que viene desde los tiempos de Artigas y su reglamento de
1815, y que continuó, siglo y medio más tarde, con las marchas cañeras de los
años ’60. Tal vez, el episodio último de esa historia haya sido el “Movimiento
por la tierra y contra la pobreza” que lideró Raúl Sendic en 1986. El
guerrillero tupamaro planteaba, así nomás, sin vueltas, “expropiar sin
indemnizar” las superficies por encima de las 2.500 hectáreas y pasar a manos
del Estado la propiedad de los predios expropiados, aunque, desconfiando de la
administración estatal, propuso varias formas de entregar la gestión al pueblo
organizado. Desaparecido Sendic, desapareció la cuestión agraria del debate de
la izquierda parlamentaria, pero no así del imaginario de UTAA y los
trabajadores del norte uruguayo, quienes mantenían vivo el ideario artiguista y
de Raúl Sendic. A seis años de la toma de la chacra, las familias de la
cooperativa “15 de enero” han transformado el baldío en tierra productiva: caña
de azúcar, invernáculos, quinta de verduras, chanchos y gallinas, galpones,
jardín de juegos con piscina para los niños, experiencias en construcción con
barro y un centro de formación técnica . Los “peludos” de UTAA, en el lenguaje
de los hechos, están dando una batalla profundamente programática e ideológica
para romper el cerco latifundista que frena el nacimiento del Uruguay Productivo
para el pueblo uruguayo.
La inesperada toma de tierras repercutió inmediatamente en el plano
institucional. En el mes abril del 2006, el parlamento aprobó la ley No. 18.116,
que modificó el artículo 354 del Código Penal, creando el delito de usurpación y
convirtiendo en delincuentes a los luchadores sociales que toman tierras para
trabajar o terrenos para construir un techo (más del 11% de la población de
Montevideo). Para disuadir a quienes pensaran seguir el ejemplo de los
“peludos”, todos los sectores progresistas, incluyendo los parlamentarios de
origen tupamaro, votaron esta ley infame y reaccionaria. Por otra parte, a poco
de la toma de tierras, el gobierno se apresuró a desenredar la madeja
burocrática que demoraba el llamado “proyecto sucroalcoholero” y el 28 de junio
logró colocar la piedra fundamental de la planta de ALUR. Se invirtió un millón
de dólares en la tarea, entendiendo que el gasto valía la pena para contraponer
el modelo ALUR del progresismo a la “loca aventura” de los asalariados rurales.
Fue la respuesta ideológica y programática al reaparecido fantasma de la reforma
agraria .
Esta historia no se detuvo. En enero del 2007, cuatro productores lecheros de la
zona, con 80 vacas cada uno, tomaron otro predio de 400 hectáreas del Instituto,
ubicado en Mandiyú a varios quilómetros de Bella Unión. Apoyados por las mismas
cuatro organizaciones sociales que habían ocupado la chacra de CALNU, los
tamberos se instalaron en el campo con sus familias y actualmente continúan la
lucha, todos los días, trabajando desde el alba al oscurecer, porque la
ocupación es apenas una herramienta para conquistar un lugar propio en la
producción social. Meses más tarde 39 familias accedieron al Campo Placeres y
tiempo después ALUR adjudicó varias parcelas al grupo “Itacumbú” en Colonia
España e hizo lo mismo con 45 familias que se radicaron en la Colonia Raúl
Sendic. También a las 8 familias de la cooperativa ARCU se les entregó tierras
en la zona de Calpica. Muy ligada a las empresas capitalistas del campo,
Colonización ha sido incapaz de satisfacer la reivindicación de los asalariados
rurales, por lo menos no lo ha hecho con la masividad y profundidad necesarias.
Estos parches colocados para aquietar aguas encrespadas, eran insuficientes para
resolver el problema de fondo, mientras que, por el contrario, la acción de UTAA,
era una especie de ensayo de reforma agraria, demostraba que los trabajadores
eran capaces de hacerse cargo de la producción con responsabilidad y decisión.
La posibilidad de contagio era realmente peligrosa y llevó a que el Instituto
intentara una medida preventiva, desalojando a Ney Thedy, adjudicatario de la
fracción No. 52 de Colonia “Eduardo Acevedo” que debía parte de su renta.
