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¿Quién
disparó sobre Argentina? Las huellas digitales acusan al FMI
Por by Greg Palast*
Una mirada sobre el rol de FMI en la crisis argentina de 2001. Publicado en Revista Del Sur
el 1
de septiembre de 2001. Extraído de Gregpalast.com: Who shot Argentina?
The finger prints on the smoking gun read “I.M.F.”]
Pero éste es un caso fácil de investigar. Cerca del cadáver todavía tibio de la
economía argentina, el asesino dejó un arma humeante con las huellas digitales
impresas en ella. El arma homicida se denomina "Memorando técnico de
compromiso", con fecha 5 de setiembre de 2000. Lo firmó Pedro Pou, presidente
del Banco Central de Argentina, para la transmisión a Horst Kohler, director
gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). Inside Corporate America
recibió una copia completa del "Compromiso" junto con anexos y una carta del
ministro de Economía argentina al FMI de... bueno, digamos que el sobre no tenía
remitente.
Una inspección exhaustiva no deja dudas de que este "Compromiso" disparó balas
letales sobre el cuerpo indefenso de Argentina. Para empezar, el Compromiso
exige que Argentina reduzca el déficit presupuestario fiscal de 5.300 millones
de dólares en 2000 a 4.100 millones en 2001.
Pensemos en eso. En setiembre pasado, Argentina ya estaba al borde de una
recesión profunda. Incluso los economistas más novatos del FMI deberían saber
que reducir el gasto fiscal en una economía en contracción es como apagar el
motor de un avión que está perdiendo velocidad. ¿Reducir el déficit? Como diría
mi hija de cuatro años: "Eso es estúpido".
El FMI no puede equivocarse sin ser cruel a la vez. Y así, bajo el titular que
dice "Mejoran las condiciones de los sectores pobres", se informa de una
reducción de 20 por ciento en los salarios, en el marco de un programa estatal
de empleos de emergencia, de 200 dólares por mes a 160. Pero no se puede ahorrar
mucho tomando 40 dólares por mes de los pobres. Para lograr mayores ahorros, el
Compromiso también se comprometió a "un 12-15 por ciento de reducción de
salarios" de los funcionarios públicos y la "racionalización de ciertos
beneficios de pensión privilegiados".
Por si no tienen idea de lo que quiere decir el FMI con "racionalización", se
trata de reducir los pagos a los jubilados en 13 por ciento, tanto en planes
públicos como privados. Reducir, reducir, reducir, en medio de una recesión.
Estúpido.
Salpicados con las recomendaciones clásicas del FMI y los mezquinos planes para
los pensionistas y los pobres, están las proyecciones económicas, que rayan en
el delirio. En el Compromiso, los genios de la globalización prevén que si
Argentina aplica sus planes para liquidar el poder adquisitivo de los
consumidores, de alguna manera la producción económica del país aumentará 3,7
por ciento y el desempleo disminuirá. De hecho, a fines de marzo, el Producto
Interno Bruto (PIB) había caído 2,1 por ciento por debajo de la marca del año
anterior, y desde entonces ha seguido cayendo en picada.
¿Qué demonios induciría a Argentina a abrazar el programa trastornado del FMI?
El resultado es que si Argentina hace lo que dice, el FMI le prestará 1.200
millones de dólares de ayuda. Es parte de un paquete de préstamo de emergencia
de 26.000 millones de dólares del FMI para 2001, según anunciaron a fines del
año pasado el Banco Mundial y los prestamistas privados.
Pero no hay que creer que se trata de un gesto de generosidad. El Compromiso
también asume que Argentina "estabilizará" su moneda, el peso, con el dólar a un
tipo cambiario de uno a uno. Pero es algo que costará caro. Los bancos y
especuladores estadounidenses cobran una bonificación de riesgo de 16 por ciento
por encima del costo habitual a cambio de los dólares necesarios para apoyar
este esquema monetario.
Ahora hagamos las cuentas. En la deuda argentina de 128.000 millones de dólares
estadounidenses, la tasa de interés normal más una sobrecarga de 16 por ciento
aplicada por los prestamistas alcanza los 27.000 millones de dólares al año. En
otras palabras, los argentinos no obtienen un solo peso de los 26.000 millones
de dólares de préstamo. Poco del dinero de "rescate" escapa de Nueva York, donde
permanece para pagar los intereses a los acreedores de Estados Unidos titulares
de la deuda: peces gordos como el Citibank y peces chicos como Steve Hanke.
Hanke es presidente de Toronto Trust Argentina, un "fondo de mercado emergente"
cuyo total accionario lo hizo con bonos argentinos adquiridos durante el último
episodio de pánico cambiario, en 1995. No llores por Steve, Argentina. El rédito
anual que obtuvo ese año fue de 79,25 por ciento, lo que lo colocó en la cúspide
de la tabla de la liga de especuladores. Este año lo hará de nuevo.
Hanke se beneficia apostando al fracaso de las políticas del FMI. Pero la
inversión al estilo buitre es solo un pasatiempo para Hanke. Su trabajo es el de
profesor de economía de la Universidad Johns Hopkins. En esa condición, ofrece
gratuitamente asesorar a Argentina para poner fin a sus penurias. Un
asesoramiento que lo pondría fuera del juego de la especulación: "Abolir el
FMI".
Para empezar, Hanke eliminaría la libre convertibilidad –ese tipo cambiario de
un-peso-un-dólar- que ha demostrado ser un gancho de carnicería en el que el FMI
cuelga las finanzas de Argentina.
