Los
verdugos, el poder y la maquinaria del terror
Por Conrado Yasenza*
El problema de las policías es una deuda histórica que debe resolverse
urgentemente, ya que no es posible aceptar en este tiempo de cambios profundos
el accionar mafioso y asesino de las fuerzas policiales de nuestro país. Es
inadmisible que en un proyecto nacional y popular sigan ocurriendo estos abusos
y asesinatos. Las torturas a dos jóvenes que realizaron cinco policías de la
División Drogas Peligrosas de la Policía de la Provincia de Salta, en la
comisaría de General Güemes, es la comprobación horrenda del accionar de estos
verdugos amparados por el poder.
En el conurbano bonaerense, los intendentes, que reciben fondos de la
coparticipación federal, gastan fortunas en cámaras de seguridad ubicadas en las
calles (entre otros gastos que sostienen un negocio redondo tanto para los
intendentes como para las empresas que les venden el soporte tecnológico cuyo
producto es utilizado por los jefes comunales para promocionar sus campañas de
seguridad en los medios dominantes quienes a su vez lucran con la publicidad
sobre sus benéficos servicios) pero no han colocado ni una sola cámara en
comisarías. Este sería un paso importante para realizar un verdadero control -
aunque no es sólo este recurso tecnológico el que resolverá el grave problema de
las prácticas antidemocráticas e inhumanas de las fuerzas represivas - sobre las
policías que aún no han aceptado el proceso transformador iniciado en el 2003.
Pero no son solamente las policías sino que estas prácticas herederas de las
peores épocas dictatoriales vividas y sufridas por nuestro pueblo, cuentan con
la protección (y connivencia) del complejo entramado de poder
político-penitenciario judicial.
La Ministra de Seguridad, Nilda Garré, lo ha dicho expresamente: Seguridad sí
pero Democrática. Esta decisión importantísima debe ser central en la batalla
por un cambio cultural estructural que no parece tener el correlato necesario en
el conjunto de la provincias de nuestro país. Para dar algunos ejemplos: En la
provincia de Buenos Aires, la reforma que produjo León Arslanián fue anulada con
la asunción del alcailde Casal, designado por el Gobernador Scioli, quien le
devolvió el control sobre las fuerzas al comisariato. Y este cambio cultural
necesario debe darse también en algunos sectores de nuestra sociedad, como las
capas medias y medias altas, que han convalidado - y convalidan- el accionar
antidemocrático de policías y jueces amparándose en su derecho a sentirse
seguros, aunque ese ideal total - distópico- de una sociedad segura para pocos,
implique que los sectores postergados sigan siendo las víctimas de la tortura y
la muerte a manos de las fuerzas del orden que a su vez reproducen ese modelo
fascista y reaccionario en una especie de versión mefistotélica del síndrome de
Estocolmo, ya que casi con seguridad han sufrido la discriminación y la pobreza
antes de convertirse en verdugos de un polo de poder que aún no ha sido
desactivado (El eje es: Poder Político-Policías- Servicios Penitenciarios y
Jueces y abogados).
Y como final, el accionar de los medios hegemónicos que en su perversa
maquinaria productora de miedo e histeria promueven la idea de una sociedad
sitiada por la inseguridad exacerbando ese oscuro rasgo distintivo de amplias
capas sociales que ante el temor reaccionan reclamando la infinitamente mentada
mano dura pero que se horrorizan, tal vez no tanto, ante el conocimiento de una
realidad que desde hace tiempo decidieron negar, asumiendo cierta cuota de
complicidad en la convalidación de las peores prácticas policiales y judiciales.
Un refrán popular versa: Nada más facscista que la clase media asustada. Y un
poema del gran poeta salvadoreño, Roque Dalton, dice: No olvides que aún el
menos fascista de los fascistas, es un fascista. Y se sabe, los refranes y los
poetas populares, casi siempre, son sabios.
* Periodista, director de La Tecl@ Eñe - Revista Digital de Cultura y
Política |
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