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Diciembre
de 1828. Noviembre de 2012
Por Enrique Manson
[Lavalle: Asesino “por mi orden” de Manuel Dorrego]
Los obispos argentinos están inquietos. Hasta tal punto que han adelantado su
mensaje navideño es este año, movidos por el temor ante el peligro de dividirnos
nuevamente en bandos irreconciliables. Y hay motivos para ello. Basta recordar
la furia de manifestantes pacíficos que rodearon días atrás el obelisco pidiendo
el retorno del ex presidente Néstor Kirchner, pero al sólo efecto de que se
lleve con él a la yegua que se dejó obligada.
No es nuevo ese odio. Y generalmente, se ha desarrollado en la misma dirección:
de arriba hacia abajo. Generalmente las respuestas populares se han
caracterizado, sin que les faltara grosería, por la tomadura de pelo. Es que
hoy, el pueblo está contento. Son los otros los que están, por decir poco,
enojados.
Decíamos que ese odio no es nuevo, ya existía cuando en los 40 y los 50 se
acusaba a los negros de levantar el parquet de las casas que recibían de la
demagogia de Perón y Evita, para hacer asados. O llenaban de canteros las
bañaderas.
Más atrás aún, y de eso se está cumpliendo otro aniversario, los unitarios de
levita festejaban el golpe que derrocó a Dorrego y a la chusma federal con
coplas llenas de clasismo racista:
La gente baja
ya no domina
y a la cocina
se volverá
Bustos y López
Solá y Quiroga
oliendo a soga
desde hoy están
En diciembre de 1828 no existía estado nacional. Rivadavia –titulado presidente-
había intentado imponerse contra la voluntad del pueblo porteño y los derechos
de las provincias, pero había caído en medio de un escándalo financiero y de la
derrota diplomática en que se había perdido la Banda Oriental.
La guerra contra el Imperio esclavista se había ganado, pero el gobierno de los
mercaderes del puerto de Buenos Aires había provocado una paz “a cualquier
precio” para traer al ejército y para usarlo contra los enemigos internos.
Los federales denunciaban la vinculación del centralismo político con los
negocios mineros del “presidente”. En las pulperías se cantaba:
Dicen que el móvil más grande
de establecer la unidad
es que repare su quiebra
de minas la sociedad
Haciendo referencia a la sociedad que Rivadavia presidía y que quería explotar
los yacimientos de oro del Famatina, asociada al capital inglés.
Manuel Dorrego, coronel de la Guerra de la Independencia, y gobernador de Buenos
Aires por el voto popular encabezaba la denuncia de los negociados del “padre de
las luces.” Nunca lo perdonarían.
Mientras el “padrecito de los pobres”, como lo llamaban irónicamente sus
enemigos, y con amor los propios pobres, trataba de arreglar el zafarrancho
dejado por los unitarios, estos seducían en el secreto de las logias a los jefes
del ejército. Culpaban a Dorrego de haber hecho una paz deshonrosa tras la
guerra que los militares habían ganado al emperador brasileño. El general Juan
Lavalle, la “espada sin cabeza”, como lo iba a llamar años después Echeverría,
fue convencido fácilmente. Había que derrotar al gobernador legal y establecer
una dictadura militar que pusiera a la chusma de gauchos y orilleros en su lugar
El 1º de diciembre, Lavalle, el héroe de Río Bamba y de Ituzaingó, se llevó por
delante la voluntad popular. Al día siguiente, los pocos que cabían en la
pequeña capilla de San Roque, en el atrio de San Francisco, lo eligieron
gobernador.
El ejército que se había cubierto de gloria en la guerra de la Independencia y
en la lucha contra el Brasil empezó a cubrirse de vergüenza derrocando al
gobierno legítimo.
No sería la última vez.
Hoy los tiempos han cambiado. Las “espadas sin cabeza” pretenden ser
reemplazadas por corporaciones mediáticas pero, como aquellas, tienen consejeros
que sueñan, desde los claustros a veces, “cortar la primera cabeza de la hidra”.
De ahí las hipócritas invocaciones de quienes, como han señalado católicos
sinceros, no han excluido de la eucaristía a los asesinos.
Pero frente a las conspiraciones, cada vez más torpes, hay una conciencia de lo
logrado en estos años. Hay una democracia consolidada, hay una recuperación de
la Argentina industrial, hay una más justa distribución de la riqueza, hay una
Iberoamérica unida y, en el plano de los símbolos, han sido bajados para siempre
los retratos de los herederos de Lavalle de la escuela que forma a los militares
argentinos.
Diciembre de 2012
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