Un ex jefe de policía se hizo cargo de las torturas y los muertos

Es el coronel Rodolfo Aníbal Campos. "Torturábamos como en cualquier lugar del mundo" y "había que buscarlos uno por uno para matarlos", dijo en el juicio por el Circuito Camps. La declaración de Berges y Smart, y el enojo de Etchecolatz.

"De los muertos, yo me hago cargo. A partir del 14 de diciembre de 1977 me hice cargo de la policía y estoy orgulloso porque paró la subversión en la provincia de Buenos Aires". Con esas palabras, el ex subjefe de la bonaerense durante la dictadura, Rodolfo Aníbal Campos, admitió los asesinatos de prisioneros políticos durante su ampliación indagatoria en el juicio por los crímenes cometidos en el denominado Circuito Camps que se realiza en La Plata. El militar también reconoció la aplicación de torturas, se quejó del rumbo que tomó el país con la llegada de Néstor Kirchner, y justificó el terrorismo de Estado denominándolo "guerra sucia".

En la audiencia del martes, Campos se despachó durante cerca de una hora. Lo escuchaban los otros 22 imputados por los crímenes cometidos en seis centros clandestinos de detención contra 280 víctimas.

Campos justificó el terrorismo de Estado y los crímenes de lesa humanidad. "Torturábamos como se tortura en todo el mundo para obtener información. No torturábamos porque nos gustara", justificó el represor y dijo que los opositores políticos eran "jóvenes idealistas" a los que respetaba porque "peleaban como argentinos", en lo que denominó "una guerra no convencional, una guerra sucia". Ese razonamiento le bastó para disparar con artillería pesada: "Había que buscarlos uno por uno para matarlos".

Todo el relato. Según la crónica publicada por la APDH La Plata tras la audiencia, Campos comenzó su indagatoria con la idea de “salir de lo clásico”, es decir, la forma que sus co – imputados se habían excusado de lo que habían hecho pese a la infinitud de pruebas.

Sin tapujos, con voz elevada y con la mano en alto expresó: "Torturamos y asesinamos para sacar información, en cualquier guerra pasa eso. Entregamos una nación ordenada en 1983. Lamentablemente hoy el gobierno quiere trasladar una sola verdad de lo que pasó, pero estoy orgulloso de lo que hice como militar en 60 años de servicio".

Campos no quería centrarse en los casos que lo involucraban –los jueces lo advirtieron en varias ocasiones-, sino que insistía en hacer un recorrido histórico para ofrecer la matriz militar.

“Yo no eludo, yo me hago cargo y soy responsable. Y más con estos señores (imputados) que se contradicen. Estas tropas no son las que conocí, las que cumplían órdenes legales”, dijo, y agregó: “La historia que se quiere traer nos hace vivir un presente falso. Está cargada de ideología, de política, de intereses económicos”.

El presidente del Tribunal, Carlos Rosanski, se sorprendió porque fue la primera vez que un militar de alto rango reconoció lo que pasó. Lo dijo en la misma indagatoria, ante la presencia de todas las partes que escuchaban al imputado que declaró desde el Hospital de Ezeiza.

“Ustedes son argentinos señores. ¿Creen que el Ejército torturó, asesinó y tiró bombas porque quiso? Somos educados, no somos una banda armada. Esos jóvenes idealistas estaban equivocados, aunque respeto a los que murieron porque lucharon por una idea”, enfatizó.

Campos continuó con la teoría de los dos demonios: “Fue una guerra, un enfrentamiento armado. La población ayudó a dar información, y los mismos guerrilleros apuntaban a sus compañeros”, indicó.

A su vez culpó al Tribunal de recibir órdenes del gobierno para que militares, médicos y policías vayan presos, lo que provocó la reacción del Juez Portela, quién le negó esa acusación y le recordó a Campos que su imputación es como un ciudadano que cometió crímenes de lesa humanidad y no un juzgamiento a la Institución del Ejército argentino.

Luego de hacer un revisionismo histórico, el imputado señaló: “Me hago cargo de los muertos. Comandé la Policía orgulloso de lo que hicimos. En cambio hoy la República se encamina a un lugar dudoso. En aquél entonces torturamos para sacar información, hasta que los jóvenes cuenten las cosas. Algunos marcaban a otros y seguían su vida, otros se exiliaban, algunos se llevaban a los cementerios como NN”.

