Los
juicios en la "Hueucuvu Mapu" *
* Nuestros paisanos, los indios, designaban con esta expresión mapuche cuya
traducción es “la tierra del diablo”, a la zona circundante a la Bahía Blanca,
fundamentalmente por su clima inhóspito.
Por Julio Ruiz
"Roberto Verrier -subsecretario de Finanzas- enviado a París (en 1955, por
la autodenominada ‘revolución libertadora’), informaba a su regreso: ’los representantes
de siete naciones de Europa occidental están dispuestos a otorgar crédito de
50 millones de libras esterlinas en la Argentina a condición de que abandone
la industrialización promovida por el régimen dictatorial (se refiere al gobierno
constitucional de Perón; n. del r.) y retorne a la agricultura como base de
su economía’"
Revista "Panorama" del 25 de febrero de 1969
“Nosotros no somos antimilitaristas, somos pronacionales,
patrióticos y juzgamos al Ejército por el papel que juega”.
John William Cooke
“Los gobiernos militares de facto son dictaduras, son masacres y
fusilamientos. Es consecuencia del predominio del derecho de las
bestias ancestralmente viviente en la subconsciencia de los individuos
que desconocen o desprecian el derecho de los hombres.”
Perón
Los juicios por delitos de lesa humanidad que se están llevando adelante en
Bahía Blanca, configuran un elemento central en la vida de la ciudad y sus habitantes,
en el presente y en su proyección futura.
Fundada en 1828, como vanguardia militar, dadas las características de su bahía
meandrosa, fácilmente defendible de los ataques por mar, y como línea de avanzada
en la desolada inmensidad de la pampa semiárida, en la disputa con los habitantes
originarios y en la ocupación territorial. El fortín dio nacimiento al villorrio
y éste fue creciendo acompañado por las ásperas melodías de sables y moharras
y poco más tarde por el seco resonar de los remingtones.
Obedeciendo a los dictados de la geoestrategia la bahía se transformó en base
naval. El precario fortín trocó – con el devenir de la historia - en asentamiento
de diversas y trashumantes unidades del ejército; hasta conformar la sede y
jefatura de una gran unidad de batalla con jurisdicción en toda la Patagonia.
La base naval – devino en la más grande de Suramérica, asiento de la Flota de
Mar y del comando de la Infantería de marina – y dio nacimiento a otra base,
esta vez aeronaval. La Gendarmería y la Prefectura también asentaban sus comandos
australes en la ciudad. Y por supuesto… las policías provincial y federal y
los servicios de todo tipo que acompañan tal despliegue.
Durante buena parte del siglo XX el paisaje ciudadano estuvo inundado de uniformes
de toda gama, desde anónimos colimbas a entorchados generales y almirantes.
Eran parte de la realidad bahiense. ¿Quién no tenía uno (varios) militares como
vecinos en la cuadra? ¿Quién no tenía de amigo, de compañero en el colegio,
al hijo (hija) de un militar? ¿Quién no un pariente? ¿Quién no visitaba en forma
más o menos asidua la casa de un militar? Formaban parte protagónica de nuestra
cotidianeidad, de nuestra idiosincrasia ciudadana. Eran, como el vigilante de
la esquina; y las severas fachadas – habitualmente pintadas de blanco y rodeadas
de césped y parques – de los edificios militares, parte familiar del panorama
local.
Hasta mediados de siglo XX, los militares no se constituyeron en “otro distinto”,
aún cuando ya se incubaba el huevo de la serpiente desde 1930 con el golpe contra
Yrigoyen, y siempre estaba latente esa amenaza que significaba – en un país
dependiente – el posible ejercicio de la “máxima capacidad de violencia” en
contra de su propio pueblo.
El 16 de Junio de 1955 se produjo el mayor atentado terrorista que se registra
hasta el presente en nuestro país. Centenares de muertos, más de mil heridos
y mutilados entre la población civil. Guernica se había trasladado a Buenos
Aires. Desde el aire, durante horas bombardearon el centro de la ciudad, sin
piedad y sin dar tregua. Triste, hipócritamente, los aviones llevaban pintadas
en sus alas la cruz de Cristo.
Desde el 16 de septiembre de 1955, Bahía Blanca y fue una ciudad ocupada por
la Infantería de marina y también escenario de bombardeos por parte de la aviación
naval: explosiones estremecieron a la aterrada población y densas y negras columnas
de humo se elevaron desde las instalaciones del Regimiento Quinto de infantería
del Ejército que se mantuviera leal al gobierno constitucional.
A partir de ese quiebre histórico la ciudad permaneció ocupada militarmente
por largos períodos y centro decisivo de toda la actividad golpista acaecida
en el periodo entre 1955 y 1973, y a partir de 1976. Cientos de militantes populares
de nuestra ciudad fueron a dar con sus huesos a la cárcel, a los cuarteles o
a los buques habilitados como prisiones flotantes. Los uniformados se transformaron
en entusiastas protagonistas de la revancha disciplinante y clasista sobre los
trabajadores y los humildes, que los dueños de la “vieja Argentina” instalaron
con la llamada “revolución libertadora”.
