Mis
primeros zapatos de cuero
Por Enrique Manson
Alguna vez, Saúl Ubaldini contó cómo había conocido el mar. Alumno destacado en
la escuela primaria, el futuro líder de la CGT ganó un concurso cuyo premio
consistía en un viaje a la Colonia Turística de Chapadmalal, cerca de Mar del
Plata.
Muchas veces me tocó escuchar cómo chicos contemporáneos míos habían llegado por
primera vez a los zapatos de cuero, a la pelota de futbol, a la muñeca, gracias
a Evita o a Perón.
Hace unos años integré un mini panel en el que se hablaba sobre el peronismo en
un instituto de formación docente, ante un auditorio de estudiantes de historia,
con un dirigente sindical de empleados municipales. Este dedicó toda su
exposición a contar cómo su infancia, marcada por la pobreza y las privaciones,
había cambiado profundamente cuando el peronismo mejoró las condiciones de las
familias humildes y él –pese a que ya adulto militaba en el partido comunista-
había tenido sus primeros zapatos de cuero.
Mi niñez fue diferente. En una familia de clase media, compuesta por un
funcionario público de mediano rango y una maestra, con sus cuatro hijos: Yo no
había vivido en la riqueza, pero no había padecido privaciones. Siempre que los
necesité tuve zapatos de cuero, no me faltó la pelota de futbol y, como se puede
suponer, sólo mi hermana menor jugaba con muñecas.
Más de una vez me pregunté, comparando mis años de escuela primaria con los de
quienes recordaban aquella pelota o aquel par de zapatos, si yo había recibido
algún beneficio material directo. La respuesta era que por el desarrollo de las
obras sociales había viajado un par de veces a Mar del Plata y una a la Colonia
de Chapadmalal, aunque no por méritos escolares, ya que supongo que no era un
alumno destacado como Ubaldini.
Mi adhesión al peronismo surgía de ideas y valores y se había fortalecido con el
estudio.
En los últimos años del siglo pasado y los primeros del XXI la catástrofe
sufrida por la Argentina fue destruyendo todos y cada uno de los logros de
muchos años de construcción. Especialmente de aquello que se había construido
entre 1943 y 1955. Y yo sufría –como la gran mayoría- al ver que se alejaba
hasta la esperanza de recuperar algo de lo perdido.
Por esos años hablaba con mis alumnos, estudiantes en general de mis clases
Historia Argentina del Siglo XX, y les comentaba que no iba a alcanzar a ver la
recuperación de lo que se sintetizaba en la frase Una Patria Grande y un Pueblo
Feliz. Los estudiantes solían consolarme diciéndome cosas como: Profe, pero
usted no es tan viejo. Y el tan sonaba así, resaltado y en negrita. Y yo
les contestaba, resignado, Pero no voy a vivir hasta los 100 o 120 años, y
nuestra Patria no se va a recuperar antes.
Sin embargo, desde un 25 de mayo de 2003 las cosas empezaron a cambiar, cuando
un flaco de la Patagonia anunció que no dejaría sus convicciones en la puerta de
la Casa Rosada. Y lo empezó a cumplir al día siguiente. Y las cosas siguieron
con su mujer.
Y hoy yo también puedo decir que gracias a Néstor y Cristina tuve mis primeros
zapatos de cuero. Que no fueron un par: La industria recuperada, el regreso de
las paritarias, la jubilación para los viejos que no se podían jubilar, la
asignación por hijo, el juicio y castigo a los peores criminales de nuestra
historia, la recuperación de YPF y de Aerolíneas Argentina, la Unidad
Latinoamericana. Y como para estrujarme el corazón y hacerme llorar a baldes en
la Vuelta de Obligado, la recuperación de nuestra Historia.
Febrero de 2013