Muchísimos otros colonos deben rentas al Instituto, algunos por montos muy
elevados... ¿porqué a ellos se les perdona la vida y, en cambio, el Instituto se
ensañó con Ney Thedy? Porque, con sus 70 años, era un sobreviviente de las
luchas del ´60, el único de aquellos luchadores sociales que recibió un pedazo
de tierra en el que fuera latifundio de Silva y Rosas, 33.000 hectáreas en aquel
entonces reclamadas por UTAA para trabajarlas en forma cooperativa. Una especie
de afiche vivo de la vieja consigna “por la tierra y con Sendic”, depositario de
la herencia histórica de “Cachorinho” Vique, Nelson Santana y Atalivas
Castillos, del “Manchao” Peralta, Jorgelino Dutra y Félix Bentín Maidana.
Pero, además, representaba la actualidad de esa lucha al ser padre de dos de los
tamberos que habían tomado tierra en Mandiyú. Simbólicamente se intentó
desalojar a Ney Thedy el mismo día que los viejos tupamaros recordaban al
fallecido Raúl Sendic en el Cementerio de La Teja. El apoyo de las
organizaciones sociales impidió la expulsión, pero, implacable, el Instituto
envió desde Montevideo cien coraceros armados a guerra para expulsar al anciano
de su tierra y dejar el predio bajo custodia. La persecución prestigió a Ney
Thedy. Como se volvió emblema de la dignidad, atrajo la ira del poder político,
que lanzó una campaña de difamación contra el veterano. Primero se lo acusó
falsamente de arrendar el predio a empresarios arroceros y embolsarse una
fortuna, y luego, Lucía Topolansky mintió en una entrevista con Víctor Hugo
Morales, acusando a Thedy de desviar el destino de su parcela y dedicarla a la
cría de caballos de carrera (¿?). Es la vieja lucha de ideas entre los dueños
del Uruguay y el pueblo organizado. En los momentos de definición, unos, como la
Topolansky, toman partido por las ideas más reaccionarias y, otros, como las
organizaciones sociales de Bella Unión, asumen la agitación de los valores de la
justicia social y la solidaridad de clase.
La lucha no se detuvo con el escarmiento propinado a Ney Thedy, la Comisión de
Tierras dinamizada por UTAA, presentó proyectos que se traspapelaron o
encajonaron en el Instituto, de manera que, para librarse de las eternas esperas
en las puertas de oficinas, el viernes 13 de enero del 2011, 80 afiliados a UTAA,
poco supersticiosos ellos, tomaron 530 hectáreas en la zona de CAINSA.
Entrevistados por algunos medios, denunciaron la condición de usurero
antipopular del propietario del predio tomado, y fundamentaron la toma como una
medida de la lucha del sindicato en el marco de la batalla por “tierra para
trabajar”. Después de ser citados tres de sus dirigentes por el juez letrado de
Bella Unión, quién amenazó con aplicar el novísimo delito del Código Penal y
mandarlos presos por haberse atrevido a tomar tierras estériles, los ocupantes
acamparon en las orillas del Itacumbú, contra el puente de la ruta 3. Allí
esperan que el Instituto de Colonización del Uruguay se digne a darles una
respuesta clara a los proyectos presentados en los últimos años. La incapacidad
política del organismo del Estado es la razón de fondo para que los asalariados
se vean obligados a seguir apostando a los métodos de acción directa.
El proceso real y la conciencia popular
A los feligreses más ingenuos les parece insólito que los trabajadores tomen
medidas de fuerza. Más allá de lo justo del reclamo tierra para trabajar,
entienden que deberían ser más pacientes y esperar sin ansiedades que el
gobierno les resuelva el problema.... Porque, como dicen Astori, Bergara y
Lorenzo, nunca han sido tan auspiciosas las cifras de la macroeconomía, se han
batido todos los récords, creció el producto bruto pese a la crisis mundial,
crecieron las exportaciones de soja y el turismo, también las importaciones de
cero quilómetros y de laptops, nunca hubo tanto empleo como ahora, el crédito al
consumo se fue a las nubes, la pobreza bajó a su piso, el manejo de la Deuda es
genial y vivimos en la isla de la fantasía. Entonces... si el gobierno ha
logrado ese clima de bonanza para los “nuevos uruguayos”, ¿cómo es posible que
los “peludos” lo desconozcan, desconfíen del gobierno y salgan a la calle a
luchar?