También hubo otros militares que no ser resignaban a ser mera guardia pretoriana
de los poderosos. Y recibieron su horroroso escarmiento el 9 de junio de 1956,
dando comienzo al período de terrorismo interno en las FFAA, con los infames
fusilamientos – que también alcanzaron a civiles – proponiéndose destruir cualquier
intento de restaurar el régimen de la justicia social y sobre todo a eliminar
cualquier atisbo de pensamiento nacional e independiente dentro de las instituciones
militares.
Es a partir de las sangrientas jornadas de 1955/56 que comienza a diseñarse
lo que luego se denominaría “partido militar”, tal como lo definiera John William
Cooke: “Desde 1955, el Ejército es un partido más, el partido continuo del régimen,
el partido con la máxima capacidad de violencia en una fase histórica en que
la institucionalidad democrático-representativa no funciona y todo es acción
directa. Si la democracia funcionase, el peronismo sería gobierno; cosa que
no sucede – para beneficio de todos los demás partidos – porque el partido fuerte,
las Fuerzas Armadas, se lo impide mediante la acción directa”.
Las disputas internas en las FFAA fueron intensas a partir de su entronización
como partido del orden a favor de los poderosos y nuestra ciudad fue escenario
privilegiado de distintos enfrentamientos tal como lo fuera el de “azules y
colorados” en torno a los años 1962/63. En ese marco los uniformados no se privaron
de nada, ni siquiera de atentados terroristas individuales como el que dejara
mal herido al general Osiris Villegas, el 2 de abril de 1963 en pleno levantamiento
de los “colorados” encabezados por el tristemente célebre almirante Isaac Rojas.
Osiris Villegas, conspicuo “azul”, también fue uno de los principales teóricos
de la “guerra contra la insurgencia”, una lucha supuestamente librada en el
marco de la “tercera guerra mundial” contra el comunismo, que en realidad en
nuestra patria encubría el intento de las clases dominantes de terminar con
el peronismo “el hecho maldito”. El general Villegas escribió palabras que resultarían
ser proféticas: “La fase final de este proceso tiende a completar la desintegración
moral y orgánica de las FF.AA, mediante… La politización de algunos de sus mandos
superiores; el fomento de la irrespetuosidad a la jerarquía de los mandos, la
desobediencia, la deserción, etc.; la incitación a la rebelión, a la chirinada,
al cuartelazo, etc., generador de desorden y precursor del caos político, económico
y social…” General Osiris Guillermo Villegas: Guerra revolucionaria comunista,
obra de la que extraemos el fragmento citado.
Las palabras de Villegas anticiparon un futuro oscuro, aunque el general no
hiciera nada por evitar la catástrofe, por el contrario resultó un animoso encendedor
de hogueras.
Así, entre golpes, chirinadas, asonadas, condimentadas con represiones varias
y ocupaciones diversas, los bahienses casi “naturalmente” advertíamos que el
vecino uniformado había pasado a ser miembro de una casta privilegiada, poderosa
y objeto de veneración por parte de los medios de comunicación capitaneados
por la ominosa prédica del multimedios “La Nueva Provincia” y de especial consideración
en los círculos sociales del poder económico de la ciudad.
Así, inadvertidamente, se construyó una radical alteridad entre el pueblo de
a pie y el “partido militar”. Los sectores populares vieron a los uniformados
como “el otro” extraño y represor; de la misma manera en que los militares visualizaban
al pueblo trabajador, a la militancia política y los intelectuales comprometidos
como Otro totalmente distinto a ellos y peligroso. Los poderosos estaban tranquilos.
El escenario de la tragedia estaba armado. Sus privilegios estaban custodiados,
y la lucha la asumirían otros.
En este escenario trabajosamente elaborado desde construcciones ilusorias, entre
1955 y 1976, la lógica perversa de las armas construyó un escenario de exterminio
de una generación de militantes argentinos como excusa para instalar - mediante
el terror- el disciplinamiento de las clases populares, desplegando un nihilista
antiproyecto de país. Como bien lo expresa el pensador nacional Armando Poratti:
“Un antiproyecto tiende a cegar la posibilidad misma de proyectar. Su objetivo
es clausurar el tiempo histórico de una nación. En su interior, consecuentemente,
el tiempo social e individual se desorganiza.”
(…) “Paradójicamente, el antiproyecto es el primer intento coherente de asumir
la totalidad de la historia, pero en forma negativa. Es una totalización negativa.