Y agregó: “Me brota la defensa de la patria y el orden. Los argentinos de verdad debemos defender valores y principios. Le tengo que rendir homenaje a mis camaradas muertos. A mi familia le dejo un abuelo con convicciones, equivocado o no, con razones fundadas. Y ustedes ¡trepadores de la historia! como Néstor Kirchner, quién se arrogó de los derechos humanos”.

01/11/12 Diagonales.com

 

La espantosa muerte del subcomisario Albareda

El caso en el que está involucrado el asesino Rodolfo Aníbal Campos

En la noche del 25 de setiembre del ‘79, cuando la guerrilla estaba virtualmente aplastada, la Policía se cobró una de sus últimas víctimas. Fue el subcomisario Ricardo Albareda, castrado y muerto desangrado en el Chalet de Hidráulica (Córdoba),

Por Adolfo Ruiz

El llamado “pacto de sangre” ha impedido hasta el momento tener testimonios o relatos que detallen la mayoría de las muertes clandestinas ocurridas durante los años de plomo.

Tal vez la excepción más categórica haya sido la versión que Ramón Calderón brindó a la Justicia acerca de la muerte del subcomisario Ricardo Fermín Albareda, ocurrida en la madrugada del 26 de setiembre de 1979.

“Recuerdo todo, perfecto, porque yo estuve ahí. Es como si hubiera sido ayer”, relata este hombre, asegurando que cuando narra una historia es porque la ha vivido.

Cuenta del Chalet de Hidráulica, situado cerca del embudo del Dique San Roque. Para el común de la sociedad, allí funcionaba una delegación policial, con la misión de custodiar el paredón del Dique, que podría ser objetivo de un ataque terrorista. Pero en realidad el lugar se utilizaba para algo muy distinto.

“Esa noche estaba fría. En la casa hay un salón grande, con una galería afuera”, comienza a desgranar sus recuerdos. Calderón asegura que estaba parado afuera, esperando que pasara la noche y con bronca porque lo habían retenido una jornada laboral más de lo acordado. No había detenidos en la casa.

Desde esa posición, vio que traían a un hombre uniformado. “Lo traían esposado para atrás, con Américo Romano y Raúl Telleldín, uno de cada lado”, cuenta. Y así entran a la casa. Desde afuera se escuchaban insultos y gritos aterradores. Pero en un momento se asomó el comisario Romano y le pidió que pase. “Pase Kung Fu. Venga, vea qué le pasa a los traidores”, le dijo el superior, quien luego agregó: “¿Saben por qué caminan en la tierra estos traidores? Por el peso de las bolas. Yo se las corto y se van al cielo”. Parecía un chiste. De mal gusto, pero chiste al fin. No lo era.

La sala del terror. Cuando Calderón ingresa a la sala, cuenta que adentro estaban Hugo Britos, Romano, Telleldín y los hermanos Antonio y Hugo Carabante, que eran guardias, como él. Al detenido lo tenían de pie, golpeándolo con brutalidad. “Lo estaban cacheteando a lo bestia. Romano era un tipo muy bravo, y Britos, un animal, capaz de levantar un auto de la fuerza que tenía”, relata.

“¡Sentate ahí!”, le ordenó Romano al detenido Albareda. “Ahí nomás lo ataron con alambre a una silla de madera”. Siempre según el relato de quien fue considerado por la propia justicia como un testigo clave por la veracidad de sus dichos, en ese momento Telleldín, jefe de inteligencia criminal, le pidió a Romano que fuera a buscar una botella de whisky.

Luego, el mismo jefe le ordena a Britos que degrade al detenido. Entonces le sacan las insignias de la Policía, le rompen el uniforme, lo escupen. Pero aún faltaba lo peor…

Con su habitual frialdad, Romano se acercó a la silla donde estaba reducido Albareda. Y le dijo: “Yo te voy a enseñar lo que has hecho vos”.

En ese instante, metió la mano en el bolsillo interior de su saco, y de allí extrajo un objeto filoso, de unos 10 centímetros, color blanco. Era un bisturí.