El pesito más que casi todos tienen en el bolsillo actúa como un blindaje que
protege la conciencia e impide la percepción de los aspectos más ingratos del
proceso en desarrollo. Por ejemplo, es cosa bien sabida –los medios se encargan
de ello- que en el Uruguay Progresista la superficie cultivada con soja se
expandió desde menos de 30.000 hectáreas en el 2004 a más de 850.000 en el 2011,
y que se elevaron las cifras de exportaciones del grano a niveles desconocidos.
Los uruguayos lo festejan como un logro progresista, pero pasan por alto que los
“pools” de siembra argentinos controlan el 60% de la soja uruguaya, que el 95%
de lo cosechado se exporta sin industrializar y que tres empresas
estadounidenses monopolizan las ventas de soja al exterior. Ignoran
absolutamente que toda la soja sembrada es transgénica y que aumentó en un 400%
el riego con agrotóxicos del campo cuyos frutos comen. El “agronegocio” sojero
es un proyecto del gran capital transnacional que especula en la bolsa de
Chicago con los “commodities”, no le interesa el manejo sustentable de la tierra
uruguaya y nada tienen que ver con el sueño frenteamplista del Uruguay
Productivo. Por el contrario, se consolida el papel de proveedor de materias
primas que nos asigna la división internacional del trabajo. Por ser la síntesis
de la nueva maldición de Malinche, el modelo sojero es clave para desentrañar lo
que ocurre en la realidad económica y social del Uruguay por detrás de la
retórica gubernamental sobre la “bonanza”.
En el Uruguay Progresista las inversiones extranjeras directas han crecido desde
332 millones de dólares a 2.358 millones en el 2010, año récord en que crecieron
un 48% respecto al año anterior (2009). Claro que no se presta atención al hecho
de que los capitales fueron atraídos por las neocolonialistas leyes de Zona
Franca y de Inversiones, bases jurídicas del “buen clima de negocios” o, sin
eufemismos, de la entrega del país al capital extranjero. En el Uruguay
Progresista las empresas transnacionales que se dedican a la forestación (Stora
Enso, UPM, Ence y Weyerhaeuser) alcanzaron a ser dueñas de, por lo menos, medio
millón de hectáreas de tierras, la mitad de la superficie dedicada a la
plantación de pinos y eucaliptos. Es conocido el hecho de que una empresa
brasilera compró frigoríficos uruguayos hasta controlar el 40% de la faena de
carne vacuna y ovina. Toda las fases de la cadena productiva del arroz está en
manos de capitales brasileros. Es verdaderamente poco entendible que estos
aspectos medulares de la vida del Uruguay sean ocultados a las grandes mayorías
y que ellas aplaudan a rabiar las cifras conque se ocultan la invasión de la
economía nacional por el capital extranjero.
En el Uruguay Progresista se pagan los intereses y amortizaciones de la deuda
externa antes que nada y después de pagados los acreedores, se destina un millón
de dólares por día a las fuerzas armadas y otras cuantiosas cifras en pesos
uruguayos a la policía. Entonces sí, los parlamentarios se atreven a debatir las
sumas que el presupuesto nacional otorgará a la salud pública, la educación y la
vivienda. “Vivimos pagando y morimos debiendo” dice Eduardo Galeano pero,
además, el hecho de pagar y pagar deuda externa, impide al gobierno pagar como
es necesario la deuda interna.
La era está pariendo un nuevo Uruguay, es cierto. Un Uruguay proveedor de
materias primas en bruto, país de servicios turísticos y país plaza financiera.
Un Uruguay Neocolonial, el modelo que el Frente Amplio repudió durante toda su
corta historia. ¿Saben ahora porqué hay quienes salen a la calle a luchar? Pues,
pura y simplemente, porque tomaron conciencia de adónde conduce el proceso real
de la economía y decidieron resistir y resistir la entrega. No hay blindaje que
resista a la lucha de clases.