(…) La nihilificacion es insostenible a cara descubierta, así como lo es la
nada para el pensamiento, y la muerte para la existencia individual. La aniquilación
social e histórica siempre necesita de algún maquillaje. Y no solo como instrumento
de persuasión y engaño para aquellos que van a ser sometidos, sino también sobre
todo para quienes la llevan a cabo. (…) Y los ejecutores de una tarea de muerte
necesitan mías que nadie de una justificación de su conducta. En consecuencia,
cada uno de los periodos del antiproyecto – el “militar” y el “económico” (…)-
se presenta como una ficción de proyecto, en la medida que sostienen el relato
y la antiutopia que los justifica y que proponen como posible argumento de vida
histórica. En el primer periodo, fue la ‘doctrina de la seguridad nacional’
derrotar a la ‘subversión en nombre del ‘ser nacional’. En el segundo, el discurso
neoliberal ‘entrar en el primer mundo’. (…) cabe la observación de que la ideología
neoliberal estaba, por supuesto, ya presente en el primer periodo, aunque la
épica siniestra del terror militar la opacaba. En ambos casos se tocaron cuerdas
sensibles de la falsa conciencia ya existente en importantes sectores sociales,
consecuencia de una larga colonización cultural, y consiguieron por este medio
una apariencia de legitimidad”. Proyecto Umbral, Ediciones Ciccus, 2009, Págs.
658 y 659. La importancia y profundidad de los conceptos del autor, bien vale
la extensa cita. (n. del r.)
En nuestra ciudad el antiproyecto que destruyó la producción y el trabajo produciendo
una violenta transferencia de riqueza en favor de los intereses rentísticos
y parasitarios, dejó una siniestra estela de muertos y desaparecidos y un sentimiento
de terror que calo hondo en la estructura social y psíquica del conjunto de
la población. La muletilla recurrente “a mí los militares nunca me hicieron
nada”, esconde la inconsistencia tenebrosa del “por algo habrá sido”. Son expresiones
aculturales, boutades, que denunciando una “pasión por la ignorancia, intentan
“barrer bajo la alfombra” el terror – vivido durante décadas - que aún persigue
el subconsciente de buena parte de los bahienses, no necesariamente actores
o cómplices de la carnicería. En realidad nos hicieron de todo, destruyeron
el tejido social y la progresividad de una sociedad igualitarista y organizada
en torno al trabajo, borrando el aserto que identificaba a aquella Bahía Blanca
resistente, de los años posteriores a la instalación de los “libertadores” como
“la capital del peronismo”.
La retirada de la dictadura en 1983, dio paso a la “democracia de la derrota”
(definición acertada del periodista y escritor Alejandro Horowicz). Los poderes
de facto, inspiradores y ejecutores económicos y mediáticos del antiproyecto,
siguen campeando y dominando la escena. Bahía Blanca no es excepción, además
ostenta desde hace décadas el triste privilegio de ser la ciudad con mayor desocupación
de nuestro país.
Es recién a partir de 2003, con el gobierno de Néstor Kirchner, que la democracia
y la política, vuelven a tener un significado transformador y reparador. Y la
política de derechos humanos se inscribe en esa significación que permitirá
mirar al futuro con perspectiva esperanzadora y de justicia.
Tras décadas de laberínticas y frustrantes indefiniciones se llega en estos
días a la fase definitoria de los juicios a los represores del Vto. Cuerpo de
Ejército, quedando todavía por recorrer el previsiblemente tortuoso camino que
lleva a la Base Naval.
Es necesario reconocer la gigantesca y minuciosa tarea llevada adelante por
la fiscalía en la reunión de las pruebas necesarias; también la de los organismos
de derechos humanos, en especial la Asamblea Permanente de DDHH que ha bregado
por más de dos décadas por la memoria, la verdad y la justicia, la mayoría de
las veces navegando en un océano de invisibilización mediática. La de los sobrevivientes
y testigos que no sólo recordaron, revivieron sus espantosas experiencias, portadores
de la pesada carga de la memoria viva. Su aporte es decisivo para conocer lo
ocurrido, venciendo los fantasmas siempre presentes del horror, empujados por
las ausencias-presencias de quienes, eternamente jóvenes quedaron en el camino.
El Tribunal que ha mantenido una actitud de dignidad y firmeza, haciendo – hasta
el momento – caso omiso de las presiones recibidas.
Estos juicios hacen un aporte vital para el saneamiento de nuestra comunidad
porque develan lo que se pretendía mantener oculto, constituyendo así el punto
de partida de una nueva vitalidad para Bahía Blanca.
Es importante para las víctimas y los familiares porque comienza a reparar una
herida abierta que debe curar y sólo la acción de la justicia, en su más amplia
acepción puede encaminar.
Finalmente, la prístina verdad y la sanción ejemplificadora de estos hechos,
abren un camino de no retorno a la recurrencia de los golpes de Estado que asolaron
al país en buena parte del siglo XX y cuyos autores nunca hasta hoy rindieron
cuenta de sus hechos. De aquí en más sabremos que las interrupciones del orden
constitucional, con su espantosa secuela antidemocrática de entrega, exclusiones,
persecuciones, muertes, encarcelamientos y desapariciones no quedaran impunes
ni escaparan a la condena de la sociedad y la justicia como venia ocurriendo
hasta el presente.
La “tierra del diablo” ha doblado la pagina de la historia.
Bahía Blanca, Junio 8 de 2012.