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Vigilar
y castigar
Sobre el film “Infancia clandestina”
Por Juan Pablo Nardi *
La recientemente estrenada y representante argentina
para los Oscar, Infancia clandestina (Benjamín Ávila; 2012) refresca el abordaje
de la temática sobre el golpe cívico-militar del 76 narrando la historia de una
familia que vuelve del exilio en Cuba para militar en la clandestinidad de
Montoneros desde la mirada de un niño de 12 años.
Más allá de centrarse en aspectos relacionados con lo político (solo se nos
muestran unas pocas escenas de reuniones partidarias alcanzándose a ver muy
ligeramente cuestiones relacionadas con el operar y la metodología montonera) el
film se basa, entre otras cosas, en resaltar los aspectos emocionales por los
que pasa esta familia que vive una sofocante cotidianeidad clandestina repartida
por una lado entre la organización de la guerrilla montonera para derrocar al
régimen militar y por otro entre la crianza de sus hijos.
De hecho, la gran mayoría de los pequeños conflictos del film, todos los
enfrentamientos y discusiones entre los personajes, se desprenden de esta
dificultad de vivir en familia y militar en la clandestinidad. Muestras de esto
son los tensos enfrentamientos que se dan, por ejemplo, entre la abuela de los
niños (Cristina Banegas), que encarna de una manera brillante el tan propagado
discurso militar del "no te metas", pidiéndole a su hija (Natalia Oreiro) que
deje a los chicos con ella y que abandone la causa por la que lucha o las
discusiones entre el tío Beto (Ernesto Alterio) y Daniel, el padre (César
Troncoso) por la decisión de si festejar o no el cumpleaños de su hijo Ernesto
(Teo Gutiérrez Romero) por la peligrosidad que despierta tal llamada de atención
en la situación que se encuentran o también, ¿porque no? el hecho de que Ernesto
abandone la escuela a causa de que la familia tiene que dejar la casa donde
viven por las persecuciones militares. En fin, no son las mejores condiciones
para el pleno desarrollo de una infancia saludable. El enemigo y el terror están
constantemente al acecho.
Y es en la representación de ese enemigo militar y el terror que este suscita,
en donde se haya una de las construcciones mas interesantes del film y que más
estimula los sentidos y las emociones del espectador (principalmente las
relacionadas justamente con el terror y con el miedo). Esos sanguinarios
villanos, contra los que se enfrentan la familia, nunca nos son mostrados en la
pantalla, nunca los vemos, toda su presencia esta siempre fuera de campo, ese
espacio que se encuentra por fuera de los limites del plano, por fuera de los
marcos de la pantalla y que no podemos ver, pero que existe y sobre todo en la
mente del espectador.
Es así que nunca vemos a los milicos, pero sabemos que siempre están ahí, al
acecho de cualquier conducta sospechosa que pueda llegar a interrumpir
(cuestionar) el orden de las cosas. El villano es y esta en el fuera de campo.
Todo el tiempo ese espacio excita la imaginación del espectador, sea con sonidos
de sirenas que se escuchan a lo lejos pero acercándose lentamente y
planteándonos hipótesis sobre una posible carnicería de la familia o con
enfrentamientos armados entre las patrullas militares y los padres de Ernesto, a
los cuales no podemos ver pero aventuramos sobre su destino.
El fuera de campo es la muerte. Todas las muertes ocurren fuera de nuestro campo
de visión. Nunca vemos a los personajes en su momento de agonía, sino que están
ahí y de un plano para el otro, desaparecen. Simplemente dejamos de verlos. Pero
sabemos que no desaparecieron, sabemos lo que les hicieron y sobre todo sabemos
quienes son los culpables.
Es así que el fuera de campo es el villano, esa gran maquinaria estatal
terrorista la cual es tan poderosa que pareciese no puede ser abarcada por los
estrechos límites de la pantalla. Pero este problema de visión (que como
espectadores no vemos a los sicarios pero tenemos la sensación de que ellos si
nos ven a nosotros) esta fundamentado en que la película adopta el punto de
vista de un niño de 12 años, el cual al estar siempre protegido por los padres,
es puesto en lugares en donde el peligro y la acción no están al alcance de sus
ojos (y por lo tanto de los nuestros tampoco). Y al no poder ver, no podemos
controlar la situación, todo es inseguro, todo es miedo. - ¡En esta casa no se
usa el teléfono! le reta la madre a Ernesto cuando lo encuentra telefoneando a
su noviecita del colegio. Ellos pueden estar ahí afuera, donde no los vemos,
escuchándonos.
Y es así como se sentía la gente en la dictadura: vigilada. Era vista sin poder
ver y era incitada desde la propaganda terrorista a mirar para otro lado, a
involucrarse lo menos posible. Y esta condición le daba al estado asesino el
control para elegir como y cuando atacar a aquellos curiosos que deseaban poner
sus ojos sobre los secretos y oscuros mecanismos del saqueo, la persecución y la
destrucción militar.
* Comunicador Audiovisual y columnista en Radio Universidad La Plata.
juan.nardi@hotmail.com
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