Teoría de las estacas
Abruma lo extenso y profundo del sentimiento religioso que han logrado imponer a
la subjetividad de los frenteamplistas, una forma de sentir y de pensar que
determina actitudes tipo “mano de yeso” e incide directamente en todos los
aspectos de la vida social y política. Lateralmente, la fe religiosa impuesta
masivamente demuestra como los medios modernos de comunicación penetran mucho
más eficazmente que los instrumentos de alienación usados por la clase dominante
en el siglo pasado. Perforar la pesada lápida que aplasta la capacidad de
crítica se ha constituido en el principal desafío de los que tienen un horizonte
revolucionario. Es preciso recalcar que la ocupación del campo fue una
movilización de masas, decidida en el sindicato y en la Comisión de Tierras.
Fueron los trabajadores de la caña de azúcar, en uso de su proverbial
independencia de criterio, quienes supieron quebrar la hegemonía de la religión
imperante y sorprendieron a la opinión pública, pero también obligaron a
repensar las relaciones entre el movimiento de masas y la acción de los
revolucionarios.
Es cierto que hoy los trabajadores tienen un pesito más pero, sin embargo,
cuando se sientan a la mesa cada día, no pueden dejar de pensar que “si la torta
ha crecido tanto... ¿porqué no nos tiran huesos con un poquito más de carne?”.
En función de esa ecuación tan simple salen a exigir redistribución del ingreso
y chocan con patronales como las de la industria metalúrgica, que se niegan
devolver un sólo peso de los miles que han arrebatado, o con directorios como
los de la banca oficial, que se ríen cuando se les reclama cumplir con la
palabra empeñada. No es que los trabajadores se nieguen a negociar, simplemente
les parece más sensato golpear donde más le duele a las patronales y al Estado,
buscando cambiar la correlación de fuerzas para negociar en condiciones más
favorables ¿Está mal acaso esa táctica o hay que sentarse a negociar por
principio, aunque sea en las condiciones más desfavorables? Nadie podrá
convencer al asalariado que postergue sus intereses económicos porque el
gobierno es progresista o porque los patrones son amigos del gobierno. La
crudeza de la reacción autoritaria y las ambigüedades de algunos dirigentes
sindicales, provoca que se reactive el instinto anticapitalista conque nacen los
asalariados y que está anestesiado por el pesito más en el bolsillo. No es de
extrañar que, entonces, algunos de ellos vuelquen la mirada hacia los sectores
sindicales que les proponen la lucha digna e independiente de los intereses del
trabajador. Lo que ocurre en Bella Unión es un ejemplo paradigmático del
fenómeno.
Cuando a fines de los ’50, las papas empezaron a quemar, cobró actualidad el
término “revolución”, revalorizado sobretodo por la proeza cubana, las luchas
sociales se hicieron políticas y, en consecuencia, mucha gente salió a buscar
referencias revolucionarias en pleno Uruguay Batllista. A pesar de que en su
mayoría votaban a Luis Batlle o Fernández Crespo, los trabajadores no se
equivocaban a la hora de reivindicar sus intereses inmediatos y elegían
socialistas, comunistas y anarquistas para las direcciones sindicales. De la
misma manera, tampoco se equivocaron cuando tocaron los clarines y buscaron con
la mirada los luchadores con larga historia de firmeza ante las patronales y de
consecuencia con los principios clasistas. En ese lugar, los textiles
encontraron a Jorgelina Martínez, Luis Correa Páez y Héctor Rodríguez, los
obreros del caucho a León Duarte, Washington Pérez y Conrado Fernández, en el
Cerro y La Teja a Ruben Sassano, Nuble Yic y el Pocho Hornos, en Fray Bentos al
“Ciego” Macedo y al “Negro” Franco, y los “peludos” ya sabían dónde estaban los
primer campamento del Itacumbú. En los ’60 había muchas estacas clavadas en la
punta revolucionaria del abajo que se movía que sirvieron de referencia natural
de la combatividad política y de la acción directa.
