|
“No
fue Hollywood pero tampoco Iluminados por la lástima”
Por José Luis Muñoz Azpiri (h) *
“¿Quién me esperará en los confines de la patria sino aquellos mismos que
abandoné en la tormenta?”
Glauce Baldovin
“Una Nación no debe sufrir por una batalla perdida más que un hombre robusto por
un arañazo recibido en un duelo de espada – solía decir el escritor Anatole
France – Es suficiente para remediarlo un poco de espíritu, de destreza y de
sentido político. La primera habilidad, la más necesaria y ciertamente la más
fácil, es extraer de la derrota todo el honor militar que se pueda dar. Tomadas
así las cosas, la gloria de los vencidos iguala a la de los vencedores y es más
tocante. Es conveniente, para hacer que ese desastre sea admirable, celebrar al
Ejército que ha estado en la guerra y publicar los bellos episodios que destacan
la superioridad militar del infortunio. Los vencidos deben empezar por adornar,
hacer lucir y dorar su derrota, engalanándola con signos relevantes de grandeza.
Leyendo a Tito Livio, se ve que los romanos no erraron en esto y suspendieron
palmas y guirnaldas en las espadas rotas de Trebia, Trasimeno y Cannas.”
El Premio Nobel pertenecía a la Nación que se reponía de los estragos de la
Primera Gran Guerra, que había conocido las glorias Napoleónicas y la amargura
de la derrota en la guerra franco-prusiana. Sin embargo, contrariamente a
ciertas plumas de esta orilla del océano, que se han manifestado en los últimos
días por la autodeterminación de los ocupantes ilegítimos, este “genuino”
intelectual genuino no se avergonzaba de la suerte de sus armas ni se
cuestionaba los reclamos sobre Alsacia y Lorena. Lo sorprendente es que estos
mismos voceros del llamado “realismo periférico”, que definen a la recuperación
de las Malvinas como un acto criminal y descabellado, fueron durante décadas los
principales impugnadores de la neutralidad argentina en las dos guerras
mundiales del pasado siglo. “La victoria tiene muchos padres, la derrota solo
uno” y en este caso en particular el responsable no es una camarilla de
pretorianos, sino el propio pueblo argentino que acompañó la decisión soberana y
aún hoy pese al resultado adverso de lo que en el futuro sólo será una gran
batalla, se enorgullece de sus combatientes.
La estrategia de desmalvinización, que no es otra que la de imponer en el
inconsciente colectivo el fatalismo de la impotencia nacional frente a las
agresiones coloniales, responde a la necesidad de que los Acuerdos de Madrid,
suerte de Tratado de Versalles de similares condiciones vejatorias, sean
aceptados como un fatalismo bíblico. Así, nuestros recursos naturales serán una
nueva Cuenca del Ruhr y nuestro sistema de defensa desmantelado (Proyecto
Cóndor, Fábrica de Aviones, Centros de investigación, etc.) con el argumento
enlatado de que la globalización ha hecho obsoletas las naciones. No parece
considerarlo así nuestro vecino Brasil que desarrolla una formidable capacidad
disuasiva ante los apetitos que genera su Amazonia y los yacimientos energéticos
de su litoral marítimo.
Con este objeto se ha implementado una banalización suicida de nuestra historia,
contrariamente a países como Francia e Inglaterra, paradigmas de cómo construir
historias gloriosas para consumo mundial, aun a partir de crímenes notorios. Hoy
nos intoxican con películas de soldados llorones y capitanes sádicos, para que
no nos percatemos que perdimos no solo contra Inglaterra, sino también contra
Europa y los Estados Unidos que desarrolló la más formidable movilización bélica
desde la Segunda Guerra Mundial: la “Task Force”, formada por casi 200 navíos,
entre transportes y buques de guerra, y perdió en menos de 60 días de combate en
el atlántico sur el 40% de sus unidades, hundidas, averiadas, fuera de combate,
blancos de los muy bien coordinados y ejecutados ataques de la aviación naval y
la Fuerza Aérea. El año pasado, el príncipe Andrés de York, en un lapsus
memorable ante las cámaras de la televisión británica, reconoció que siendo él
tripulante del portaaviones “Invencible”, nave insignia de la fuerza invasora,
debieron de soportar un serio ataque de la aviación argentina, el cual dañó el
buque; textualmente, él tuvo temor de ser encontrado cuerpo tierra, carbonizado
sobre la cubierta del buque, con el cubo mágico que intentaba armar entonces con
otro tripulante. De la misma forma, en una sola jornada de combate, el BIM 5
había diezmando un batallón de paracaidistas escoceses, más de 800 hombres,
aniquilando unos 300 gurcas, todos estos acontecimientos relatados por los
protagonistas británicos y subidos a “youtube”. Se cuentan por centenares
episodios de una épica homérica.
El Ejército tuvo más de 1.200 bajas entre muertos y heridos en Malvinas. De
ellas 61 fueron oficiales y 199 suboficiales, lo cual significa un elevado
porcentajes en relación con la cantidad que integraba el contingente y, sobre
todo, teniendo en cuenta la distribución de los hombres en el terreno y el hecho
de que las acciones principales no afectaron a todas las guarniciones y
unidades, esas bajas se concentraron en algunas que sufrieron pérdidas realmente
severas.
