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Las
disputas por Malvinas
Por Francisco José Pestanha
Quienes abordamos detenidamente las consecuencias históricas, políticas y
sociológicas de la batalla por las islas Malvinas, acontecida entre abril y
junio de 1982, solemos reconocer que uno de los tópicos más interesantes y a la
vez sugestivos que recayeron sobre ese devenir es, sin lugar a dudas, el
dispositivo que en parte de la literatura política se ha denominado “desmalvinización”.
La idea de “desmalvinizar” suele atribuirse al intelectual francés Alain Rouquié.
En una entrevista realizada por el recordado Osvaldo Soriano para la revista
Humor en marzo de 1983, el académico manifestó que quienes pretendan evitar “que
los militares vuelvan al poder tienen que dedicarse a desmalvinizar la vida
argentina. Esto es muy importante: desmalvinizar, porque para los militares las
Malvinas serán siempre la oportunidad de recordar su existencia, su función, y
un día, de rehabilitarse. Intentarán hacer olvidar la guerra sucia contra la
subversión y harán saber que ellos tuvieron una función evidente y manifiesta
que es la defensa de la soberanía nacional”1.
Rouquié entendía por aquel entonces que, a fin de impedir el regreso de las
fuerzas armadas al poder y conjurar su rehabilitación, era preciso abandonar
toda reivindicación posible de la “causa Malvinas”. Sin embargo, la preocupación
por Malvinas no era en absoluto un fenómeno reciente, sino una temática que
había comenzado a germinar en el campo de la literatura política nacional ya
durante la segunda mitad del siglo XIX –probablemente a partir de las
advertencias de José Hernández–,2 para ser retomada más tarde en el ideario
anticolonialista que cobró impulso hacia las primeras décadas del siglo XX.
Otros autores opinan, por el contrario, que la idea de desmalvinizar comenzó
tiempo antes, más precisamente a días de concluir las hostilidades, cuando la
conducción militar adquirió conciencia de que una victoria se tornaría
dificultosa, o lisa y llanamente imposible. Ciertos datos históricos permiten
sostener esta posición; entre otros, la maniobra montada para evitar que los
soldados que regresaban del archipiélago tomaran contacto con la población.
Episodios como el de Puerto Madryn, donde una muchedumbre logró romper el
riguroso cerco que pretendía impedir el contacto de los veteranos con la
multitud, dan cuenta precisa de ello.
También se afirma que la desmalvinización no tuvo por objetivo principal
invalidar a los militares, sino sentar las bases para el paulatino
restablecimiento de las relaciones bilaterales entre ambos estados a fin de
restaurar los lazos deteriorados por la guerra, e instituir posteriormente un
nuevo engranaje económico-financiero que ciertos ensayistas describieron, en
términos jauretcheanos, como “el nuevo estatuto legal del coloniaje”.
Con el paso del tiempo, dicho restablecimiento se consagró a través de dos
acuerdos: el de Madrid, firmado el 15 de febrero de 1990, y el de “Promoción y
protección de inversiones”, suscripto en Londres el 11 de diciembre de 1990.
Ambos se concretaron bajo la conducción del entonces canciller Domingo Cavallo,
quien inmediatamente, y a fin de garantizar lo allí acordado, asumió como
ministro de economía.
La desmalvinización constituyó así un dispositivo dentro de una estrategia más
amplia, orientada a “preparar el campo” y sentar las bases para la
reconstrucción del “intercambio” bilateral entre dos estados que habían
confrontado bélicamente. Puesto en marcha por la dictadura cívico-militar,
reproducido por las elites comprometidas con el régimen de entonces y
resignificado una vez recuperadas las instituciones democráticas, el dispositivo
desmalvinizador perseguía, entre otros objetivos:
I.- Instalar la idea de la guerra como un episodio aislado, descontextualizado
de sus antecedentes históricos.
II.- Instalar la idea de que se trató de una confrontación entre la democracia
(inglesa) y la dictadura (argentina).
III.- Imponer en el inconsciente colectivo el fatalismo de la impotencia
nacional frente a las agresiones coloniales.3
III.- Categorizar con diversas rótulos minusvalidantes a los veteranos (desde
“loquitos” hasta “víctimas”).
En relación con el primero de estos enunciados, autores como Fernando Cangiano
sostienen que el dispositivo desmalvinizador estuvo orientado a deshistorizar la
guerra y desligar el conflicto armado de 1982 “de una reivindicación nacional
histórica de 150 años contra una de las potencias coloniales más crueles y
agresivas de los últimos tres siglos”.4 Cangiano advierte así que una de las
estrategias impuestas desde el poder se orientó a “aislar” la guerra por las
Malvinas de la historia de las relaciones bilaterales (desiguales) entre
Argentina y Gran Bretaña. Debe tenerse en cuenta que, como señalamos antes, la
causa Malvinas constituyó uno de los pilares centrales del pensamiento nacional
desde principios del siglo pasado y siempre encontró una considerable acogida en
los sentimientos populares.
