Borges y la magnífica ironía de Dios

Por Alberto Lettieri. Historiador

El 14 de junio de 1986 falleció en Ginebra, Suiza, Jorge Luis Borges. Nada, en su tumba, lo relaciona con la sociedad argentina. Ni su voluntad de trasladarse para pasar los últimos años de su vida lejos de nuestro país ni las inscripciones en anglosajón esculpidas sobre la lápida ni la dedicatoria de su segunda esposa, María Kodama, refiriendo a una antigua leyenda vikinga. Por esa razón, cuando en 2009 se presentó un proyecto para trasladar sus restos al exclusivo cementerio de la Recoleta porteña, Kodama manifestó su más ferviente oposición, y la iniciativa naufragó sin dilaciones. Al fin y al cabo, los restos de Borges estaban exactamente en aquel lugar que el bardo consideraba como su patria. Parafraseando a Sarmiento, Borges podía afirmar que “la patria es allí donde estoy bien”, y esa Argentina siempre ajena y extraña a los gustos y las preferencias de Borges se había convertido para él en un suelo pantanoso y odiado a partir del advenimiento del peronismo y su alud de reformas sociales, políticas y económicas.

Nacido en 1899 en el marco de una familia cuyo árbol genealógico sintetizaba las estirpes anglosajona, española y portuguesa, y atravesada por tradiciones militares y literarias de antigua data en las orillas del Plata, Jorge Luis Borges fue educado en un hogar bilingüe, donde convivían el inglés y el español, donde la orgullosa exhibición de esos antiguos blasones convivía con el desprecio por todo aquello que no expresara un adecuado tufillo cosmopolita. Su educación fue encomendada a una institutriz británica, y sólo comenzó a concurrir a la escuela pública en cuarto grado, a los 9 años, en el barrio de Palermo, donde el acaudalado Borges experimentó un rechazo mutuo con los niños del pueblo llano. Algunos años después, en 1914, cuando su padre decidió trasladarse junto con su familia a Ginebra, para recibir tratamiento de una irreversible ceguera, Borges encontró su lugar en el mundo: en el Liceo Jean Calvin estudió francés, aprendió alemán por su cuenta, y pudo dar rienda suelta a todas las fantasías culturales a las que el mediopelo argentino siempre había aspirado. Hacia el fin de la guerra, la familia se trasladó por dos años a España, estancia que le permitió a Borges enriquecer su cosmopolitismo europeizante. Para 1921, el retorno familiar a Buenos Aires supuso la desdicha del joven literato, quien sin embargo descubrió, gracias a un amigo de su padre, Macedonio Férnandez, los suburbios de su ciudad natal, que se le antojaron a la vez promiscuos y cautivantes, convirtiendo al tango, a lo gauchesco y a los oscuros cuchilleros en uno de los ejes primordiales de su obra.

Durante las década de 1920, Borges se incorporó a la UCR e impulsó una serie de revistas e iniciativas literarias. Fundó Prisma y Proa, participó de Nosotros y de Martín Fierro, y publicó en 1923 su primera obra, Fervor de Buenos Aires, antes de emprender un nuevo viaje a Europa. El factor económico no constituía un motivo de preocupación para este joven oligarca, cuyas inclinaciones intelectuales se sostenían sobre una fortuna familiar que comenzaba lentamente a mermar a consecuencia de la declinación física de su padre. Varios años después, en 1938, el fallecimiento de su progenitor lo colocó ante el, para él, desconocido desafío de tener que sostenerse económicamente por su cuenta. Sin embargo, hombre de tradición oligárquica, no adolecía de amigos influyentes para conseguir un empleo público, y así se incorporó a la Biblioteca Miguel Cané, del barrio de Almagro, donde pudo hacer lo que siempre había hecho, financiado ahora por el Estado: vivir entre libros, escribir y mantenerse al margen de todo compromiso social.

El ascenso del peronismo significó tanto para Borges como para la oligarquía y el mediopelo argentino un punto de inflexión traumático. Súbitamente, quienes se consideraban dueños de la patria y de sus tradiciones debieron tomar nota de que esa Argentina subterránea, mestiza y nativa, que el proyecto oligárquico dependiente del liberalismo de la generación del ’37 había condenado a la miseria y al olvido, exigía imperiosa la reivindicación de tantas décadas de oprobio y de masacre. El reconocimiento de los derechos de los desplazados constituía un capítulo que la familia oligárquica de Borges no estaba dispuesta a considerar. Su madre y su hermana fueron condenadas a 30 días de prisión en El Buen Pastor por alterar la paz pública, en tanto que Borges recibía un ascenso en la administración pública: de bibliotecario a “inspector de mercados de aves de corral”. El gobierno popular y democrático le daba así la oportunidad de salir de su mágico mundo de ilusiones e involucrarse con la realidad cotidiana de la sociedad argentina. Sin embargo, esta decisión fue asumida como un ultraje y renunció a su cargo.