Al igual que en el Uruguay Batllista, hoy se duermen inocentes sueños en brazos
de la demagogia, pero la confusión es mucho mayor todavía, pues en aquellos
tiempos se sabía con claridad quién era quién, la derecha estaba con la clase
dominante y la izquierda con los trabajadores. Aún así, por muy espesa que sea
la bruma, nadie puede entender que el gobierno esté favoreciendo al capital
extranjero y amparando a los impunes del terrorismo de Estado. Nadie se explica
un cambio tan drástico en los valores y las actitudes, al traslucirse las
contradicciones entre los hechos del presente y los dichos del pasado, horroriza
descubrir hipocresía y doble moral en quienes alguna vez fueron referencia
revolucionaria. Ese es el momento en que “cae la ficha” y los que comulgaban con
la religión se vuelven herejes, se atreven a pensar críticamente y critican
abiertamente las claudicaciones e incongruencias del progresismo. La sensación
térmica es diferente a la de dos o tres años atrás.
Aunque parezca una visión exagerada, se puede pensar que la forma de resolver la
cuestión agraria en Bella Unión entraña o implica la puesta en práctica de una
concepción revolucionaria y que la estrategia en adelante sería, simplemente,
extender la metodología de lucha de UTAA a todo el movimiento popular. Sin
embargo las papas no están ni siquiera tibias todavía. Falta tiempo de lucha,
mucha lucha, para que se pase de lo reivindicativo a la lucha por el poder
político, pero es indudable que ese es el cambio que determina el carácter
revolucionario de cualquier proceso. El pueblo asalariado, conciente y
organizado, erguido frente a los dueños del poder, es la condición sin la cual
es imposible hacer revoluciones sociales.
Es el sueño y la aspiración de todo militante que pretenda participar en una
revolución, pero hay que evitar el autoengaño, el creer que es posible acelerar
el curso del desarrollo de la conciencia y la organización populares. Está en la
tapa del libro que el poder político del pueblo surge y se desarrolla con
autonomía de las estrategias y los propósitos de los revolucionarios pero, por
otra parte, en algún momento de crisis es probable que los trabajadores busquen
nuevamente, como lo hicieron en los ’60, las estacas de conducta clasista y
combativa. Desgastadas las referencias progresistas, las expectativas populares
pueden volcarse hacia los militantes que resistieron al malón socialdemócrata y
que la gente los designe para que expresen su bronca y la necesidad cambiar el
estado de cosas. Sin embargo el problema de fondo no se resuelve sustituyendo a
unos por otros, porque para que el movimiento popular adquiera un carácter
revolucionario, los trabajadores deberán organizarse sin ceder a nadie su
representación política, constituidos ellos mismos en sujeto político
independientes.
Esta base teórica elemental del quehacer revolucionario no niega la intervención
de los revolucionarios en el desarrollo autónomo del poder del pueblo, por el
contrario, es necesario que intervengan por la vía del debate público, de la
agitación de ideas y del mensaje dado a través de la acción directa. Eso sí,
intervenir respetando los tiempos del movimiento popular, que son más lentos que
los tiempos de los militantes, y dedicando los principales esfuerzos a
incentivar el crecimiento de la subjetividad del pueblo organizado.
Puede ocurrir que, a partir de viejas ideas, algunos militantes se refugien en
organizaciones con definiciones ideológicas muy exigentes y que, cuanto más
cerrada e impenetrable sea la estructura, más protegidos se sientan frente a la
hegemonía de la religión dominante. Organizaciones que, por autosuficientes,
podrían caer en el error de anteponer la construcción del “aparato” al
crecimiento de la comprensión política general y colocar en su propio ombligo el
centro de las decisiones políticas que corresponden a las organizaciones
sociales. Consciente o inconscientemente se deriva hacia la reedición de los
errores de concepción que tan caro pagaron los revolucionarios del siglo XX,
tanto los que lograron la conquista del poder como los que quedaron en el
camino. En realidad, apostar al crecimiento del movimiento de masas y la
organización del poder popular, es la forma más firme de fortalecer,
indirectamente por cierto, la organización de los revolucionarios y su
incidencia en el proceso insurreccional.
Bueno, no sé si soy un iluso, pero este segundo campamento del Itacumbú estimula
la imaginación y la esperanza de que tal vez sea el síntoma de algo que está
latiendo en lo más profundo de la subjetividad popular.
Gracias UTAA. ¡Por la tierra y con Sendic!.
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Colectivo “Noticias Uruguayas”