En referencia al segundo enunciado, cabe señalar que esa dicotomía halló
sustento en una verdadera tradición impuesta desde el siglo XIX por una elite
que se propuso civilizar por la fuerza a los bárbaros propios. Civilizar, como
enseñaba Arturo Jauretche, presuponía lisa y llanamente
desnacionalizar, engendro que se materializó mediante la importación acrítica de
ideas, conceptos, valores y productos culturales.
Los factores y las razones que dieron lugar a este fenómeno son innumerables;
los matices, diversos; las consecuencias, variadas. Así, la maniquea dicotomía
Civilización (como sinónimo de “lo otro”) o Barbarie como sinónimo de “lo
nuestro”) acompañó en calidad de mandato fundacional la formación de un nuevo
Estado con posterioridad a Caseros y, por antinatural (ya que los civilizados no
eran tan civilizados ni los bárbaros tan bárbaros), determinó la formación de
una superestructura opresiva y en consecuencia alienante. En el caso concreto
que nos ocupa aquí, la vigencia de esa fórmula dicotómica contribuyó a alimentar
la idea de una confrontación entre democracia y dictadura.
Con respecto al tercer enunciado, puede decirse que la imposición del
“fatalismo” ha sido adoptada históricamente como “remedio preventivo” ante
procesos de insubordinación ideológica, y a la vez como instrumento para aplacar
o contrarrestar esas desobediencias.
Por último, la imposición de un primer estereotipo que presentaba al veterano
como un alienado, transmutado luego a víctima, tuvo como intención restar
protagonismo a quienes participaron en el conflicto, así como a la posterior
acción reivindicativa de agrupaciones de veteranos y familiares, con el fin de
neutralizar sus demandas y acallar su voces. En este sentido, la
desmalvinización constituyó un auténtico dispositivo de elites impuesto de
“arriba hacia abajo”, que con el tiempo fue configurándose como un verdadero
discurso hegemónico.
Significativamente, a contrapelo de ese discurso que pretendía establecer una
clausura de la cuestión, y desde “abajo hacia arriba”, fue emergiendo
gradualmente un contradiscurso alternativo y malvinizador que en la actualidad
se encuentra reflejado, no sólo en la arenga política, sino en acciones
diplomáticas concretas.
Dicho contradiscurso emergió de la propia población, que con el tiempo fue
homenajeando a sus muertos mediante la construcción de innumerables monumentos y
la imposición de sus nombres a las calles, plazas, escuelas, clubes y
adoratorios. Como enseña Rodolfo Kusch, “cuando un pueblo crea sus adoratorios,
traza en cierto modo en el ídolo, en la piedra, en el llano o en el cerro su
itinerario interior”. Uno podría agregar que cuando el pueblo crea sus
adoratorios, también va trazando su futuro.
En tales reconocimientos se observa la resignificación de la causa Malvinas y
una recategorización de los caídos como héroes. Recientes investigaciones
advierten, en sintonía con estas ideas, que la causa Malvinas y sus
protagonistas constituyen tal vez uno de los mayores objetos de recuerdo y de
culto en el país. Desde el poblado más pequeño hasta la ciudad más numerosa nos
encontramos con un número cada vez más significativo de homenajes, no solamente
a los caídos, sino a la causa en sí misma, y es a partir de este impulso
cultural que pareciera estar operándose un cambio en la superestructura.
Es imprescindible señalar, además, que en el marco de estos homenajes se supo
diferenciar sabiamente entre quienes mantuvieron un honor cabal y quienes
participaron en el terrorismo de Estado. Especial mención debe hacerse de la
labor que durante 30 años han desarrollado diversas organizaciones libres del
pueblo –en particular las agrupaciones de veteranos de guerra, así como las de
familiares y amigos de los caídos en Malvinas– en la construcción de ese
discurso alternativo que hoy encuentra espacios genuinos de análisis y de
reflexión crítica, como el Observatorio Malvinas, dependiente de la Universidad
Nacional de Lanús.
Se considere o no al pueblo una “categoría abstracta”, el desarrollo histórico
de la causa Malvinas y los fenómenos psicológicos que la circundan constituyen
un verdadero desafío intelectivo para nuestros ámbitos académicos, desde donde
fenómenos como el descrito deberían ser abordados en un marco de la más absoluta
tolerancia.
1 Revista Humor N° 105, Reportaje de Osvaldo Soriano, Marzo de 1983
2 José Hernández, ”Relación de un viaje a las Islas Malvinas”, publicado en El
Río de la Plata en noviembre de 1869, y citado luego en José Hernández, Las
Islas Malvinas, Buenos Aires, Joaquín Gil Editor, 1952.
3 José Luis Muñoz Azpiri, “No fue Hollywood pero tampoco Iluminados por la
lástima”, en
www.nomeolvidesorg.com.ar
4 Cangiano Fernando, “¿Qué es la desmalvinización?”, en
www.nomeolvidesorg.com.ar.
Cangiano es Veterano de Guerra. Prestó servicios en el Escuadrón de Exploración
de Caballería Blindada 10 “Cnel. Don Isidoro Suárez”. Es además licenciado en
psicología.
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