No es la libre convertibilidad por sí sola lo que ensarta a Argentina, sino la
misma combinada con el Cuarto Jinete de la política neoliberal del FMI: los
mercados financieros liberalizados, el libre comercio, la privatización en gran
escala y los excedentes del gobierno.
"Liberalizar" los mercados financieros significa autorizar el ingreso libre del
capital por las fronteras de un país. Y en efecto, después de la liberalización,
cinco años atrás, el capital ha circulado libremente, con una venganza. Los
sectores ricos de Argentina que entraron en pánico, cambiaron sus pesos a
dólares y enviaron el grueso a paraísos de inversión en el exterior. Sólo en
julio, Argentina retiró el seis por ciento de todos los depósitos bancarios.
Había una vez unos bancos estatales de la nación y provinciales que respaldaban
las deudas del país. Pero a mediados de los 90, el gobierno de Carlos Menem los
vendió al Citibank de Nueva York, al Fleet Bank de Boston y a otros operadores
extranjeros. Charles Calomiris, ex asesor del Banco Mundial, describe esas
privatizaciones de bancos como una "historia realmente maravillosa".
¿Maravillosa para quién? Argentina ha perdido 75 millones de dólares diarios de
valores en cartera en moneda fuerte.
El Compromiso tiene más motivos de alegría para los acreedores, en especial la
"reforma del sistema de participación de ingresos". Esta es la forma más amable
y gentil de establecer que se pagará a los bancos de Estados Unidos con lo
recaudado en impuestos destinados a educación y otros servicios provinciales. El
Compromiso también obtiene efectivo con la "reforma" del sistema de seguro de
salud nacional (corte, corte, corte). Pero cuando no alcanza con corte, corte,
corte para pagar a los titulares de la deuda, uno siempre puede vender "las
joyas de la abuela", como el periodista Mario del Carril define al plan de
privatización de su país. Los franceses se llevaron un gran trozo del sistema
sanitario y muy pronto en algunas provincias aumentaron las tarifas de agua en
un 400 por ciento.
La bala final del Compromiso es la imposición de "una política de comercio
abierta". Exige que los exportadores argentinos -con sus productos tarifados a
través de la libre convertibilidad con el dólar- entren en una competencia
patética, y perdida desde el inicio, con las mercancías de Brasil, tarifadas en
una moneda devaluada. Estúpido.
Con todo, el plan del FMI podría funcionar. Lo único que se requiere es fuerza
de trabajo "flexible", dispuesta a someterse a la rebaja de pensiones, la rebaja
de salarios o a que no haya ningún salario.
Pero para decepción de la elite argentina, los trabajadores se muestran
inflexiblemente obstinados en no aceptar su empobrecimiento. Uno de los
trabajadores inflexibles, Aníbal Verón, de 37 años y padre de cinco hijos,
perdió su empleo de conductor de autobús y la empresa le debe el sueldo de nueve
meses. Verón se sumó a los "piqueteros", los desempleados que bloquean los
caminos. En noviembre, la policía militar dispersó un bloqueo y según las
denuncias, mató a Verón con una bala en la cabeza.
La muerte en Génova del militante antiglobalización Carlo Giuliani estuvo en las
primeras páginas de Estados Unidos y Europa. La muerte de Verón no estuvo en
ninguna página. Tampoco leyeron sobre Carlos Santillán, de 27 años, o de Oscar
Barrios, de 17, a quien le dispararon en el patio de una iglesia, en la
Provincia de Salta, cuando la policía abrió fuego sobre un grupo de
manifestantes que protestaba contra el plan de austeridad del FMI.
Quienes impulsan la globalización, como el primer ministro británico Tony Blair,
prefieren describir la resistencia como la travesura de jóvenes occidentales
mimados que matan su aburrimiento "con protestas, equivocados de rumbo" por sus
nociones crédulas. Los medios ponen sus costales de arena, enfocándose en los
muchachos blancos que marchan en Génova, pero no en los 80.000 que manifestaron
en las calles de Buenos Aires en mayo pasado o en la huelga general de junio,
acatada por siete millones de argentinos.
En Argentina, el presidente Fernando de la Rúa le echa la culpa de la violencia
a quienes protestan. Pero el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) acusa al
gobierno de utilizar el hambre y el terror para imponer los planes del FMI. El
dirigente del Serpaj Adolfo Pérez Esquivel me informó que está documentando
casos de tortura de los manifestantes por la policía en la ciudad donde murieron
Santillán y Barrios. Pérez Esquivel, quien en 1980 ganó el Premio Nóbel de la
Paz, considera que la represión y la liberalización van de la mano e indicó que
acaba de presentar un reclamo acusando a la policía de reclutar niños de cinco
años en escuadrones paramilitares, una operación que compara con La Juventud de
Hitler.
Pero Pérez Esquivel, quien es un fuerte crítico del Área de Libre Comercio de
las Américas (ALCA), no está de acuerdo con mi veredicto contra el FMI en la
muerte de Argentina. Señala que las "reformas" fatales desde el punto de vista
económico son abrazadas con entusiasmo por el ministro de Economía, Domingo
Cavallo. Para los pacifistas más maduros, eso indica que la muerte de la
economía del país no fue un asesinato sino un suicidio.
*Greg Palast, periodista e investigador, escribe para Inside Corporate America,
publicación quincenal que sale en The Guardian de Gran Bretaña.
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