En su miope visión de la sociedad argentina, Borges sólo alcanzó a ver en el peronismo la consagración de un liderazgo personal y estatizante. Paradójicamente, en una actitud típica del mediopelo argentino, Borges reivindicaba su individualismo militante y su profundo antiperonismo, y se definía como “un pacífico y silencioso anarquista que sueña con la desaparición de los gobiernos”, al tiempo que durante buena parte de su vida vivió a expensas del erario público. En 1950, la Sociedad Argentina de Escritores, en un expreso desafío al gobierno popular, lo designó como presidente. La resistencia cultural de la oligarquía no cesaba. Algunos años después, la Tiranía Fusiladora, encabezada por Aramburu y Rojas, inauguró años de sufrimiento para las mayorías populares y de buenaventura para Borges. En 1955 fue designado Director de la Biblioteca Nacional, cargo que desempeñó durante 18 años, hasta el advenimiento de un nuevo gobierno democrático y popular. Ese mismo año fue designado miembro de la Academia Argentina de Letras, se le concedió la cátedra de Literatura Alemana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, y algún tiempo después se le otorgó la Dirección del Instituto de Literatura Alemana en la misma casa de altos estudios.

El retorno de la democracia en 1973 fue percibido con espanto por Borges, lo cual explica su regocijo ante el Golpe que instaló el Terrorismo de Estado y la Dictadura Cívico-Militar en 1976: “Yo estaba en California con un amigo y recuerdo que cuando supimos lo que había ocurrido nos abrazamos.” Algún tiempo después cayó en la cuenta de su error y recibió en su domicilio a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo: “Algunas serían histriónicas, pero yo sentí que muchas venían llorando sinceramente porque uno siente la veracidad. Pobres mujeres tan desdichadas. Esto no quiere decir que sus hijos fueran invariablemente inocentes, pero no importa….”

En el epílogo de su vida, Borges aplaudió la derrota en Malvinas, considerando que su reconquista hubiera garantizado la continuidad de la dictadura. La reinstalación de la democracia en nuestro país, en 1983, aceleró su decisión de fijar residencia definitiva en Ginebra. Según su primera esposa, Elsa Astete Millán, Borges “era etéreo, impredecible. No vivía en un mundo real.” Criado en el seno de una oligarquía apátrida, jamás comprendió la Argentina ni hizo esfuerzo alguno por hacerlo. Al fin y al cabo, como reconoció en su “Poema de los Dones”, “(…) Dios, que con magnífica ironía, me dio a la vez los libros y la noche.”.

03/03/13 Miradas al Sur

 

Borges disciplinado

Por Alberto Elizalde Leal. Secretario de redacción

Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires, en la calle Tucumán, en una típica casa porteña de patio grande y galería. Pasó parte de su infancia en Palermo, estudió en Suiza y escribió muchos libros importantes para la literatura argentina. Su familia era de raigambre oligárquica y extranjera y durante su juventud se afilió a la UCR. Fue tenazmente antiperonista y murió a los 87 años en Ginebra, ciudad que había elegido como su última morada. Punto final. Esto es –palabras más, palabras menos– lo que un alumno de cuarto año hubiera escrito como síntesis biográfica de Borges, copiando los conceptos(?) centrales de la nota que el historiador Alberto Lettieri publicó en Miradas al Sur el 3 de julio pasado en este mismo espacio de contratapa. De más está decir que el avispado estudiante hubiera agregado también algunos datos tomados de Google y Wikipedia, fuentes donde Lettieri parece haber abrevado en la escritura de su texto. No es solamente la pedestre enumeración de información archiconocida ni la abundancia de adjetivos (recurso que Borges hubiera fulminado) ni la ausencia de alguna mención a su obra, ni siquiera la audaz conjetura sobre los estados de espíritu del escritor (“...el retorno de la democracia en 1973 fue percibido con espanto...”) lo que ha motivado a este empedernido lector de la poesía y la prosa borgeana para manifestar su discrepancia y ensayar una respuesta al texto de marras publicado por quien es un habitual colaborador de Miradas al Sur.

Durante los tenebrosos días de la última dictadura, Borges se manifestó repetidamente contra la posibilidad de una guerra con Chile y condenó también la aventura bélica de Malvinas. Un oficial del Ejército publicó una nota –o solicitada– criticando a Borges, de quien se manifestó amigo y admirador. La respuesta no se hizo esperar y con la ironía y el humor que eran su marca registrada, JLB dijo que hasta ese momento siempre le había tocado defenderse de sus enemigos y se encontraba de pronto en el extraño trance de defenderse de un amigo. Criticar la nota de un amigo de la casa no es fácil ni especialmente gratificante, pero más allá de cierto desapego a los rigores de la redacción periodística o las obviedades informativas ya referidas, en el entretejido de un texto que se propone apodíctico se deslizan, ominosos, los rizomas de un canon conceptual absolutamente inadecuado para la comprensión de la obra y la vida de un autor y las condiciones de producción de su discurso estético y simbólico.