Entonces se arrima y de un corte le abre el pantalón del uniforme a la altura de la ingle. “Ahí nomás se agachó –cuenta Calderón–. Le agarró las bolas para afuera y ¡shck-shck!, se las cortó. Levantó los testículos, se los mostró al tipo, y le dijo: ‘por esto caminás vos’”.

Luego tomó la botella de whisky, y para acrecentar el escarmiento, abrió la tapa y comenzó a rociarle la herida con la bebida. “Gritaba como desesperado el tipo, y ahí me di cuenta de que estaba todo preparado”, cuenta el testigo central de la historia.

Del cuerpo de Albareda brotaba la sangre. Sin embargo sus gritos se eclipsaban con la música puesta a todo volumen para que no se escuchara el horror en la montaña. Calderón comenzó a descomponerse y pidió salir de esa escena medieval.

Sobre el charco de sangre. A las dos horas, esa vida se extinguía. El tan buscado infiltrado del ERP dentro de la fuerza policial había muerto desangrado. Mientras esto sucedía, sus verdugos disfrutaban de un asado en el chalet.

Pero faltaba deshacerse del cuerpo para considerar terminado el trabajo. Sobre las cuatro de la madrugada, subieron el cadáver al auto de Britos, y la cúpula del D2 salió con rumbo desconocido.

Antes de hacerlo, ordenaron a Calderón y a los Carabante que limpiaran la sala. “El charco de sangre era inmenso y parecía que el olor te levantaba en el aire”, recuerda el testigo, asegurando que la tarea les llevó varias horas. Mientras lo hacían, uno de ellos le comentó lo que había sucedido luego de que él saliera descompuesto. “Dijeron que le metieron sus propios testículos en la boca y que después se la cosieron. Lo contaban como si fuera algo gracioso”, recuerda.

–Calderón, ¿ésa fue la peor muerte que presenció?
–No. Le aseguro que no fue la peor. Si yo le contara todas esas historias, me dirían que estoy soñando.

27/09/09 Diario Día a Día, Córdoba


Moral fascista y moral revolucionaria

Como trataba a los traidores el PRT-ERP

"A Ranier le fue comunicado su destino y se le preguntó cómo prefería morir: con la inyección letal o con un disparo. El "Oso" prefirió la segunda opción. No se lo torturó.

Jesús Ramés Ranier se incorporó al ERP a fines de 1974. Había militado en las Fuerzas Armadas Peronistas 17 de octubre (FAP-17 de octubre) y tenía buenos amigos en la derecha sindical peronista. Tal como se explica en el libro "Monte Chingolo", Ranier se convierte en "filtro" después de caer en manos de la Policía. Tras ser capturado en una pinza montada por la Bonaerense, el "Oso" se quiebra rápidamente. Así es como, atemorizado por su vida y la de su familia, empieza a trabajar para los servicios de Inteligencia.

Los contactos de Ranier serían con el jefe de la división Situación General del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, el coronel Carlos Antonio Españadero. Este militar al que el "Oso" le suministraría información por teléfono era más conocido por su alias "Peirano".

Aunque la misión de Ranier no se basaba únicamente en su supervivencia. Se podría decir que su función era vocacional. El traidor cobraba un sueldo mensual, por lo que su caracterización como agente es más que acertada. Y recibía grandes premios por delatar una acción importante o por señalar a un militante notorio de la organización.

En la revista El Combatiente del miércoles 21 de enero de 1976 aparece publicada la confesión del "Oso". Allí, el infiltrado declara que ganaba mensualmente la suma de 1.200.000 pesos y que por entregar la operación de Monte Chingolo recibió 30 millones de pesos.

Al actuar dentro del ámbito de Logística del ERP, el "Oso" conocía algunas casas operativas y sabía hacia dónde se trasladaban armas. Además, como era chofer, podía tener manejo de la mayoría de las municiones que debía entregar a los militantes.