Así el Regimiento de Infantería 7 que defendió el cerro Logdon y Wireless Ridge,
tuvo un total de 188 bajas, el Regimiento de Infantería 4 que defendió los
cerros Harriet y Dos Hermanas tuvo 140 bajas, el regimiento de Infantería 12 que
luchó en Darwin y Pradera del Ganso tuvo 107 bajas y la Compañía C del
Regimiento de Infantería 25 que peleó en el mismo lugar sumó 31 bajas más.
En determinadas posiciones, el 50% o más de los jefes de las fracciones de
primera línea, resultaron muertos o heridos: en el cerro Dos Hermanas 5 sobre 6
oficiales que iniciaron la lucha y en el cerro Logdon 3 sobre 5 fueron muertos o
heridos, pudiendo agregar en el último caso un suboficial que se desempeñaba
como jefe de sección y también resultó herido. El 50% de los oficiales del Grupo
de Artillería 3 también fue muerto o herido. Sería del caso preguntar a los
ingleses cuántos de sus oficiales corrieron la misma suerte, aunque alguien
podrá argumentar entonces que si no tuvieron la misma proporción es porque saben
combatir mejor.
“Bethell estaba echado en una trinchera argentina tratando con un gaitero que
servía como sanitario, cuando tuvo lugar una escena más allá de la imaginación
de Hollywood. Un soldado argentino terriblemente herido se arrastró hasta el
parapeto de la trinchera y lanzó una granada a los pies de Bethell, quién lo
abatió antes de que la granada estallara acribillándole las piernas con la
metralla e hiriendo al gaitero en un pulmón.” Este relato, entre otros, puede
leerse en “La Batalla por las Malvinas” de S. Jenkins y el corresponsal de
guerra M. Hastings y da cuenta de lo descabellado que resulta suponer al
comportamiento de nuestras tropas tal como lo describen, arteramente, los
voceros nativos de la desmalvinización.
Pero la derrota del adversario no consiste en su aniquilamiento físico, sino en
anular su voluntad de lucha. De allí relatos que ni el propio enemigo, por pudor
y por respeto a la veracidad histórica se ha atrevido a realizar. Se impone una
verdadera “damnatio memoriae”, el discurso derrotista, la tergiversación de la
historia (“Obligado fue una derrota”) la resignación fatalista, la negación de
la voluntad y esta lista podría extenderse ad nauseam. Se trata de “revolcar a
la Argentina en el fango de la humillación”, como propuso el nieto de Churchill,
porque la voracidad de la metrópoli no tiene límites y ahora vienen por más,
vienen por todo, vienen por la Antártida. “Muy pronto nos llevaremos una
sorpresa, cuando descubramos que son muchos los aspirantes a la soberanía sobre
nuestro Sector Antártico” advierte con inocultable regocijo el inefable Luis
Alberto Romero, olvidando mencionar que también eran varios los que pretendían
la Patagonia.
Curiosamente, un periodista del mismo diario donde el profesor Romero explica
las taras del “nacionalismo patológico” tuvo la valentía de escribir: “Ya se
sabe: la derrota militar derrumbó a la dictadura pero también a la verdad. Al
tiempo que nadie había apoyado esa “locura”, los soldados no eran héroes sino
“chicos”, lo ex combatientes eran la peste, y acaso el único que se había
opuesto a la guerra Raúl Alfonsín, era el nuevo presidente de los argentinos.
Como siempre, la sociedad negó lo que había hecho. Como luego negaría,
sucesivamente, haber votado a Menem y De la Rúa. Y como alguna vez negará
también haber sufragado por el kichnerismo (…) el triunfalismo de la prensa (en
su momento) fue, nefasto, pero su influencia no resultó decisiva para que Jorge
Abelardo Ramos, Su ideólogo (se dirige a la Presidenta) los intelectuales
nacionales y populares, la militancia peronista, la resistencia progresista, la
CGT y tantos hombres y sectores que usted estima como parte integral de su
proyecto hayan acompañado aquel desvarío. Fidel Castro, Tomás Borge y García
Márquez no fueron manipulados por los medios. Néstor Kirchner tampoco.” (1)
No se trata de elaborar panegíricos ciegos ni listas de réprobos y elegidos,
porque nadie es perfecto, ni en la Argentina ni en ninguna parte del mundo, sino
aprender a distinguir lo valioso de lo olvidable en cada personaje y su
conducta, lo que nos enorgullece y debemos recordar de lo que conviene descartar
y no repetir. Los muertos de Malvinas – todos, sin mezquinas exclusiones – no
representan para los argentinos un pasado vergonzante; éste, en tal caso es el
de los isleños, quienes medran con el despojo y la violencia colonial.
No, no fue Hollywood, pero tampoco iluminados por la lástima.
(1) Fernández Díaz, Jorge “La tentación kirchnerista de reescribir Malvinas”. La
Nación 12/2/12
* Miembro de Número del “Instituto
Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas”
|
|
|