|
|
Reflexiones
acerca del odio opositor
Por Carlos Humberto Alvez
Hay diversas maneras de demostrar disconformidad. De todas ellas, la peor -la
más negativa y contraproducente- la única que invalida cualquier queja,
cualquier requerimiento, cualquier demanda, es la que nace del odio.
¿Por qué? Sencillamente porque el odio es malicioso y la malicia -en el odio-
tiene identidad propia, es autónoma, no admite gobernante: una vez establecida,
es ella la que lleva el mando, ella la que conduce, ella la que dictamina. De
ahí que a los que odian no les interese ni suplir ni mejorar ni construir y sólo
les importe reprobar o minimizar sin ofrecer absolutamente nada sensato a
cambio.
Pero hay algo insalvablemente peor que un simple e infeliz odio y es el odio por
el odio mismo: odiar porque sí, odiar porque se tiene ganas de odiar, odiar
porque del odio se obtiene placer -enfermizo placer pero placer al fin- odiar
porque el otro es el otro, odiar por odiar.
Ni una sola idea positiva brindan los cultores de esta irracionalidad. Pero
tampoco la ofrecen los dirigentes opositores al oficialismo ¿Y por qué? Porque
no la tienen, si tuvieran ideas -y supieran qué hacer o cómo hacerlo- verían de
hacerlo, o dirían cómo hacerlo, pero no se les ocurre nada. Varios años de
holgazanería, cómodos en su papel de afiliados a los multimedios (que se
ocuparon de pensar por ellos y una vez dictada la letra sólo tenían que
deambular de un lado a otro reproduciéndola) les amputó el sentido común y la
capacidad de iniciativa. Hoy mismo –ya mismo- tienen la inmejorable oportunidad
de encauzar y representar políticamente el odio disperso pero no están aptos ni
siquiera para eso. Para colmo, aquello que supuestamente querrían haber hecho
ellos lo está haciendo otro, y peor aún, aquello que jamás se hubieran atrevido
a hacer, también lo está haciendo el otro.
Y esto -inevitablemente- les potencia el odio.
Volviendo al ciudadano común, es fácil comprobar que la naturaleza maligna del
odio –sembrado minuciosa y perversamente por los multimedios- han conseguido que
los que odian no quieran ver ni saber de absolutamente nada que los obligue a
disminuir el resentimiento. Contrajeron enlace con la mentira y se han propuesto
fidelidad. De ahí que no vean, no cotejen, no indaguen, no les interese saber si
es verdad o no lo que dicen de un lado y otro. Se han enamorado de la patraña y
la defienden con uñas y dientes, y no están dispuestos a romper con ese
enamoramiento. Ante el menor apremio de la realidad se atrincheran en su propio
infierno y no hay circunstancia ni verdad revelada que los pueda influenciar.
¿Por qué? Porque el odio es inmune al discernimiento, el odio mutila el juicio.
Además, la necedad les invadió de tal modo la cordura que en pleno desvarío
juzgan que los necios son los otros, esos que sí están al tanto de lo que
realmente es verdad y de lo que es comprobable mentira.
Con sólo informarse, con sólo cotejar, el odio perdería fundamento. Pero no lo
harán, en primer lugar porque no quieren arriesgarse a tener que reconocer que
están equivocados y, en segundo lugar -inherente al primero- bajo ningún punto
de vista estarían dispuestos a desaprovechar el lujurioso placer de odiar.
La gravedad no tenida en cuenta por los enamorados del odio (Me refiero al
ciudadano común, porque los dirigentes opositores emulan a camaleones que
cambian de humillación sin perder una sola escama) es que el daño no es
solamente hacia afuera sino que también lo es hacia adentro porque esta
modalidad de odio desvaloriza, ordinariza y denigra lastimosamente a quien lo
practica.
Sea como fuere -y por donde se lo mire- odiar por odiar (odiar por dice qué) es
un ejercicio de delirio, por no decir demencia.
Finalmente, ser opositor exige un compromiso: mejores ideas -o por lo menos
ideas diferentes- práctica esta que el odio desconoce.
Octubre 2012
|
|
|
|