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Sobre
Perón, el Che, Luis Alberto Romero y el 17 de octubre
Por Emanuel Bonforti*
Además de focalizar en los sucesos que rodearon el 17 de octubre de 1945, sus
consecuencias y cómo la oposición de ese momento interpretaba lo sucedido, el
presente artículo pretende responder a la nota titulada “Perón y El Che dos
mitos en el sube y baja” publicada por Luis Alberto Romero en el diario La
Nación el pasado 10 de octubre. En dicha nota el profesor de historia hace gala
de su liberalismo y “neutralidad valorativa” a la hora de elaborar su análisis;
y aquella cita que inmortalizó Rodolfo Walsh ejemplifica su posición ideológica
” Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no
tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha
debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia
colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como
propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. Resulta
evidente la propuesta de Romero de arrojar una mirada parcial de la historia al
separar ambos mitos cuando en realidad forman parte de un mismo proceso de
liberación y realza los rasgos individuales por sobre los procesos sociales
Cultor de “la prensa seria”, que se diferencia del periodismo militante, Romero
apunta a los aspectos psicológicos del Coronel y sus aciertos personales
omitiendo el carácter popular del movimiento nacional que consolidó a Perón como
un caudillo democrático –entendemos a “caudillo” como equivalente de
“democracia” tal cual sostenía Alberdi en sus póstumos “no hay caudillo popular
sino donde el pueblo es soberano”. Pero sucede que Romero escribe en el diario
de Mitre quien consideraba que democracia es la del orden, la de la disciplina,
la del ejército regular afín a la elite gobernante y, tal como decía Sarmiento,
la democracia civilizada está en las ciudades.
La postura aséptica de Romero intenta encontrar equilibrio teórico al reconocer
los dotes de estadista de Perón, destacando el consejo de Posguerra, los Planes
Quinquenales, su legislación sindical. Con ello, procura representar a Perón
como el Coronel medido que recapacita y está por encima de las presiones
sectoriales, reconociendo lo indiscutible de su obra. Pero detrás de esto yace
lo que Arturo Jauretche llamaba “bendigo a tutti”, la supuesta objetividad deja
de ser tal ya que termina favoreciendo en su relato a los sectores dominantes.
Pero esta versión de equilibrio propuesta por Romero omite en su relato el rol
emancipador de las políticas desplegadas durante el primer y segundo gobierno de
Perón que permitieron que Argentina saliese de su situación semicolonial sellada
a partir de Pavón en 1861. Pero principalmente omite la participación popular
que rodeó a aquellos años “felices”, años que permitieron la construcción del
mito a raíz de las políticas antipopulares que siguieron. A modo de archivo, el
mismo Romero consideraba que la emergencia de Perón terminó neutralizando las
masas que iban en vía a la revolución social, reproduciendo un esquema típico de
lucha de clases que surge desde Europa y que ignora las particularidades
locales.
Quebrar procesos, es decir, interrumpirlos a partir de disociar la figura de
Perón y desplazarlo del panteón de bronce que estableció el kirchnerismo
producto de sus políticas sociales inclusivas, le permite a Romero precisamente
ser vocero de las clases altas que pretenden que los sectores populares vean a
cada lucha separada de las anteriores, como bien lo expresó Walsh. Es decir, la
construcción de un relato desde los sectores dominantes.
Pero Romero recurre al lugar común de los intelectuales que reproducen la
superestructura cultural de dominación del ansiado Ancien Regimé –antiguo
régimen- que por estos días promueve el diario La Nación. En su descripción de
Perón se olvida de su base social, es decir de la Argentina invisible que
conoció Leopoldo Marechal el día que se hizo peronista, ignora el colectivo
popular que iba en búsqueda del caudillo el cual quien había modificado las
condiciones materiales de vida, el que le hablaba en su idioma. Es así que
Romero olvida el subsuelo de la patria sublevado, que menciona Scalabrini Ortiz.
El 17 de octubre es un fenómeno sociológico que estaba en marcha. El proceso de
sustitución de importaciones ponía a sus obreros en las calles en pie de lucha,
desde mediados de los años 30 cerca de un millón y medio nuevos obreros
industriales vivían en los alrededores de la ciudad, y serán ellos los que
clamen por la libertad del Coronel obrero. Pero esos obreros no eran bien vistos
por los patricios habitantes de la capital. Esos “desconocidos” que el mitrismo
se encargó de sepultar tanto en sus matanzas por el interior como en sus relatos
históricos volvían a Buenos Aires con la cabeza erguida. Decía Ezequiel Martínez
Estrada en su obra ¿Qué es esto? con respecto al 17 de octubre y sus
protagonistas “Un sector del pueblo resentido, turba, horda, populacho, hez de
nuestra sociedad, pueblo descamisado y grasita, nuevo tipo étnico”. Por estos
días un lector de La Nación al ver a Milagros Salas, sentenciaba “Me desagrada
tanto Milagro Sala. Esa gente hace que no quiera ser argentino”. De esta manera,
observamos cómo el relato de clase y racista de los sectores dominantes sigue
estando hilvanado y aceitado a través de la desacreditación popular y de un
perfume de neutralismo positivista que intenta romper cualquier proceso que
vincule a gestas populares históricas con el presente.
Pero Romero también aprovecha el espacio que le ofrece Bartolomé Mitre para
desacreditar la figura de Eva, caracterizándola como crispada en oposición Perón
que para el historiador liberal siempre parece haber sido un León Herbívoro. La
Evita voluntarista que iguala con el Che es la que se acomodaría mejor al
panteón del kirchnerismo según La Nación, pero al evocarla de forma capciosa
como “Evita montonera”, omite un elemento interesante de las jornadas del 17 de
octubre que tuvieron mucho de aquellas gestas montoneras de siglo XIX. Dice
Jorge Abelardo Ramos con respecto a las jornadas del ‘45 “Jamás se había visto
cosa igual, excepto cuando los montoneros de López y Ramírez de bombacha y
cuchillo, ataron sus redomones en la Pirámide de Mayo, aquel día memorable del
año 20”.
En definitiva, entender los procesos históricos solo a través de los rasgos
personales permite consolidar la pretensión de dominación cultural oligárquica a
la que el diario La Nacion siempre hizo un culto. El objetivo principal es
demostrar que en los grandes cambios históricos no existe un protagonismo de los
sectores populares y consecuentemente, el movimiento nacional muere una vez que
su creador concluye su mandato. Cualquier coincidencia con la actualidad no es
pura coincidencia.
* Sociólogo (Universidad de Buenos Aires). Miembro del Centro de Estudios Juan
José Hernández Arregui
http://hernandezarregui.blogspot.com.ar
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