Al respecto, De Santis recuerda el encuentro que tuvo con Ranier antes del intento de copamiento de Monte Chingolo. Daniel iba a participar en una contención en el Puente Ocho. Pero para hacerlo los ocho integrantes de la escuadra erpiana necesitaban el armamento y los autos, que debería entregarles justamente el infiltrado. El compilador de "A vencer o morir" revive el encuentro en el Parque de Lomas de Zamora: "Estaba en la cita con un pañuelo (que era la contraseña) y veo aparecer un Ford Falcon -color crema- con dos personas a bordo. El que manejaba tenía el aspecto característico de los integrantes de los servicios de inteligencia y de la policía, sobre todo, de la provincia de Buenos Aires. Dudé un momento si irme o no. Me quedé porque era la cita. Este auto, que venía a gran velocidad, cuando me vio, se detuvo y subí."

Acto seguido, al militante del PRT le explican cómo hicieron para llegar a la cita desde la zona de Quilmes. La anécdota fue tan sorprendente que Daniel sólo atinó a pesar que la gente del ERP era muy intrépida. "Me contaron que la cita se la habían dado en la zona de Quilmes diez minutos antes y habían tenido que venir a toda velocidad por la avenida Pasco con las luces prendidas. El 'Oso' había sacado una pistola y se abría paso entre los demás vehículos como si fuera un auto de la policía".

Después de lo vivido, De Santis comentó con su responsable sus sospechas. Pero todo fue peor cuando el 23, ya en el Puente Ocho, los combatientes abrieron los baúles de los autos y notaron que faltaba gran parte del armamento. En un primer instante, debieron recomponerse del golpe anímico que significó la falta de las armas pero así y todo pudieron cumplir con su función y cortar el acceso.

Aunque había evidencias más elocuentes para suponer que la organización revolucionaria estaba infiltrada y que la acción había sido entregada, no hubo marcha atrás. Días antes del intento de toma caían trece dirigentes del área de Logística y el comandante Pedro Juan Eliseo Ledesma. A pesar de esto, el Buró Político decidió seguir en pie con la operación.

El traidor a la causa revolucionaria

Tres días después del fracaso de la acción, el 26 de diciembre de 1975, los integrantes del Buró Político se plantearon la posibilidad de que los estuvieran esperando dentro del Batallón.

Después de hacer una lista de las caídas más importantes y de las personas que tuvieron alguna relación, se hizo evidente un dato. El "Oso" aparecía siempre, a pesar de los diferentes descartes. Él siempre había concurrido a la cita o había trasladado armamento.

Por eso, se empezaron a buscar sus antecedentes, que eran nulos. La certeza de su delación era casi total pero no se tenían pruebas definitivas. Así que se decidió detenerlo e interrogarlo.

El 28 de diciembre una escuadra detuvo a Ranier junto a otro militante leal, "Coco". A éste se le había asignado la misión de simular la detención. La idea era ejemplificar con "Coco" el posible maltrato que sufriría el "Oso" si no confesaba. Aunque la tortura física quedaba desterrada para el ERP, después de que Mario Roberto Santucho afirmara que la guerrilla no podía emplear los mismos mecanismos que el enemigo.

El 13 de enero un Tribunal Revolucionario condenó a Jesús Ramés Ranier por "traición a la revolución y delación al enemigo". La pena era una sola: la muerte.

A Ranier le fue comunicado su destino y se le preguntó cómo prefería morir: con la inyección letal o con un disparo. El "Oso" prefirió la segunda opción. Nunca había sido un valiente. En su supuesta militancia, había procurado evitar cualquier enfrentamiento armado.

El 14 de enero de 1976 aparecía un cadáver en Flores. Era el de un hombre joven -de unos 29 años- y corpulento. Un epitafio lo acompañaba: "Soy Jesús Ranier, traidor a la revolución y entregador de mis compañeros".

En su condena pesaban las detenciones, desapariciones y ejecuciones de muchos militantes, la entrega de talleres de armamentos y automotores, las cárceles del pueblo de Pilar y Florencio Varela, un depósito de propaganda y la acción del Batallón 601.

La sentencia del Tribunal Revolucionario era aleccionadora: "La justicia popular tarde o temprano descargará su fuerte brazo sobre los criminales contrarrevolucionarios, sobre todos los que realizan crímenes contra el pueblo".

Fuente: www.anred.org, diciembre 2006