Repetir una y otra vez, como un mantra tibetano, las características antipopulares, antidemocráticas y pro oligárquicas del Borges hombre norges ys arroja instantáneamente al infierno en llamas del monismo ontológico, la imposibilidad de lo diverso y, por lo tanto, el congelamiento del especimen –ahora transmutado en cosa-en-sí-mala– en categoría eterna e inamovible: personero de la antipatria.

Sus graves pecados opacan el resto de su vida. Así, no existe un Borges poeta, ni un Borges cuentista, ni un Borges ensayista, ni traductor, ni prologuista, ni crítico, ni nada. Hay solamente una totalidad marcada por el hierro del juicio popular. Se lo juzga, diría Jorge Semprún, por la parte más inerte y viscosa de sí mismo: su ser social. Esta mirada pre-Saint-Beuve desconoce totalmente la abundantísima obra de crítica literaria y análisis del discurso que –por lo menos desde el siglo XIX– ha ido construyendo la noción de la especificidad de los discursos sociales y la complejidad de la relación entre el autor, su obra y el contexto social y cultural.

Borges, ¿es la nota de Lettieri? Las acusaciones de catecismo peronista que se le propinan, ¿describen su totalidad? ¿Esas palabras dibujan su contorno real o nos entregan un pedacito, el más olvidable y gris de un Borges que es más su obra que él mismo? La posteridad, esa ucronía supuestamente feliz con que los mortales soñamos, ¿reconocerá el Borges que nos dibuja el crayón militante pero grosero de Lettieri? Los historiadores de la cultura de esos años, los semiólogos, los incansables buscadores de los mitos literarios, los simples lectores, ¿creerán la imagen que nos entrega ese texto inútilmente despiadado?
¿O se sumergirán, maravillados, en un mundo de impecables metáforas, de inquietante universos desconocidos, de morosas poesías alejandrinas y amables aunque implacables cuchilleros?

En Borges y yo podemos leer: “Nada me cuesta confesar que he logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición”. El hombre-Borges y el Escritor-Borges son uno y son distintos, el reconocimiento de esta unidad contradictoria entre lo biográfico, lo literario y lo social ha sido establecido largamente por la crítica y la insistencia de Lettieri en la presentación de un Borges unilateral, insensible aprovechador de los recursos del Estado, hace pensar que si él, en lugar de Sartre, se hubiera ocupado de Jean Genet, hubiera simplificado su vida con una simple fórmula: “Fue un delincuente homosexual, psicológicamente inestable que
ocasionalmente escribía teatro y fue pareja del filósofo Michel Foucault”.

Finalmente, hay en el texto un pasaje en el que se alude al nombramiento de JLB como “inspector de aves y ferias”, alejándolo de su puesto en la Biblioteca municipal Miguel Cané, describiendo el hecho como “una oportunidad que el gobierno democrático y popular le daba para salir de su mágico mundo de ilusiones…etc.”. También califica el nombramiento como un “ascenso” en el escalafón municipal. La frase destila cinismo y se alinea incondicionalmente con el propósito disciplinador que el gobierno peronista tuvo al nombrar a un intelectual en una función para la que no sólo no estaba preparado, sino que era consecuencia de sus posiciones políticas. La pequeña venganza de burócratas intrascendentes era en realidad una manifestación más de las necesidades de combatir, anular y reprimir el disenso de los sectores estudiantiles e intelectuales afines a la oposición al gobierno. Pero, ¿qué disciplinar en Borges? Pese a su afiliación a la UCR, su antiperonismo nunca fue activo, no pasó de declaraciones y manifestaciones más o menos públicas, no formó parte de grupos militantes ni participó de actividades conspirativas.

¿Disciplinar sus ideas? Parece ingenuo pensar que un acto burocrático pudiera expurgar a Borges de sus convicciones. Foucault nos dice en Vigilar y castigar que “el poder disciplinario tiene como función principal la de enderezar conductas” y dispone en tal sentido de una vasta panoplia de dispositivos coaccionantes, intimidantes, de vigilancia, control y seguimiento de los cuerpos a disciplinar. De alguna manera, la disciplina social, a través de sus dispositivos, “fabrica” individuos que deben adaptarse a cierto corpus praeceptum, cierto orden social que, a veces, los outsiders de la sociedad, los fabricantes de mitos, monstruos y ciudades fantásticas se empeñan en criticar. Borges se autodefinía anarquista y su (imposible) sueño de libertad individual absoluta chocó muchas veces con la realidad de un país en cambio y la afluencia de la sociedad de masas. Lo dijo a su manera, en las líneas de un poema: “Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra. Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible. No menos imposible que sumar el olor de la lluvia y el sueño que anoche soñaste”.

24/03/13 Miradas al Sur

 

 
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